A veces me pierdo. Me voy. Ando como
llevado, en una suerte de rapto. Por un rato, dejo de saber de mí.
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Algunos me han comentado, que cada vez que
danzamos pareciese que entramos en trance. Como en estado de arrebato. He buscado
la forma de entender este suceso, pero casi nunca he podido explicarlo con
propiedad. Aunque cada vez puedo describirlo mejor. No sé decir con palabras
qué nos sucede. En principio porque pienso que eso, siempre es mejor
responderlo con lo que hacemos.
Pero he estado trabajando en ello.
Esencialmente ocurre cuando acontece la
danza. Esto es, cuando solo o en compañía me lanzó al encuentro de lo otro. A
la construcción desconocida de la obra, con o sin estructura previa. Para
alguien ajeno, podría parecer algo fortuito, como sin esfuerzo. Y cómo no, lograr
que esto ocurra es lo que realmente buscamos. Algo así como ocultar el
esfuerzo. Pero no sólo del testigo-espectador, sino también de nosotros mismos.
La idea es perdernos juntos y disfrutar el retorno. ¿A qué tributa entonces el
esfuerzo real? Pues, yo creo que a llegar lo más lejos posible. A conocer lo
más alto y lo más hondo. La idea es completarse. La preparación para esto es
minuciosa, dedicada. Vamos tomados de las manos como para no perdernos, y para
ayudar a levantarnos. Crear, en este sentido está más relacionado con vivir una
experiencia, que con demostrar o convencer.
La danza como experiencia no está
relacionada estrictamente con el desarrollo corporal expresivo. Esa es una de
las nociones que tributan al todo. La función de los creadores gira más bien,
en torno a posibilitar el evento. Desde esta perspectiva todo importa, pero lo
fundamental son los intérpretes creadores y los espectadores participantes, que
con el simple gesto de su presencia hacen posible la noción de obra. Como
lectores y autores, ambos creadores. En ellos se completa el evento.
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Visto así, los participantes desde sus
múltiples roles de creadores - espectadores - lectores - autores, generan y
reciben constantemente los efectos de la experiencia. La obra ocurre cada vez que
sus elementos logran congregarse. Como amantes que se completan cada vez
juntos. Entonces el espectador - participante, en su rol de lector activo, suma
su fuerza e interés al desarrollo de la obra. Ineludiblemente, se es parte
incluso sin desearlo.
Desde esta noción, la interpretación no
se limita al desarrollo de unas posibilidades convenidas previamente durante el
proceso de definición de la obra. Podría decirse que cada acontecimiento es un
proceso de creación en sí mismo y a su vez parte del devenir de una obra; esta
a su vez ocupa un espacio en la constitución de vida de cada participante, sin
distinción de rol. La experiencias nos marcan. Dejan huellas. Nunca seremos los
mismos. Mucho menos después de la danza. En cualquiera de sus múltiples
dimensiones.
Entonces más que interpretación, podríamos
hablar de experiencia, de vida movilizada.
Importante es pensar cuándo ésta deja de
ocurrir en nosotros, si es que eso llegase a pasar. ¿Podemos dejar la danza o
es ella la que nos abandona? O la que nos encuentra y nos toma por asalto, como
un rapto de viejos amantes encontrados a destiempo.
Me gusta generar la posibilidad de la
danza, concertar a los creadores intérpretes, participar activamente en la
construcción de una guía de ruta para lograr un desenlace, posibilitar la
reincidencia, disfrutar del acontecimiento como participante pleno. Reinventarme
cada vez, como una forma de ofrenda.
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Y después, me dejo ir. Arrastrado en
arrebato. Perseguido por la fascinación de cada encuentro. Vago desnudo ante
los otros, paseo por infinitos pasillos sin forma, tomo lo que no es mío y lo devuelvo
cubierto en oro, sucumbo al miedo, y lluevo y agito y muero, y vuelvo a
recomponerme, soy viento. Luego finalmente, busco una vía de escape. Un retorno
en medio del rapto y las lágrimas y la risa. Golpeado, caído, besado, abrazado.
Solo, con otros, muchos, pocos, pero sabiendo que durante el evento, soy uno
más y soy más que uno. Y que para encontrar una salida, tengo que ganarme la
confianza de todos. Uno a uno, cada vez. Para llegar juntos. Y otra vez, conquistar un nuevo comienzo.
Rafael Nieves