No tengo duda del
alcance de las palabras pero si tuviese que explicarme, si me dejaras hablarte
y fuese mi única oportunidad, preferiría hacerlo danzando. De otro modo estoy
seguro que no podría alcanzarte y esto que soy probablemente quedaría
incompleto.
Ila Nieves |
Si estás leyendo esta
carta es porque seguramente no he podido encontrarte. Me imagino aguzando la
vista por entre los telones como hacíamos antes de cada función, espiando desde
la oscuridad a quienes habíamos logrado convocar a nuestra obra. Ese juego
infantil que nos permitimos juntos tantas veces como pudimos, antes de cada
estreno, antes de cada celebración de la vida que fue cada danza nuestra.
Porque sin importar el tema o la dificultad de cada pieza, sabíamos que ya no
estaría el espejo ni la siguiente pasada. Que lo que se venía era la revelación
definitiva y queríamos saber quiénes serían nuestros cómplices.
Recuerdo el vértigo de
la luz apagada y el anuncio grabado por algún actor desconocido o la voz de un amigo
que desde la cabina se había prestado también para el juego. Ese amigo que
sabía que entre sus responsabilidades estaba curiosear hecho el loco quién
había venido a vernos. Quién había pagado su entrada. Ese amigo que ejercía con
orgullo su rol de dueño y señor de los pases de cortesía. Recuerdo también como
te antojabas tontamente de ir a orinar justamente cuando sonaba el timbre con
el que dejaban entrar a la gente y cómo era un alivio que en esta obra no me dio
por empezar con telón abierto. Cómo si eso alguna vez te hubiese espantado. Por
lo menos la música de espera lograba disimular el ruido de la poceta del
camerino o el portazo distraído al salir del baño al lado de escenario. Bueno,
eso era lo que me gustaba pensar.
archivo personal |
Recuerdo también la
sensación de encierro de los escenarios que no tenían salida sino por enfrente,
una especie de fobia de ascensor con el agravante de miedo escénico y ataque
paralizante de pánico. Mirando grabaciones viejas he ido descubriendo todos
esos momentos en que inventaste tus propios pasos cuando yo estaba pendiente de
otra cosa. Y me he estado preguntando si se te olvidaban o era una forma de
expresar tu inconformidad con la obra o era simplemente la manera rebelde en
que se manifestaba tu tendencia irreversible
hacia la danza improvisada. Lo malo es que como los demás no sabíamos nada de
esas inclinaciones tuyas a la expresión más espontánea, se evidenciaban aún más los
rumores acerca de cómo te favorecía siempre haciéndote solista en mis trabajos.
Por otro lado, si estás
leyendo esto también puede significar que hoy no he podido danzar para ti, que
es una de las cosas que más me gusta. Porque creo que es como más me entiendes,
si es que eso es posible. Si es así, no he podido acontecer contigo y nuestra
forma de encuentro se da a través de las palabras. Quiero entonces aprovechar
para comunicarte que seguramente pronto tendrás noticias mías, que de alguna
forma te voy a convencer para que vengas a verme. Porque ir a la danza es
amarnos un poco, así sea de lejos. De lejos y entre muchos. Perdernos para
volver a encontrarnos y ser felices.
Y me pregunto si cuando
lees esto recuerdas. Los ensayos, las funciones, las salidas al mundo y los
regresos a casa.
periódico De Todo, viernes 24 de octubre del 2000 |
Pero la verdad hoy ya
no me importa, pero no importa sólo por este día. Porque aunque no estemos
descalzos y no estemos húmedos, ni adoloridos, ni cansados, aunque ya ni
siquiera recuerdes y lo sientas ya muy lejos, hoy, sigues aquí conmigo celebrando
este momento escrito de danza.
Y éste, que es mi mango verde número cincuenta.
Rafael Nieves
No hay comentarios:
Publicar un comentario