El
nosotros de mentira
Es un deber fundamental
aceptar que hay un nosotros que no
existe. Me refiero a ese estado dónde en apariencia se encuentra abierta la
posibilidad de constituirse como un individuo parte de algo. Pero ese algo en
realidad, es más producto del sacrificio y esfuerzo específico de algunos, para
bienestar y comodidad de otros. Lo que me parece más dañino es crear además a
través de ese nosotros la sensación
de normalidad. Desde ese estado normalizado es posible ser absolutamente
consciente de los problemas y las necesidades generales, incluso manejar con
lucidez los posibles escenarios para la resolución de los atolladeros. Saber
que está mal y que está bien, vivirlo. Pero al mismo tiempo, carecer
absolutamente de la claridad necesaria para reconocer y asumir lo mal distribuidas
que están las capacidades y atribuciones dentro de cada conjunto de individuos.
Y entonces así como si la palabra lo pudiese todo, nombrar cualquier
apretujamiento de gente que nos roce aunque sea muy tangencialmente, con un resplandeciente
nosotros. Y no es que a partir de
este momento debamos sistemáticamente ejecutar gráficos mentales para
representar cada una de nuestras relaciones, pero, por favor. Especial atención
merecen los casos concernientes a las responsabilidades desatendidas. A los
casos de negligencia premeditada o no. Y por supuesto a las faltas rampantes a
la salud mental colectiva, esas que se transforman en verdaderos atentados
terroristas a las formas más básicas de convivencia. Bombardeos inclementes. Amenazas
nucleares contra cada pequeña posibilidad de reconstrucción de un pensamiento común
medianamente coherente. No amigo, yo no soy responsable de este desastre. Por
algo existe lo poco que tenemos. La culpa de esta extinción masiva no pienso
llevarla en el lomo. Allá esos locos que no tienen cuerpo.

Formas
transitorias de ser
Lamentablemente se nos ha
invertido la ecuación. El esfuerzo para sobre llevar la realidad ha superado en
demasía las exigencias naturales para el logro de las competencias inherentes a
nuestro desarrollo. Aquello de que lo que no mata fortalece, nos hizo trizas.
Nos desbarató. Hoy para reconocer qué somos el esfuerzo se ha multiplicado a la
enésima potencia. Por encima del problema común sobre el reconocimiento de las
distintas identidades de las que hacemos parte y de la propaganda oficial
convenciéndonos de lo que somos y no somos, se han sumado una cantidad enorme
de maneras de manifestar nuestra humanidad que desconocemos casi totalmente. Pero
que ya están ahí al ladito de uno. Lo podemos reconocer por ejemplo en la lucha
encarnizada entre dos madres por el último paquete de pañales desechables ¿Qué
son? Por otro lado está además, su automática deshumanización por algún otro individuo
(que no deseo categorizar), que usando como herramienta algún discurso
regurgitado de otro contexto más esclarecido en apariencia, pretende elevarse
moralmente para categorizar a nuestras contendientes de supermercado como revendedoras
o bachaqueras o algo aun más denigrante. Y es desde esta pretendida altura
moral, desde donde se permite evangelizar a favor de los pañales de tela que usaban
las madres durante un tiempo que seguramente fue mejor y en el que ciertamente él
no había nacido. Pero es que al parecer, en algunos estados del ser se entiende
mejor la relación espacio/tiempo y las madres no trabajan, no hacen cola y no
asisten a las infinitas reuniones de las incontables formas de organización
necesarias para que la sociedad entera marche hacia el mismo sitio donde hoy se
encuentra. Aunque algunos sintamos el vértigo del retroceso.

Unos
adornos
Nada me hace pensar que en
algún momento entender la danza me hará bailar mejor. O ser una mejor persona.
O siquiera contribuir en algo a que nuestro oficio consolide sus espacios
naturales de realización. Al contrario, últimamente me ha dado por pensar que
la danza se encuentra en asedio. Esto es, como si una especie de sombra que
sabe entender muy bien las cosas y etiquetarlas y arreglar carteleras
informativas, se cerniera sobre ella. Dándole cacería. Como en una pesca de
arrastre, trayéndose todo lo que caiga en la red. Y así, una vez bien definida
poder al fin darle un orden. El orden que se merece ese pocotón de cuerpos
realengos. Porque las formas de ser en desorden ya están detalladas. Ya nos las
pensamos. Y eso que están haciendo ustedes, no sabemos ni cómo se llama. -¿A
qué departamento los asignamos? -No sé, me imagino que a uno que tenga bastante
espacio en la pared, para poder engrapar cosas, y guindar unas láminas, y poder
poner unos adornos.
Ahora
que te vas
Voy a aprovecharme de ti en
este momento que te ausentas. Y cuando digo esto, lo hago desde el saberte
vulnerable por todo lo que implica cada llegada y cada partida. No quiero que
te asustes, no voy a pedirte nada. Tampoco quiero que gastes tu tiempo pensando
en qué necesito. Lo que me gustaría aprovechar es más que todo ese tiempo tuyo
que va a ser consumido en tránsito, es decir, un tiempo que no vas a poder
gastar en más nada. Y que muy bien podrías aprovechar para ir ordenando tus
cosas. Las que son sólo tuyas, esas en las que de alguna manera los demás ya no
contamos. Fíjate que no es lo mismo hablar de esto en persona. Es mejor ante todo
ponerlo en limpio y archivarlo. Por si un día vuelves. Algo que no debería
angustiar a nadie porque estando lejos todo se verá mejor, con más perspectiva.
Y estoy seguro que estando de viaje tendrás muchas cosas de qué ocuparte. Me
gustaría que las disfrutes. Que te des el tiempo para vivir cada experiencia.
Que seas lo que se tiene que ser cuando se está en otro lugar. Cuando uno llega
por primera vez o regresa de nuevo. También creo que estando afuera no deberías
pensarnos tanto a los que nos quedamos, que estaremos bien. Ya tu nos conoces. Esa
es nuestra forma natural de ser, tendiendo siempre hacia la vida buena. No te
esfuerces demasiado si nos extrañas, seguro aquí nos mantendremos ocupados. Esa
es otra cosa que nos sale de maravilla. Mantenernos siempre en algo, sin importar
lo muy improductivo que esto pueda ser. Me voy a permitir recomendarte que no
te aferres mucho a los planes, siempre se tuerce algo y sale mejor. Aliméntate
bien, duerme lo necesario. Sé libre. Siempre sé tú. Y por favor, por más que me
veas haciendo tonterías o al menos que sea supremamente necesario, hasta que no
sean tiempos mejores, ya no regreses.
Rafael Nieves