lunes, 29 de mayo de 2017

Algunas notas sobre objetos pequeños y cosas necesarias


Ila Nieves
La moneda checa
En mi casa viven algunas monedas. Me gustaría decirlo de manera menos dramática pero es así como lo siento. Ellas aparecen en los lugares más insospechados como para recordarnos de vez en cuando, que en algún momento hicieron parte del desarrollo común de nuestras vidas. Que quede constancia que no tengo nada en contra de los billetes, que también tienen su encanto. Pero es que no puedo dejar de pensar en esas monedas de Uno, que cuando llegaron hace aproximadamente diez años, me parecieron las monedas más bonitas del mundo. Su parecido con los Euros me pareció siempre una suerte de zalamería, como una ocurrencia coqueta con ese borde dorado que hasta ahora no ostentaba ninguna de sus predecesoras criollas. Más ahora en medio de su extinción, ahora que su supervivencia se limita a las hendiduras de la poltrona y el espacio entre la nevera y el piso, me resultan más bien como un triste e inútil gesto de opulencia. Por ejemplo, me fue muy difícil explicarle a mi niña que su alcancía llena, esa que no puede levantar del piso por lo pesada, ha perdido su sentido original y obviamente queda suspendida de manera indefinida nuestra conversa sobre el concepto del ahorro. Pero he recordado un par de cosas interesantes. Una vez en un viaje de danza, algún compañero eslovaco nos obsequió a todos con una moneda de la extinta Checoslovaquia. Ese gesto me maravilló. También recuerdo que otro amigo de Mozambique le preguntó muy a mi pesar, si con eso todavía se podía comprar algo. Eso mató la magia. El silencio incómodo que vino después quedó fácilmente justificado porque ninguno de los tres hablábamos enteramente bien el inglés. La otra historia, muy tristemente venezolana, versa sobre un conocido que iba de viaje a Europa. Estaba recién salida nuestra moneda y habiéndose percatado de su parecido en peso y tamaño con el Euro, andaba recolectando una bolsa para usarlas en las máquinas expendedoras de cigarros y comida durante el viaje. Aunque ya un amigo suyo le había dicho que sí servían, nunca supe si funcionó el engaño. No me importa que ya no valga nada, me sigue pareciendo la moneda más bonita del mundo. Voy a guardar unas cuantas para regalarle a los muchachos, si es que algún día los vuelvo a ver. Así no nos pase lo de Checoslovaquia, ni se pueda comprar absolutamente nada con ellas.


caja de fósforos y monedas
Alquimia
Nadie puede tener el fuego. Es decir no lo puedo pensar como un objeto, como algo que se agarra. Así como tampoco se me ocurren demasiadas cosas tan ingeniosas, útiles y hermosas como una caja de fósforos. Además muy delicada. Si la tomas con las manos mojadas o muy sudadas pierde su poder, no tiene más encanto, porque su valor reside en ofrendarnos una relación privilegiada con el fuego. Nada más ni nada menos que con aquello que nos permite cocinar nuestra comida. La metáfora de Prometeo entregándole a los hombres el fuego no puedo imaginarla con un yesquero, pero con una caja de fósforos sí. Independientemente de los anuncios que acostumbran a aparecer impresos en la caja y que últimamente hayan estado en desventaja con respecto a la yesca. Ojo, el que ha desarmado alguna vez un yesquero sabe que el proceso de frotar la ruedita o apretar el botón, acciona casi exactamente el mismo mecanismo. Pero nada sustituye el encanto de arrastrar con los dedos un fósforo contra su cajita de cartón. Memorable el caso de esos más resistentes que se encienden cuando son frotados contra cualquier superficie áspera, una maravilla. Alquimia. Yo, debo confesar, soy de los que se gastan en ese lujo de detalles. Y también de los que leen las cajas. No puedo evitarlo. Entre mis primeras pulsiones infantiles cuenta la de coleccionar cajas de fósforos gastadas. En nuestros días solo es posible encontrar en nuestro país un par de modelos y tras la lectura respectiva, me he topado sorpresivamente con otra cosa que también podría tildarse como fantástica. Me refiero a que estas cajitas llevan impreso un precio que contiene una cifra con decimales. Más allá de la reflexión sobre cualquier proceso económico que soy incapaz de articular, la meticulosidad con la cual el año pasado todavía alguien, en alguna parte de nuestro país, se planteaba la posibilidad de esos decimales, tiene algo de ficción que rasguña la realidad. Más allá de la calidad de los palitos o de la cantidad de fósforos por caja, eso que dice esta cajita hace no sólo que sean posibles mis monedas de uno, sino que además clama por la resurrección de otra cantidad de moneditas que deben andar en quién sabe dónde, haciendo quién sabe qué. Ahora, de regreso a la realidad, no hay que preocuparse en exceso porque durante varios meses de forcejeo, los que aun practicamos la alquimia del fuego hemos logrado transar un valor aproximado de cambio para nuestro valioso elemento. Intuyo que de ninguna manera nuestra raza, permitirá que se rompa la conexión suprema con nuestro ritual originario y mucho menos ante la presencia decadente, eficiente y rendidora de un vulgar yesquero.


los periódicos de Bazuka
Veraz
El amor que siento por mi perrita se refleja en una inmensa tolerancia hacia su carácter agrio y hostil con el resto del mundo. Esto podría explicarse porque después de nunca haber tenido un animal de compañía llevamos juntos ya doce años. Con el tiempo la pobre se ha ido volviendo vieja y desordenada. Al inicio fue fácil que aprendiera a hacer sus necesidades en una zona determinada, siempre señalada con periódicos viejos, pero ahora a medida que pasa el día voy empapelando todo el piso de las casa. Para nadie es una sorpresa esto. Lo que sí podría ser alarmante es descubrir cuantos apartamentos de estas torres de ciudad en la que vivimos están habitadas por perros. Sobre todo por perros que no bajan, que no salen a la calle con su humano y menos con una bolsita para recoger sus necesidades. Sirva esta descripción para contextualizar la vida de nuestros amigos los canes en la era de los noticieros digitales. Nuestras relaciones se han visto seriamente afectadas por el internet y la escasez del papel para la prensa. Antes, nuestros vecinos más tradicionales, es decir los que tenían la costumbre de leer más periódicos y ver menos tele nos surtían constantemente. En cambio ahora, nos hemos visto obligados a comprarlos. Pues sí, más allá de la era digital, Bazuka, que así se llama mi perrita, necesita seguir defecando. Este nuevo panorama ha generado nuevas rutinas y es ahí donde entra en juego nuestro dealer personal, el señor del quiosco. El acto de detenerse frente al quiosco a elegir ha cobrado un nuevo significado. Por ejemplo más allá de determinada línea editorial algunos, por no decir muchos, estamos interesados en la relación costo/cantidad. Por otro lado, cualquiera que no conozca nuestra realidad se sorprendería de las diferencias extremas que existen entre los distintos diarios con los que contamos. Podríamos decir por ejemplo que la relación de precios es de diez a uno dependiendo del nivel de subvención estatal, pero las distancias entre las cosas que escriben también son así de extraordinarias. Dependiendo de cómo pienses alguno de sus encabezados podría entrar fácilmente en el género fantástico. Algo verdaderamente increíble, como diría un buen amigo. Pero lo realmente interesante es descubrir que tú y tu pareja canina no son los únicos urgidos o caídos en desgracia. A mí me lo dijo el señor del quiosco que no estando de acuerdo con el nivel de ficción que manejan algunos de los ejemplares ha decidido colocarlos disimuladamente en una zona menos visible bajo el entendimiento que nosotros las víctimas de la crisis y el desarrollo virtual de la prensa pasaremos regularmente a retirar dos o tres ejemplares de los más baratos que afortunadamente para nosotros son los que más hojas traen. Sin importarnos mucho lo que diga, porque con el nivel de desorientación de mi perrita vieja, ante cualquier exceso de sesgo o incluso ejercicio falaz de descaro, ella y su incontinencia ejercerán libremente su opinión sobre ellos, de manera expedita, veraz y oportuna. 

Rafael Nieves

lunes, 22 de mayo de 2017

Porque alguna vez hay que sincerarse

Tengo ya mucho tiempo leyendo y escuchando cómo algunos intentan acercarse al tema de la danza y darle forma. En algunos casos inclusive he comenzado a darme cuenta cómo a base de repetir mucho algunas nociones sobre el cuerpo y usando categorías increíbles pretenden instruir al resto acerca de cómo se debería danzar, y por supuesto, también cómo no. De no ser porque ya hay muchachos que empiezan a creérselo pensaría que ejercicios como esos están destinados simplemente a generar polémica y a sacarle fiesta a los que desde su hacer si saben de qué están hablando cuando se refieren a creación desde el cuerpo.

Ila Nieves
En mi caso particular reconozco que sólo puedo darme por entendido de aquello que ha hecho parte de mi experiencia y desde ahí, desde lo bailado me atrevo a hablar de mi cuerpo que se realiza de formas distintas en obras, entrenamientos y exploraciones.

Un caso particular dentro de ese universo de cosas vividas es lo que se conoce en el ámbito de la expresión del cuerpo como improvisación. Me refiero específicamente a la que se da en torno a esa otra expresión que se conoce como Danza Contemporánea, y que al mismo tiempo me ha ayudado a comprender y ampliar mi labor de intérprete en una dirección contraria a lo que justamente se entiende como Danza Contemporánea. Hasta cierto punto he pensado que podría llamarse así, simplemente Improvisación pero en realidad, si en su uso cotidiano no aclaramos su relación genealógica con la danza y con lo contemporáneo podríamos terminar hablando de cualquier otra forma de manejo de lo expresivo en el cuerpo, desde danzas urbanas con sus batallas y figuras asombrosas hasta lo terapéutico incluido el movimiento auténtico y otras opciones somáticas.

El caso es que si me tocara específicamente explicar qué es lo que hago tendría que comenzar por definir estas cercanías y estas distancias, y aunque parezca algo fantástico, en realidad ese nunca fue mi plan. Pero ya que la vida nos colocó en la labor de construir incluso un pensum de estudios universitarios con programas sobre la Improvisación, merece al menos el bosquejo de un breve esquema que trasluzca cómo desde mi experiencia llegué a este lado de la danza y a ejercer a tiempo completo cómo improvisador. Porque hay que sincerarse alguna vez, ser agradecido y en definitiva siempre vale la pena echar algunos cuentos. Por supuesto que todas esas crónicas no caben en este esbozo pero me decanto por tres muy sentidas a ver si pego alguna.

afiche promocional
Festival de Improvisación

1. Neodanza, Jennifer Monson y el Festival de Improvisación
La primera vez que vi una obra de Neodanza de Caracas quería estar ahí. Yo creo que eso era normal, es decir nos pasaba a todos los que iniciándonos en la danza se nos ocurría asistir a obras como Carne en Doce Escenábolos y así. La historia completa de esa compañía no me la sé, pero sí recuerdo que uno de los mitos que recubría aquellos espectáculos y a sus integrantes era que todo lo que hacían era improvisado. Corrían los años ´90 y es posible que eso ya estuviera pasando en el mundo desde hace más de 20 años, pero que una gente que uno podía encontrarse en los pasillos del Instituto o después de alguna función o en la calle tuvieran esa facultad, era algo fantástico. Algún tiempo después tuve la oportunidad de participar en una de sus obras y así fue cómo mágicamente conocí París y Londres, pero no fue hasta finales de 1999 cuando ocurriría lo que yo creo fue el gran evento. Porque una cosa es que te pongan a hacer algo y uno trate de copiarlo para hacerse parte, y otra muy diferente es tener la oportunidad de aprender. Durante aquellos años, entre el Instituto y Espacio Alterno nos hacían parte a los más suertudos de una cantidad enorme de información en torno a las técnicas de la Nueva Danza, pero justo fue Inés Rojas y Neodanza los que se preocuparon específicamente por el tema de la improvisación. Recuerdo que a finales de aquel año, en un esfuerzo conjunto de Neodanza y Contradanza, en la persona de nuestra querida Hercilia López, estructuraron un taller de dos semanas con Jennifer Monson, bailarina norteamericana enfocada específicamente en la improvisación. Ya había transcurrido algún tiempo desde el último Festival de Danza Postmoderna organizado por el Instituto y mucha de la información estaba en pleno proceso de amalgamamiento. Para los que comenzábamos se abría un camino que no sabíamos se nos iba a hacer de vida. Después de aquellos tiempos vendrían años de exploración y creación en torno a esa forma espontánea de asumir la creación. Conoceríamos gente que no iba a necesitar pasar por los procesos formativos tradicionales para acceder a la danza. Incluso envidiaríamos su desparpajo. Entre todas las maravillas que produjo aquella experiencia es ineludible hablar del Festival de Improvisación que Inés organizaba año tras año y que se convirtió para los adoradores de la danza improvisada, en un indiscutible espacio nuestro de reconocimiento y encuentro. Como nota curiosa está la anécdota de cómo se construyó la primera edición del festival, que realmente fue la muestra de los resultados del taller antes mencionado. Recuerdo claramente la emoción/angustia de todos los que hacíamos parte y también cómo Jennifer organizó la intervención de cada uno en grupos de dos, tres o cuatro personas con pautas específicas. Haría falta un año más para que Inés nos convocara de nuevo y cada uno presentara su interpretación particular de lo que era improvisar. Bueno ese año se vio de todo. Diecisiete años después, es decir hace un año, volvió a invitarme, y lo hicimos, y desde entonces no he parado de desear que lo haga de nuevo.

Parche con logo

2. Rommel Nieves, 100%Impro y la otra forma de la danza
Si, es mi hermano, listo, ahora hablemos de los aportes. Para mí hablar de improvisación en Venezuela es también hablar de Rommel y su proyecto. Sé inició como muchos en el Taller de Danza de Caracas, pero su incorporación a la improvisación se realizó en un plazo muy corto. Durante muchos años hizo parte de Neodanza, y también estuvo en el taller con Jennifer, y al igual que algunos de nosotros fue asiduo del Festival de Impro mientras duró; pero lo que quiero, adónde deseo enfocarme es específicamente en su proyecto 100%Impro, donde además de desarrollar una carrera como creador y solista independiente, exploró y realizó durante mucho tiempo algunos de los experimentos de danza más acordes a los tiempos que corren en nuestro país. Aunque su obra es posible enfocarla de múltiples maneras, yo voy a intentar tres posibilidades específicas que a mi parecer, ahora se perciben cómo naturales en los discursos creativos asociados a la improvisación, pero que en lo personal pienso se deben en gran medida a la línea de investigación específica que ha tenido su trabajo y cuyo desarrollo ameritó mucho riesgo a nivel creador. También me permito escribir esto porque creo que aquellas experiencias no han sido debidamente documentadas y más de uno por ahí, puede llegar a pensar que está descubriendo el agua tibia o que el trabajo que estamos haciendo en la actualidad no tiene referentes directos en nuestro país. Primero, si bien Neodanza trabajaba con improvisaciones, también incluía material memorizado y en sus puestas en escena era común el uso de objetos que complementaban el discurso de los cuerpos. Ahora si en algunos casos Rommel también usaba objetos, estos no contenían una carga discursiva definitiva en la lectura de sus obras. En mi parecer esto se producía porque en su mayoría el discurso descansaba sobre el cuerpo. Esto se hizo evidente en la medida que fue avanzando en su exploración. Los límites entre el material físico de las obras y su exploración física, se distancian de la construcción de obra para irse instalando progresivamente en la construcción del individuo como intérprete. Entonces su manera de moverse, pautas particulares o búsquedas específicas hacen que el discurso repose en su identidad particular constituida sobre su investigación personal. La obra básicamente se ha ido alojando en él. Esto lo podemos ver en las búsquedas actuales que se dan en torno a la valoración del aporte individual del intérprete. Desde esta perspectiva creo que él es uno de los pocos en el país ha llevado está posibilidad hacia sus límites. Segundo, el formato en torno al cual tornó su exploración construyó nuevas posibilidades muy poco visibles en nuestra danza hasta hace pocos años. Como si fuera algo natural la improvisación se convertiría en el lenguaje ideal para que la danza conviviera con la calle. Ropa común, zapatos, sin piso especial. O como se le puede ver aun en videos danzando en sitios nocturnos, acompañado de músicos electrónicos. En estos momentos podríamos permitirnos pensar que es normal que algún bailarín ocupe con una improvisación un espacio pensado para otra cosa, o que un bailarín por su vestimenta sea indiferenciable de un transeúnte común hasta que empieza a moverse, o que una movilidad natural como sentarse, caminar, correr pueden ser danza, pero eso costó mucho tiempo para ser reconocido como tal. Recuerdo aun verlo llegar a danzar en franela, zapatos deportivos y short playero. De hecho todavía existen muchos que preferirían llamar a aquello performance o arte corporal antes que danza. Tercero, la incorporación de música en vivo mezclando DJ´s, con banda de rock o creadores de arte sonoro en un contexto de danza. Desde las antiguas galas de danza o eventos compartidos, hasta temporadas en las que la música electrónica se hacía en vivo, llegando incluso a incorporar los sonidos que él mismo producía en las pistas con las que bailaría más adelante en el mismo espectáculo. Aun guardo un disco que contiene la Banda Sonora Original compuesta por Daniel Calvo para su espectáculo Círculos. Lo compré junto a otros discos en un concierto de Babylon Motorhome, que era la banda donde tocaba Daniel. Esta lista podría alargarse, pero pienso que sería mucho más interesante si los muchachos que están haciendo investigación sobre la improvisación, la danza en Venezuela o nuestras agrupaciones y eventos buscaran la manera de contactar con esos creadores que han contribuido a construir lo que hoy tenemos, para referenciarse y no andar repitiendo marcos teóricos.

fotografía Jonathan Contreras
3. Rafael, improvisación y realidad
Si alguien me hubiese contado hace 15 años que todo esto iba a llegar a pasar, sinceramente, no se lo creo. Para simplificar el cuento necesito decir que mi búsqueda creadora nunca estuvo enfocada de manera unívoca hacia la improvisación. La he cultivado con todo el placer que he podido durante años pero nunca imaginé que ese espacio particular de conocimiento terminaría cruzando transversalmente todo lo que hago. Es decir, he pasado mucho tiempo dedicando esfuerzo a otra cantidad de áreas para no detener mi crecimiento como intérprete, pero nunca, después que empecé he dejado de improvisar. Si pudiera nombrar a título personal otra experiencia que ha marcado mi relación con la improvisación tendría necesariamente que referirme a aquel viaje de tres meses entre Ámsterdan y Bruselas para trabajar con David Zambrano. Pero también a la admiración que despertó en mí el trabajo que se hacía en Neodanza, o el asombro ante la capacidad de adaptación e inventiva de Rommel. Por supuesto a la constancia de Inés y el Festival de Impro. A la maestra Hercilia que me llamó a trabajar por primera vez en el IUDANZA y su incitación constante para que insertara cada vez más información sobre trabajo de contacto que es realmente el área donde me siento más a gusto. Porque sí, dentro de la improvisación no todos somos iguales y es quizás eso lo que más me hace reincidir. Pero si tuviese que elegir un alegato para la improvisación, me decantaría por mi trabajo como creador. Porque así como la improvisación me ha permitido ser cada vez más libre, también me ha permitido acercar los cuerpos más disimiles a la danza. Años trabajando con actores, con artistas del cuerpo, gente con ganas y también con bailarines, con otros bailarines. Y finalmente hacer obras, poder seguir haciendo obras en medio de tanto desgaste. Eso me lo ha dado la improvisación y el trabajo de contacto. Reconocer las posibilidades infinitas de mi cuerpo. Pero bien, ahora, en estos tiempos que corren, la improvisación también se ha convertido en la posibilidad de los que no pueden acceder a las condiciones "óptimas" que amerita hacer la danza. Por eso se me hace necesario el reconocimiento a los que exploraron esas posibilidades desde la búsqueda estética y no sólo desde la necesidad que es lo que hoy conocemos. Por eso me provocó hoy celebrarlos, sinceramente. Por eso y porque estoy seguro que aunque las condiciones fueran las mejores estas opciones seguirían existiendo. Y además porque si un día me deja la danza, siempre voy a poder seguir improvisando.
Rafael Nieves



lunes, 15 de mayo de 2017

Cosas que pasan


Ila Nieves
Hablar aguao
La primera vez que entré a un salón de danza con la verdadera intensión de aprender, experimenté una sensación de encantamiento. No era realmente la primera vez que estaba en uno de estos espacios amplios con piso de madera, barra y espejo. Ya había pasado por muchas otras sesiones de expresión corporal, acrobacia y un taller nocturno que tenía el desaparecido Instituto Superior de Danza. Pero esta vez era diferente porque mediaba la intensión de danzar. Ese primer día por ejemplo hubo ballet, entonces era el impacto de saber por fin para que servían esos tubos metálicos de los cuales había que agarrarse. No es que antes no hubiese pensado en ellos, ni me los hubiese tropezado en infinitas sesiones de cualquier otra cosa. Aquella vez saberlo se traducía en intentar hacerlo, en vivirlo y tratar de no caerse del relevé. También era diferente porque el encantamiento, la brujería que me cayó aquel día desplazaba cualquier otra prioridad anterior y le daba un sentido propio a  ese estar descalzo, al piso de madera, incluso al espejo. En ese momento supe que ese discurso mío que momentos antes le había dado a Luis Viana (director académico del Instituto), diciéndole que quería probar pero que a mí lo que me gustaba era el teatro, se lo había llevado un perro en la boca, porque además estoy seguro que ya se lo sabía de memoria y aunque hizo todo su esfuerzo por no reírse en mi cara, me soltó sin la menor afección -Eso dicen todos-. Mi abuela en cambio me hubiera dicho -Muchacho tú sí que hablas aguao-.


Los Guppys

Tres Cosas
Pasé varios años trabajando de recreador infantil durante los períodos vacacionales. Eso coincidió con mis estudios formales de teatro, de manera que hice gala durante todo ese tiempo de una cantidad inagotable de recursos para mantener distraídos a numerosísimos grupos de niños que me tocaba recrear. Aparte de las tareas generales que se aprendían mediante un pequeño curso introductorio, canciones, juegos, actividades recreativas, manejo de grupos en autobuses, parques e incluso playas y piscinas, yo tenía la capacidad de montar obras, contar cuentos, dictar talleres de máscaras, marionetas y hasta vestuario con materiales de desecho. Lo único que no le gustaba a mis empleadores era un pequeño aro plateado que desde antes de aquel tiempo llevo en la oreja izquierda. Por lo tanto tenía que quitármelo cada vez que tenía trabajo. Del resto me había convertido en una especie de catalizador de grupos conflictivos, porque siendo joven, enérgico y con tantos recursos a mano, lograba suavizar conflictos en esos grupos incontrolables o donde algún otro recreador se veía desgastado. Así, era que me sacaban del plan donde estuviera y me pasaban a esos grupos, entonces emprendía el montaje de alguna obra o un taller improvisado de iniciación a la acrobacia. En fin, algo que los dejara enormemente felices y cansados, cosa que me agradecían los jefes, los choferes del autobús e incluso los padres. Recuerdo en especial un año con un campamento particularmente difícil en el club El Dorado, adonde me habían llevado por un grupo bastante belicoso de niños de entre 9 y 11. Tuve que implementar un montaje que involucraba pantomimas, cuentacuentos y una escenografía realizada por ellos mismos con cajas de cartón. También recuerdo que faltando un par de días para presentar la obra recibí una llamada al campamento. Nunca pasaba, no existía nadie a quien le preocupara que yo me perdiera un par de semanas. Para sorpresa de todos la llamada que recibí en el teléfono de la fuente de soda, cerca de la piscina, era de Javier Vidal invitándome a estar en el montaje de Troyanas que hacía el grupo Theja. El caso es que se le iba un actor principal y uno de los muchachos del coro pasaba a hacer de Casandra, entonces quedaba libre un pequeño puesto en el coro que hacía coreografías, cantaba y decía poquitos textos. Me había conocido el semestre anterior durante un curso del IUDET. Aquello causó una conmoción enorme entre mis compañeros de campamento, y en la empresa, y en los niños que se quedaban sin su recreador teatrero. Cuando ya me iba recuerdo claramente tres cosas: 1) Cómo el niño más problemático de todos me abrazó con la mirada llorosa, 2) Cómo pensé que no tendría que quitarme más el aro y 3) Que nunca más volvería a trabajar con muchachitos.


Madera pintada, botella quemada

Qué más puede pasar
La primera vez que dancé con Hilse lo hicimos en los espacios abiertos de Corp Banca en La Castellana. La obra se llamaba Verde y ocurría casi totalmente en silencio. Habíamos pasado varios meses sacando tiempo y consiguiendo salones prestados, en un proceso donde me tocó explicarle de la manera que pude, todo lo que alcancé sobre el trabajo de contacto que era lo que me interesaba trabajar. Algunas frases, pocas acrobacias, cargadas, manipulaciones y la única parte con música que era totalmente improvisada. A esa parte me gustaba llamarla El Árbol. Yo me desplazaba de un extremo al otro del espacio escénico, recorriendo la única diagonal donde transcurría la pieza y ella simplemente tenía que ir escalándome tratando de no caer nunca al suelo. Íbamos vestidos de negro, que si bien no era algo muy creativo nos daba la sensación de grupo, de hacer juntos. También recuerdo toda esa gente que compartió con nosotros aquel momento. La presentación se hacía en el marco de la celebración del Día Internacional de la Danza organizado por nuestro buen amigo Blasco. Trabajamos mucho para ese día. La obra si mal no recuerdo, duraba apenas 12 minutos. Entonces la danza ocurrió. Aquella fue la primera de montones de presentaciones que hemos hecho hasta ahora. Cuando lo pienso digo, necesitamos tan poco y mira, cómo nos ha rendido. Por eso en estos momentos, cuando me pregunto qué va a pasar ahora, y me ataca el susto, y toca iniciar de nuevo, recuerdo El Árbol y pienso -va a pasar la danza-, respiro y trato de recordar que es lo menos que necesito para que ocurra.
Rafael Nieves

lunes, 8 de mayo de 2017

Cinco fábulas de armas y una pregunta

Mi abuelo y las fechorías de los otros
Algunas noches ya tarde hacía como que iba al baño y entraba al cuarto de mis abuelos. Trataba de no hacer ruido y acercarme con cuidado para poder ver la pistola. Mi abuelo, siempre la ponía junto a su reloj y la cartera sobre la mesita de noche mientras dormía. Tenía la cacha nacarada tornasol. Nunca se me ocurrió acercarme tanto como para tocarla, aunque siempre tuve ganas de hacerlo. Mi tío mayor de los varones, pero menor que las hembras también tenía una. Él si dejaba que uno la viera, pero no que la tocara. Era mi tío favorito, parrandero y bonachón como nadie pero con unos límites bien claros. -Mira carajito, con esa vaina no se juega- decía. Mi abuelo era más el silencio. Nunca supe si el misterio era precaución o vergüenza. Aunque siempre quedó claro, por medio de mi abuela que era para protegernos. En mi versión infantil era para cuidarnos de los malandros y sobre todo en la noche, a los carros de la familia, que dormían detrás de la pared de su cuarto. Uno podía verlos por la ventana sobre su cama, por donde también entraba el olor y las voces de los mariguaneros, que justo a esa hora, cuando estaba oscuro, aprovechaban para desvalijar los carros y hacer sus otras fechorías
Ila Nieves

Mi papá y mi propia fechoría 
Hace tanto, que ya no puedo recordar quien me regaló aquella pistola de juguete. Lo que sí recuerdo es que era cromada y la cacha de plástico simulaba la madera de un color marrón con vetas. Se armaba halando hacia atrás la parte superior, igual que un revolver de verdad. No disparaba nada, pero cuando el percutor caía, sonaba duro porque explotaban unas rueditas rojas de plástico que venían rellenas de pólvora. Esos pedacitos de plástico uno también los podía hacer estallar con un martillo o con la piedra de machucar los ajos, en caso de que se dañara el gatillo. En eso días a mi papá le tocó visita y me llevó a cortarme el cabello en la barbería que quedaba en la esquina del cine Metropolitano, transversal a la Lecuna. Justo al frente de la parada de camioneticas que van para Caricuao. Realmente no recuerdo el trayecto, ni qué hablamos, ni si comimos algo. Solamente recuerdo la vergüenza que sentí, cuando al notar mi incomodidad al sentarme o al caminar, ya no lo sé, mi papá me subió la franela y encontró la pistola de juguete escondida entre los pliegues de mi pantaloncito talla 8. También recuerdo como se le trabó la lengua en el regaño y sus ojos de tristeza. No me pegó. En aquel momento imaginé que así debían sentirse los mariguaneros cuando mi abuelo se asomaba con su pistola, esas noches en que ellos andaban con sus fechorías.

El internado militar y los fusiles de mentira
Cuando entré al internado todavía jugaba con soldaditos verdes de plástico. Eran mi juguete favorito. Los coleccionaba de piñatas y bolsitas que vendían en la quincalla. En el liceo habían unos fusiles muy viejos, la mayoría tenían el ánima rayada o el cañón obstruido. Para lo único que realmente servían era para estar de adorno y de vez en cuando ponerlo a uno a sacarles brillo con una franelita empapada en Brasso. Entre mis recuerdos más felices de esos años, están las vacaciones de agosto que pasaba enteras en Valera, en la casa de mi mejor amigo. Entre nuestras miles de aventuras están el trío de cuerdas donde su papá tocaba y cantaba boleros y bambucos, los Sea Monkeys fallidos y las tres veces que leí Cybil la de las 16 personalidades. Una vez en algo que fue para mí como una vacación dentro de la vacación nos llevaron un fin de semana a  una casa que tenía un amigo de su familia en un pueblo de Trujillo. Pasamos horas jugando a los soldados.  Nos llevamos los uniformes verdes (cosa que teníamos prohibido por supuesto) y nos escondimos por el monte fantaseando con camuflaje y emboscadas. Mi amigo tenía una escopeta de aire que disparaba balines de plomo. Nada demasiado peligroso. Un juguete, al igual que los uniformes del Ayacucho, al igual que nosotros. Por suerte éramos malísimos disparando y nunca le dimos a ningún pajarito.

Ila Nieves

Los muchachos de la esquina
Mi abuela decía que el 23 no es bueno para criar varones. Y yo creo que tenía razón. Por ejemplo, los muchachos de la esquina del bloque tenían una pistola. Yo los conocí a través de un primo que si vivía ahí. Yo iba sólo en períodos cortos. Fines de semana, algunos días a almorzar o a visitar a mi viejita. En la esquina era como para hablar de cosas triviales y medir fuerzas. Uno de los pasatiempos más anormales y emocionantes que tenían los muchachos, era encaramarse en la azotea del bloque 01 a lanzarle piedras a las patrullas que se estacionaban en el Rincón del Taxista. Adrenalina pura, porque aquellos empezaban a disparar hacia arriba y entonces desde arriba los otros no tan muchachos, les respondían con plomo. Y lo peor, nadie preguntaba cómo empezó ni nada. Yo no entendía mucho, pero eran pruebas que te ponían los muchachos. Entonces fue. Un día después de que mi abuela me diera comida. Llegando a la esquina. Los muchachos tenían una pistola. Entonces la tristeza. Mi abuela tenía razón, el 23 no es bueno para criar varones. Al menos yo tenía otra casa donde ir a vivir. Mi primo no.

La academia militar y los fusiles de verdad
Entrar a la academia fue algo así como un regreso. O al menos eso creí, cuando faltando poco para graduarme de bachiller decidí que era lo único que estaba capacitado para hacer bien. Con esa decisión le pasé por encima a mi afición por la guitarra, a escribir periódicos para la familia o a hacer obras de teatro en inglés con mis compañeros de liceo. También me llevé por delante mi pasión por la artes marciales y la literatura fantástica. Mis habilidades para la matemática y mis coqueteos con la gente de humanidades. Mi amor por la montaña y la conservación de la vida silvestre. Los animales, las matas y los misterios de la vida de campo tan cerca y tan lejos. Incluso mi habilidad para ayudar a los otros a aprender cosas. Así que, apenas llegué me asignaron dos fusiles que vivían en un sitio que llaman parque. Uno viejo como el del liceo para los desfiles y un FAL para aprendérmelo y disparar. Qué esperaba, no sé, pero acaso se sabe algo a cabalidad alguna vez ¿Qué sabe uno a los diecisiete? Entonces ahí, justo ahí, después de superar todas las pruebas, cuando comprobé que si podía lograrlo, cuando ya estaba en el medio, uniformado, armado, bien ubicado en una escala jerárquica desde la cual podía incluso darle ordenes a mis compañeros, me deshice. Tal cual, me desbaraté. Pasar la vida dando y recibiendo ordenes. Compitiendo en todas las dimensiones de mi persona. Estudiando para ejercer la violencia, física, mental, psicológica. Pensarme para vencer al otro, porque sino para qué. Sobretodo agotado por el peso simbólico, y desbordado completamente por las posibilidades reales de matar, entonces ahí no me gusto más, me aborreció. Y creí ver finalmente desvanecerse mi gusto por las armas.

Ila Nieves

Gris plomo
Cómo se escapa de uno mismo, de lo que hicieron de uno. Entre los años 2000 y 2002 ubico un tiempo en el cual intenté exorcizar la violencia a través de mis obras. Aunque para algunos era muy literal, yo quería espantar esos años míos de complicidad con las armas. Esos días al igual que ahora, el país atravesaba una etapa violenta. El fantasma de las detonaciones y los caídos eran como lo son ahora, algo tangible, una sombra tan gruesa que uno literalmente no tiene como apartarla para seguir adelante. Aquellas obras pretendían reflexión sobre todo ello. Lo mío y lo de todos. Qué tristeza comprobar que las preguntas siguen intactas, porque ¿Hasta dónde puede llegar la indolencia ante tanta violencia? Desde aquí puedo comprender el ímpetu, la persistencia de los ideales, incluso las pistolitas de plástico que usamos en Gris Plomo que era una obra nuestra. Lo que aun no puedo comprender es cómo habiendo escapado de donde vine, sigo entrampado entre quienes se regocijan en la muerte y el dolor de los otros. Quienes quiera que sean esos otros. Cómo poner en duda la sangre y seguir pensándose creadores. 
Rafael Nieves

lunes, 1 de mayo de 2017

Caracas Roja Laboratorio

portada
programa
1. Hemos pasado años manteniendo un espacio donde la prioridad ha sido siempre el cuerpo y su expresión a través de la danza. También ha sido un lugar privilegiado para el encuentro y la convivencia. Un espacio para el reconocimiento del otro a través de nosotros mismos, desde el cual se ha manifestado constantemente nuestra visión de mundo. Animados sobre todo por los afectos y la necesidad de resistir los embates de la realidad. Ella que nos dice que no y nosotros que decimos: Danza.

El tiempo que nos tocó vivir fue este, no otro. Hemos realizado esfuerzos infinitos para no permitir que se nos escape. La danza, que es tan hermosa y esquiva. La hemos compartido sin reserva, guardamos muy poco para nosotros. Solamente lo necesario para vivir. Y aun de esa pequeña porción continuamos sacando esquejes, a la espera de seguir retallando.

Caracas Roja Laboratorio surgió por la necesidad de tener una forma de asociarnos con el mundo y que este nos reconociera. También porque Hilse y yo entendimos que mientras nos pensaran por separado, iba a ser difícil obtener el apoyo y el respeto que sentíamos ameritaba nuestro trabajo. El que pensábamos construir. Pero también surgió por una casualidad, o mejor una causalidad.

2. Durante finales del año 1999 e inicios del 2000, me dispuse a realizar un espectáculo unipersonal a partir de obras de otros. En total eran tres solos de danza y un monólogo escrito especialmente para la obra por Rubén el hermano de Hilse. El espectáculo estaba pensado para ser presentado con la gente sentada alrededor, es decir con las sillas sobre el escenario. También en medio de dos de los solos iban insertados dos trabajos audiovisuales de manufactura casi totalmente casera que hilaban la historia de aquel personaje. La trama no era muy compleja, se trataba sobre un chico de la calle vestido de jean y franela blanca que al parecer le quedaba mal a una banda y terminaba muerto. De hecho cuando el público entraba ya estaba tirado en el piso rodeado por ese dibujo de tiza blanco con que siluetean los cuerpos caídos en las películas. Así que después de leer una crónica policial iluminado con una caja de fósforos, me dedicaba a danzar con furia escena tras escena hasta que en el monólogo final me apuntaba a mí mismo con una pistola y terminaba tirado donde había comenzado. La obra no necesitaba muchos recursos pero como es de imaginar cualquier ayuda nunca estaba de más. Sobre todo porque la estábamos haciendo a título personal, con dinero de nuestros bolsillos y con mucha ayuda de los amigos. Durante las semanas previas al estreno, una amiga que trabajaba en la dirección de danza del extinto CONAC, nos propuso que registráramos una agrupación y que aplicáramos para un subsidio del estado. A nosotros la idea nos ilusionó (nunca habíamos pensado en hacer un grupo) y enseguida nos pusimos con los recaudos, pero teníamos un problema enorme: el nombre.

contraportada
programa

No recuerdo cuanto tiempo nos tomó. Lo único que teníamos claro era que no deseábamos llamarla Compañía de Danza, ya que eso nos sonaba extremadamente formal y no nos ayudaba a enunciar las distintas posibilidades que se nos podrían plantear a través de la creación. Aunque en ese momento no sabíamos con exactitud qué queríamos hacer específicamente, entendíamos que debía pasar por el riesgo y la exploración desde el cuerpo. Yo sabía además que tendría que poder poner en ese formato todo el universo de cosas que se nos ocurriera, tal como de hecho ha pasado. De manera que la primera idea/palabra que se nos apareció fue: Laboratorio.

Con Hilse tenemos un juego de toma y dame infinito. Como una tormenta de ideas que puede durar días. Así estamos claros que si nos cruzamos para hablar de algo, siempre estará presente ese tema pendiente. Pero aquel tiempo para elegir nombre se nos agotó dramáticamente. Me parece recordar que el período para introducir los papeles se esfumó y aunque nos dieron prórroga, la vida se nos anegó entre la construcción del documento constitutivo, el registro legal y cosas por el estilo.

Todo en medio de la locura, al mismo tiempo de la producción del espectáculo: Caracas Roja: Crónica, al cual como es ya obvio le robamos una parte para que quedara simplemente como Crónica, y tener un nombre para nuestro laboratorio.

3. Así es cómo desde el inicio y desde la complicidad con su primer espectáculo, nuestra agrupación pretendía asumir una crítica responsable sobre el tema de la violencia en nuestra ciudad. Aunque a decir verdad, no siempre todo nos sale como nos gustaría. Y habiendo pasado tanta agua bajo el puente, he de reconocer que no todo el tiempo decimos lo que queremos, ni con la propiedad que deseamos. Sobre todo cuando operamos desde la imagen o la metáfora o la abstracción. Aquella primera vez nuestro espectáculo quedó muy bien. Pero siendo sincero, el tiempo me enseñó que la mejor forma de criticar la violencia es alejándome de ella. Que los límites entre la crítica y la apología son muy endebles, sobre todo si el discurso opera desde lenguajes tan bellamente construidos como los que se pueden constituir desde el cuerpo y la danza.

Crónica
 por José Carlos Gómez

Cuando me asomo a la ventana de aquellos años, creo que además de ingeniosos y enérgicos, fuimos también muy ingenuos. Y quizás todavía lo somos. Sin darnos cuenta nuestros discursos son fácilmente asimilables por otras fuerzas, para nosotros impredecibles. Casi siempre estas fuerzas hacen uso de nuestro ímpetu y talento. De las ganas de crear y hacer vida en la danza. Eso me parece que no ha cambiado mucho. En lo particular, no me arrepiento de todo lo danzado, de nada de lo vivido. Pero me he prometido a mi mismo no ser más el caballo de batalla de aquellos que no teniendo como exhibir logros, están eternamente a la caza de incautos. No podemos seguir siendo incapaces de leer más allá de nuestro bienestar personal y disfrute.

Así que desde este cuerpo mío, he decidido dejarme en paz y declarar con toda voluntad que mi compromiso es por sobre todas las cosas con la danza. Y con mi familia. Y con los afectos que siempre están constituyéndose desde la coherencia. Por ahora cualquier otra oferta debe esperar por otro cuerpo que no sea el mío, que sólo desea reconocerse en aquellos con los que puede estar en resonancia.

Rafael Nieves