Tengo que aceptar que me da vértigo
explicarme. Me refiero a tener que condensar en palabras para otro, lo que creo
que soy. A qué me dedico, qué hago, qué soy. Es una especie de descompostura
derivada de la idea de entenderme y decirme en voz alta. De hacerme
comprensible o de no lograr hacerlo. Como si esa acción pudiera dejarme
petrificado o pudiera mutilarme. Hacerme perfectamente clasificable y desechable.
También acepto que hay algo de desconfianza en lo que yo mismo podría intentar
decir de mí.
A-
Lo que dije esa vez
Cierto día me tocó explicarle a un ex-compañero
de estudios militares (sí, dos años, Academia Militar de Venezuela), la función
que a mi entender, tiene la danza en nuestro país, en nuestro tiempo y
finalmente en nuestras vidas. La experiencia en sí más que gratificante o vergonzosa,
la puedo describir como de una intensidad vertiginosa.
Para ser sincero, lo más interesante fue
notar como las palabras fluían sin afección. Como el discurso se iba
estructurando organizadamente. Las ideas se hilvanaban, una tras otra dándole
sentido a la explicación. También fue interesante pensar que en otros momentos
me ha costado un poco organizarme para decir lo necesario. Incluso, me gustó
percibir como mi interlocutor iba recibiendo un discurso coherente y aprehensible.
Lo sentí como un logro magnífico; que si me preguntan, no sé si podría repetir.
La verdad no recuerdo que dije. En este
momento por ejemplo, esas mismas ideas están flotando en mi cabeza, pero de
manera muy desordenada. Me parece que esa vez, también ayudó que llevábamos más
de media hora de conversación sobre mi oficio y como no, del país. Se podría
decir, que llevaba impulso pues.
Después de eso he tenido que ocuparme
como cualquier mortal, de otras cosas de la vida, también fantásticas, pero que
necesariamente abarcan espacio en ese flotar de ideas. De manera que si quisiera
escribir sobre ese tema en particular, tendría que darle otro enfoque y que más
me valdría agarrar nuevamente impulso, porque chiste repetido, no hace reír.
B-
Lo que trato de decir ahora
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fotografía Victor David Alexandre |
Siendo así, entonces nadie debería estar
obligado a responder siempre igual cuando le preguntan qué es la danza o para
qué sirve. Aunque sí.
-Deberíamos llegar a algunos acuerdos.
-¿Con quién?
-Con nosotros mismos ante todo, reconocernos.
¿Qué somos?
-Y si somos la sustancia de eso que
llamamos danza, entonces ¿Qué es la danza, para qué sirve? y ya puestos en esto:
¿Para qué sirvo yo entonces, que soy la sustancia de esa danza?
-Creo que esa era la pregunta pintada en
la cara de mi amigo.
-¡Uy que miedo!
C-
Ahora sí, el cuento
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fotografía Victor David Alexandre |
Las pocas veces que hemos conversado nos
hemos puesto al tanto de nuestros bienestares. Como se hace responsablemente
con la gente que uno recuerda con cariño, pero con la cual se coincide poco.
Pero aquella vez, el tiempo nos permitió ponernos al día con nuestras ideas y
sentires. Sobre todo en torno a los oficios. En cierto momento, como es normal,
surge la incógnita sobre mi tránsito del ejército a la danza. Cosa para la cual
ya estoy harto preparado. Pero esta vez, sólo de pasadita, porque ya lo habíamos
conversado superficialmente en encuentros anteriores. Después de eso sí hablamos. Como dice uno, a
partir de ahí vino lo bueno. Los detalles. Esa noción de mundo constituido
en torno a lo corporal, tan distinta y tan igual. Los alcances, las
posibilidades de ser. La vida vista desde el otro. Y como no, la explicación
para el otro que es también para uno. Y en la nube de las ideas, las preguntas de
rigor: ¿Qué soy? ¿Qué somos? ¿Dónde está la utilidad de lo que hacemos?
Que quede claro, así, seco,
no pienso intentar responder nuevamente esas preguntas.
no pienso intentar responder nuevamente esas preguntas.
Pero aquel fue un momento lúcido. Cero dudas.
Todo fluido. Cuando ocurren este tipo de encuentros sientes como que la vida te
alcanza. Que estás hecho de retazos, aunque privilegies sólo una porción de lo
que crees que eres. Y que la vida tiende a favorecer los encuentros, así los
identifiquemos con colisiones o tropiezos. Me atrevería a pensar que aun con viejos
conocidos, estos encuentros son fundamentales para reconocernos. Para entender
y respetar al otro, desde sus diferencias. Donde lo afectivo juega un papel
fundamental que trasciende los roles impuestos por las estructuras, que al
igual que en la creación, limitan las posibilidades de construcción y diálogo. Más
allá de las descomposturas que produce, el vértigo a ser aprendido por el otro.
Rafael Nieves