lunes, 30 de enero de 2017

Y si me convierto en caimán

Es común y más bien trillada, la imagen aquella de las personas que en la soledad del baño, con la puerta cerrada y el agua corriendo, cantan. Un poco más difícil, es construir la imagen de esa misma persona, en ese mismo baño, encerrada y con agua, danzando. Digamos, moviéndose mientras el agua la recorre. La oscilación de sus piernas. El subir y bajar de sus brazos, mientras enjabona. Los cambios de lugar, hacia la derecha, hacia la izquierda. Eso ya es otra cosa. Más allá o más acá (como se permitan pensarlo) de lo sensorial asociado al acto de la auto-satisfacción sexual, ¿Se toca la gente? ¿Se mueven libres cuando están solos? ¿Se disfruta del propio gesto? Estamos hablando de algo simple como estirar los brazos y recogerlos, cambiar el peso de una pierna hacia la otra, estirar el torso al máximo y contraerlo, permitir que la cabeza se entorne, se incline, salga de su centro. Y regrese. ¿Danzará la gente en la ducha o cuando están solos? Nótese que no hablo de seguir el ritmo de una canción o repetir los pasos de algún baile de salón, cuya coreografía nos enseñaron desde pequeños.

archivo personal
 Me remito al cliché del baño, para no apresurarme en hablar acerca de la socialización del cuerpo a través de la danza. Además, porque ya es mucho pedir, a cualquiera no iniciado, imaginarse a sí mismo disfrutando de moverse "así", sin causa aparente, más allá del disfrute del propio mover. No obstante si la conexión existe, será lo mismo en la sala de la casa o en el metro. Entonces así, podríamos hablar del disfrute del vaivén cuando se va de pie en un autobus cualquiera. Aunque es de imaginar, que si alguien ajeno a la danza tuviese esa costumbre, este acto, ocuparía un lugar privilegiado entre sus pulsiones íntimas.

Y si, ¿Por qué no? La danza se da en un plano de expresión que compromete tanto al ejecutante, como al testigo. Los hace cómplices. Los hermana en torno al reconocimiento de las posibilidades más íntimas que ofrece el cuerpo como medio expresivo. No en vano a los danzantes se los admira por su figura, por su destreza. Pero también y aunque no se reconozca, por su atrevimiento. Su desfachatez en el trato con ese espacio sagrado que es el cuerpo. El danzante se vulnera ante el otro en cada acontecimiento. A los danzantes generalmente, se los desea. Y al mismo tiempo, pertenecen a esa casta de tránsfugas de la razón.  Exiliados del mundo de lo común. Porque al usar el cuerpo como portal, al ejercer desde el cuerpo como templo, atraen sobre sí toda suerte de encantamientos. Hechizos que los mantienen atados a la realidad otra. La del baño cerrado y agua rozando. Se habita como cualquier otro. Pero se toca, se siente, se es, con la certeza de que hay algo más. Somos el vestigio, un indicio de que nuestros cuerpos pueden ser otra cosa, siempre.

El cuerpo es el portal, la danza la llave. El cuerpo pregunta, la danza acontece.

archivo personal

Podría decirse que existe algo parecido a un enfrentamiento en torno al dominio de lo corporal. Lo crucial de este punto, es entender que los contendientes, casi siempre, se hallan enfrentados desde otro lugar que no es el cuerpo en sí mismo. Las condiciones de la victoria para todos, la mayoría de la veces, se centran en el dominio sobre el cuerpo del otro. Su captura, su sometimiento. La normatización de lo que es corporalmente correcto y lo que no. Aunque del suyo no tengan ni idea. Desde puntos aparentemente opuestos pretenden ordenar y disponer una idea general de cuerpo. Tengamos como ejemplo concreto, la tensión permanente entre los defensores de la libertad en base a la capacidad de consumo y los emancipadores que pregonan el retorno a lo originario, a lo ancestral, o a lo comprometido. Insisto, eso es entre ellos.

Y mientras tanto, a todas estas ¿Qué hace el cuerpo? El cuerpo se deja. Divinamente. Se adapta con una facilidad escalofriante. Y por si fuera poco, se esfuerza en disfrutarlo. A veces más allá, otras más acá. Se me antoja imaginarlo suelto, como una muchachita que gira como loca en medio del campo, riendo contenta porque aunque sabe que puede caer, está tan linda la brisa, suave el vestido, y cómo vuela el cabello, y en el estomago estas mariposas que ojalá me llevaran con ellas. O como el muchachito del río que corre descalzo entre todas esas piedras resbalosas, contento porque está bonito el día, y ojalá no se acabe nunca, y si me convierto en caimán y me mudo a esta poza, y que nunca cierren el chorro de esta agua que está tan fría y sabrosa.

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El cuerpo, el mío, que es un todo que soy yo, es así. Porque así me voy haciendo, nos vamos haciendo. Y nos moldeamos. Sobre el disfrute y el sufrimiento. Sobre el dolor y el placer nos vamos dando la forma. Y ya después veremos que vamos a hacer con lo que terminamos siendo. Porque tengo que hacer mis propias elecciones. Y me invento que es la danza. Porque mejor me mando yo, aquí en mi cuerpo, que además es el único sitio donde puedo hacerlo.

Y la gente se baña, y suda, y lucha, y mata, y muere, y pega, y le pegan, y abraza, y besa, y salta, y se cae, y descansa, y vuelve. Y danza. Todo así, con el mismo cuerpo.

Rafael Nieves



lunes, 23 de enero de 2017

Ha sido

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Caracas Roja Laboratorio ha sido. Desde hace mucho tiempo. Sobre todo. Lugar para partir, sitio para llegar. Horas imposibles pero posibles. Días, semana, meses y algunas noches. Muchas noches. Durante años, muchos años. La base, la familia, el hogar, la casa, el encuentro. Gente de uno, de otros, variada. Y cuerpos, y mentes, y almas, y todo. Hermanos, primos, amigos y tías, tíos, abuelo. Ha sido Caracas, pero también Maracay, Valencia, Barcelona, Puerto La Cruz, Cumaná, Maracaibo, Puerto Ordaz, Upata, Guanare y alguna vez Yaracuy. Mérida, Mérida, Mérida. Yucatán, Veracruz, San Luis Potosí, Tunja, Sogamoso, Medellín. Para mí, sobre todo Bogotá. También Ámsterdam, Bruselas y Barcelona la de allá. Los tres salones de ensayo del Alberto de Paz, sobre todo el último. Varias veces salones con piano en el Teresa Carreño y hace mucho tiempo, una salita en el penthhouse de Parque Central. Uno que nos prestó Ever y otro arrimados con Evelyn en Vista Alegre. Muchas veces música electrónica, o popular, o instrumental. Otras veces, algunos inventos míos. Ropa que yo hago o mandada a hacer y esa fascinación tonta por las tiendas de ropa usada. Palabras, de otros, mías, mezcladas y silencios. Variaditos los silencios. Cuentos, poemas y algunos diálogos. Pasos de danza. Montones. Aprendidos, propios, prestados, inventados, con nombre, sin nombre. Y arrastradas, y encaramadas, y forcejeos, y empujones, y rodadas por el piso, y una que otra acrobacia. Y obras. Montones de obras. Cortas, largas, solos, dúos, tríos, grupales. En salas, calles, galerías, parques, hospitales, colegios y teatros, y otra vez salas y calles y así. Espacios chiquitos, grandes, con forma de rectángulo o redondo o sin forma. Violentas o de amor, de payasos, de gitanos, fúnebres, de vida, de dragones, de oso, de llano, de hombre común con problema común. Mujeres y hombres. Casi siempre más mujeres que hombres. Cantando, comiendo, brindando, recitando, tocando, danzando, siempre danzando. Aviones, autobuses, en lancha. Carros, el mío y el de otros. Hijos, perros, matas. Telones, vestuarios, banquitos, tambores, candelabros, caballos, zancos, muñeco de trapo, bandolas, luces, parales, micrófono, cables y bombillos, extensiones y regleta. Peroles, y peroles, y peroles. Caseros, comprados, heredados. Tirro, mucho tirro. Fotografías y videos. De amigos, de amigos de los amigos, de novios, de extraños. ¿Dije gentes? pues gente, más gente. En las obras, fuera de ellas, en las clases, en salones, en la calle, en la casa. En Caracas, fuera de ella. En el país, fuera de él. En este mundo y en el otro. Cosas imaginadas, realizadas, compartidas, inventadas, resueltas, confusas, sencillas, mías, de todos. Muy pensadas o no, espontáneas o no, aplaudidas o no. Y Caracas querida y dejada de querer, y querida nuevo y vuelta a dejar, y una vez, y otra, y más...

archivo personal

Caracas Roja Laboratorio ha sido. Un poema, un cuento, un almanaque, un álbum, un recorte, varios recortes, un collage. Una lista interminable de cosas. Instantes, muchos instantes. Uno solo, que algunos hemos vivido. Una risa, un sollozo, un abrazo. Un estremecerse, una caricia, una delicia que ha sido todo este tiempo. Una vida, una danza. 
Rafael Nieves


lunes, 16 de enero de 2017

Trama de mí

Ser en la danza es fabuloso. Tiene su propia organización narrativa. Yo imagino que es así con cualquier forma de asumir la vida. Pero a mí me tocó la danza. Y es desde ahí donde me permito opinar y organizar mi visión mundo. Porque al igual que cualquier otro mortal, soy. Aunque tengo que aceptar que cuando la cuento, trato siempre de hacerla más interesante de lo que seguramente es. Pero esos son los privilegios de organizar uno mismo su propia trama.

Para que se entienda de que va la fábula de mí, he decidido hacer un brevísimo esfuerzo por reflexionar sobre el rol de la danza y las nociones de cuerpo que me permiten ser.

Esto a su vez, podría ser una aproximación a una trama acerca de lo que soy.

fotografía Jonathan Contreras

Partiendo de la idea de que en la danza soy ante todo un cuerpo-consciencia tratando de encontrar sentido, es imposible que no me sienta inclinado a rebelarme ante las formas de control que se van desvelando desde todos esos rincones oscuros. Sobre todo esas que embisten desde adentro. El problema de aspirar a esa comprensión de nuestra relación con lo otro, es que nos ocurren cosas. Cambiamos. Se modifican nuestras nociones. Cambian las relaciones entorno a las cuales se constituye ese todo que somos. Empiezan a mostrarse los hilos que nos mueven. Quedamos en evidencia. Y llegado el momento, nos vemos forzados a decidir cuan dispuestos estamos a desprendernos o al menos a cortar algunos hilos. A romper dependencias, aunque esto genere conflictos. Pero que podemos hacer, si son los conflictos los que hacen que la trama avance.

En mi caso la comprensión se da a través de la danza. La danza es ese puente desde donde opera el cuerpo como un todo, en tensión con la obra como posibilidad creadora. Pero también es la línea argumental que organiza mi narrativa particular y su inserción en lo colectivo.

fotografía Jonathan Contreras
Ser en la danza es fabuloso y tiene su trama, que pasa inevitablemente por las definiciones. A mí me gusta pensar, que me constituyo desde una danza que me permite definirme con mis propias categorías. Lo cual no suaviza el impacto de la duda. De las incertidumbres. De hecho es la que constantemente me induce a cuestionarme sobre nuestro fin último. Sobre nuestra función en sociedad. Porque al vivir, como cualquier otro individuo necesitamos legitimarnos, ser reconocidos. Ocupar un espacio como cualquiera. Pero entonces, ¿Cual es nuestro rol en la trama-mundo?

En lo particular, he pasado algún tiempo reflexionando sobre mi incapacidad para considerar la danza como entretenimiento. He procurado a través de la creación, propiciar encuentros desde lo corporal con otras formas de disfrute, que se distancien de una visión netamente utilitaria. Evitar a toda costa una actitud tecnológica sobre el cuerpo. Me niego a aceptar que nuestro rol es el de un simple divertimento. Pero entonces, ¿Qué otra cosa puede ser la danza? Al parecer yo soy mi propio antagonista.

A partir de aquí, sería de esperar que comenzara a desarrollar una argumentación en torno a lo que si es para mí la danza. Algunas veces pienso que ojalá fuera así de sencillo. Pero no. Es demasiado engreído de parte de cualquiera, empezar a repartir recetas para la felicidad, para la creación, para constituirse, en definitiva, para ser. Así sea mi propia trama. Por eso lo asumo como tarea. Hago un esfuerzo por comprender el alcance de lo que hacemos. Porque es desde ese hacer desde donde, a su vez, me puedo pensar. Busco los límites y las preguntas adecuadas. Y finalmente, danzo y danzo y danzo. Vacío y lleno constantemente mis otredades, mis infinitos, para darle un hogar a la danza. Me agoto, descanso, retomo. Y cuando lo necesito, me dejo ayudar.

fotografía Jonathan Contreras

Soy de los que creen que entre las posibilidades de la danza, está la de ayudarnos a constituir una noción de cuerpo. Sin falsos heroísmos. Nada de rescatar a la sociedad, ni ofrecer cuerpos nuevos, mágicos. Nada truculento. Nada de alterar falsamente la trama. Es más bien como recobrar una noción original, funcional, de nosotros mismos. Y compartirla. Darnos un valor estético. En verdad, creo que es posible. De hecho este argumento se sustenta sobre la idea de que ya esto está pasando. La danza con su poder para ganarnos a través del hacer. Obsequiándonos la posibilidad de reconocernos en nosotros, en nuestros cuerpos-conscientes.

Esta trama de mí necesita un desenlace, así que propongo dos. Uno optimista, donde la danza contribuye a la construcción de esa necesaria noción de cuerpo, a través no sólo de buenas obras, sino también de una actitud crítica y reflexiva, constituyéndose como una posibilidad real para la comprensión y disfrute de una corporalidad despierta, expresiva y múltiple. La otra opción, menos optimista, gira en torno a nuestra incapacidad para reconocer que tanto en lo público, como en lo privado se movilizan intereses, muy distintos, muy alejados a la plenitud del cuerpo como posibilidad. La fuerza de esta visión pesimista reside en el entendimiento de que esto no podrá cambiar, mientras la danza sea pensada por otros, con sus propios intereses y condicionantes. Con su propia taxonomía.

Lo que no impide que sigamos trabajando, para que la trama-mundo tenga cada vez mejores desenlaces.

 Rafael Nieves

lunes, 9 de enero de 2017

Me mudo a un espacio invisible

Hay tantas cosas que no recuerdo. También hay muchas que sé sólo a medias. Tengo cosas que incluso se mezclan entre ellas. Tantas, que me da un poco de miedo que sean mentiras. 

fotografía Victor Alexandre
I. Tratando de hacer memoria, recuerdo borrosamente algunas que tuve durante mucho tiempo como verdades. Por ejemplo, las circunstancias bajo las cuales me inicié en la creación, me hicieron encontrar una fortaleza extra en la premisa según la cual, no debería importarme el destinatario de mis obras. A quién le gustaba y a quién no. Quién era mi espectador-lector. Lo cierto es que siempre he estado inclinado a creer que la creación es ante todo, un acto rebelde. Intimo, anómico, extremo. Creo recordar que en ese entonces representaba para mí, una forma concreta de rebelarme contra una realidad que no acepta el disenso.

Esa memoria es un recuerdo de la creación como reafirmación de la existencia. Pero, hace tiempo que no me ocupo de pensar en eso, así de manera tan combativa. Ahora me ocurre y listo. O a veces no. Con los años he ido encontrando nuevas musas, nuevos laberintos. Otros detonantes. Pero entonces, aquello ¿fue real?

fotografía Victor Alexandre

II. Durante todos estos años de exploración y formación para improvisar, hemos desarrollado una ejercitación especifica. Una en particular, que potencia por encima de otras prioridades, el estar consciente del alcance de nuestras propuestas. Reconocer cuales son los momentos más adecuados para plantear cambios o visto de otra manera, cuánto es prudente prolongar cada dinámica particular. Distinguir qué es lo más efectivo para entrar en sintonía con lo que ocurre en cada momento. Ser perceptivo y reconocer si en verdad estás en conexión con tu entorno.

Por otro lado, en danza el concepto de improvisación en sí mismo, rompe con toda una formalidad instituida. Pero contiene a su vez una forma de acercamiento al cuerpo, que reconoce la importancia del otro y de lo otro ¿Esto la hace más real?

fotografía Victor Alexandre

III. Si se piensa en términos de realidad pasada, la memoria es un factor menos determinante de lo que aparenta. Reconstruir nuestro pensar o sentir pasado, es un juego inquietante. Aferrarnos a la memoria podría ser mortal. No todos recordamos lo mismo de los mismos hechos. De ahí que particularmente yo, me esfuerce constantemente en desapegarme de algunas memorias. Porque me parece a veces, que recordarlas incompletas puede llevarme al auto-engaño.

Desde esa perspectiva se me antoja creer que imaginar, como acto, es lo que nos hace humanos. Sin darnos cuenta, de manera automática vamos asentando recuerdos que son fragmentos  de cosas que pasaron; de cómo estos nos hicieron sentir; de las asociaciones que creamos a partir de las experiencias; y de nuestra interpretación que de todo ello se desprende. Entonces se podría decir que aquello que narramos sobre algo que pasó, o algo que sentimos, o que vivimos con mucha intensidad, puede no ser un reflejo tan idéntico de lo real. De hecho puede parecerse mucho a una mentira. Aunque esa no sea nuestra intensión última. Aunque seamos unos entusiastas buscadores de la verdad.

IV. Yo, por lo menos a veces, me mudo a un espacio invisible. Me escondo. Y desde ahí trato de descubrir si de verdad me preocupa cómo me perciben los otros. Entonces tengo la oportunidad de romper con el ciclo de la mentira. Porque decidir que no, me lleva a otra cosa, me libera para algo más, que a su vez me mantiene en el ciclo. Asumirlo, en cambio, ya es como entrar en neutro. Y puedo hacerme nuevas preguntas. Por ejemplo, preguntarme si la memoria me engaña o soy yo el que me miento a mí mismo. Haciéndome creer que no es importante quien me lee y quien me ve. Después de tantos años de danza. De tanta exposición ante el otro. Años de seguirnos el juego.

fotografía Victor Alexandre

Entonces, este despojarse que es el acontecimiento de la danza, ¿es real? ¿es mentira? ¿qué es real? ¿caí en el juego o la memoria me miente? Y así, me descubro hablándote a ti, que eres yo. Y a los otros que son tú. Me descubro en un laberinto de espejos. En la búsqueda constante por ese otro que nos lea. Espectador constructor, que nos de una forma última. Que nos complete. Que construya su propia verdad sobre lo que ocurrió durante nuestro encuentro. O que genere su propia mentira.

V. Tendría que agradecer, al igual que todos, la posibilidad del olvido y del recuerdo. No me gustaría siquiera imaginar conviviendo en mí, recuerdos exactos, nítidos, de tanta vida y tanta muerte. Los prefiero así, borrosos, lejanos y cercanos, envueltos en la bruma de una memoria imperfecta. Mezcladitos con pesadillas, sueños y deseos. Convirtiéndose en palabras y volviéndose obra.

Rafael Nieves


lunes, 2 de enero de 2017

Problemas marginales

fotografía Roldan Rosero
Hace un año estuve preguntándome cosas sobre las relaciones de poder. Sobre la tensión entre centro y periferia. Partí como es natural, desde mi hacer como creador independiente y mi relación con las instituciones. En poco más de treinta y cinco cuartillas intenté dar contexto a lo que pensaba había sido mi relación con las estructuras académicas y administrativas durante mi vida en la danza. Traté de hacer visible cómo las experiencias marginales son el sustento real de unas estructuras que casi siempre pretenden solo valorarse a sí mismas. Y aunque ya hoy no me interesa seguir redundando sobre algo que doy por entendido, ni deseo sustentar sobre ese argumento la totalidad del valor de nuestros logros, asumo que es necesario tasar los acontecimientos que se desencadenaron a partir de esa experiencia, y las razones por las cuales tuvieron razón de ser.

En tiempos anteriores a la formación universitaria, ser bailarín nunca requirió un ejercicio intelectual extremo. De hecho las preocupaciones intelectuales de los danzantes se ajustaban a las preocupaciones particulares de cada individuo. Aunque siempre los ejercicios de exploración y creación en danza nos forzaron a documentarnos, investigar y en general a nutrir nuestras posibilidades intelectuales e imaginativas. Pero los procesos de pensamiento complejo de los bailarines, atendían a sus particularidades. Sobre todo por la gran cantidad de estudiantes de otras carreras incorporados a la danza. Aunque hubo algunos que se preocuparon por la reflexión sobre lo corporal, no eran mayoría, ni mucho menos ocupaban el centro. En otras palabras, podías danzar, incluso hacerlo muy bien, sin preocuparte demasiado por pensar sobre ello. De hecho la preocupación fundamental era, como sigue siendo aun, como vivir de danzar.

 
archivo personal

Para nosotros ya es otra cosa. No podemos evitarlo. Relacionarnos con la creación es también un desafío conceptual. Entender lo que hacemos y porque lo hacemos, hace parte del oficio. Aunque para ser sinceros, algunos continuamos ofreciendo resistencia. Porque nos cuesta, claro está. Y es que no puede ser de otra forma. El cambio de paradigma no obra como la magia. Pero cuando nos toca, fue. Entonces cobra sentido hacer eso que hice hace un año. Así como también cobra sentido pensar que es digno dar la batalla porque se reconozca el valor de las experiencias en sí mismas. Nos convencemos de que entendernos es legitimarnos. Legitimar una forma de saber que se vive desde el cuerpo. Desde el salón de ensayo y la ropa de trabajo. Desde el sacar material y andar descalzo. Desde una forma particular de higiene. Piso de madera, espejo, pote de agua y ungüento mentolado. Sentimos que todo eso hay que escribirlo. Y exponerlo, y debatirlo.

A mí particularmente, lo que me quedó más garabateado en el pellejo desde aquel momento fue la pregunta sobre el cómo. Cómo escribirlo, cómo exponerlo, cómo debatirlo. Porque esa formas habitan la danza y también hay que explorarlas. Y reconocerlas como saber.

O tal vez no. Puede que no nos importe. Que tal vez esa forma misteriosa, divina en que se da la creación, en que se reconocen los seres desde el cuerpo, en la que ocurre el gran acontecimiento de la danza, esté vedada para espacios como la academia. Porque si lo entiendes así, racionalmente, lo matas. El cuerpo quizás deba siempre revelarse al margen. Cómo una ceremonia. Como un ritual mistérico, que no está asociado estrictamente a la razón. Saberes que ocasionalmente son expuestos, para ser disfrutados y anhelados por los no iniciados. De ser así, entonces es mejor no seguir develando verdades.

archivo personal

Ahora, volviendo a los problemas de lo marginal, quizás lo importante de la pregunta sobre el cómo, radica en que pareciera que la danza, se hizo academia para estar en desventaja ante los que no saben danzar. A los que al no estar iniciados, pueden permitirse la duda acerca de las bondades de la construcción desde el cuerpo en movimiento. Es así como hace un año me encontraba yo, hombre de mala fe, preguntándome y escribiendo cosas sobre las relaciones de poder, el centro y periferia, sobre la danza y las instituciones académicas/administrativas, utilizando sus propias categorías. Y fallé. Esa vez, aunque el ensayo fue leído, expuesto y aprobado. Yo básicamente siento que fallé. No puedo evitarlo. Porque conseguí organizar mis ideas y exponerlas, pero no pude crear con libertad.  Las ideas, aunque auténticas muchas de ellas, me parecen estranguladas por la forma. Quieren ser académicas.

Después de esa experiencia, me quedó claro que necesitaba explorar para constituirme con los míos como posibilidad dialogante. Que los tiempos en que sólo nos entregábamos a sudar han acaecido. Que tenemos irremisiblemente que encontrar como transmitir lo que nos ha costado tanto disfrute construir. Que nuestra danza no sólo la compartimos en el acontecer, sino que también debemos entrenarnos para hablarla, escribirla y debatirla.

archivo personal

Aquel no tan lejano día de mi caída, me hicieron un reto bastante interesante. Era un cuestionamiento sobre mi relación con el centro administrativo/académico, el poder y mi posibilidad de ejercicio desde la periferia. Una tarea. Creo que sin saberlo me pasé todo el año respondiendo. Desde el laboratorio, salón de ensayo, ejercicio de la experiencia danzada y la escritura y el debate. Porque de una u otra forma todos somos centro, aunque a mí particularmente me gusta vivirlo desde el margen. Aguante pescuezo. Bienvenidos al 2017.

Rafael Nieves