lunes, 6 de marzo de 2017

Despierta

Llevo un tiempo soñando insistentemente algunas cosas muy poco concretas. Para entender la angustia que me producen, debo comenzar por asumir que no estoy nada seguro acerca de cómo hablar de ellas. Aunque he estado indagando al respecto, también debo aceptar que creo que me gustan así. Un poco difusas. El problema es que eso también es aceptar de cierta manera siniestra, que me he gusta ser mi propia fuente de ansiedad. Los sueños tratan por un lado de cosas que creo saber  y por el otro de la manera apropiada para describirlas.

Ila Nieves

En un primer momento, me ha dado por creer que esta angustia se salda concentrándome en hablar únicamente de la danza. Que mi tiempo en la exploración creadora desde el cuerpo es esencialmente mi tema. Esto por decirlo de manera sencilla, me hace sentir cubierto, protegido. La elegancia de saberme en la danza desde sus múltiples posibilidades, me cobija. Pero yendo un poco más allá debo aceptar que me es imposible hablar de mí y de la danza, sin hablar desde las vísceras. Desde mis costuras y el relleno. Entonces el placer de hablar del cuerpo y la danza, se va transformando en desnudo. Y la angustia ya no es solamente mantener mis reflexiones en torno a la experiencia del hacer y vivir en el cuerpo y la expresión, sino que también se le suma la ansiedad por mantener el equilibrio entre lo íntimo y lo público.

Es ahí donde aparece la otra cara de mi monstruo de los sueños. Mi segundo desasosiego, que es la pregunta por la forma más adecuada de hablar del cuerpo, de la danza. Y de mí.

He llegado a pensar que haber tenido la posibilidad de construir obras, coreografías, me ha brindado la posibilidad de experimentar con formas de organización de discurso. Digamos, cuestionarme acerca de las narrativas escénicas me ha brindado cierta experiencia, reorganizando fábulas, construyendo ficciones. Pero esto del lenguaje es otra cosa. Espero que no se sienta como una capitulación. Al contrario, para mí resulta en una nueva forma de arrebato. He ido encontrando el gusto que así como en el cuerpo, las palabras que hablan de él se resistan a ser como cualquiera. Algo parecido a entrenar y cansarse y sudar, para ir cada vez más profundo en el sueño. Y también de vez en cuando regalarnos un cuento:

archivo personal
Cuando estuve en la universidad, había un profesor al cual admirábamos de manera particular. En verdad ninguno de nosotros nunca recibió clases con él. Haciendo memoria, creo que su oficio era algo parecido al departamento de extensión. Sin embargo, alrededor de él tejimos una cantidad infinita de mitos, algunos más reales que otros. Por ejemplo uno de ellos era que había sido actor del Open Theater, un grupo experimental que funcionó en la década de los 70 en Nueva York. Otro era que tenía tres vehículos escarabajos de diferente color, pero que dos siempre estaban malos. Y así. Más allá de todo esto, el único contacto que manteníamos con él se daba en los pasillos y en los momentos de descanso, es decir entre clases o al final de la jornada.

Un día nos encargaron un espectáculo de calle como parte de la llegada de nuestro instituto a la parroquia de Capuchinos. Era el evento de estreno del edificio Cantaclaro (sede del PCV) como sede del Instituto Universitario de Teatro. Alexis, que así se llamaba el profesor, organizó la presentación. Durante uno de los pocos ensayos que tuvimos, recuerdo lejanamente la siguiente anécdota:

Estábamos en medio de unos ejercicios físicos, sobre los cuales estaba construyéndose el espectáculo. El director nos reúne para hacernos algunas correcciones. En ese tiempo aun no hacía danza. Aunque destacaba por mis capacidades físicas, en mi cabeza no paraba de cuestionarme sobre lo que estaba haciendo y el cómo lo estaba buscando. Alexis comenzó a hablar sobre nuestra capacidad para reaccionar. Yo seguía en mi cabeza tratando de entender. Entonces se quedó viéndome a los ojos y me dijo que lo tenía todo, que todo estaba bien, pero que tenía despertar. Sólo ocuparme, estar atento y reaccionar. Y así sin quitarme los ojos de encima, levantó la mano, grito -¡Despierta!- y me dio una bofetada.

¡despierta!

No fue muy fuerte, pero a mí me pareció infinitamente humillante. La verdad, ya casi no lo recuerdo. Es como un sueño que tuve. Creo que se me aguaron los ojos de la rabia. No recuerdo si me fui del ensayo o me quedé. En ese momento fue más grande la indignación que la enseñanza. Ese día hicimos la obra y se celebró y yo disfruté y así. O eso creo, la verdad no sé muy bien, está muy brumoso, muy escaso, 

A la distancia, como herramienta de enseñanza - aprendizaje, luce como una aberración. Pero cuando quiero ir más allá, cuando quiero asumir el riesgo, mientras voy más profundo, cuando llego al salón de ensayo, o tomo el instrumento, o abro una hoja en blanco y dudo, me ha dado por pensar: ¡Despierta!

Rafael Nieves


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