Muy recientemente me topé con un escrito que versaba sobre el
hambre. Para algunos de mis conocidos, sobretodo en el extranjero, puede sonar
como algo exótico. Como una consigna, un tema de estudio o una causa a la cual
arrimarse. Pero desde hace algún tiempo para acá, para nosotros se ha
convertido en una realidad muy cercana, incluso para los que como yo tienen
acceso a la danza, a la literatura, al internet o a una computadora.
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Ila Nieves |
El caso es, que aquel escrito llevaba
consigo la fuerza atronadora que implica vivir el hambre. Aunque la redacción
dejaba entrever una construcción clara, el discurso se ejercía de manera muy
personal; no había distancia entre la descripción del fenómeno y el que lo padece.
Lo cual a final de cuentas podría ser un recurso de escritura, pero también
podría ser un llamado de atención sobre nuestra condición.
Tres cosas me quedaron de esa lectura.
La primera fue la urgencia expresada por la persona sobre la posibilidad de
hablar de ese hecho. Visto de cierto modo, podría tomarse como una crítica a la
función de la escritura. Un alegato sobre lo que se dice y lo que no. Con todo,
incluyendo sus cualidades específicas: el texto está colgado en un blog; tiene
un orden que remite a una coherencia y le da una concreción particular; y sobre
todo se realiza en un ámbito específico que es nuestro país y nuestro tiempo.
Lo segundo tiene que ver con el descubrimiento en sí que hace el que escribe
del hambre como una realidad; su exaltación personal, que más allá de cualquier
interpretación, nos remite al reconocimiento de un estado antes desconocido
para su persona. Eso nos deja en estado de indefensión, nos causa angustia; en
el sentido de que aunque el hambre sea una realidad mundial y haya sido
padecida durante toda nuestra historia como humanidad por distintos grupos
sociales, la realidad, descrita en ese artículo, hablada por su dueño, se hace indebatible.
Y lo más feroz, traza una línea hacia mí y me conmueve. Como una mano larga e
intangible, que teniendo explicación o no, se manifiesta y me toca. Por tercero y último,
plantea el problema de la relación con el otro y la percepción del hambre ajena.
Cuestiona justamente eso; como hemos desarrollado como sociedad, infinitas formas
para desviar nuestra atención de estas realidades cercanas, como las
disfrazamos e invocamos excusas impronunciables para seguir cada quien en lo
suyo.
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Ila Nieves |
Tengo que decir sobre lo primero, que
estamos inmersos en un universo desatendido y desentendido de cualquier
conexión que no tribute a nosotros
mismos. De cierta manera dócil, hemos limitado nuestra capacidad de raciocinio
y toma de decisión a lo que estrictamente nos concierne. Una de las causas posibles
de este auto-aislamiento, es la constatación real de cómo la ineptitud de
generaciones enteras de funcionarios y burócratas han socavado el concepto de
lo colectivo, de la participación y de las posibilidades reales de un nosotros perceptivo.
De manera que sólo nos resta un silencio expectante, donde toda muestra
sensible o manifestación íntima del otro o hacia el otro, genera suspicacias. Entonces
eso no es alguien exponiéndose descarnadamente, ni vulnerando su intimidad, ni
pidiendo auxilio. Eso no es hambre, sino propaganda.
De lo segundo diré poco, porque aunque sobre
eso trataba básicamente el escrito, es decir, alguien descubre en su propio
pellejo que es el hambre y lo expone, esa parte ya me la sé. Ya le he visto la
cara. Y sé que no soy el único. Pero como siempre, todo esto no es más que una
excusa para hablar de mí. Es decir, de mi propia hambre y de la danza. Lo cual definitivamente,
no me da cuartada para desatender otras realidades. Ni oscurecer al otro, ni desconocerlo como si fuese una mentira.
Esto me lleva al tercer punto, que es
justo el que más me mueve. Es a partir de aquí donde algunas nociones se me
descomponen y se manifiesta a mi entender lo más doloroso. Me refiero al campo
de las relaciones entre las gentes. Porque es precisamente eso lo que más me
ocupa en la danza. Y me refiero a como algunos acostumbramos a desestimar el hambre
del otro. Como es sabido, la danza en su generalidad se hace entre varios. De
hecho si lo pensamos con detenimiento, es fundamental para el concepto de danza
la idea de danzar con el otro. Es
posible y enteramente comprensible que otras manifestaciones escénicas sigan
pensándose desde la formula de bailar
para el otro, desde la exhibición. Pero en este tiempo y sobre todo en esta
realidad, sólo la posibilidad de completarse en alguien más, otorga sentido
pleno a las construcciones culturales desde el cuerpo. De otra forma a mi
entender, quedaremos para siempre enclaustrados en cajas herméticas de sentido.
Sin la capacidad de competir con nociones realmente espectaculares como el
cine, el circo, el ballet o la ópera de hace dos siglos. Y es justo desde allí,
donde no puedo constituirme como una excusa para negar a ese otro como
posibilidad. Mucho menos para subestimar su hambre.
archivo personal |
Desde esta noción de cuerpo, de
humanidad encontrada, es prácticamente imposible poner en duda realidades
complejas como aquellas que se describen desde el sufrimiento, desde la
carencia. Y si, no es algo nuevo. Si, no es algo que le pasa solo a unos. Si,
existen un montón de causas, explicaciones y motivos. Todos tan reales y
tangibles como individualidades y formas de pensar existen. Y podemos estar de
acuerdo o no con estas razones. Pero eso no lo hace menos real, ni menos
doloroso. Y al igual que con la danza de nada sirve mentirnos; inventar
formulas, teorías y conspiraciones, porque el hambre igual que la danza se
manifiesta en el cuerpo como totalidad, en nuestra noción de mundo y en la manera
en que nos relacionamos con los otros.
Rafael Nieves