lunes, 27 de marzo de 2017

El hogar de mis certezas

Aun no me queda claro como llegué finalmente a la danza. Eso sí, tengo un montón de cuentos que voy adaptando dependiendo del día o de mi estado de ánimo. En algunos llego a ella como por arte de magia o más bien como extraviado, algo así como una aparición, un espanto que asusta por primera vez. En cambio hay otros donde me voy deslizando suavecito, de manera muy fluida, hasta llegar a ser yo. Y cuando digo yo, me gusta pensar danza.

Ila Nieves

Si se mira con el debido cuidado, el asunto de la membresía en la danza tiene sus sutilezas. De hecho pienso que es más fácil ser de la danza si no se es de más nada. Se podría pensar que esto se debe a la capacidad que tienen ciertos individuos para poner toda su atención sobre ella, pero la realidad es que también reconocemos como gente de danza a algunos que sin esforzarse tanto pululan entre salones y ensayos o cafetines, sin llegar nunca a danzar o a escribir o a construir la danza desde otros posibles. Es decir así como tenemos nuestra gente hacendosa, disciplinada y trabajadora, también tenemos nuestros vagos. Bueno y qué le vamos a hacer, son los vago de uno.

archivo personal
Para tratar de explicar mi filiación particular, debo asumir con total responsabilidad que he tratado de serle todo lo infiel que he podido sin mancillarla, sin pretender ultrajarla y sobretodo sin incurrir en el abandono o en la desidia. Es como tratar de vivir todo lo que está al alcance de este cuerpito y esta cabeza mía, pero llevándola siempre conmigo. Y sólo con un esfuerzo extraordinario se me ha permitido mudarme a ese territorio privilegiado que es vivir desde el cuerpo. Ser siervo de la danza. Mi certificación, mi legitimidad sólo me la otorga el hecho de que ella me anteceda y me reconozca. Mis otras muchas identidades sólo adquieren sentido si se interpretan a partir de ese ser bailarín. He llegado incluso a pensar que sin la danza yo no soy.

Mi tiempo haciendo parte de esta legión me ha permitido presenciar el exilio de los cuerpos. El doloroso destierro de aquellos que no se desean a sí mismos más como bailarines o coreógrafos o lo que sea. Pero incluso así, desde mi experiencia y mi memoria, hacen parte de la danza. Como si esas personas se hubieran escindido y tuviesen algún otro yo bailarín habitando algún salón, usando ropa holgada y andando con los pies descalzos. Algo así, como un diálogo entre tiempos distintos. Alguien que sabe lo que es rodar por el piso o que te duelan los pies o que necesites más de una muda de ropa íntima al día, así ya su yo presente no mantenga ninguno de esos hábitos e incluso en algunos casos observe con distancia o desdén nuestra forma de vivir.

IUDET 1992
También disfruto ver cuerpos nuevos. Me gusta presenciar cómo se van haciendo parte, cómo se van incorporando. Obviamente en algunos casos envidio lo fácil de la vida simple, de la entrega automática y desprevenida al universo de la danza. Aunque eso de ser fácil en la danza muchas veces haga difícil el tránsito por la vida común. Pero igual, sinceramente son un encanto. Y los ves y ya, no hay duda, son parte de la danza. Sin más, sólo entrega y sudor y cansancio y franelitas recortadas y pies con ampollas.

Es así entonces como además de nuestros vagos y nuestros esforzados, nuestros detractores y amantes, nuestros poetas, intelectuales o iletrados, los sensibles y los guerreros, los muy dotados y los eternos repitientes, también así tenemos nuestros santos y maestros. Y a ellos les pedimos nos den fuerza y nos guíen, porque el problema no es que la danza no sea más o deje de ser, porque ella siempre se encenderá como chispa allá donde hayan cuerpos y ganas y mundos para ser danzados. Si debemos pedir por algo, que sea por tener la oportunidad de seguir siendo parte, de seguir buscando, encontrando y compartiendo el sentido de la libertad de los cuerpos en movimiento. Que los nuestros nos iluminen y que su vida sea certeza de que vale bien este tránsito, que la danza siempre será nuestra casa, un hogar donde hacernos fuertes y confortarnos.
Rafael Nieves

lunes, 20 de marzo de 2017

La rueda de los faunos

1. Hace ya casi 25 años mi nombre apareció por primera vez en la prensa, en un espacio distinto al de un listado de ingreso para una institución militar. Recuerdo que era un anuncio más bien pequeño publicado en un periódico local, donde se anunciaba una pequeña temporada que llevaría a cabo la compañía Teatro y Mimos de Venezuela, dirigida por los maestros Rocío Rovira y Oscar Figueroa.

Ila Nieves

Hago la distinción con respecto a mis anteriores apariciones en prensa porque en aquellas, las de los listados, sólo aparecía mi número de cédula de identidad, lo cual hacía más bien anónima mi aparición, menos protagonista, aunque para mi familia representase como es de esperarse un valor superior. De hecho pienso que alguno de esos listados debe sobrevivir en algún álbum familiar: la lista de ingreso del año 1984 para el liceo militar Gran Mariscal de Ayacucho y la de 1989 para la Academia Militar de Venezuela.

En cambio recuerdo cómo aquel pequeño anuncio que representaba lo que sería el inicio formal de mi carrera en las artes escénicas, se convirtió el mismo día de su publicación en algo así como el grito a voces de mi hundimiento, la derrota de mi crianza. La perdida de mi sentido como familiar, incluso como amigo y hasta ciudadano. Me gusta pensar que desde aquel día (que junto a otros eventos variados me descolocó como individuo), mi tránsito ha sido el de la reconstitución constante como persona. Como una búsqueda de sentido de mí mismo.

2. Tiendo a adornar a placer la mayoría de mis recuerdos. Lo cual podría ser catalogado como un problema, pero la verdad no creo poder reconstruir con exactitud algunos de mis episodios pasados. De hecho me parecería demasiado aburrido tener que ceñirme a la estricta realidad, si es que eso existe. Por ejemplo, evocando la mañana en que salió publicado el mencionado anuncio de prensa tiendo a juntar todos los recuerdos que atesoro de mi padre. Los amuñuño. Así que dependiendo de la intensidad de mi relato, o del interlocutor (así sea yo mismo en diversas situaciones), o de la cantidad de cervezas, puedo imaginar a mi papá con su bata de paño, sentado en su silla de mimbre, en su apartamento, con el periódico en la mano y un café y los lentes y las pantuflas y de música de fondo un disco de Henry Fiol; y su mirada entre severa y decepcionada al darse cuenta que su nombre (que es el mismo mío), aparecía entre otros tantos que seguramente irían eternamente por el mundo en mallas, zapatillas y la cara pintada de blanco.

archivo personal

No lo voy a negar. Hay días, cervezas más, cervezas menos, en que me gusta pensar que entre la merengada de sentimientos y sentidos a los que lo sometía constantemente este primogénito y demoníaco ser salido de su progenie (y con su mismo nombre); en medio de todo, quizás muy en el fondo, podría existir un poquito de orgullo. Aunque aquella mañana, su pregunta de si yo usaba mallitas y zapatillas, tuviese implícita la duda fulminante de si yo era loco, drogadicto u homosexual. Afortunadamente en ese momento sólo tuve que responder a lo de las mallas y las zapatillas; porque como todo inicio aunque desolador para muchos, para mí apenas empezaba lo bueno, y por supuesto no tenía la menor idea de nada.

No me voy a extender tratando de explicar lo que supuso ese momento para mí, pero ¡Váyalo! con Henry Fiol y todo. Que además en ese momento estaba preso.

3. Con lo de las drogas y la orientación sexual ¡Paso! lo delego. Se lo dejo a alguien que quiera exponerse un poco más de lo que yo ando dispuesto por ahora. Hoy, lo que me interesa es la posibilidad implícita en mi elección de vida que me acerca a la locura.

En otro tiempo estoy seguro que me hubiese gastado elaborando una disertación sobre la cordura. Argumentándome, buscando la forma de otorgarle sentido a lo que representa dedicarse a la danza; pero la verdad, cada vez estoy más cerca de aceptar que lo que podríamos considerar como indicativos de normalidad no se corresponden con el sentido profundo de lo que somos y hacemos. La normalización, los esquemas bajo los cuales coexistimos tienden a ponernos al margen. Cada vez más veo alejarse la orilla del sentido común y lo que es más vergonzoso, me veo, nos veo disfrutándolo. Nos veo además pagando las consecuencias de nuestro atrevimiento, aunque pareciera que eso también lo disfrutamos.

El Universal, septiembre 1992

Ustedes me van a perdonar, pero eso es de locos, y marginales; de seres desprovistos de la capacidad de reducirse a lo común y a lo bueno. Para algunos eso es fracaso o inmoralidad, inclusive pecado y hasta ilegal.

Si pudiera doblar el tiempo y juntar este momento con aquella mañana, sería menos severo con mi viejo, que finalmente tenía razón. Yo me estaba subiendo a la nave de los locos, y lo peor es que no he podido bajarme porque cada vez que se arrima a la orilla el mar profundo me llama, como una lengua loca de mujer que te lame la oreja, como la mano izquierda del diablo que me suma insistente a esta rueda de faunos y me dice:
-Rafa, 
vamos a danzar.
Rafael Nieves

lunes, 13 de marzo de 2017

Un Sherezade feo

I. ¿Para qué la danza?

Tal vez para todas las preguntas, exista una misma respuesta. Y no seamos más que redundancias, condenados a vivir argumentándonos hasta el infinito; sentenciados a repetirnos hasta caer nosotros mismos exhaustos y convencidos de esa idea que tenemos de lo que somos. Fallidos, pero felices. Quién sabe, podría ser que de tanto decirnos, nos hagamos realidad.

Ila Nieves

Por ejemplo a mí se me antoja oponer la idea de deterioro, de desgaste a la noción de creación.

Argumentarme feliz en medio del desastre, apelando al encuentro entre los cuerpos. Dicho de otro modo, danzando. Pero eso sólo me parece posible si en ese juicio hay algo más involucrado; algo más allá que el concepto mundano de cuerpo; ese pedazo de carne como se le piensa desde lo cotidiano/utilitario; aislado de su entereza, de su constitución como ser. Así no nos ayuda, no nos convence. Esa argumentación sólo se sostiene si nos brinda la posibilidad de ser algo más. Si nos arrima a algo mayor. Si nos ayuda a constituirnos por sobre el deterioro del mundo, el desgaste de las ideas y la pérdida del sentido, el paso del tiempo y la ruina de las cosas, e incluso de nuestra finitud como cuerpo mismo.

Entonces para esas preguntas: ¿Para qué la danza? ¿Para qué escribir sobre la danza? ¿Para qué insistir en argumentarse desde ahí?, por ahora no encuentro otra respuesta que la siguiente: Para no morir.

Para prevalecer, para prolongar al máximo el sentido otorgado a los cuerpos en comunión.

II. Las sombras de la duda.

Argumentarse en sí es algo que lleva su tiempo. Encontrar distintas maneras de obrar sobre las opiniones y cobrar sentido, cuesta. Sobre todo cuando uno siente que todo va en caída. En esos momentos es fácil abandonarse, sucumbir al malestar y perderse.

archivo personal

A mí por ejemplo, no me gusta mentirme. Todo lo que puedo, lo veo y doy cuenta de ello. Las cosas se van echando a perder. Y ojalá fuera sólo cuestión de repararlas; en algunos casos es casi como si se volvieran definitivamente inservibles. No más uso, nada que decir del cambio. Y así como con los objetos, pasa en los cuerpos, y en la relación de estos con otros cuerpos. Pero lo que más me impresiona es cómo trabaja el deterioro de las ideas. El semáforo que ya no sirve así funcione; la autoridad desbocada y trasfigurada en sátrapa; las relaciones fallidas entre pares que se explotan. Y la vida, que cualquiera se la lleva sin más, así, por cualquier cosa. Y en medio de todo esto la idea de cuerpo, náufraga. Como una balsita llevada por el agua, que se acerca y se va, se acerca y se va.

Pero tener como decirlo, se ha vuelto la forma de mayor desgaste. Ese esfuerzo extremo para cuidar al que te queda, al amigo que piensa igual o no, pero es tuyo. Es lo más difícil de argumentar. Porque se hace imprescindible rendir al máximo esos escasos momentos de encuentro y trocarlos en abundancia; preservarnos juntos para otro día, para que nos dure; y poder entregarse al disfrute sin que haya sombra de duda. Resistir, porque en este ahora, es como si esas formas de relación también estuvieran sucumbiendo a la embestida salvaje del oleaje cooperante.

III. Un Sherezade feo.

archivo personal

Me imagino construyendo algunos cuentos. A veces con forma de danza, a veces suenan, o se leen. Y me imagino que con ellos puedo alargar nuestro tiempo. El tiempo de la amistad, el tiempo de danzar. Algo así como un Sherezade feo y moderno, que hace cuentos para no morir. Algunas danzas para no sucumbir y perderse. Prolongando al máximo este tiempo que nos queda. Crear para no desaparecer. Inventar algunas historias para no sucumbir al olvido y para que dure la danza; que quede, suspendida en el tiempo como una piedra lanzada que nunca cae y no rompe nada y nunca llega, nunca termina, sólo cambia.
Rafael Nieves


lunes, 6 de marzo de 2017

Despierta

Llevo un tiempo soñando insistentemente algunas cosas muy poco concretas. Para entender la angustia que me producen, debo comenzar por asumir que no estoy nada seguro acerca de cómo hablar de ellas. Aunque he estado indagando al respecto, también debo aceptar que creo que me gustan así. Un poco difusas. El problema es que eso también es aceptar de cierta manera siniestra, que me he gusta ser mi propia fuente de ansiedad. Los sueños tratan por un lado de cosas que creo saber  y por el otro de la manera apropiada para describirlas.

Ila Nieves

En un primer momento, me ha dado por creer que esta angustia se salda concentrándome en hablar únicamente de la danza. Que mi tiempo en la exploración creadora desde el cuerpo es esencialmente mi tema. Esto por decirlo de manera sencilla, me hace sentir cubierto, protegido. La elegancia de saberme en la danza desde sus múltiples posibilidades, me cobija. Pero yendo un poco más allá debo aceptar que me es imposible hablar de mí y de la danza, sin hablar desde las vísceras. Desde mis costuras y el relleno. Entonces el placer de hablar del cuerpo y la danza, se va transformando en desnudo. Y la angustia ya no es solamente mantener mis reflexiones en torno a la experiencia del hacer y vivir en el cuerpo y la expresión, sino que también se le suma la ansiedad por mantener el equilibrio entre lo íntimo y lo público.

Es ahí donde aparece la otra cara de mi monstruo de los sueños. Mi segundo desasosiego, que es la pregunta por la forma más adecuada de hablar del cuerpo, de la danza. Y de mí.

He llegado a pensar que haber tenido la posibilidad de construir obras, coreografías, me ha brindado la posibilidad de experimentar con formas de organización de discurso. Digamos, cuestionarme acerca de las narrativas escénicas me ha brindado cierta experiencia, reorganizando fábulas, construyendo ficciones. Pero esto del lenguaje es otra cosa. Espero que no se sienta como una capitulación. Al contrario, para mí resulta en una nueva forma de arrebato. He ido encontrando el gusto que así como en el cuerpo, las palabras que hablan de él se resistan a ser como cualquiera. Algo parecido a entrenar y cansarse y sudar, para ir cada vez más profundo en el sueño. Y también de vez en cuando regalarnos un cuento:

archivo personal
Cuando estuve en la universidad, había un profesor al cual admirábamos de manera particular. En verdad ninguno de nosotros nunca recibió clases con él. Haciendo memoria, creo que su oficio era algo parecido al departamento de extensión. Sin embargo, alrededor de él tejimos una cantidad infinita de mitos, algunos más reales que otros. Por ejemplo uno de ellos era que había sido actor del Open Theater, un grupo experimental que funcionó en la década de los 70 en Nueva York. Otro era que tenía tres vehículos escarabajos de diferente color, pero que dos siempre estaban malos. Y así. Más allá de todo esto, el único contacto que manteníamos con él se daba en los pasillos y en los momentos de descanso, es decir entre clases o al final de la jornada.

Un día nos encargaron un espectáculo de calle como parte de la llegada de nuestro instituto a la parroquia de Capuchinos. Era el evento de estreno del edificio Cantaclaro (sede del PCV) como sede del Instituto Universitario de Teatro. Alexis, que así se llamaba el profesor, organizó la presentación. Durante uno de los pocos ensayos que tuvimos, recuerdo lejanamente la siguiente anécdota:

Estábamos en medio de unos ejercicios físicos, sobre los cuales estaba construyéndose el espectáculo. El director nos reúne para hacernos algunas correcciones. En ese tiempo aun no hacía danza. Aunque destacaba por mis capacidades físicas, en mi cabeza no paraba de cuestionarme sobre lo que estaba haciendo y el cómo lo estaba buscando. Alexis comenzó a hablar sobre nuestra capacidad para reaccionar. Yo seguía en mi cabeza tratando de entender. Entonces se quedó viéndome a los ojos y me dijo que lo tenía todo, que todo estaba bien, pero que tenía despertar. Sólo ocuparme, estar atento y reaccionar. Y así sin quitarme los ojos de encima, levantó la mano, grito -¡Despierta!- y me dio una bofetada.

¡despierta!

No fue muy fuerte, pero a mí me pareció infinitamente humillante. La verdad, ya casi no lo recuerdo. Es como un sueño que tuve. Creo que se me aguaron los ojos de la rabia. No recuerdo si me fui del ensayo o me quedé. En ese momento fue más grande la indignación que la enseñanza. Ese día hicimos la obra y se celebró y yo disfruté y así. O eso creo, la verdad no sé muy bien, está muy brumoso, muy escaso, 

A la distancia, como herramienta de enseñanza - aprendizaje, luce como una aberración. Pero cuando quiero ir más allá, cuando quiero asumir el riesgo, mientras voy más profundo, cuando llego al salón de ensayo, o tomo el instrumento, o abro una hoja en blanco y dudo, me ha dado por pensar: ¡Despierta!

Rafael Nieves