miércoles, 22 de agosto de 2018

El destierro del sueño



Quiero soñar con la danza. Porque estando cerca de esos límites donde se duda de cualquier cosa, tengo sólo una que puede salvarme. El problema es que decir con los ojos cerrados implica el riesgo de caer o volverse uno hacia sí mismo desde una dirección completamente diferenciada de todas aquellas desde las cuales puede o sabe uno hablar. Y sin habla cómo se evoca entonces ese sueño de cuerpo tocado y suelo que se abre a nuestro roce. Sólo danzando, es cierto, pero queda la duda de dónde poner lo que falta. Cuerpo que se estremece como réplica infinita de aquella, la tierra que tiembla y se quiebra y se duele. Es así que se ejercita la palabra como posibilidad del cuerpo que se sueña en continuación de resonancia. Es así como se danza con los ojos cerrados. Es así como se premedita la astucia que propiciará el encuentro. Y cada uno en su propio centro podrá obrar como magnífico danzante, encontrado más allá del borde, en lo más profundo del abismo, muy por debajo de las piedras que bregarán por interponerse entre el sol y nosotros. Una caricia bien ganada a la sombra de este espejismo que parece la vida pero que tiene otra textura. No obstante bajo la forma culminante del paso soñado, se oculta silenciosa la retícula infinita de un dibujo diestro. Torpe, pero diestro. De líneas que se cruzan, de vidas que se rozan. No habrá entonces forma alguna que contenga la consciencia de aquellos que se atreven. Búsqueda de fuego, marea infinita de candela que sólo encuentra sosiego más allá de la imagen, más allá de la palabra, más allá del cuerpo. Sin rostros, tomados de las manos, sin poder distinguir uno de otro, ni el plano específico donde se proyecta nuestra textura, se doblará en el tiempo y mañana será hace un rato y nadie tendrá que postrarse más que ante su propio deseo. Juntos, como un todo que cabe en una mano, esa que toca pero sueña conmigo el infinito. Seremos algo, luego nada, porque así se siente eso que danzo. Pobre de nosotros si no lo disfrutamos, pobre de nosotros si la danza no nos quema, si no nos arrasa con su lengua luminosa, porque el día habrá llegado y este sueño que pienso compartido ya será ceniza y las olas de los tiempos que limpian no dejarán vestigio, sólo mugre arrancada de las carnes, sólo trozos sobrantes de pellejo, sólo secreciones ardorosas en pieles laceradas y el placer se habrá perdido. La experiencia ya completa sin nosotros, se cerrará en sí misma bajo una capa gruesa de costumbres estériles, de momentos sin sentido, de puro vicio y pensamientos lascivos. Este instante retratado con tan escasa destreza por mi propia  incapacidad para hacer nada mejor que vivir en ese instante, se volverá sólo esto, letras acumuladas unas tras otras en un papel imaginario, ya sin vida, ya sin fuego, ya sin alma. Cuerpos que se sueñan vivos y mueren antes de que llegue la mañana. Cuerpos sobre cuerpos intentando torpemente penetrarse unos a otros, mendigando sensaciones rancias, implorando por alguien que los ponga al menos una vez en el mundo. Sufriendo el verdadero destierro de aquel que no vivió la danza.

Rafael Nieves

lunes, 9 de julio de 2018

Golem de hueso y carne



He decidido realizar esta nota por el solo hecho de no permitir que lo último que aparezca en mi cuaderno sea un conjunto maltrecho de apuntes dolientes. Porque debo dar el paso. Pero para qué negarlo. También porque existe un poco de silencio y ya el frío no me atenaza de manera tan inclemente. Digamos además, que a todo esto se le suma una especie bastante aterradora, que es la pregunta por el olvido. Pero, como de lo que se olvida es imposible hablar con propiedad, siento que toca más centrarme en esa suerte de recuerdo reconstruido a partir de retazos sobrantes que termina siendo toda experiencia pasada, y esta versión nueva de realidad que hace tan distinto en nosotros eso que hasta hace poco fue tan verdadero. Al punto de preguntarnos si esa verdad continúa ejerciendo su peso mórbido sobre los pechos o es, o fue más bien, una ilusión transitoria. Mi inclinación es a pensar que las preguntas sobre lo pasado deberían permitir un número variado de respuestas. No porque no hayan sido algo concreto, sino porque al contrario las marcas que imprimen en cada quien dejan espacios vacíos muy variados, a través de los cuales sigue circulando la sangre. Y es tan fuerte la vida, que nos obliga a entregarnos a otros dolores y otras causas. Si pienso en términos de tiempo, es imperante preguntarme cuál de todos ¿Este que estoy viviendo mientras escribo? ¿Aquel que motivó estas palabras? ¿Este otro donde alguien se permite acercarse a este ejercicio mío de memoria? ¿O quizás ese que se detuvo cuando tuve que dejarme detrás a mí mismo para poder seguir adelante? Muy posiblemente en el que en verdad estoy pensando, es en ese que siguió corriendo cuando ya no estuve más. Uno donde las matas siguen creciendo, el perro ladrando y los pájaros viniendo a comer a mi ventana. Entonces el olvido se vuelve algo inclemente e imposible. Porque sin que sepamos arranca el sabor de las cosas, el color de los cielos y quiebra un poquito el alma. Es un hecho comprobado que todo siempre sigue creciendo, incluso cuando yacemos inconscientes durante la noche. Así soñemos con manglares y anacondas fabulosas. Ya qué decir cuando dejamos de estar. Es ahí donde se hace imposible, porque no se pierde lo que no se tiene. Y es que ejercitar la memoria sobre las cosas es también un ejercicio sensorial. ¿Qué es una montaña? ¿Qué es una ciudad? ¿Qué es una familia? ¿Qué es un nombre? Son cosas que tendríamos que tener aprehendidas del todo y pensar, mis brazos te recuerdan, mis ojos te añoran, mi boca quiere decirte de cerca. Quiero oler cómo hueles. Y meter la cara de lleno en esa tomuza de pelo rulo. Entonces no soy este yo que escribe el que debe saber recordar, sino más bien otro yo menos enterado, menos definitivo, pero tal vez un poquito más sabio. Entonces escribo esto no para hacer un recuento de todo lo que recuerdo o de todo aquello que he olvidado cómo decir, sino tal vez para dar cuenta de todo aquello que ya no es memoria o recuerdo u olvido, sino percepción incorporada, encarnación, pedacito de alma imposible de olvidar o recordar. Así entonces la montaña, la ciudad, la familia, los nombres, los pájaros, el perro, las matas y todo lo demás seguirán conmigo. Juntos formamos ahora una suerte de Golem de hueso y carne, con el poder de reír y llorar por todos, disfrutar y sufrir lo necesario, amar y odiar lo justo. Porque la verdad es que así, amontonados todos dentro de este solo cuerpo, no somos ni queremos ser santos. Aunque esta forma de encarnación, esta monstruosidad de la existencia conjunta, evoque de cierta manera el sacrificio o la mortificación en el sentido místico. Nada hay de puro en una vida que se reconstituye a punta de pedazos vividos. Pura mixtura. Porque andando así, reciclados en nosotros mismos ya no somos nosotros. Somos una nueva invención que tiende a no querer desprenderse de las cosas que tuvo. Que sabe que caminando así, lentamente hacia la vida, va quedando cada vez más cerca de la muerte. Es ahí entonces cuando me levanto agigantado. Con la fuerza de las matas y la montaña y la ciudad y los nombres y los pájaros y el perro que soy yo, y ese olor de tus greñas cuando estás recién levantada, y soy todos. Y con esa fuerza arrolladora de ríos y culebras de agua dulce, avanzo a nuestro paso, que es el paso de los que aunque tristes nunca dejan de amar la vida. 

Rafael Nieves

martes, 24 de abril de 2018

Itinerario



Hija
La vida está en otra parte. Donde tú y yo nos encontramos. Y donde amar es tu nombre disfrazado de brisa fresca y hojas secas por el sol.

De regreso
Con nuestra amiga devolví algunas cosas que no me parecieron imprescindibles. Un pedal de música y unas cartas que tenía para vender. Una pelota con la que quería retomar el acto de malabar y un libro de ética que sí me dolió un poco. También unos discos y unos libros que llevaba como regalo. Un pañito azul, una franela gris y una correa negra. Lo demás no lo recuerdo y la verdad nada es tan importante. Por un momento tuve entre las manos los libros de Bachelard y esos botines de gamuza que tanto me gustan. Nuestra amiga me convenció afortunadamente de ponerme las dos chaquetas. Los zapatos los puse en el bolso de mano, el cual quedó endemoniadamente pesado, y seguí abrazando todo el camino una bolsita plástica con los libros, incluyendo ese otro tan querido que me regalaste en mi cumpleaños. Olvidaba decir que también tuve que devolver mi pantalón de cuero negro. Lo cual es una lástima porque hubiese regresado conmigo al sitio de donde lo traje. Esto me hizo pensar que todo siempre regresa, aunque tal vez este no era el momento oportuno.

Volando
Sentado entre las nubes pude pensar en todas esas cosas que te gustan. Recordé por ejemplo cómo te gusta que te explique cada pequeña cosa. Cosas sencillas como cerrar la ventanilla (siempre tuya por supuesto) y ajustar la mesita de enfrente. El deleite de verte tratando de comprender ese sistema en el cual hay que empujar hacia atrás con la espalda al tiempo que pulsamos el botón en el posa-brazos para poder reclinar la butaca. Darte detalles acerca de ese otro sobrecito de polvo blanco que no es azúcar y se llama crema para el café. También pude imaginar largamente, más bien recordar, cómo sostienes mi cara entre tus manos pequeñas y hurgas distraídamente con los dedos entre mi barba. Un premio por prestarte atención y mirarnos directo a la cara cuando hablamos de todas esas maravillas en miniatura. Sin importar que esa atención tuya decline invariablemente hacia la conclusión de siempre, en la que me dices cuánto te gustan mis bigotes de gato.

La hora de comer
Tuve una vianda. Rellena de pollo y arroz. No estaba repleta, pero era muy feliz porque la cantidad era siempre suficiente. Nunca me cansaré de agradecerte por cómo cuidaste de nosotros. Esos días afortunados, en tres lugares distintos, tres viandas muy parecidas se abrían y la palabra gracias se dibujaba en nuestros rostros. Tres rostros satisfechos que en poco tiempo cerrarían tres viandas vacías y sucias. Nunca pude imaginar cómo serían nuestros manteles o el lugar exacto que cada uno elegiría para comer. Ni siquiera si alguno se tomaría el tiempo de recoger con los dedos, uno a uno lo granos de arroz restantes para no dejar desechos. Yo al menos, elegía siempre un lugar apartado, casi escondido. Donde no resultara inconveniente mi presencia u ofensivo el contenido de mi vianda. Pero por más que me escondiera o decidiera apartarme, nunca pude dejar de escuchar esas voces pequeñas que jugaban a empujones. Ni tampoco evitar preguntarme si ellos también tenían la suya o si tenían al menos alguien como tú, que pudiera ponerles tanto amor adentro.

Rafael Nieves


lunes, 9 de abril de 2018

Supraconsciencia


Goya
Me gusta llamar Trabajo de Contacto a cierta síntesis particular de experiencias e ideas bajo las cuales me he encontrado sumergido durante ya bastante tiempo. Esta me han permitido proyectarme tanto en el área de la creación como en la formación, entrenamiento y gran parte de los esfuerzos por darle una forma coherente a mis reflexiones. Estas prácticas se han constituido en un hervidero constante de preguntas, cuyas respuestas no siempre ebullen de manera totalmente acabada, ni mucho menos se transforman en axiomas o reglas que tiendan a una suerte de generalidad uniforme. Muchas veces estos vislumbramientos se dan en un ámbito tan íntimo que a tanto a mí como a mis compañeros de faena (muchos ocasionales, pero algunos pocos muy obstinadamente persistentes como yo), nos cuesta muchísimo exponer con palabras que sintamos adecuadas. De hecho hemos llegado a insinuar que es muy posible que estos hallazgos no tengan nombre, que probablemente no valga la pena colocárselo para no correr el riesgo de empobrecer la experiencia. Algunos días se asoma la idea de que estas respuestas que nos devuelve el cuerpo, son en verdad percepciones, sensaciones que antes de dejarse nominar, preferirían huir de nosotros. Abandonarnos por siempre. Es entonces ahí cuando surge la posibilidad de preguntarse acerca de qué es lo realmente importante, cuál es el enfoque indicado desde el cual sería posible aprehender aunque sea muy esquivamente el fenómeno y poder seguir siendo parte de él. Porque más allá de la forma en que cada cual vive su respuesta, independientemente de lo que cada uno pueda guardar para sí de la experiencia, está la necesidad de poder reproducir las condiciones para que esto ocurra de nuevo. La pregunta entonces podría ser ¿Cuáles son las vías a través de las cuales es posible crear las condiciones adecuadas para la vivencia de una experiencia que podíamos considerar como de Consciencia Sensorial Extendida desde las cualidades del tocar?

Mi respuesta es: El Trabajo de Contacto. Más que una fórmula mágica o algún tipo de compendio de ejercicios instrumentalizados para caer en trance, estoy inclinado a creer que se trata de una síntesis de disfrute y uso creativo de la imaginación sensorial. Y como es de esperarse, toca decir que sólo es posible reconocer enteramente de qué se trata a través de su práctica, de lo contrario quedaríamos limitados a una muy regular exposición de mi parte, de lo que debería ser un universo bastante variado de vivencias que se corresponden a la experiencia íntima de cada quien. Entonces por este medio solo resta asomarse a la intimidad de quien narra y se permite un acercamiento a esta vasta zona de penumbras, usando lo mejor que puede las pocas herramientas funcionales y por demás condicionantes que humildemente posee.

Mucho más cercano que la pretensión de generar una categoría, el nombre Trabajo de Contacto intenta (muy ingenuamente por cierto) mantener un vínculo con esa área tan conocida dentro del ámbito de la Danza Contemporánea como es la Improvisación de Contacto. En un esfuerzo bastante temerario he pretendido insinuar que aunque la improvisación como herramienta es fundamental en el ejercicio de esta forma de exploración, no lo es como punto focal o esencial. En el Trabajo de Contacto casi todo el tiempo se improvisa, pero no es una improvisación lo que se persigue como resultado final del contacto. Desde una noción más amplia el concepto de Trabajo nos coloca bajo la perspectiva de generar algo. Aunque producir en sí mismo tampoco es una respuesta, al menos deja por sentado que la intensión es extenderse un poco más allá de la composición de los cuerpos y su funcionalidad coreográfica. La producción que nos interesa aquí, no está reñida con la destreza en sí misma, sino que intenta proyectarse por encima de lo que representa simplemente el Baile. Hanni Ossott dixit. No se trata de arrebatar lo que de virtuoso y muy esforzado adquiere el cuerpo del bailarín con la práctica. No se trata de perder lo que de Baile tiene la Danza. Sino dedicarse a construir vías para la producción de un estado de consciencia extendido. Un acercamiento a otra forma de entender el universo desde lo corporal, otro cosmos. Otro espacio que se agranda y se disuelve ante el cuerpo suelto en percepción. Gigantes, los danzantes que tocan extienden sus redes por todo lo sentido, intuyendo otras posibilidades. Creando otros mundos. Entonces el Trabajo bajo la perspectiva del Trabajo de Contacto, es cuerpo queriendo ser otra cosa. Labrándose otra oportunidad de ser. Obrando un estado de Supraconsciencia. Entender la idea de Contacto aquí, es asumirlo como instrumento para ampliar esa consciencia por medio de la percepción sensible. Consciencia entendida como consciencia de mundo. Bajo la concreción del cuerpo en relación a todo lo que toca, los otros danzantes, los objetos, el piso, el aire, incluso el roce de su propia ropa o su propio cuerpo. Reconociendo que cada universo sensitivo personal se encuentra moldeado, posee hábitos y genera su propia representación a la que le asigna sentido. Y eso, para bien o para mal, más que entender es sentir. Y muy posiblemente nos deje mucho más cerca de nociones como intuir o imaginar. Y es de allí, desde ese lugar privilegiado, donde se accede a la Danza como experiencia de lo que tiene de posible el cuerpo para la expresión y el arte.

Constituirse desde esta experiencia nos acerca a la vida. Nos ofrece la posibilidad de retribuirle a nuestro entorno la multiplicidad de frecuencias en las que ésta se nos manifiesta. Nos enajena de la posibilidad de perdernos vacíos, errantes, porque la gama de sensaciones posibles que se desprenden de esa Consciencia Extendida de Cuerpo nos acercan a un conocimiento distinto del mundo. La expresión de una extremidad deviene poética. El torso se materializa en una dimensión donde la relación entre los extremos de nuestra columna son metáfora cambiante. La cabeza: astro. Nuestros pies, llamas flameantes. Nuestras manos agua, cielo, rayo. Espalda, frontera. Pecho: cobijo, casa, abrigo. Nuestros dedos, cosas sin nombre. Codos y rodillas, veredas; los muslos: campo. Cuello: mar.

Sólo somos por la gracia del otro. Cuando nos toca, nos hace y en ese instante tenemos más, y nos reconocemos como uno. Somos mejores, más bellos. Nos volvemos metáfora de deseo, de miedo, de sorpresa o de recuerdo. Nada peor que no ser tocado. Porque no nos sabemos, y nos creemos solos, y nos preguntamos ¿Qué es este piso? ¿Quién este techo? ¿Por qué tantas paredes?
Rafael Nieves

lunes, 19 de marzo de 2018

Perderse



Me gusta pensar que puedo encontrarme. Que tengo formas variadas de acercarme a mí mismo. Tratar de entenderme de maneras distintas. Como si dependiendo del enfoque pudiera considerarme alguien diferente. Pudiendo cada uno de mis pedazos formar parte del rompecabezas que soy. Incluso estando seguro que algunas de mis piezas se encuentran regadas por el suelo. Perdidas debajo de los muebles que antes eran blancos y tapizamos de negro. Con las puntas mordidas por mis loros o alguno de los hámster que siempre han tenido nombre de mujer. E incluso algunas partes, ya extraviadas definitivamente. Caídas por el balcón en algún arrebato de rabia, en cuyo caso puedes verlas si te asomas (ya descoloridas de tanto llevar sol), sobre el techo del vecino de abajo. Tiradas al bajante bajo alguna pulsión de limpieza, confundidas con otros retazos de cosas ya rotas y desechas. Húmedas, escurridas y vueltas a mojar en la lavadora, junto a la ropa de la danza que tanto se suda y se descompone. Sembradas, enmohecidas, putrefactas dentro del compós o los materos. Quizás alguna, seca, deshidratada, con la piel pegada al hueso como la pequeña lagartija que salió hecha fósil del estuche viejo de herramientas. Otra, enchumbada, caída en el inodoro, cual fantasía improbable de cepillo dental cualquiera. Atravesada, envuelta en cabellos y vellos púbicos, aglutinando desechos aborrecibles en el desagüe de la bañera. Oculta, mullida entre la lencería que guardamos para algún día que no supimos hasta que nos tuvimos que ir. Ágil, escurridiza, veloz, escapando desapercibida entre nuestros dedos cuando registramos impunemente la gaveta de los ganchos de pelo, entre sortijas, pulseras, collares, pinturas de uña, algodón suelto y lápices mongol. Ilustrada y muy interesante entre dos tomos de poesía venezolana contemporánea repetidos porque uno era para regalo. Detrás del vestuario de la obra aquella que tanto nos gustaba y que dejamos casi a mano esperando que saliera una última función o quién sabe, tal vez un remontaje. Cómoda, agazapada debajo de la cama donde nadie sabe cómo llegó porque hace años le quitamos las patas al box. Distraída entre los discos viejos, esperando otra vez esa canción, ignorante de la llegada del formato digital y el mp3. Inservible, tragada y regurgitada por mi perra, en un momento de ansiedad extrema. Divertida, confundida entre colores en la cesta de juguetes de la niña. Entre los retazos de tela sobrantes que alguna vez pudieron ser algo. Entre la multitud de papeles almacenados de cualquier manera en la peinadora o entre los muy organizados que están en los archivadores de acordeón. Detrás de los estuches de bandola, envuelta en motas de polvo y chiripas muertas. En los peroles del bañito. En la camita de Bazuka. Detrás de todos los comestibles y tazas y platos de los estantes. En un par de palabras mal dichas. Entre dos momentos muy malos. En alguna cosa que no debí haber hecho. En medio del bosque de frascos semi-llenos que habitan sobre la peinadora. O muy posiblemente en la maleta vieja, esperando desde hace tiempo que llegara el resto, amargada y solitaria porque sabe que le va a tocar en algún momento, ir a perderse en otra parte.
Rafael Nieves

lunes, 12 de marzo de 2018

Extraordinario



Casi todos los días pasan cosas extraordinarias. Algunas muy brillantes, otras, más bien opacas. Puede pasar que sólo al final de ese día o incluso muchos días después del evento sea cuando nos hagamos conscientes de estos fenómenos sobresalientes. Es posible que nos acurran algunas eventualidades que no identifiquemos nunca, que jamás nos parezca que ocupan un lugar dentro de nuestro registro. Sin embargo muchas de ellas, sepámoslo o no, es posible que se queden con nosotros, que se nos instalen dentro. A veces, somos capaces de captarlas en el momento y disfrutar de ellas, sin importar su sino. Estos eventos se transforman de manera inmediata en parte de nuestra trama, independientemente de cómo esté elaborado el argumento o el desenlace de ese último balance. Ese que una vez caído el velo sobre la vigilia, nos entrega al sueño como a una oscura versión nemotécnica. Un instante en que dichos eventos se magnifican o disuelven como gotas claras en agua turbia, se transmutan en experiencia vivida otra, con otro sabor y menos fatiga.

El pasado sábado tuve la fantástica y ambivalente oportunidad de experimentar de manera casi simultánea, dos de estos eventos extraordinarios. Al menos eso me pareció a mí desde la experiencia. Y es sólo hasta ahora cuando me detengo para registrar esas asociaciones inexplicables, que tanto me abundan. El primero consistió básicamente en realizar una charla en torno a la Imposibilidad de lo exacto, donde después de mucho imaginarlo pude, durante una hora y quince minutos conversar libremente sobre mi visión particular de la danza, leer tres fragmentos de escritos distintos extraídos de mi blog, tocar dos temas con bandola, uno con la kalimba, leer dos cuentos cortos propios y hacer dos improvisaciones libres, además de atreverme a usar una ruana y una máscara hechas por mí mismo. Todo junto y sin pausa. No estoy muy seguro de que haya quedado tan bien, pero sin duda es algo muy poco ordinario.

El segundo evento fue más simple. Me atreví por fin a abrirle un agujero más a mi cinturón marrón de cuero.

Este último evento, hablando con sinceridad, no tiene nada de original. Ni resulta, para ninguno de mis coterráneos algo demasiado particular en estos momentos. De hecho, el simbolismo que representa es tan común que posee una construcción verbal de uso cotidiano. Casi todos hemos pensado que estos son tiempos en que es necesario apretarse el cinturón. En mi caso, lo particular fue tomar consciencia del tiempo que tenía postergando dicho acto. Esto fue posible, obviamente debido a que tengo otro cinturón más. Uno negro. Pero la verdad, no era eso lo que me contenía de agujerear antes mi correa. Lo fue el hecho de que todos estos años he estado esperando no tener que hacerlo. La esperanza de recobrar la talla que me permitía usarlo antes, me había inhibido durante todo este tiempo de agarrar la correa y abrirle un hueco extra. Uno pequeño, solo lo suficientemente grande como para que entrara el palito de la hebilla. También tomé consciencia del esfuerzo que había representado para mí no hacerlo. En este momento necesitaría hacer un aparte para explicar lo difícil que ha sido diariamente, durante tanto tiempo usar solamente mi correa negra, independientemente del color de mis zapatos.

Un buen comienzo sería contar que mi padre me pagaba para que le lustrara los zapatos. Su oficio era comerciante, como bien atestigua mi partida de nacimiento expedida en la parroquia La Candelaria. Su trabajo, lo cual supe, era vender cosas de puerta en puerta. Alfombrado para la casa y pisos Conquer, puertas Multilock, obituarios y onomásticos para la prensa, y así hasta que nos perdimos el rastro. Sus utensilios eran como es de imaginar un maletín ejecutivo, pluma o lapicero marca Parker, flux, corbata y zapatos negros o marrones de acuerdo al traje. La correa variaba estrictamente de acuerdo al color del calzado. Eso no me lo dijo nadie. Lo aprendí jurungando su closet y observándolo atentamente cada mañana antes que se fuera tocar timbres para vender cerraduras. Eso, el agua de colonia Brut y el talco Jean Naté. Los zapatos pulcramente guardados aun en sus cajas respectivas, con esa especie de papel cebolla que se usa para que no se ensucien entre ellos. Entre las cajas como un objeto encantado, siempre aparecía como mudado mágicamente, un calzador metálico. Fascinante, y sobre todo útil porque mi papá prefería los mocasines, al parecer no le gustaban en absoluto tener que amarrarse las trenzas. En el closet suspendidas sobre la puerta, habitaba un bosque de corbatas, entre las cuales estaban las correas. Marrones y negras, delgadas como dictaba la moda. Con su lógica de organización de donde no escapaban los pañuelos y una única billetera sólo repuesta una vez cada cuatro o cinco años dependiendo de la calidad y me imagino que de su esposa que era quien lo ayudaba a mantener aquel orden. Lo mío era simplemente agrandar mi mesada, para lo cual también ejercía el oficio de lavar el carro.

Hace ya casi cuarenta años de aquel aprendizaje sobre indumentaria masculina, y me parece extraordinario que haya sido sólo hasta este sábado, cuando tuve consciencia de uno de los posibles orígenes de ese esfuerzo también extraordinario que ha representado para mí, no haberme podido poner en estos últimos y macabros años mi cinturón marrón, tal como lo dispone la regla. No es que yo no sea el de sandalias franciscanas y los zapatos de goma. Pero es que si me voy a poner los botines café que me compré hace tanto en Bogotá, debo asumir que hay algo mayor que mi voluntad que me impide no desear usar esa correa marrón de tan buen gusto que le hace juego. De manera que abrirle ese agujero extra, así sea matar la esperanza y aceptar que nada podrá cambiar en un buen tiempo, se me ha hecho lo mismo que recobrar aquel bosque fantástico de corbatas y mocasines de cuero. El olor a crema Cherry con trapo amarillo y jugar con cajas llenas de zapatos, que hoy me quedarían apretados porque llegué a tener el pie más grande. Y cómo no va a valer vestirme con gusto, combinarme cinturón y zapatos. Cuando mi público principal para ese primer evento (esa charla devenida en exhibición de medios mixtos unipersonal), ese, mi público más querido ha sido mi hijo grande, que aun siendo ya adulto, se permite acompañar a su viejo mientras habla hasta por los codos y se quita los zapatos como si fuera algo extraordinario.
Rafael Nieves

lunes, 5 de marzo de 2018

Algunas imprecisiones sobre la danza



He intentando discernir muy remotamente, casi con vergüenza, sobre nuestra incapacidad/capacidad para hacer teoría sobre el cuerpo en movimiento, o cumplir de manera más o menos acertada cierta función intelectual dentro del campo de la danza. Igualmente me he permitido ir estableciendo algunas consideraciones, muy libres, acerca de mi experiencia particular en el área. Téngase en cuenta que bajo ninguna circunstancia he pretendido establecer normas ni generalizar tanto como no sea, dentro de mi propio cuerpo y a partir de mi propia obra. Casi siempre desde la premisa de tributarme a mí mismo una suerte de comprensión primaria acerca de lo que ha sido mi práctica, que por demás ha ido nutriéndose de tales ejercicios imaginativos. Y he terminado por generar más obra. Este mecanismo opera básicamente por reacción. Como mecanismo de defensa. En el sentido concreto de mi práctica, el asociarme a instancias académicas (nunca administrativas), ha resultado en un ejercicio constante de supervivencia de los valores más básicos de la experiencia creadora. La racionalidad y el empeño avasallante de la instrumentalización del saber ha sido una sombra enorme, la cual hemos tenido que identificar progresivamente e ir buscándole sitio, para poder luego permitirnos revalorar nuestra experiencia y a los efectos, las maneras distintas en que se dan los diversos procesos de comprensión de nuestras prácticas como creadores asociados a las capacidades expresivas del cuerpo. Si de alguna forma, así sea remota, esta experiencia nuestra puede servir de faro para alguien interesado en dichos procesos, sea bienvenido. Si por el contrario este tipo de iniciativas le resultan innecesarias debido a la preponderancia de la práctica por sobre cualquier otra posibilidad, espero que al menos se permita disfrutar del tono en que están descritas. Pero eso sí, no pierda de vista que quizás cerca de usted hay alguien tomando nota. Alguien que muy posiblemente no haya podido acceder de primera mano a la experiencia directa de la danza, y se atribuirá la facultad para describirlo, para retratar su hacer e incluso tomar algunas decisiones, y con eso tendrá que conformarse.

Por mi parte, en este momento deseo limitarme a enumerar una serie de cuestiones sobre las cuales me es posible sustentar un acercamiento a mi propia práctica. Una lista para ver si algún día me entiendo.

1.    Sobre la dificultad para definir con exactitud la danza.
La necesidad de escapar del ámbito netamente racional en función de incorporar a la definición de cuerpo y expresión, dimensiones de comprensión relacionadas con el campo de las sensaciones, emociones e intuiciones.

2.  Sobre una posible definición de la danza partiendo de la descripción de una práctica concreta.
La importancia de la danza como espacio de vínculo del cuerpo con otras funcionalidades no utilitarias. La expresión como necesidad. Niveles distintos de relación con el otro y valoración expresiva de lo otro cotidiano.

3.    Sobre cuáles son las formas en que la danza puede decirse a sí misma.
La importancia de que las propuesta y discursos de la danza, le permitan expresarse con sus propias cualidades significantes. Las prácticas de la danza en sí mismas como su propia forma de asociarse con en el otro en niveles distintos de empatía y comprensión. La danza como una alegoría de sí misma. El habla del cuerpo y su decantación en lenguaje emotivo y sensorial.

4.    Sobre el trabajo de contacto como una forma específica de danza.
El contacto como forma concreta de realización del cuerpo y su conexión con lo otro desde lo sensible. La valoración del entorno como parte de la realización de la danza en cuanto a manifestación concreta.

5.    Sobre las formas de contacto.
El contacto cotidiano y las formas primarias de expresión del cuerpo como punto de partida para la danza. El cuerpo en movimiento desde el acto de percibir el mundo a través de la piel. La observación del cuerpo y la percepción general a través de los sentidos. La piel como órgano creador de realidad. La realidad sensible e imaginación.

6.    Sobre las especificidad de nuestra condición para estar sensiblemente en el mundo.
Los resultados posibles de las búsquedas que se dan desde el cuerpo en contacto. Hacia la develación de lo que somos según nuestra forma de tocar. El cuerpo tocado, y su capacidad para resonar y hacer obra. La obra de danza como discurso trascendente del cuerpo en contacto con la totalidad de las cosas.

La verdad es que hacer esta lista me ha dejado en estado de agotamiento extremo. Más que ayudarme a organizar una comprensión de mi danza, siento haber realizado una lista de deseos. No imagino el tiempo y el esfuerzo que puede llevarme definir todas esas cosas. Mejor será transcribirla en una hoja en blanco y pegarle candela con la llama de una vela. Esparcir sus cenizas desde la ventana, procurando no espantar a los pájaros. Quizás así se cumplan o se me ocurra algo mejor que hacer mientras no estoy bailando.

Rafael Nieves


lunes, 26 de febrero de 2018

Tocar



Tendríamos que poder extendernos todo lo necesario sobre la materia que nos importa. Encontrar múltiples formas para regodearnos infinitamente en los materiales sensibles a nuestros intereses. Honrarnos desde lo profundo en nuestra capacidad para acceder a nosotros de todas las maneras posibles. Incluso sobrepasando nuestra capacidad de reconocernos. Es decir, llegando inclusive más allá de la posibilidad de comprendernos a nosotros mismos. Fallar y volver a empezar en el intento de saber qué somos. Establecernos en la búsqueda. Nadie puede negar que existe cierta fascinación en el acto de intentar comprender. A pesar de que sea sólo en una capa intermedia dentro del entramado de sentidos posibles, en la inmensa construcción intertextual que podría corresponder a cada una de nuestras vidas. Y como desde la perspectiva del demiurgo, hurgar en los elementos atávicos que nos componen. Emprender la búsqueda de cierta esencia. Por eso, restarle valor a priori a cualquier herramienta que tengamos a mano para emprender la tarea, no hace más que exponernos un rasgo de iniquidad ante nuestra propia naturaleza.

¿Cómo definirse entonces? Cuál de nuestras ansiedades, refleja la preocupación primera. Desde dónde parte la sombra que se asoma de detrás del espejo, de debajo de la cama, de más allá de un rostro desconocido. Las manos que como aves, tienen la posibilidad de tocar y volar podrían convertirse en un utensilio perfecto. Pero resultarían insuficientes si no se las sabe unidas en secuencia a ese amasijo de músculos, sangre y huesos que es una persona. Imaginarlas de manera aislada es una ambición recurrente, una pericia del lenguaje que intenta atribuirles todo el placer y el dolor que son capaces de procurar y percibir. Pero aunque nuestra comprensión del acto de tocar, haya trascendido la idealización de las manos como protagonistas únicas y privilegiadas de dicha acción, aunque entendamos y disfrutemos de la experiencia amplificada de saber que se toca con toda la piel, cómo restarle fuerza a esa construcción tan poderosa del lenguaje y la significación. Cómo no sucumbir ante la idea de que tocar es igual a usar las manos. Y sobre todo, ¿Cuál sería la ganancia de tal empresa? Con qué nos quedaremos ante la disolución de tal elaboración simbólica, si es que acaso (cosa que me parece imposible) logramos instaurar una nueva relación significante. Supongamos, algo así como que tocar es rozar las cosas con los codos o con las orejas. En todo caso, vale recordar que cada idea expresada desde el habla, denota un sentido concreto cuya base se encuentra adherida a una práctica, se sustenta en el hacer y pretender cambiar la idea general de esta construcción y su incidencia en la lengua, tendría que pasar necesariamente por modificar el hábito o la costumbre que expresa.

¿Y si esto es justo lo que intentamos? Si no, qué hemos estado explorando. Indagando en una relación distinta desde los sentidos, estamos al mismo tiempo construyendo una noción de experiencias concretas desde el cuerpo e intentando modificar su referente hablado. Usando una misma palabra, hemos intentado reconstituir un concepto. Y aunque en la realidad, esta práctica sólo es posible a través de pequeños acuerdos dentro de grupos específicos de individuos iniciados, y sólo muy lejanamente podría llegar a ser una generalización o convertirse en una ley, hemos logrado convenir en restituir un uso extendido de la palabra. Tocar, entre nosotros, brega por recobrar un sentido original. Tocar para nosotros es una experiencia práctica ampliada del cuerpo, al igual que hemos intentado amplificar el sentido de la palabra que la define. No existe una palabra distinta para el tocar entendido como el concepto común de relacionarse con el mundo a través del contacto con las manos y otra para la versión extendida de usar todo el cuerpo para percibir de manera táctil nuestro entorno.

Decía entonces que la posibilidad de usar cualquier herramienta puede sernos útil para acercarnos a nosotros mismos, para intentar saber lo que somos. De esta manera entonces podríamos llegar a pensar que, desde una visión extendida del acto de tocar, los que hacemos trabajo de contacto somos aquellos que intentamos percibir el mundo entero de manera sensible, a través de todo el cuerpo. Y también, por qué no, como seres empeñados en reconciliarnos con la lengua, empujando un poco más allá las palabras que nos definen.

 Rafael Nieves

lunes, 19 de febrero de 2018

Lo imposible de lo exacto



Tal vez por momentos pueda notarse en mí, cierto estado de convencimiento acerca de la elaboración de ideas en torno a la danza. Por instantes, esa convicción pudiese llegar a imprimir algún tipo de certeza sobre lo que pienso y digo sobre el tema del cuerpo en movimiento. Pero es necesario aceptar que la forma en que se organiza este discurso varía sensiblemente dependiendo del contexto. Es decir, muchas veces durante una clase, ensayo o entrenamiento las palabras para expresar las ideas en torno a las cuales se organiza el discurso danzado, fluyen de mejor manera que en otros espacios. Supongamos, una sala de conferencias, un pasillo cualquiera, un cafetín, incluso algún paisaje natural o más propicio para el relajamiento de los sentidos o la aparente conexión con nosotros mismos. Muy posiblemente esto se deba a que la danza exige sus propios recursos discursivos, ya no sólo desde el cuerpo, sino también en cuanto al uso de la palabra. Sospecho que hablar apropiadamente de la danza amerita cierta tensión. Encontrarse imbuido en cierto esfuerzo. Sostener al igual que cuando danzamos, un posible estado extendido de la atención. De hecho, a mi parecer hay cosas que sólo me es posible decir estando descalzo y sudado. O ante la urgencia del esfuerzo de un tercero, que necesita la llave mágica de alguna imagen verbalizada, algún acercamiento sonoro e incluso alguna entonación concreta.

Factible o no, esta relación de lo hablado y lo corporal, escapa sutilmente de las correcciones del lenguaje y se instaura en una suerte de imaginario propio del oficio. Un ejemplo podría ser esa manía tan común de querer ponerle nombre a algunas secuencias de movimiento o también esa necesidad imperativa de recurrir a asociaciones imaginativas que nos permitan comparar una movilidad con un fenómeno otro. Como si de alguna manera la gota que se derrama de una hoja después de la llovizna o la hoja de papel movida por el viento, contuviesen la misma cualidad en cada universo imaginativo personal. Como si todos tuviésemos la capacidad de visualizar el mismo tipo de hojas, la misma cantidad de agua, el mismo soplo de viento. Y he aquí entonces, que lo importante es lo impreciso de la imagen, lo imprevisible de cada interpretación personal.

Pero ésta es sólo una de las múltiples formas bajo las cuales podríamos establecer un acercamiento a lo imposible de lo exacto, en los muchos aspectos de la danza. En mi práctica particular he intentado (casi siempre de manera fallida) hacer un registro de diversos aspectos importantes desde mi punto de vista para el desarrollo del oficio de danzar. Todos ellos bastante imprecisos, para ser sincero. Este registro parte obviamente, de mi capacidad de observación y análisis, pero también y muy contundentemente de mi experiencia íntima. Para describir este aspecto, tendría que mencionar que es justamente ese carácter subjetivo e individual lo que ha fortalecido en mí, la decisión de constituirme desde esta manifestación creativa. Es este carácter individual de la práctica, el que le da sentido a la danza como posibilidad diversa. Es su característica imprecisa la que la habilita para convidarnos a ser en sus predios, haciéndola a la vez una forma expresiva concreta y posibilidad de vida múltiple. El desarrollo que hacemos de ésta en colectivo, sólo es posible en la medida que se manifiesta como encuentro. Espacio vital donde un conjunto de individuos particulares comprometidos con una forma de tratamiento del cuerpo, se permiten coexistir a través de sus diferencias. El resultado de esta coexistencia dependerá siempre de la calidad y cualidad de esa posibilidad imprecisa de estar juntos. Eso determinará una forma específica de obra, lo cual sigue siendo igualmente algo bastante indeterminado. Y por supuesto, hablar sobre esto ya es también lo suficientemente poco concreto. Tanto como para que lo sume en mi lista de elementos de la danza sobre los cuales me puedo permitir hablar, sin terminar nunca de decir exactamente qué son.

Particularmente mis intereses transitan por este tipo de elementos que se me antojan constitutivos en la práctica de la danza. Y he dado con la noción de que sólo me puedo acercar a ellos de una manera tangencial, así pretenda lanzarme de frente e intente profundizar o expresarme de la manera más apropiada posible. Mi sensación es que al decir danza estamos hablando de una forma de expresión en sí misma. De un lenguaje no del todo aprehensible desde el verbo. Sujeto al universo de lo metafórico, pero más aun hundido en las entrañas de las sensaciones corporales y sólo aprehensible desde la percepción sensible. Planteando siempre que la búsqueda es alcanzar ese estado de conexión que no podemos nombrar sin romperlo. Esa zona manifiesta donde conviven como envueltos en una espesa madeja, sensaciones, sentimientos y una cantidad bastante considerable de ideas constituidas desde la razón. Muy posiblemente la danza pueda manifestarse como una de nuestras herramientas más poderosas para destrenzar y volver a tejer este conjunto. Pero siempre claro está de una manera muy imprecisa. Muy intuitiva. Confiados a una razón otra, que difícilmente podría pasar sin atropellos, las pruebas inclementes de la razón pura. Del pensamiento lógico. Sin embargo hay un orden. Y desde siempre se ha procurado desarrollar un conjunto de formas para entender lo corporal expresivo. Se han establecido puentes hacia esas otras formas de comprensión. Desmadejando y volviendo a tejer esta cadena interminable. Es así como perdidos, pero no tanto, intentamos de manera infinita constituir espacios desde los cuales se manifieste el cuerpo en movimiento. Espacios para expresarnos desde el cuerpo. Cada cual atendiendo a sus imprecisiones particulares. Estableciendo vínculos con otros, y con universos no menos variados, pero con una cierta coherencia depositaria de siglos de búsqueda común.

Yo por ejemplo estoy encantado con la posibilidad de contarme. Sobre todo la posibilidad de contarme desde la danza, reconocerme desde ésta como un ser concreto. Ser alguien desde mi cuerpo e intentar decirlo. Aunque eso sí, sumamente impreciso y un poco disperso. Generando categorías instantáneas que se desvanecen o se reconstruyen con cada otro y en cada encuentro. Creyendo que la magia es posible si la pienso descalzo y sudando. Buscando el trance. Deseando alcanzar así, un poco sin una razón clara, una enumeración imperfecta de las formas y nombres del cuerpo en movimiento. Un poco raro, distinto, tan parecido a todos esos que habitamos la danza.
Rafael Nieves

martes, 6 de febrero de 2018

BARAJA ESPAÑOLA Lectura del 06 de febrero 2018



A modo de introducción me gustaría comentarte que si estás leyendo esto es porque de alguna manera, los naipes que se encuentran extendidos en el paño tienen algo que decirte. De otra forma, estoy casi seguro que hubieses evadido esta pequeña distracción, que más que acto adivinatorio conserva la pretensión desprendida de lo lúdico. Además claro está, de un intento por preservar este instante irrepetible. De manera que espero disfrutes al igual que yo, este pequeño capricho del azar, que a través del tiempo y la distancia, nos permite reunirnos en torno a esta tirada de la baraja. De ante mano me excuso si al mirar las cartas tienes una interpretación diferente a la mía. Bastará entonces, con que lo guardes contigo como prenda de este encuentro y le des el uso que mejor provecho te prodigue. En pocas palabras, si estás acá, estás cartas son para ti.

En aras de aligerar nuestro encuentro, he dispuesto la tirada de hoy en sólo tres zonas del paño. A mano izquierda están las relacionadas con el momento actual. En el centro y un poco más arriba he querido colocar las que representan las aspiraciones, tal vez como expresión del deseo de alcanzar juntos algo diferente. Finalmente a mano derecha están colocadas las tres cartas que contienen los consejos de la baraja. Entonces, iniciemos.

A mano izquierda. Representando nuestro momento actual se encuentran el cuatro de bastos, el tres de copas y el rey de oros.

Curiosamente y aunque cualquiera pueda pensar lo contrario, iniciar nuestra lectura con un número cuatro señala de manera inequívoca que en medio de cualquier circunstancia, existe un tipo particular de equilibrio que nos ha permitido navegar dentro de la situación. El hecho de que este cuatro sea de bastos es sumamente significativo, porque indica justamente que es cierto carácter creativo o intuitivo el que nos ha permitido continuar adelante, sobre todo estando acompañado como está por el tres de copas, que nos habla de explosiones emocionales, de sentimientos que se disparan casi sin control en cualquier dirección. Amorosos o violentos, sin distinción o más bien con tendencia hacia alguno de los extremos dependiendo de su relación creativa o incluso sexual con el cuatro que le precede y organiza. El rey de oros acá, completa claramente la idea, porque nos dice que la única resolución posible al precario equilibrio anterior, se encuentra en ejercer dominio sobre lo material en general. Lo cual podría ser una distribución concreta de recursos o un cuidado muy vigilante de la salud. Y esto redunda invariablemente en el disfrute del cuerpo como instrumento para transformar su entorno o generar los cambios necesarios.

Al centro y un poco elevado. Encontramos aquí lo que queremos y están, el dos de espadas, el rey de bastos y el tres de oros.

A través del dos de espadas, nuestros deseos se manifiestan primeramente por la necesidad de guardar celosamente nuestras ideas. Prepararnos, acumular, juntar conocimientos, en espera de la oportunidad adecuada para expresarlos o generar mejores relaciones a futuro. Es la palabra como vínculo indisoluble e inmanente en cualquier forma de relación interpersonal, que necesita ser cuidada. También por medio del rey de bastos, aparece el deseo de obtener plenitud creativa. E interpretado en relación al cuatro de bastos anterior, expresa nuestra necesidad de proyectar ese equilibrio a un nivel superior de realización, desde el cual podamos incidir intuitivamente en el mundo o quizás disfrutar plenamente de aquello que en un primer momento sentimos que nos brindaba un equilibrio tal vez precario, por su tensión con las emociones disparadas por el tres de copas. Más que poder de decisión, se podría traducir en capacidad para el disfrute. Al tiempo que concluimos nuestros tres deseos con el tres de oros, representando nuestras ganas de vivir una explosión material, el surgimiento al fin de una visión expansiva de lo material. En un sentido muy amplio, podríamos verlo como curarse, un estallido de vida saludable y de abundancia sin control. Todo eso deseamos.

A mano derecha. Lo que aconseja la baraja, aquí tenemos el As de oros, seis de copas y dos de espadas.

Las cartas nos hablan con propiedad ahora. El As representa la unidad en donde todo se funde, de donde todo viene. Contiene la potencia total de su elemento y se expresa como un inicio o la conjunción de todas las posibilidades. Nuestro mazo, a través del As de oros nos incita a encontrar el origen de la salud, de lo frondoso, de lo que crece y se puede compartir. Nos devuelve como una pregunta, la cuestión de si sabemos que hay en nosotros capaz de crecer y producir cosas valiosas. Cosas que se pueden compartir y percibir con los sentidos. El seis de copas es la belleza del encuentro con nuestros sentimientos. Nos llama al sosiego, a la solidaridad de las emociones, a dividirnos como él en números idénticos y a darnos. A ser espejo y a vernos reflejados en el bienestar de los otros. A encontrarnos y mostrar gratitud. Cerramos esta tirada muy acertadamente con el dos de bastos. Simbólicamente llamando al recogimiento, a la constricción del deseo, a la acumulación creativa. Nos hace una suerte de llamado a cuidar nuestra capacidad intuitiva, quien sabe, quizás nos pide guardarnos al menos hasta que llegue el carnaval.

Preciso unas pocas palabras finales para agradecerte el haberme acompañado en este pequeño viaje. No creo poder distinguir si he acertado en algo o si al contrario, como es necesario, nos he permitido una pequeña rendija de escape para dibujar juntos la posibilidad de un fugaz instante de ensueño. "¡Las sombras del inconsciente destacan a menudo los resplandores de un mundo en donde el sueño tiene mil placeres!" dice Bachelard, y afortunadamente, ya casi todos estamos soñando.
Rafael Nieves

lunes, 5 de febrero de 2018

Entrar al piso



Primero debes permitir que tus manos desciendan suavemente desde lo más alto que puedas elevarlas, hasta llegar al tope de tu cabeza. Después deja que se deslicen a través de ti, recorriendo la mayor cantidad de superficie, hasta llegar lentamente a tus pies. Y de ahí hasta el suelo. A medida que bajas, percibe como los dedos de la mano y la palma, van adoptando la forma de esa parte de tu cuerpo que van tocando. La sensación es casi como agarrar, pero sin llegar a apresar lo que tocas. Es necesario que regules la cantidad de presión que ejerces sobre tu propia piel. Esto en principio, no debería ser demasiado fuerte ni excesivamente sutil. Menos fuerte que restregar, más firme que una caricia leve. Pero igual es tu mano y es tu cuerpo, así que decide tú cómo te gusta. De ser posible haz el esfuerzo de no recorrerte de forma lineal, percibe las curvas, los espirales. Te darás cuenta que dependiendo de la flexibilidad que le otorgues a tu mano, podrás acceder a zonas generalmente menos expuestas al contacto. La velocidad también es importante. No hay apuro. De manera que por momentos, tus manos podrán desplazarse en direcciones no necesariamente descendentes. Puedes recorrerte en la dirección que quieras, pero no olvides que el objetivo es llegar hasta el suelo. Yo, debido obviamente a mi obsesión particular, prefiero mantener un esquema que me permita, así sea de una manera aproximada, cierta simetría. En éste, paso de la cabeza a un brazo a través del cuello, claro está, y de ahí al otro brazo tocando pecho, clavículas, para luego descender en forma desordenada, digamos, con cierta libertad por el torso hasta llegar a la cadera. Entonces viene ese particularísimo momento de tantear el propio pubis hasta llegar a una pierna, sacando el pie del piso para no bajar del todo el torso, cosa que ocurrirá en el momento e que finalmente, regresando por la cadera, iniciemos el descenso hasta un último pie. Algunas partes, como es natural, podrás abarcarlas con ambas manos. En otras en cambio, deberás decantarte por alguna de tus extremidades. Como ya te habrás dado cuenta, ese ir abajo amerita no sólo que tus manos y brazos se movilicen. Haciendo un poco de memoria es interesante recordar cómo para que tus manos descendiesen en primer lugar hasta la cabeza, fue necesaria cierta tracción por parte de tus brazos. Como en una reacción en cadena, desde tu columna vertebral y la musculatura de tu torso y espalda, se inició una secuencia de movilidades. Tracción que no sólo funcionó en sentido estricto durante ese momento de arranque, sino que así tú no lo notaras, así ya no fueras consciente, se mantuvo activa durante toda la experiencia. Esta cadena de acciones mecánicas que se proyectó a través de la relación entre tu espalda, hombros, brazos, manos, dedos, está sincronizada por un complejo sistema de nervios que como hilos internos en una marioneta, determinan la cualidad de cada movimiento. Pero eso, la verdad, no nos interesa mucho. Más nos importa descubrir cómo propiciar que esta movilidad se produzca. Y que además, en el contexto de nuestra experiencia cobre sentido. Ese sistema de tensiones y compensaciones, es la causa de toda flexión o torsión o inclinación en nuestro torso que al intentar alcanzar con las manos nuestros pies, se contrae de manera armoniosa sobre sí mismo, regocijándose en cierta flexibilidad insospechada. Una relación similar a la que ocurre en nuestras piernas, las cuales después de cierta acumulación de esfuerzo nos alertan sobre la necesidad de ajustarse. Así que por favor, flexiona las rodillas y permite que toda tu estructura avance en dirección a tus talones. Descubrirás que tus manos, prolongación de tu espalda y ya sensibles al contacto, podrán (cosa maravillosa) apoyarse en el suelo con seguridad y ayudarte a sostener el equilibrio con cierto goce. Podrás entonces, pasar progresivamente de estar agachado a reposar tu cadera de manera fluida sobre el piso y una vez ahí, disfrutar de otra perspectiva del mundo.
Rafael Nieves


lunes, 29 de enero de 2018

Cómo decir la Danza


I. Continuamente me encuentro ante la dificultad acerca de cómo decir la Danza. Puede que en principio esto suene algo excesivo o errático, pero si se parte de la comprensión de tantos años de práctica casi obsesiva y sobre todo, de una consecuente experimentación en cuanto a formas concretas de construir obras, y entrenar cuerpos para estas obras e incluso búsqueda exacerbada de ideas necesariamente no verbales para insertar en dichos trabajos, es posible comprender que sentarse a intentar poner por escrito dicha experiencia podría convertirse en una aventura muy difícil. Casi tanto, como un viaje de regreso del centro del laberinto asediado por minotauros, medusas y sirenas terriblemente encantadoras, y a la vez mortíferas. Quizás por eso piense, que la mejor forma es suplicar por un juego de alas a Dédalos. Incluso a sabiendas que de tal empresa sólo es posible retornar chamuscado y siniestramente arrastrado por las olas del Egeo.

Porque hay que estar claro que después de tanta Danza en la vida, sólo puede aspirar uno a tocar el sol.

Pero si no, ¿cómo entonces? Quizás arrastrado por los pantanos del delta, convertido en una fantástica Anaconda de seis metros de largo, esperando que alguna presa incauta se acerque a pastar a las marismas. Para apresarla con firmeza con nuestro propio cuerpo, y luego ir sutilmente acompasando su respiración con la constricción de nuestros músculos. Y escuchar atentamente sus latidos cada vez más lánguidos. Hasta finalmente lograr engullir a nuestra víctima. Acomodarla dentro de nosotros. En un tiempo dilecto que sea réplica suplicante del latido de los astros y la selva. Desencajando la mandíbula. Asfixiando a nuestra presa, y reptando por los pantanos con nuestros cuerpos fundidos en un gesto fraternal de muerte.

Porque quien Danza también aspira en parte a ser Uroboros, a escurrirse rampante en el ciclo interminable de vida y muerte del mundo.

Pero que tan mitológico resulta ese ser que eligió vivir desde el cuerpo. Ser la Danza misma. Subir o bajar montañas para llegar a su terreno de práctica. Seleccionar cuidadosamente cada indumentaria que le permita sentirse acorde a ese deseo de volar o a reptar primigenio. Preocuparse un poco más de lo natural porque su esfuerzo físico se equipare a su insumo calórico. Transfigurarse en observador acechante de sus propios brazos y piernas. Atento a cada abolladura en sus pies descalzos, a cada raspadura de rodillas o codos. Vigilante obseso de su conexión sacro-craneal. Explorador incansable de sensaciones e intuiciones. Observador prolijo de la respiración, el ritmo cardíaco y la dosificación energética. Metáfora y realidad misma del cuerpo en movimiento.

II. No es difícil encontrarse con la Danza como alegoría en distintos contextos. Muy al contrario, resulta sumamente común que se le utilice como una forma de enunciar algún concepto abstracto e incluso alguna actividad concreta que fluya de manera acompasada y armónica. Podemos pensar en frases como "la danza de la vida" o "la tormenta aquella que interpretó a su paso una danza de muerte y destrucción". Una composición plástica puede convertirse por verbigracia de algún estilista en "una danza de formas y colores", y así por el estilo. La Danza entonces se constituye en categoría simbólica que edifica una noción múltiple, sólo susceptible de ser interpretada en el marco de su devenir como idea. Es decir ocurre una idealización de la Danza que no puedo imaginar que tanto nos toca. Porque, qué tan difícil sería encontrar un ideal de belleza en nosotros, con nuestra ropa gastada, girando, abrazando o dando vueltas por el piso de madera. En nuestros espacios rituales arrebatados a cualquier otro uso, con el único propósito de que la Danza sea. Para poder nosotros vivir y ser Danza. Umberto Eco en su ensayo Sobre el símbolo, cuenta que "He intentado definir el modo simbólico como una estrategia textual particular. Pero fuera de esta estrategia textual (...), un símbolo puede ser o algo muy claro (una expresión unívoca, con un contenido definible) o algo muy oscuro (una expresión plurívoca, que evoca una nebulosa de contenido)." A mi parecer, en ambos casos, el carácter simbólico de nuestra práctica no hace más que servir de sustento (debido quizás a su carácter sólido y sutil) para la construcción de esas ideas-otras. Quizás ya no en un sentido tan amplio como un símbolo, sino la mayoría de las veces como alegoría, como cuerpo (claramente redundante) para ese universo de ideas que necesitan completarse en el plano de lo visual o argumentarse intencionalmente en el plano emocional o sensitivo. "La alegoría transforma el fenómeno en un concepto; el concepto en una imagen, pero de suerte que aún tenga y retenga el concepto limitado y completo en la imagen y en ella se declare." Dice Eco, en el mismo ensayo. De manera que la danza en el verbo, parece ser urgente para darle cuerpo a lo que carece de él. Y aunque quizás en el plano de pensamiento lógico encuentre detractores, resulta fundamental para la argumentación en el plano metafórico, sicológico y hasta numinoso. La Danza como manifestación del cuerpo trascendido parecería ser a la vez, dificultad para la claridad de pensamiento (en la razón o lógica) y obscuridad facultada para expresar lo incognoscible a través de la palabra (en lo no razonable o lógica-otra). De manera que se establece como un idioma extranjero a toda nación, pero común a toda cultura. La Danza se erige como la posibilidad siempre viva de decir lo que no sabemos, de ayudarnos a expresar una lengua múltiple constituida desde las fronteras de lo que somos y no conocemos. Algo que de alguna manera impredecible, poseemos todos. Al igual que tenemos las llaves de ese alfabeto oscuro y a la vez muy claro, de lo que se dice desde el cuerpo a través de los vínculos profundos construidos desde la danza.

III. Un viaje como el iniciado a partir del estudio de la Danza, generalmente no acaba nunca. La imagen del éxtasis sin retorno sería la más adecuada para describir el mundo vivido desde el ejercicio de la exploración del cuerpo pleno. Una sucesión de vivencias interconectadas a través de los sentidos, un flujo constante de sensaciones con sus respectivos equilibrios lógicos y emocionales que una vez iniciados, no se detienen. Las secuencias de movimiento cobran vida más allá de las nociones más elementales. El cuidado del cuerpo no acaba en la composición orgánica de las estructuras físicas. Te enferma o te cura una emoción o un sentimiento. Te sostiene, la coherencia que puedas otorgar a un sistema de entrenamiento o a un montaje diseñado no sólo para rendir mecánicamente. Los límites se traspasan, las sesiones de exploración y búsqueda se prolongan al sueño o la vigilia cotidiana. Se es en la Danza o no se vive la experiencia original y completa. Los bordes casi siempre están habitados por pedazos de nosotros en constante renovación. Nunca se es solo en la Danza, siempre algo más grande te acompaña. Así no sepamos cómo nombrarlo. El que exponer estas ideas nos sea tan difícil, denota la dependencia de esa otra lengua materna y universal del gesto, con sus suspiros y tensiones, con sus latidos y pequeñas inclinaciones intraducibles.

Ciertamente toda representación del mundo que tome en cuenta el movimiento de los astros, la circulación de nuestros fluidos, el cambio en las mareas, el transito del tiempo, la germinación, la colisión de los átomos, la evaporación, la condensación y la precipitación, el nacimiento y la caída de las civilizaciones, el cambio de las estaciones, el crecimiento de un niño, la alternancia de la noche y el día, el vuelo sincronizado de los pájaros o el aleteo constante del colibrí, el juego entre los dedos y las cuerdas de un instrumento, los cambios imprevisibles de estado de ánimo, el estallido de la vida o la degradación de la muerte, todos, absolutamente todos, podrán tener en nosotros una referencia-otra. Una alegoría mejor. Una forma manifiesta en el cuerpo a través de la Danza.

 Rafael Nieves

lunes, 22 de enero de 2018

LA BARAJA ESPAÑOLA


I. Nuestro año ha comenzado de la manera más estrepitosa posible. El vértigo producido por las incertidumbres venideras nos ha colocado en estado de alerta extrema. Aún así, se puede sentir como todos nos esforzamos por mantenernos conectados con la vida. Persistiendo en la libertad de pensarnos de manera distinta. Buscando formas de librarnos de tanta incomprensión, tanto absurdo. Por eso es que se me ha ocurrido invitarte a este pequeño juego.

Si bien es cierto que existen muchos mitos en torno al uso de las cartas como oráculo, en mi caso he decidido decantarme por un sistema de interpretación más cercano a lo lúdico. Las cartas vistas como una herramienta para acercarme a los otros y a mí mismo, desde una comprensión más intuitiva del mundo. Aunque mi búsqueda es relativamente reciente, he podido percibir como progresivamente sus formas, sus colores y sus números, han ido cediendo (a partir de este acercamiento más creativo que adivinatorio), un espacio para la interpretación, donde lo simbólico ha comenzado a manifestarse como a través de una malla de ensueño. Otorgarle un valor mayor que el de deshojar una margarita, equivaldría por mi parte a traicionar el espíritu de encantamiento que me llevó hasta ellas. Porque para cosas serias, comprometidas e incluso ajenas, me parece que tengo espacios de sobra. Mi apego se encuentra más cercano a lo referido por Jung en el prólogo del Libro de las mutaciones, cuando observa que "La cuestión que interesa parece ser la configuración formada por los hechos casuales en el momento de la observación, y de ningún modo las razones hipotéticas que aparentemente justifican la coincidencia." Razón por la cual su atractivo es más fácil de percibir estando en presencia de los naipes, o cuando se les distribuye en el paño, o cuando nos detenemos con el pensamiento en algo o alguien mientras barajamos las cartas. De manera que, aunque no me lo pediste, voy a echarte las cartas. Te pido por favor que te permitas un momento, que abras tu mente y que disfrutes del juego. Aunque si esto no llegase a pasar en un primer momento, no debes sentir angustia ni disgusto. Es del todo normal tomando en cuenta quienes somos, cual es nuestra historia. Jung dice, "Únicamente nosotros (los occidentales) nos sentimos perplejos, porque tropezamos una y otra vez con nuestro prejuicio, o sea con la noción de causalidad. La antigua sabiduría de Oriente pone el acento sobre el hecho de que el individuo inteligente entienda sus propios pensamientos, pero no le preocupa en lo más mínimo la forma en que lo hace. Cuanto menos piense uno en la teoría del Yi Ching, mejor dormirá." Así que, sin importar en qué creas, espero que lo disfrutes.

II. Necesito comenzar por explicarte que aunque he estado estudiando profusamente lo que podríamos considerar como el lenguaje del Tarot de Marsella, he decidido hacer esta lectura basado en los naipes de la Baraja Española. Por un lado esto se debe a que de cierta forma no tan exacta pero muy cercana, sus tarjetas se corresponden a los llamados Arcanos Menores del Tarot. Mi acercamiento a ellos se encuentra íntimamente relacionado con su carácter numérico y la identificación de los palos con los elementos naturales y en cierta medida con  las funciones de la psique dentro de la teoría de Psicología Analítica. Pero ya Jung nos explicó que si queríamos consultar nuestro oráculo y dormir tranquilos, esto no nos debería importar tanto, ¿verdad? Como nota curiosa la palabra Arcano está definida como "algo que es difícil de conocer o secreto", lo cual nos pone de plano ante una categoría que se resuelve en términos de tensión entre lo conocido y lo oculto. El hecho es que con nuestras cuarenta cartas, las mismas con las que aprendimos a jugar truco, ajiley y solitario, intentaremos acercarnos a algo que no conocemos. Esa es la otra razón por la cual usaremos la Baraja Española, reencontrarme con ellas ha sido un viaje de regreso a la familia y al hogar de la infancia. A momentos de diversión con primos, tíos, abuelos y amigos. A mi renuencia a usar dinero para apostar, y al culto casi fetichista por ese único objeto de diversión posible, en tiempos de montaña y olor a monte.

Te cuento que para nuestra tirada de hoy, he dividido el paño donde extiendo las cartas, en cinco zonas imaginarias de interés para la lectura. A mano izquierda se encuentra la primera zona, en la cual están las cartas referidas al momento actual. En el centro o segunda zona aparecen las cartas concernientes a los deseos o ambiciones. Arriba de éstas, está la tercera zona con las cartas que hablan a favor de los deseos. Abajo del centro, la cuarta zona contiene las cartas que hablan de las dificultades para lograr estos deseos. Finalmente a mano derecha está la quinta zona, desde la cual las cartas van a dar sus consejos. Normalmente, a solicitud del consultante suelo colocar cartas extras en aquellas zonas donde haya dudas. En este caso y debido a la manera Sui generis en que establecemos nuestro juego, me he permitido solamente colocar cartas extras en la zona de los consejos. A esta forma de distribuir los naipes la llamo Tirada general y nos va a ser de mucha utilidad porque no hemos hecho ninguna pregunta, y podremos dar un enfoque más amplio de cada punto, en espera de que seas tú quien le encuentre un sentido particular a la lectura.

III. Este relato lo vamos a efectuar de izquierda a derecha como cuando leemos un libro. Pero algunas veces, si una combinación distinta de las cartas nos permite estructurar nuestra historia de manera más fluida, o nos ayuda a engranar mejor el conjunto, nos podemos saltar esa regla. Por cierto que eso es lo que intentaremos, crear juntos un cuento que transite por las cinco etapas que ya enunciamos.

Primera zona
Esta zona como ya te indiqué, se encuentra a mano izquierda y en ella están las cartas que nos hablan del presente, es decir del lugar donde te encuentras hoy en relación a los aspectos que vamos a tratar. En ese sitio aparecen en este orden el cuatro de espadas, el cinco de copas y el tres de espadas.

Tu primera carta de toda la tirada es muy significativa porque representa la forma en que iniciamos tu cuento. En este caso el cuatro de espadas en esta zona nos habla de un equilibrio en cuanto a tu actual forma de pensar. O también cierta armonía en tus pensamientos. El cuatro representa una forma sólida, equilibrada, trata de pensar en cómo se complementan las cuatro estaciones o los puntos cardinales o si quieres algo más simple las patas de una mesa. La espada representa los pensamientos. En cambio el cinco representa un punto de vista diferente, la aparición de una unidad extra que rompe el equilibrio y propone una opción distinta. Una quinta pata, incómoda, pero que se hace preguntas y busca opciones. Las copas están referidas a los sentimientos o a las emociones en general. El tres de espadas vendría a ser el estado previo al equilibrio. Ese momento anterior en que nace como una explosión vital, lo que se estaba gestando en estado de incubación. Es posiblemente la primera expresión tangible de una forma de pensar o una idea a la que le falta pulirse. Resumiendo esta zona podríamos decir que tienes algunas ideas muy claras que son las que te ayudan a mantener un equilibrio racional mientras tal vez, estás en la búsqueda o a la expectativa de nuevas emociones, posiblemente producto de una idea que aún no tienes clara o a la cual le estás dando forma. Como nota sugestiva, la relación que hay entre unas ideas muy sólidas y algunas que todavía necesitan madurar o que se manifiestan con una fuerza explosiva.

Segunda zona
Esta es la zona central. Aquí vemos representados los deseos y aspiraciones. En este caso está conformado por el caballero de espadas, el rey de oros y el rey de espadas.

Lo más interesante que se nos presenta a simple vista es nuevamente la nutrida presencia de naipes de espada. Como si el pensamiento o las ideas tuviesen prioridad tanto en el lugar donde te encuentras ahora y como en lo que te planteas lograr a futuro. De hecho resulta muy coherente y definitorio que teniendo un equilibrio de pensamiento y el surgimiento de nuevas ideas, esté dentro de tus planes o sueños la posibilidad de ir al mundo con ellos. Obtener cierta posibilidad de trascendencia, incluso superarlos y transformarlos en una forma fluida de conectarte con los otros. El caballero en este caso representa la posibilidad de transitar, de ser algo más. Y al ser de espadas este cambio, podría significar la opción de desprenderte de lo aprendido una vez que has llegado a lo que consideras el límite de tu interés en ese aspecto. Como si ya las ideas por sí mismas no fuesen lo suficientemente satisfactorias y en correspondencia con el ciclo natural de los palos del naipe, pudieras por ejemplo ir en busca de la unidad de las emociones, de esa potencialidad expresada en sentimientos. Por otro lado el rey de oros nos habla del deseo de disfrute de lo material o tal vez de las sensaciones y el cuerpo. Porque acá el rey no necesariamente significa ejercicio del poder sino más bien disfrute de una posición alcanzada. Igualmente que el rey de espadas estaría referido a dicho disfrute en el plano de las ideas. Resumiendo se podría pensar en un deseo de ir al mundo, de experimentar una transformación desde lo racional que posiblemente ya se sublima y da el paso hacia los sentimientos, al mismo tiempo que existe el deseo de goce pleno del cuerpo, quizás visto como capacidad o salud y también el anhelo de disfrutar con holgura de todo lo que has aprendido o de esas ideas que has conseguido concretar.

Tercera zona
La tercera zona la encontramos justo en la parte superior al centro y está relacionada con los factores a favor del logro de los deseos. En este caso está conformada por el cuatro de bastos, dos de oros y la sota de copas.

La primera carta de bastos aparece para ti aportando a favor del logro de tus objetivos o deseos. Como ya vimos antes el cuatro es equilibrio y armonía, en este caso asociados al aspecto creativo, intuitivo o sexual. Podría interpretarse como que la moderación en el aspecto creativo ayuda a lograr ese disfrute del cual hablamos en la zona de los deseos. A este se le suma el dos de oros. El dos es el estado previo a la explosión vital representada por el número tres y podríamos asemejarlo a ese estado de acumulación donde una semilla almacena energía proveniente de la tierra, del agua y del sol. Es un estado previo al nacimiento, un estado de gestación y aprendizaje, en este caso asociado a una capacidad material, física o sensorial. Podría pensarse también en un momento en que las necesidades se encuentran cubiertas gracias al recogimiento o al ahorro. La sota de copas habla de una tensión entre la acumulación y la explosión vital en el aspecto emocional. Tal vez, una duda. De alguna manera transitar entre guardarte y explotar sentimentalmente se hace favorable para lograr ese disfrute material e intelectual que está entre tus deseos. En resumen te podría aportar al logro de tus metas mantener un equilibrio intuitivo en lo creativo o sexual, mantener tus necesidades cubiertas o en un estado previo acumulativo y mantener viva cierta duda sobre tus sentimientos.

Cuarta zona
En la zona de abajo se encuentran las cartas que nos hablan de los obstáculos que te podrían impedir el logro de tus deseos. Aquí podemos ver la sota de espadas, el seis de espadas y el rey de bastos.

Contrariamente a lo que podría interpretarse en un primer momento, las cartas que se encuentran en esta área no representan necesariamente, un aspecto malicioso o maligno. Al contrario a mí me gusta pensarlas como ciertos aspectos e incluso logros de nosotros mismos, que nos impiden desarrollar enteramente lo que deseamos. Desde esta perspectiva, me parecería incluso más sano en algunos casos, permitirse la posibilidad de cuestionarse la prioridad o coherencia que tienen nuestros deseos, en función de la valoración de lo ya logrado. Primero que nada en esta tirada nos volvemos a encontrar con una acumulación de espadas. Lo cual resulta muy significativo si comprendemos que muchas veces son algunas ideas instaladas en nosotros las que nos inhiben de acceder a otras formas de organización de pensamiento o a puntos de vista diversos. En el caso de la sota al representar la tensión entre el deseo de acumular y de estallar energéticamente, nos dice que algunas ideas pueden que te hagan dudar y apareciendo en la zona de los obstáculos podríamos concluir que esta duda, particularmente, no es beneficiosa para el disfrute y la expansión del pensamiento que deseas. El seis número de la belleza y la plenitud, del encuentro con uno mismo y con nuestro gemelo, habla posiblemente de un envanecimiento intelectual. Una forma de pensar que nos gusta tanto, que nos impide un cambio o disfrute real, que está conectado indefectiblemente con acciones concretas en el mundo más que con una visión hedonista. El rey de bastos destaca por su vigor y nos dice que quizás cierto estado de plenitud y disfrute en el accionar creativo, tal vez una excesiva dependencia de tus deseos o intuiciones, tampoco juegan a favor en este caso concreto. En resumen la duda sobre algunas ideas concretas, algunas ideas que disfrutas mucho y tal vez una exacerbada plenitud creativa o sexual, podrían jugarte en contra del logro de las metas aquí planteadas.

Quinta zona
Está zona la encontramos a mano derecha y está compuesta por tres cartas de la tirada inicial y su complemento de tres naipes extras, representando el área de los consejos o exhortaciones. La base está compuesta por el As de oros, el seis de oros, el seis de copas y las complementarias leídas en sentido descendente son el caballero de bastos, el siete de oros y el seis de bastos.

Las cartas en esta zona pueden interpretarse como una respuesta directa a las cartas de la zona de los deseos (Tercera zona) o también podría tomarse como una orientación general referida a los distintos aspectos que fueron apareciendo a lo largo de nuestra lectura. Comenzando por el As de oros, habla de la potencialidad material. El As como representación de la unidad, contiene en sí a todo el resto de la escala numérica y por ende las cualidades de su palo respectivo. De tal manera que al interpretarlo podemos pensarlo tanto como el punto de partida, como la presencia de todos los aspectos de su pinta, pero en estado potencial. La imagen más elemental es la de la semilla, de la cual va a nacer el árbol, que tendrá hojas, y dará flores, de las cuales nacerán los frutos, que nos regalarán nuevas semillas, que nuevamente será árbol, y así hasta el infinito. En este caso las cartas aconsejan encontrar o apropiarse de esa semilla que en lo material nos permitirá dar. Porque además del sentido progresivo contenido en la lectura de las cartas, y su enfoque positivo desde la perspectiva de la búsqueda de autoconciencia, las cartas nos hablan de compartir el logro. La abundancia aquí no es tal si no es también para los otros. Lo significativo de ese As de oros como primera carta dentro de las exhortaciones, es que te anima a conseguir la semilla de la abundancia y el compartir. El seis de oros es la plenitud y el disfrute de ese estado material o sensorial, podría ser un cuerpo pleno, con mucha salud o recursos y el seis de copa te invita a que disfrutes de tus emociones. Que valores la posibilidad que te brinda la belleza de un sentimiento pleno. Como complemento el caballero de bastos te recomienda que si vas a salir al mundo, si vas a conquistar o a transformar tu entorno lo hagas creativamente, confiando en tu intuición. El siete es el número de las acciones concretas, de la resonancia, de los logros tangibles y en este caso si se lee en conexión con el resto de las exhortaciones, este naipe de oro simboliza que ese disfrute de lo material o sensorial impacte de manera concreta en tu entorno. Para terminar esta historia tuya de hoy, tenemos el seis de bastos, que visto por sí mismo representa la belleza de la creación o la plenitud intuitiva, o sexual. Y en lo que a mí concierne es una invitación plena al disfrute de tus zonas menos evidentes, más íntimas, una exhortación a que te permitas encontrarte creativamente contigo o muy posiblemente con algún otro que le sirva de espejo a eso tuyo que aún no conoces del todo.

IV. Decía al principio, que nuestro año ha comenzado de la manera más estrepitosa. Hablaba de cierto estado de incertidumbre. Nos sabemos sumergidos, hundidos casi hasta el fondo. Pero entonces ahí es donde pienso que ahora, en este momento, cualquiera podría dar fe. Cualquiera, como el maestro Palomares, podría decir: "Yo vi qué come el río y vi su mesa / y tenía platos como guayabas podridas y ganado muerto y casas / y todas las siembras que se llevó / y un hilo verde, muy verde, como un ángel." Cualquiera de nosotros podría ser testigo.
 Rafael Nieves