lunes, 24 de abril de 2017

Quién Sabe

La mayor parte de mi infancia y juventud transcurrió a la orilla de un río. Ese apartamento es lo primero que recuerdo como hasta los 4 años. Después pasaron unos 5 años de vida loca. Un largo interludio de escaramuzas y forcejeos familiares que terminaron depositándome nuevamente en casa de mi papá cuando ya tenía 9, donde viví afortunadamente al menos 10 años más. De hecho si me preguntan, ese tiempo y ese hogar es lo que se podría entender como mi casa. Reconocer esto, me llevó mis 45 completos. Y no ha sido fácil. Tengo más de una hora escribiendo este párrafo.

archivo personal

Cuando digo río no evoco una imagen bucólica de corrientes, piedras lisas y cascadas. El mío es una larga canal de concreto que atraviesa de un extremo a otro mi pueblo, mi ciudad pequeña. Terminé mis estudios primarios y la secundaria sin salir de ahí. De hecho cuando estuve en un internado militar fue dentro de la misma zona. Ahí ayudaba a hacer mercado en el Cada, al frente de mi edificio estaba el Seguro Social donde vacunaban, me veían los dientes e incluso me llevaron por primera vez al sicólogo, también como a los 9. La capilla quedaba a una cuadra y en el zoológico que estaba un poquito más allá, reforcé mi amor a las matas y los animales silvestres. Al frente del parque estaba la única discoteca. La Roca Negra, perfecta para los besos en penumbra y un Cubalibre aguao, que era para lo que alcanzaba.

Después vino el metro y era más fácil ir para Caracas.

Pero para qué si estaban los estadios para los beisbolistas y la cancha del bloque para el futbol, el básquet y la pelotica de goma. Al menos para intentarlo y fracasar. Y por supuesto en la noche también estaban los banquitos y el estacionamiento para el amor. Otras noches el tío de una vecinita bella bajaba la guitarra y nos enseñaba a los que éramos malos con los balones. Teníamos unos postes y una mata de eucalipto enorme. De grandes nos dio por jugar a las escondidas y duraban horas las partidas, de lo que fuera. Y los gritos, silbidos y contraseñas de las madres porque la cena estaba lista. Y algunos, -coño mamá no me digas así que me da pena-.

Todo esto a la orillas del río. Para imaginárselo, tendrías que pensarlo desde arriba. Entonces el bloque se vería como una cruz de concreto y al lado izquierdo un estacionamiento al descampado donde no cabían los invitados. Más abajo del estacionamiento una cancha múltiple que casi siempre era futbolito que yo no jugaba, incluido los campeonatos con otros bloques que la mayoría de las veces terminaba en batalla campal. En esas sí estaba. Al lado de la cancha la placita y el eucalipto y el parquecito de tierra para jugar metras. Ahora, más abajo de la cancha y la plaza se extendía un pequeño cerrito siempre lleno de monte y después, antes de llegar a la acera y la calle, el canal de concreto del río.

mi casa

Yo creo, nunca he averiguado bien, que es un afluente de la rama principal. Un chorrito muy pequeño en tiempos secos, bastante más grande cuando llueve mucho. Si uno lo ve desde la acera se notan esos ductos también de concreto que vierten las aguas negras. Es muy raro porque entendiendo que esas aguas salen de cada bloque, uno esperaría que fuese de mayor en tamaño. Pero no lo son tanto. Eso sí, nunca dejan de fluir, nunca paran. Otra cosa interesante es que a veces uno podía ver cosas enteras saliendo de esas cloacas. Realmente, debo confesarlo, es asqueroso. Pero eso era mi río. Un chorrito pequeño pero continuo de mierda no tan pura, que recorría conmigo el camino para ir a comprar el pan o las mañanas de los fines de semana para cuidar mi parque o mis desdichadas despedidas de domingo en la noche antes de irme al liceo militar o a colearme con mis amigos en el cine los lunes a las 11, en la última función de cualquier película con tal que fuese clase C.

Que puedo decir. Inevitable sacarla de jonrón de la cancha y que la pelota se perdiera en el monte o se fuera para el río. Y la verdad nunca se la llevaba la corriente. Así era de flojito. Entonces era hacerse la idea de ir a lavarla o mentirle a los amigos para que no se cayera el ritmo de la partida. Entonces ibas y la arrastrabas con el pie en tierra seca y nadie se daba cuenta o al menos se hacían los locos porque iban ganando, o ya estaban acostumbrados. Aunque siempre le quedaba un poco el olor.

En todo caso me resisto a pensar que alguien sea menos porque pise el Guaire. Nosotros por ejemplo, teníamos una especie de atajo para ahorrar camino saliendo del edificio. Era un camino de tierra por el cerrito que estaba al lado de la cancha, como un caminito donde no había monte. Entonces tenías que agarrar velocidad bajando, y del cerrito seguir de una vez a la canal de concreto y en el momento adecuado saltar el río. Casi como un videojuego o una carrera de obstáculos. Después no podías frenar porque perdías el impulso para subir la canal y llegar a la acera. Lo siento pero era muy divertido. Aunque no tanto cuando ibas a la escuela y por supuesto alguna vez calculabas mal y metías el pie en la mierda. Más de una vez alguno cayó sentado y nos reímos, y él se rió, y lo seguimos queriendo, y se tuvo que regresar a su casa, y la mamá ardió en llamas, y también la quisimos, y quizás llegó tarde o con la manga del pantalón putrefacta, pero por eso nunca dejó de ser digno, y de batear mejor que yo, o de saber bailar salsa, o levantar más jevitas, o ser más estudioso, etc, etc, amén.

Algunas viejitas del edificio decían que eso daba suerte, quién sabe. 
Tal vez sólo lo decían porque lo veían a uno llorando.

Ila Nieves

Yo en cambio, recuerdo cuando un poco asustado me monté solo por primera vez en una camionetica para que me llevara al centro. O cuando la novia me dejó. O cuando me fui de la Academia Militar. O cuando discutí por última vez con mi viejo. O cuando simplemente iba pensando, pensando. Recuerdo que siempre trataba de agarrar el asiento de la ventana y con la cabeza recostada en el vidrio, irme alejando cada vez más de mi casa. Y sin ningún tipo de asco, ir siguiendo con la mirada el recorrido del río. 

Rafael Nieves

lunes, 17 de abril de 2017

Antes que nos agarre la noche

Tengo la idea bastante bizarra de que entre mis funciones como persona está la de expandir el alcance de la noción de cuerpo. Colaborar de algún modo en la construcción constante sobre la que se constituyen las ideas que nos completan como individuos, como seres dotados de expresión. Lo escalofriante de esta idea radica en parte en identificar cuándo o a partir de qué me siento o comencé a sentirme urgido por dar mi opinión sobre lo que acontece en los cuerpos. En qué momento el ejercicio de la danza se deslizó desde el mero y muy auténtico disfrute por el acondicionamiento, estudio y construcción de discursos desde la danza, hacia esta suerte de compromiso total con la forma en que habitamos, que somos en el mundo.

Ila Nieves

Si es que podemos al menos acordar que para ser en el mundo, todavía, aun en este tiempo, es necesario ante todo primerísima y fundamentalmente, ser cuerpo. Incluso como espacio desde el cual se pueda constituir cualquier posibilidad metafísica.

El hecho es que ese compromiso, me hace inevitable el establecer constantemente vínculos entre lo que somos y nuestra muy probable capacidad expresiva. Más allá de los manuales de lenguaje corporal. Donde una posible síntesis nos colisione directamente y sin evasivas, sobre lo que hacemos en y desde nuestro cuerpo. Y en el cuerpo del otro. La danza desde esa perspectiva se transforma en una opción poderosa. Una opción de compromiso. Donde cada elaboración, donde cualquier tipo de experiencia se traduce simplemente en posibilidad de ser. Quizás a  esto es a lo que se le llama vivir en la danza, pero también podría ser fácilmente otra cosa más grande, más abarcadora.

archivo personal

Es desde esta conciencia donde muchas veces me pregunto cómo es posible que exista la opción de enajenación sobre el cuerpo del otro. En dos platos: la violencia física. El envilecimiento de los seres a través de la dominación del otro y el maltrato. Y de repente es como si la historia universal entera, estuviese escrita en torno al ejercicio del poder y la imposición de la fuerza, pero ya no de las ideas, ni de las comprensiones de mundo, sino estrictamente sobre los otros cuerpos. Algo que podría traducirse como cuerpos tratando de ser más aptos para ejercer el dominio de la historia por la fuerza. Y a través del dolor y del miedo construir una historia sobre cuerpos violentados, agredidos, mutilados. Montones de cuerpos, viviendo al descampado.

Si se piensa bien tenemos como civilización, digo, existen distintas estructuras para el desagravio de tipo legal, jurídico, intelectual, económico, social, psicológico, político, esotérico. Pero ¿dónde se reconcilian los cuerpos? Dónde cabe, esa cosa bizarra, esta locura que se me ocurrió de pensar la danza como espacio posible para la constitución de múltiples ideas de cuerpo. Dónde tendría que estar ese cuerpo adolorido, vejado, necesitado de un lugar para ser; y si esto del cuerpo como espacio del ser por excelencia es real, entonces cualquier agravio para ser exorcizado en nosotros como gentes, debe salir de nuestra piel, de los músculos y tendones, y huesos, y órganos, todos sensibles.

archivo personal

No me quedan respuestas, sólo tengo la danza pero creo que es necesario pensar juntos desde ya en esto. Buscar cómo sanar, antes que nos agarre la noche y a todos estos dolores se le sume el hambre, el frío y el cansancio de vivir al descampado.

Rafael Nieves



lunes, 10 de abril de 2017

El tiempo de los diablos

Hoy amanecí por partes, que es algo así cómo dormir despierto. Cómo un tiempo que transcurre sin contarse, y las distancias y las realidades cambian, se vuelven maleables. O al menos eso parece, porque también es posible que esa sensación de control aparente sea todo lo contrario y lo que termine manifestándose justo ahí, es todo eso que somos y no vemos o no queremos ser.

Ila Nieves

Mi experiencia hoy consistió en tratar de convencerme a mí mismo que yo no era yo, en tratar de desprenderme. Y así en la distancia, dar cuenta de los cambios. Mis cambios. Aunque si quiero ser sincero debo aceptar que ya los sabía. De una u otra forma siempre los sé, pero en ese estado flotante se me hacen más evidentes. Lo interesante aunque parezca tonto, es que desde ese momento, no paro de extrañarme.

Por cierto, algo que me desconcierta es darme cuenta lo fácil que se me hace mentirme a mí mismo. Es decir lo normal que se me puede hacer engañarme. Mucho más que mentir a los demás. Podría ser porque hacia los otros opera una suerte de ética del cuidado que me exige procurar claridad, empatía a través de certezas. Algo así como que si pienso que soy un desastre, que se sepa y listo. Desde ahí construir. Pero en cambio en ese yo/conmigo opera otra cosa, algo que no es tan claro. Mucho más sutil. Como una especie de sesgo, que me hace creer que mantener un entorno aparentemente equilibrado, es útil, y es bueno, y es sabio.

archivo personal

Retomando, el hecho es que la idea que tengo de mí termina siendo extraña a mis propios ojos. Y me pregunto qué tanto del cuidado hacia el otro, de esa ética para la supervivencia de los afectos, va haciendo de mí un extraño. Porque la verdad, a veces, me desconozco. Sobre todo en esos momentos cuando puedo regresar por partes. Cuando parece que duermo pero ya puedo hablarme. Justo ahí, aparecen esos yo - otros. Como si el hecho de visualizarme desprendido, como un otro, me adosara a la norma del cuidado y entonces pienso que si tuviera el mismo cuidado que tengo por los otros conmigo, no me sentiría tan extraño. Pero quizás entonces mi vida y las de los que están en mi entorno sería el infierno. Y yo Satán.

De manera que mantenerme encerrado y convencido del bienestar de los otros antepuesto a mis pulsiones hace más fácil mi existencia y justifica una cantidad enorme de razonamientos truchos. Quién sabe cuántas falacias. Pero entonces en realidad ¿Quién soy yo?

Grupo de Rescate Conservacionista
"Anaconda" junio 1984 
Me gusta pensar que la danza es una respuesta. Me gusta sentir que desde ahí puedo cerrar los ojos y liberar esos yo - otros. Incluso que estando ahí, en el acontecimiento, puedo ser egoísta. Eso, que cuando danzo puedo ser malo. Y dejar que otro lo explique y encontrar la complicidad de otros diablos. De esta manera es que hoy y aquí, tengo que disfrutar del sueño, que no es fantasía sino realidad distinta. Que se mide diferente, con otra duración y en otra parte. Y se me hace más obvio que no puedo ser así después despierto, ni en todo lugar, ni con cualquiera. Porque cuando danzo es como ese tiempo que corre solo. Cómo cuando duermo y estoy despierto, y siento más, y creo más, y deseo más, y soy más. Y tengo más fuerza, y soy más ágil, y mi mente está suelta. Y no tengo que cuidar a nadie que no sueñe, y menos si necesita que yo sea bueno, y útil, y sabio.

Rafael Nieves



lunes, 3 de abril de 2017

Lejos

No tengo duda del alcance de las palabras pero si tuviese que explicarme, si me dejaras hablarte y fuese mi única oportunidad, preferiría hacerlo danzando. De otro modo estoy seguro que no podría alcanzarte y esto que soy probablemente quedaría incompleto.

Ila Nieves
Si estás leyendo esta carta es porque seguramente no he podido encontrarte. Me imagino aguzando la vista por entre los telones como hacíamos antes de cada función, espiando desde la oscuridad a quienes habíamos logrado convocar a nuestra obra. Ese juego infantil que nos permitimos juntos tantas veces como pudimos, antes de cada estreno, antes de cada celebración de la vida que fue cada danza nuestra. Porque sin importar el tema o la dificultad de cada pieza, sabíamos que ya no estaría el espejo ni la siguiente pasada. Que lo que se venía era la revelación definitiva y queríamos saber quiénes serían nuestros cómplices.

Recuerdo el vértigo de la luz apagada y el anuncio grabado por algún actor desconocido o la voz de un amigo que desde la cabina se había prestado también para el juego. Ese amigo que sabía que entre sus responsabilidades estaba curiosear hecho el loco quién había venido a vernos. Quién había pagado su entrada. Ese amigo que ejercía con orgullo su rol de dueño y señor de los pases de cortesía. Recuerdo también como te antojabas tontamente de ir a orinar justamente cuando sonaba el timbre con el que dejaban entrar a la gente y cómo era un alivio que en esta obra no me dio por empezar con telón abierto. Cómo si eso alguna vez te hubiese espantado. Por lo menos la música de espera lograba disimular el ruido de la poceta del camerino o el portazo distraído al salir del baño al lado de escenario. Bueno, eso era lo que me gustaba pensar.

archivo personal

Recuerdo también la sensación de encierro de los escenarios que no tenían salida sino por enfrente, una especie de fobia de ascensor con el agravante de miedo escénico y ataque paralizante de pánico. Mirando grabaciones viejas he ido descubriendo todos esos momentos en que inventaste tus propios pasos cuando yo estaba pendiente de otra cosa. Y me he estado preguntando si se te olvidaban o era una forma de expresar tu inconformidad con la obra o era simplemente la manera rebelde en que se manifestaba tu tendencia irreversible hacia la danza improvisada. Lo malo es que como los demás no sabíamos nada de esas inclinaciones tuyas a la expresión más espontánea, se evidenciaban aún más los rumores acerca de cómo te favorecía siempre haciéndote solista en mis trabajos.

Por otro lado, si estás leyendo esto también puede significar que hoy no he podido danzar para ti, que es una de las cosas que más me gusta. Porque creo que es como más me entiendes, si es que eso es posible. Si es así, no he podido acontecer contigo y nuestra forma de encuentro se da a través de las palabras. Quiero entonces aprovechar para comunicarte que seguramente pronto tendrás noticias mías, que de alguna forma te voy a convencer para que vengas a verme. Porque ir a la danza es amarnos un poco, así sea de lejos. De lejos y entre muchos. Perdernos para volver a encontrarnos y ser felices.

Y me pregunto si cuando lees esto recuerdas. Los ensayos, las funciones, las salidas al mundo y los regresos a casa.

periódico De Todo, viernes 24 de octubre del 2000

Pero la verdad hoy ya no me importa, pero no importa sólo por este día. Porque aunque no estemos descalzos y no estemos húmedos, ni adoloridos, ni cansados, aunque ya ni siquiera recuerdes y lo sientas ya muy lejos, hoy, sigues aquí conmigo celebrando este momento escrito de danza. 

Y éste, que es mi mango verde número cincuenta.
Rafael Nieves