miércoles, 22 de agosto de 2018

El destierro del sueño



Quiero soñar con la danza. Porque estando cerca de esos límites donde se duda de cualquier cosa, tengo sólo una que puede salvarme. El problema es que decir con los ojos cerrados implica el riesgo de caer o volverse uno hacia sí mismo desde una dirección completamente diferenciada de todas aquellas desde las cuales puede o sabe uno hablar. Y sin habla cómo se evoca entonces ese sueño de cuerpo tocado y suelo que se abre a nuestro roce. Sólo danzando, es cierto, pero queda la duda de dónde poner lo que falta. Cuerpo que se estremece como réplica infinita de aquella, la tierra que tiembla y se quiebra y se duele. Es así que se ejercita la palabra como posibilidad del cuerpo que se sueña en continuación de resonancia. Es así como se danza con los ojos cerrados. Es así como se premedita la astucia que propiciará el encuentro. Y cada uno en su propio centro podrá obrar como magnífico danzante, encontrado más allá del borde, en lo más profundo del abismo, muy por debajo de las piedras que bregarán por interponerse entre el sol y nosotros. Una caricia bien ganada a la sombra de este espejismo que parece la vida pero que tiene otra textura. No obstante bajo la forma culminante del paso soñado, se oculta silenciosa la retícula infinita de un dibujo diestro. Torpe, pero diestro. De líneas que se cruzan, de vidas que se rozan. No habrá entonces forma alguna que contenga la consciencia de aquellos que se atreven. Búsqueda de fuego, marea infinita de candela que sólo encuentra sosiego más allá de la imagen, más allá de la palabra, más allá del cuerpo. Sin rostros, tomados de las manos, sin poder distinguir uno de otro, ni el plano específico donde se proyecta nuestra textura, se doblará en el tiempo y mañana será hace un rato y nadie tendrá que postrarse más que ante su propio deseo. Juntos, como un todo que cabe en una mano, esa que toca pero sueña conmigo el infinito. Seremos algo, luego nada, porque así se siente eso que danzo. Pobre de nosotros si no lo disfrutamos, pobre de nosotros si la danza no nos quema, si no nos arrasa con su lengua luminosa, porque el día habrá llegado y este sueño que pienso compartido ya será ceniza y las olas de los tiempos que limpian no dejarán vestigio, sólo mugre arrancada de las carnes, sólo trozos sobrantes de pellejo, sólo secreciones ardorosas en pieles laceradas y el placer se habrá perdido. La experiencia ya completa sin nosotros, se cerrará en sí misma bajo una capa gruesa de costumbres estériles, de momentos sin sentido, de puro vicio y pensamientos lascivos. Este instante retratado con tan escasa destreza por mi propia  incapacidad para hacer nada mejor que vivir en ese instante, se volverá sólo esto, letras acumuladas unas tras otras en un papel imaginario, ya sin vida, ya sin fuego, ya sin alma. Cuerpos que se sueñan vivos y mueren antes de que llegue la mañana. Cuerpos sobre cuerpos intentando torpemente penetrarse unos a otros, mendigando sensaciones rancias, implorando por alguien que los ponga al menos una vez en el mundo. Sufriendo el verdadero destierro de aquel que no vivió la danza.

Rafael Nieves