He decidido realizar esta
nota por el solo hecho de no permitir que lo último que aparezca en mi cuaderno
sea un conjunto maltrecho de apuntes dolientes. Porque debo dar el paso. Pero
para qué negarlo. También porque existe un poco de silencio y ya el frío no me
atenaza de manera tan inclemente. Digamos además, que a todo esto se le suma
una especie bastante aterradora, que es la pregunta por el olvido. Pero, como
de lo que se olvida es imposible hablar con propiedad, siento que toca más
centrarme en esa suerte de recuerdo reconstruido a partir de retazos sobrantes que
termina siendo toda experiencia pasada, y esta versión nueva de realidad que
hace tan distinto en nosotros eso que hasta hace poco fue tan verdadero. Al
punto de preguntarnos si esa verdad continúa ejerciendo su peso mórbido sobre
los pechos o es, o fue más bien, una ilusión transitoria. Mi inclinación es a
pensar que las preguntas sobre lo pasado deberían permitir un número variado de
respuestas. No porque no hayan sido algo concreto, sino porque al contrario las
marcas que imprimen en cada quien dejan espacios vacíos muy variados, a través
de los cuales sigue circulando la sangre. Y es tan fuerte la vida, que nos
obliga a entregarnos a otros dolores y otras causas. Si pienso en términos de
tiempo, es imperante preguntarme cuál de todos ¿Este que estoy viviendo mientras
escribo? ¿Aquel que motivó estas palabras? ¿Este otro donde alguien se permite
acercarse a este ejercicio mío de memoria? ¿O quizás ese que se detuvo cuando
tuve que dejarme detrás a mí mismo para poder seguir adelante? Muy posiblemente
en el que en verdad estoy pensando, es en ese que siguió corriendo cuando ya no
estuve más. Uno donde las matas siguen creciendo, el perro ladrando y los
pájaros viniendo a comer a mi ventana. Entonces el olvido se vuelve algo
inclemente e imposible. Porque sin que sepamos arranca el sabor de las cosas,
el color de los cielos y quiebra un poquito el alma. Es un hecho comprobado que
todo siempre sigue creciendo, incluso cuando yacemos inconscientes durante la
noche. Así soñemos con manglares y anacondas fabulosas. Ya qué decir cuando
dejamos de estar. Es ahí donde se hace imposible, porque no se pierde lo que no
se tiene. Y es que ejercitar la memoria sobre las cosas es también un ejercicio
sensorial. ¿Qué es una montaña? ¿Qué es una ciudad? ¿Qué es una familia? ¿Qué
es un nombre? Son cosas que tendríamos que tener aprehendidas del todo y pensar,
mis brazos te recuerdan, mis ojos te añoran, mi boca quiere decirte de cerca.
Quiero oler cómo hueles. Y meter la cara de lleno en esa tomuza de pelo rulo.
Entonces no soy este yo que escribe el que debe saber recordar, sino más bien
otro yo menos enterado, menos definitivo, pero tal vez un poquito más sabio.
Entonces escribo esto no para hacer un recuento de todo lo que recuerdo o de
todo aquello que he olvidado cómo decir, sino tal vez para dar cuenta de todo
aquello que ya no es memoria o recuerdo u olvido, sino percepción incorporada,
encarnación, pedacito de alma imposible de olvidar o recordar. Así entonces la
montaña, la ciudad, la familia, los nombres, los pájaros, el perro, las matas y
todo lo demás seguirán conmigo. Juntos formamos ahora una suerte de Golem de hueso y carne, con el poder de reír y llorar por todos,
disfrutar y sufrir lo necesario, amar y odiar lo justo. Porque la verdad es que
así, amontonados todos dentro de este solo cuerpo, no somos ni queremos ser
santos. Aunque esta forma de encarnación, esta monstruosidad de la existencia
conjunta, evoque de cierta manera el sacrificio o la mortificación en el sentido
místico. Nada hay de puro en una vida que se reconstituye a punta de pedazos
vividos. Pura mixtura. Porque andando así, reciclados en nosotros mismos ya no
somos nosotros. Somos una nueva invención que tiende a no querer desprenderse
de las cosas que tuvo. Que sabe que caminando así, lentamente hacia la vida, va
quedando cada vez más cerca de la muerte. Es ahí entonces cuando me levanto
agigantado. Con la fuerza de las matas y la montaña y la ciudad y los nombres y
los pájaros y el perro que soy yo, y ese olor de tus greñas cuando estás recién
levantada, y soy todos. Y con esa fuerza arrolladora de ríos y culebras de agua
dulce, avanzo a nuestro paso, que es el paso de los que aunque tristes nunca
dejan de amar la vida.
Rafael Nieves