No voy a negar bajo ninguna circunstancia las
condiciones adversas a las cuales debí estar sometido para permitirme
re-dimensionar mi pensamiento hacia esta orilla en la que se encuentra. Pero más
allá de cualquier forma de relato o crónica basada en una realidad siempre
cambiante (y la particularidad de mi carácter), intuyo que es mucho más
poderoso enfocarme en reconocer que hemos debido atravesar fronteras, olvidar
lo que hemos construido materialmente, distanciarnos de nuestros afectos para poder
terminar de otorgarle el adecuado valor a nuestras experiencias con los otros como
base fundamental para la propia razón de estar en el mundo. Y es desde ahí donde
quizás se hace verdaderamente posible permitirse llevar a fondo la pregunta por
la función real que cumple nuestro oficio, aquello que pensamos es nuestra
esencia o sobre qué realmente estamos trabajando.
El oficio de la danza visto desde la perspectiva del
trabajo de contacto nos coloca de manera definitiva ante el problema de la relación
con el otro. De esta manera nuestras preocupaciones naturales cambian. Los que obramos desde
el cuerpo, no sólo en la vida cotidiana sino también en las muchas otras formas en que es
posible el ejercicio de la existencia, llegamos a sentir un desplazamiento en
nuestras prioridades, las cuales en la mayoría de los casos se encuentran tradicionalmente
centradas en nuestros propios cuerpos. Nos mudamos un poco, así sea de manera
inconsciente al cuerpo del otro. Delegamos cierto respeto y cuidado íntimo a la
inmediación de otras pieles, otros músculos, otros huesos. Pero aún así esto no
termina de ser del todo cierto, toda vez que reconocemos que el otro es mucho
más que una estructura orgánica. Toda vez que aceptamos que el otro es también
siempre y al igual que nosotros, voluntad de acción. Entonces estar con él no
es simplemente sentir o dominar o entender formas. De alguna manera que no
siempre es tan clara para nosotros, danzar con los demás es también vivir juntos. Compartir ya no sólo el
interés por todo aquello que la danza dice por sí misma para nosotros o para el
que asiste a su desarrollo como testigo/lector, sino también una forma de
convivencia que se sustenta en acuerdos y posibilidades. De cierta manera los
que danzamos juntos debemos permitirnos así no sepamos todavía cómo, darnos la forma de manera mutua. Es así
como se plantean ideas que no ocurren enteramente como pensamiento sino que
también son cuerpo y reconocimiento. Caricia o abrazo que se trasforma en
oración. Tanto esa que se le dice al otro, como aquella que podemos pronunciar
juntos y es sierva de una búsqueda mayor. Cabalgando entre lo que se comprende
y lo que se intuye, lo que se aspira. Entre lo que desconocemos y la creación de
sentido desde la compasión. Danza que se constituye desde la posibilidad del
reconocimiento y otorga siempre la opción múltiple de la construcción colectiva
e individual. Y es aceptar que así su estudio se haga necesariamente desde la
posibilidad que nos ofrecen los otros cuerpos, es en nosotros, cada uno
individuo libre y responsable, que florece la posibilidad de convivencia. Dice
Savater en su ensayo Iniciación a la Ética que toda acción es producto de una
tensión entre el egoísmo y la necesidad de identificarnos. Esto es, hacernos
idénticos a lo que reconocemos. Entendiendo que
es a través de ese reconocimiento como logramos la mayor cantidad de
satisfacción. La seguridad de sentirnos parte de algo más grande o mejor, eso a
lo que necesitamos sentirnos idénticos. Pero al mismo tiempo siempre tenemos
planteada la opción que ofrece la perspectiva del placer que produce el egoísmo.
Como manifestación de nuestra posibilidad de toma de decisiones individuales, desde
la cual existe una mayor perspectiva de transformación. Para poder avanzar,
crecer y ser otros, ojalá mejores. Y esto es, asumir las riendas y riesgos de
nuestra propia libertad, que en nuestra particularidad de danzantes del
contacto nos deja ante la pregunta idéntica y egoísta sobre cómo se mueve sólo un bailarín de contacto.
Preguntas que debemos respondernos a nosotros mismos pero que son más
exquisitas si se hacen desde el reconocimiento del otro y se disfruta del
vértigo de la elección libre por amar o no el cuerpo de ese otro.
Entonces ¿Qué estamos entrenando? ¿Qué es lo que
puede inferirse a raíz de reconocer que en realidad solamente poseemos para poder
ser enteramente en el mundo el reconocimiento, la mirada, el cuerpo y la
búsqueda de los demás?
Decía inicialmente que no es escondiéndome en la
circunstancias de la realidad donde creo posible encontrar las respuestas por
el estado actual de mi forma de ver el mundo. Porque realmente creo que la
práctica constante del amor por el cuerpo del otro no puede llevarnos a otro lugar
que no sea cuidar, respetar, escuchar y sentir junto a ese otro ser que nos
completa. Que danzar desde el acto de tocar
nos arroja irremediablemente a la búsqueda del entendimiento, del acuerdo.
Nociones como vivir juntos, darnos la
forma, trabajo de contacto, tocar, nos
dejan ante la tensión creada por nuestra necesidad de ser idénticos y a la vez
egoístamente diferenciados. En la persecución de las satisfacciones de la
estabilidad, lo completo, lo único y el placer que nos arroja a la
transformación constante, al goce de la experiencia, a la movilidad propia.
Desearía pensar que lo verdaderamente importante está en reconocer que todo
esto es posible sólo a partir del reconocimiento del otro como igual. Que la
conversación, el disfrute y la disposición a disolver los desencuentros que se
da entre los cuerpos en nuestros salones de ensayo, revelan nuestra capacidad
para auto-regularnos, para develar las perplejidades del mundo compartido. Que
ser libres y en especial la libertad que nos confiere ser en la danza, es sólo posible
en función de honrar el placer de vivir juntos. Que estamos construyendo posibilidades
desde el cuerpo para el vértigo de la convivencia. Y que hacer una danza de
contacto es también un estudio sobre nuestra propia capacidad de ser mejores
seres humanos, o tomar la voz de nuestro querido Armando Rojas Guardia en su
ensayo La atención, La espera, y poder vivir "El resplandor inédito que
permite reconocer al hermano en el desconocido, con todo lo que ese
descubrimiento comporta de alegría y ternura..."
Rafael Nieves