Hay tantas cosas que no recuerdo. También
hay muchas que sé sólo a medias. Tengo cosas que incluso se mezclan entre
ellas. Tantas, que me da un poco de miedo que sean mentiras.
fotografía Victor Alexandre |
I. Tratando de
hacer memoria, recuerdo borrosamente algunas que tuve durante mucho tiempo como
verdades. Por ejemplo, las circunstancias bajo las cuales me inicié en la
creación, me hicieron encontrar una fortaleza extra en la premisa según la cual,
no debería importarme el destinatario de mis obras. A quién le gustaba y a quién
no. Quién era mi espectador-lector. Lo cierto es que siempre he estado
inclinado a creer que la creación es ante todo, un acto rebelde. Intimo, anómico,
extremo. Creo recordar que en ese entonces representaba para mí, una forma
concreta de rebelarme contra una realidad que no acepta el disenso.
Esa memoria es un recuerdo de la
creación como reafirmación de la existencia. Pero, hace tiempo que no me
ocupo de pensar en eso, así de manera tan combativa. Ahora me ocurre y listo. O
a veces no. Con los años he ido encontrando nuevas musas, nuevos laberintos.
Otros detonantes. Pero entonces, aquello ¿fue real?
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II. Durante todos
estos años de exploración y formación para improvisar, hemos desarrollado una
ejercitación especifica. Una en particular, que potencia por encima de otras
prioridades, el estar consciente del alcance de nuestras propuestas. Reconocer
cuales son los momentos más adecuados para plantear cambios o visto de otra
manera, cuánto es prudente prolongar cada dinámica particular. Distinguir qué
es lo más efectivo para entrar en sintonía con lo que ocurre en cada momento. Ser
perceptivo y reconocer si en verdad estás en conexión con tu entorno.
Por otro lado, en danza el concepto de
improvisación en sí mismo, rompe con toda una formalidad instituida. Pero
contiene a su vez una forma de acercamiento al cuerpo, que reconoce la
importancia del otro y de lo otro ¿Esto la hace más real?
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III. Si se piensa en
términos de realidad pasada, la memoria es un factor menos determinante de lo
que aparenta. Reconstruir nuestro pensar o sentir pasado, es un juego inquietante.
Aferrarnos a la memoria podría ser mortal. No todos recordamos lo mismo de los
mismos hechos. De ahí que particularmente yo, me esfuerce constantemente en desapegarme
de algunas memorias. Porque me parece a veces, que recordarlas incompletas
puede llevarme al auto-engaño.
Desde esa perspectiva se me antoja creer
que imaginar, como acto, es lo que nos hace humanos. Sin darnos cuenta, de
manera automática vamos asentando recuerdos que son fragmentos de cosas que pasaron; de cómo estos nos
hicieron sentir; de las asociaciones que creamos a partir de las experiencias;
y de nuestra interpretación que de todo ello se desprende. Entonces se podría
decir que aquello que narramos sobre algo que pasó, o algo que sentimos, o que
vivimos con mucha intensidad, puede no ser un reflejo tan idéntico de lo real.
De hecho puede parecerse mucho a una mentira. Aunque esa no sea nuestra
intensión última. Aunque seamos unos entusiastas buscadores de la verdad.
IV. Yo, por lo
menos a veces, me mudo a un espacio invisible. Me escondo. Y desde ahí trato de
descubrir si de verdad me preocupa cómo me perciben los otros. Entonces tengo
la oportunidad de romper con el ciclo de la mentira. Porque decidir que no, me
lleva a otra cosa, me libera para algo más, que a su vez me mantiene en el
ciclo. Asumirlo, en cambio, ya es como entrar en neutro. Y puedo hacerme nuevas
preguntas. Por ejemplo, preguntarme si la memoria me engaña o soy yo el que me
miento a mí mismo. Haciéndome creer que no es importante quien me lee y quien
me ve. Después de tantos años de danza. De tanta exposición ante el otro. Años
de seguirnos el juego.
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Entonces, este despojarse que es el
acontecimiento de la danza, ¿es real? ¿es mentira? ¿qué es real? ¿caí en el
juego o la memoria me miente? Y así, me descubro hablándote a ti, que eres yo.
Y a los otros que son tú. Me descubro en un laberinto de espejos. En la búsqueda
constante por ese otro que nos lea. Espectador constructor, que nos de una
forma última. Que nos complete. Que construya su propia verdad sobre lo que
ocurrió durante nuestro encuentro. O que genere su propia mentira.
V. Tendría que agradecer,
al igual que todos, la posibilidad del olvido y del recuerdo. No me gustaría
siquiera imaginar conviviendo en mí, recuerdos exactos, nítidos, de tanta vida
y tanta muerte. Los prefiero así, borrosos, lejanos y cercanos, envueltos en la
bruma de una memoria imperfecta. Mezcladitos con pesadillas, sueños y deseos.
Convirtiéndose en palabras y volviéndose obra.
Rafael Nieves
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