No
hay forma
Te juro que salí a comprarme
un dulce. Estas calles, se van sucediendo una tras otra de manera desordenada.
De vez en cuando puedes pasar dos o tres cuadras caminando en línea recta, pero
siempre vas a encontrar algún cruce loco con carros y gente que se superponen,
o alguna redoma imposible que hará fracasar cualquier explicación sencilla. No
existe más esa manera directa de expresar cómo llegar de un punto al otro
valiéndote exclusivamente de números o amparado en la geometría. Nada de que si
sigues derecho cuatro cuadras y después giras a la izquierda tres más o alguna
tontería exacta como esa. Lo más cercano que podría decir es algo así como que
si sales de mi casa, sigues bajando hasta que te encuentres un rebulicio de
carros y gente, entonces cruzas como quien va hacia el parque, después de eso vas
a ver un letrero grande que no me acuerdo que dice y justo al lado, venden los
dulces. Ahora, si continúas un poco más te vas a encontrar con un poco de motos
estacionadas, cruzas donde está el quiosco y ahí los vas a ver, a los que no
les gusta sino beber en la puerta del bar. Pero tú entra tranquilo que seguro hay puesto en la barra y te atiende Keviin o Consuelo. Uno no se
preocupa porque anoten. Basta con ir juntando al frente tuyo las botellas
vacías que nadie va a recoger, para que al final pagues entero lo que te bebiste.
Claro que adentro todavía hay mesas y sillas y gente, y van a seguir llegando. Y
puedes elegir entre meter las manos en los bolsillos, hacer origamis fallidos
con las servilletas o jugar con las filas de frascos vacíos que se te van
acumulando al frente. A mí me gustan las que traen etiquetas porque el sudor de
la botella las desprende y las puedes ir coleccionando sobre la barra
aprovechando la humedad de la madera. Delante de ti está el reloj, los vasos,
las botellas y un listado completo de cuánto cuesta cada bebida, incluyendo
esas que nunca pide nadie. A la derecha al fondo están la cocina y los baños. A
la izquierda la calle y la puerta transparente que es otro reloj porque te dice
cuando se va haciendo de noche. Detrás, el ruido es cada vez más intenso. Los
televisores encendidos. Las palabras que van dejando de entenderse. Los nuevos
y los viejos habitantes. Y la mesa del rincón. Donde ya no vas a estar. En este
bar que después de tanto ya no tiene forma. Al que ya no sé cuándo llegar y del
que no encuentro cómo devolverme. Me parece que voy a hacerme el loco. Me voy a
imaginar que estás de viaje como otros tantos. Con tus gatos y tus lentes de
viejo. O que si estás pero nunca llegaste por culpa mía, por no avisarte a
tiempo. Perdona, pero es que decidí venir ya sobre la marcha. Quédate tranquilo
que es bastante tarde y yo ya me estoy yendo. Ahora todo está cerrado, todo está
oscuro. Ojalá me hubiera comprado el dulce.

Inicio
Te quitas los zapatos, la
ropa, te cambias. Colocas algo de música mientras tanto, eliges algo que te
guste, que dé cierta sensación de comienzo. Ambientas. Entonces sacas del
bolso los ungüentos. El de los dolores, tobillos, región lumbar y a veces
rodillas. Afuera lentes, y los collares, los anillos, las pulseras. Revisas
mentalmente el ejercicio inicial mientras frotas el mentolado, o tal vez la
cera humectante para la planta de los pies. Los masajeas apretando firmemente
cada parte haciendo que circule la sangre. Separas los dedos entre sí desde la
base del metatarso y haces que los dedos de la mano abracen el espacio entre
los dedos del pie. Y los llevas hacia adelante y hacia atrás, y delante y
detrás. Remueves los sobrantes de loción con la tela de tus pantalones que
igual van a ensuciarse. Te estiras brevemente. Flexión, extensión y torsión de
la columna. Acostado boca arriba, llevas las rodillas detrás de la cabeza. Al
regreso separas las piernas e intentas tocar el piso con el pecho. Te colocas
de nuevo los lentes. Ajustas la música y si es necesario anotas en silencio la asistencia.
Miras por última vez nítidamente a todos antes de volver a dejar tus anteojos
entre tus cosas y pasas al centro de la sala tocando a todo aquel que esté
cerca. Das nuevamente la bienvenida. Miras de frente, reconoces rostros y
ubicas caras nuevas. Intentas ser amable desde las primeras instrucciones. Casi
siempre ensayas un ejemplo usando un compañero para generar confianza. Si el
ejercicio es individual te mueves evitando el exceso. Dando a entender que más
importante que copiar al calco la movilidad del otro, es el disfrute de la
búsqueda. Si te toca repetirlo, lo vas a danzar con placer. Para provocarlos,
para que quieran probar. Nacerán algunas sonrisas, algunas complicidades. Entonces
así, tratando de no extenderte en explicaciones, sabiendo que sólo en el hacer todo
va a ser comprensible, te lanzas indómito, con novicios y reincidentes al encuentro
con la danza. A la destrucción y creación del universo.

Eléctrica
Muchos años hace desde que
hice una canción. Como un cofre encantado, lleno de polvo y detrás de algunas
maletas estaba. Un estuche semiduro cubierto de lona negra con un largo cierre
lateral. Adentro como viniendo de otro tiempo los restos del cuerpo de madera
lucía incompleto, mutilado. Varias piezas habían sido canibalizadas antes de ir
a dar con los trastos olvidados. Las urgencias del momento hicieron que apenas
vista, fuera clausurada de nuevo y devuelta al rincón de donde había logrado
escapar. Pero, aunque esa vez nada podía indicar otra cosa, aunque sólo fue
expuesta a la vista brevemente, su retorno ya había comenzado. Mucho después,
claro está. Porque como un descubrimiento olvidado, su cuerpo desvencijado se
había vuelto pregunta. ¿Será posible? Entonces pasó un tiempo insondable. Pero ya era un hecho ineludible y el cofre volvió a ser interrogado. Esta vez como
en una experticia forense las preguntas iniciales se centraron en qué faltaba,
qué no servía. Y de nuevo el encierro. Porque en ese momento ya no hace falta
el objeto. El contenido del sarcófago se había vuelto una idea, una pregunta.
¿Será posible? Entre amigos salió a relucir el tema, las preguntas por sus
partes, la recolección de comentarios. La recopilación de ideas. Y con ellas
las historias, los años aquellos y las nuevas formas. Hasta que un día, aquella
arca mortuoria cedió su contenido. Y éste fue limpiado, y explorado a mayor
profundidad, ya con un conocimiento más completo acerca de su funcionamiento.
Usando las herramientas adecuadas. Ahí se evidenciaron sus lesiones y se
vislumbraron sus posibilidades reales de volver al mundo. Los daños eran mucho
menores de lo aparente. Y así el nuevo tiempo de encierro fue menor, las piezas
faltantes comenzaron a aparecer una a una. Y vino el tiempo de ensamblaje. La calibración
de sus partes y comprobación de tono. Fue ahí donde finalmente, limpia,
completa y afinada, volvió a ser empuñada, sonora y potente. Eléctrica.
Rafael Nieves