lunes, 3 de abril de 2017

Lejos

No tengo duda del alcance de las palabras pero si tuviese que explicarme, si me dejaras hablarte y fuese mi única oportunidad, preferiría hacerlo danzando. De otro modo estoy seguro que no podría alcanzarte y esto que soy probablemente quedaría incompleto.

Ila Nieves
Si estás leyendo esta carta es porque seguramente no he podido encontrarte. Me imagino aguzando la vista por entre los telones como hacíamos antes de cada función, espiando desde la oscuridad a quienes habíamos logrado convocar a nuestra obra. Ese juego infantil que nos permitimos juntos tantas veces como pudimos, antes de cada estreno, antes de cada celebración de la vida que fue cada danza nuestra. Porque sin importar el tema o la dificultad de cada pieza, sabíamos que ya no estaría el espejo ni la siguiente pasada. Que lo que se venía era la revelación definitiva y queríamos saber quiénes serían nuestros cómplices.

Recuerdo el vértigo de la luz apagada y el anuncio grabado por algún actor desconocido o la voz de un amigo que desde la cabina se había prestado también para el juego. Ese amigo que sabía que entre sus responsabilidades estaba curiosear hecho el loco quién había venido a vernos. Quién había pagado su entrada. Ese amigo que ejercía con orgullo su rol de dueño y señor de los pases de cortesía. Recuerdo también como te antojabas tontamente de ir a orinar justamente cuando sonaba el timbre con el que dejaban entrar a la gente y cómo era un alivio que en esta obra no me dio por empezar con telón abierto. Cómo si eso alguna vez te hubiese espantado. Por lo menos la música de espera lograba disimular el ruido de la poceta del camerino o el portazo distraído al salir del baño al lado de escenario. Bueno, eso era lo que me gustaba pensar.

archivo personal

Recuerdo también la sensación de encierro de los escenarios que no tenían salida sino por enfrente, una especie de fobia de ascensor con el agravante de miedo escénico y ataque paralizante de pánico. Mirando grabaciones viejas he ido descubriendo todos esos momentos en que inventaste tus propios pasos cuando yo estaba pendiente de otra cosa. Y me he estado preguntando si se te olvidaban o era una forma de expresar tu inconformidad con la obra o era simplemente la manera rebelde en que se manifestaba tu tendencia irreversible hacia la danza improvisada. Lo malo es que como los demás no sabíamos nada de esas inclinaciones tuyas a la expresión más espontánea, se evidenciaban aún más los rumores acerca de cómo te favorecía siempre haciéndote solista en mis trabajos.

Por otro lado, si estás leyendo esto también puede significar que hoy no he podido danzar para ti, que es una de las cosas que más me gusta. Porque creo que es como más me entiendes, si es que eso es posible. Si es así, no he podido acontecer contigo y nuestra forma de encuentro se da a través de las palabras. Quiero entonces aprovechar para comunicarte que seguramente pronto tendrás noticias mías, que de alguna forma te voy a convencer para que vengas a verme. Porque ir a la danza es amarnos un poco, así sea de lejos. De lejos y entre muchos. Perdernos para volver a encontrarnos y ser felices.

Y me pregunto si cuando lees esto recuerdas. Los ensayos, las funciones, las salidas al mundo y los regresos a casa.

periódico De Todo, viernes 24 de octubre del 2000

Pero la verdad hoy ya no me importa, pero no importa sólo por este día. Porque aunque no estemos descalzos y no estemos húmedos, ni adoloridos, ni cansados, aunque ya ni siquiera recuerdes y lo sientas ya muy lejos, hoy, sigues aquí conmigo celebrando este momento escrito de danza. 

Y éste, que es mi mango verde número cincuenta.
Rafael Nieves

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