Llevo un tiempo soñando insistentemente
algunas cosas muy poco concretas. Para entender la angustia que me producen,
debo comenzar por asumir que no estoy nada seguro acerca de cómo hablar de
ellas. Aunque he estado indagando al respecto, también debo aceptar que creo
que me gustan así. Un poco difusas. El problema es que eso también es aceptar de
cierta manera siniestra, que me he gusta ser mi propia fuente de ansiedad. Los
sueños tratan por un lado de cosas que creo saber y por el otro de la manera apropiada para
describirlas.
Ila Nieves |
En un primer momento, me ha dado por
creer que esta angustia se salda concentrándome en hablar únicamente de la
danza. Que mi tiempo en la exploración creadora desde el cuerpo es esencialmente
mi tema. Esto por decirlo de manera sencilla, me hace sentir cubierto, protegido.
La elegancia de saberme en la danza desde sus múltiples posibilidades, me
cobija. Pero yendo un poco más allá debo aceptar que me es imposible hablar de
mí y de la danza, sin hablar desde las vísceras. Desde mis costuras y el relleno.
Entonces el placer de hablar del cuerpo y la danza, se va transformando en
desnudo. Y la angustia ya no es solamente mantener mis reflexiones en torno a
la experiencia del hacer y vivir en el cuerpo y la expresión, sino que también
se le suma la ansiedad por mantener el equilibrio entre lo íntimo y lo público.
Es ahí donde aparece la otra cara de mi monstruo
de los sueños. Mi segundo desasosiego, que es la pregunta por la forma más
adecuada de hablar del cuerpo, de la danza. Y de mí.
He llegado a pensar que haber tenido la
posibilidad de construir obras, coreografías, me ha brindado la posibilidad de
experimentar con formas de organización de discurso. Digamos, cuestionarme acerca
de las narrativas escénicas me ha brindado cierta experiencia, reorganizando
fábulas, construyendo ficciones. Pero esto del lenguaje es otra cosa. Espero
que no se sienta como una capitulación. Al contrario, para mí resulta en una
nueva forma de arrebato. He ido encontrando el gusto que así como en el cuerpo,
las palabras que hablan de él se resistan a ser como cualquiera. Algo parecido
a entrenar y cansarse y sudar, para ir cada vez más profundo en el sueño. Y
también de vez en cuando regalarnos un cuento:
archivo personal |
Cuando estuve en la universidad, había
un profesor al cual admirábamos de manera particular. En verdad ninguno de
nosotros nunca recibió clases con él. Haciendo memoria, creo que su oficio era
algo parecido al departamento de extensión. Sin embargo, alrededor de él
tejimos una cantidad infinita de mitos, algunos más reales que otros. Por
ejemplo uno de ellos era que había sido actor del Open Theater, un grupo
experimental que funcionó en la década de los 70 en Nueva York. Otro era que
tenía tres vehículos escarabajos de diferente color, pero que dos siempre
estaban malos. Y así. Más allá de todo esto, el único contacto que manteníamos
con él se daba en los pasillos y en los momentos de descanso, es decir entre
clases o al final de la jornada.
Un día nos encargaron un espectáculo de
calle como parte de la llegada de nuestro instituto a la parroquia de
Capuchinos. Era el evento de estreno del edificio Cantaclaro (sede del PCV)
como sede del Instituto Universitario de Teatro. Alexis, que así se llamaba el
profesor, organizó la presentación. Durante uno de los pocos ensayos que
tuvimos, recuerdo lejanamente la siguiente anécdota:
Estábamos en medio de unos ejercicios
físicos, sobre los cuales estaba construyéndose el espectáculo. El director nos
reúne para hacernos algunas correcciones. En ese tiempo aun no hacía danza.
Aunque destacaba por mis capacidades físicas, en mi cabeza no paraba de
cuestionarme sobre lo que estaba haciendo y el cómo lo estaba buscando. Alexis
comenzó a hablar sobre nuestra capacidad para reaccionar. Yo seguía en mi
cabeza tratando de entender. Entonces se quedó viéndome a los ojos y me dijo
que lo tenía todo, que todo estaba bien, pero que tenía despertar. Sólo
ocuparme, estar atento y reaccionar. Y así sin quitarme los ojos de encima,
levantó la mano, grito -¡Despierta!- y me dio una bofetada.
¡despierta! |
No fue muy fuerte, pero a mí me pareció
infinitamente humillante. La verdad, ya casi no lo recuerdo. Es como un sueño que tuve. Creo que se me
aguaron los ojos de la rabia. No recuerdo si me fui del ensayo o me quedé. En
ese momento fue más grande la indignación que la enseñanza. Ese día hicimos la
obra y se celebró y yo disfruté y así. O eso creo, la verdad no sé muy bien,
está muy brumoso, muy escaso,
A la distancia, como herramienta de
enseñanza - aprendizaje, luce como una aberración. Pero cuando quiero ir más
allá, cuando quiero asumir el riesgo, mientras voy más profundo, cuando llego al
salón de ensayo, o tomo el instrumento, o abro una hoja en blanco y dudo, me ha
dado por pensar: ¡Despierta!
Rafael Nieves
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