lunes, 30 de mayo de 2016

Miedos

1.- Siempre he tenido la sensación de estar haciendo cosas inservibles. Algo así como ser el depósito de haberes sin importancia. Mentira, imagino que no fue así siempre. Que alguna vez quise ser médico, bombero o mecánico, como si hubiese alguna distinción entre los hombres. Una especie de mejoría en la existencia de nuestra desorientada condición de seres abandonados a su capacidades.


Fotografía Victor Alexandre

También he habitado espacios desde los cuales se podría construir un ser en apariencia más sólido. Al principio me entregaba con pasión primeriza, como amor adolescente, para luego terminar harto de tanta nada. Vacío. Como en el camino de otros. Donde en apariencia era más útil, era más triste, más desganado. Inclusive cuando ya quedé solo por mi ineptitud para decidir algo productivo, continuaba fallando-me. Nunca pude convencerme de lo importante que podría ser si tan solo no me asfixiara tanto. Todo un fracaso. Nunca pude entender la importancia.

2.- Hay algo muy complejo que sigue siendo un misterio para mí. Cómo es posible que mi interés siempre despierta en aquello que menos me trae beneficios. ¿Qué turbiedad me hizo transitar sin dudarlo, de la senda del bienestar y la estabilidad, a esta vida de precariedad y pocas certezas? ¿De dónde salió tanta fuerza? Todas las tristezas y vacíos no han sido suficientes para hacerme desistir. Todas las soledades. Una vocación dicen. ¿Qué brujería es esa?

Fotografía Victor Alexandre

Cómo es posible que mis nociones del antes se organicen en torno a cosas inútiles que fui acumulando sin saber y ahora son eje de lo que soy. ¿Quién reagrupo a esa gente y a esas cosas? Como sin quererlo fui llenando el saco de tonterías (así literalmente tontas), cosas sin importancia que ahora resultan tesoros del hacer y la experiencia. Cimientos, bases para constituir-me, valorar-me, crear -me. A veces, hasta me pagan por eso.

3.- Si algo me da miedo es esa ineludible condición de diferente, tan mía como de todos, pero que en algunos casos se ve más pronunciada. Nunca me fue ajeno que todos somos distintos y sin embargo habiéndome esforzado tanto por formarme un ser resistente, auténtico, incluso sobresaliente, me haya decantado por un yo más vulnerable. Ahora bien, nunca, pero nunca me ha faltado quien refuerce el dolor que produce haber hecho esa elección. Sin embargo algún raro empeño me hace despreciar el estado de seguridad. Las certezas. Como diría uno con miedo, lo fácil.

Fotografía Victor Alexandre
Pareciera que algunos decidimos ser más distintos, preguntarnos por cosas que los demás obvian. Danzar por ejemplo. Preguntarse cosas de sí en planos impensables para otros. Algo que no es que otros no quieran hacer, sino que por razones de comodidad evitan. Decidir por la diferencia, por la búsqueda, es retar a la muerte en cada pequeña derrota. Pero cada día es una victoria vigorosa de la existencia auténtica sobre la noche de la ignorancia y no hay hambre ni miseria, sino el dolor de los amores que van y vienen, como el mar, más suave o más fuerte, pero siempre nuevo. Sobresalimos por una especie de furia iniciática que yo aun no comprendo.

Fotografía Victor Alexandre

4.- Ya no tengo miedo de escuchar que lugar creen que ocupo en la escala. No me importa que piensen que mi trabajo es de segunda o es una construcción menor. Tampoco le tengo miedo a los que muestran los dientes, porque los míos siempre comen con hambre. Mi piel no se desgasta, se curte. No me importa quién me suma en su estadística porque sé quién es nosotros. Mi mesa es humilde pero sé quién se sienta conmigo.

Fotografía Humberto Duque

5.- Miedo da el silencio y la soledad de sí mismo, que aturde como la nada. Yo, como no puedo concebir la existencia como una justificación en sí misma para la vida y como no soy solo en la incertidumbre, me lanzo feroz con los míos hacia la develación del misterio.


Rafael Nieves

lunes, 23 de mayo de 2016

Como cuero seco

A veces me siento como un cuero seco, y viene la danza. Otras, soy como un rio crecido, y viene la danza. Inclusive árbol caído, roto, vapuleado y viene como a salvarme de mí mismo, que no me sé tanto como ella a todo lo que toca. Entonces después, sólo después, me veo como a través de una bruma espesa.

Fotografía Jonathan Contreras
El caso del que se piensa, es el de aquel que se encuentra de frente con las preguntas más implacables sobre sí. Es el que se opone a la pasividad de la acción irreflexiva y además le da argumentos a las formas más desgarradoras de construcción de sí mismo. Sin embargo es también el que se permite abrir la puerta al saberse, al reconocerse.

Pensarse en la danza es un ejercicio del hacer. 

No hay tiempo ni distancia entre la danza cuando acontece y nosotros. Sin embargo demanda una preparación minuciosa, férrea, sutil. Porque quien ha estado ahí cuando ocurre la danza sabe que no hay escapatoria, y lo que somos, lo que quisimos ser, lo que fuimos e incluso lo que seremos, se apiña todo en un instante. De manera que pensarse en ella, en ese acontecimiento, no es más que un recuerdo, una reminiscencia de algo que fue y que nos deja el deseo de repetir, de reincidir.

Pensarse en la danza es entregarse al deseo de la reincidencia, evadirse hacia una autenticidad sólo tangible por los iniciados. Ir al encuentro de lo otro que somos. Es añorar completarse, ser uno con algo, con alguien.

También es desvelarse en preguntas sobre nuestra relación con las cosas. Comenzar, por ejemplo, una discusión consigo mismo sobre el sentido de dedicarle la vida a la creación o la construcción de espacios para el arte. Toda una perla del insomnio.

Fotografía Jonathan Contreras

Los recuerdos de otros oficios y obsesiones parecen difuminarse en medio de esta nueva percepción, una óptica que se va constituyendo para la valoración de lo otro, eso que no éramos antes. Pero entonces, ¿de qué se alimenta la danza, cual es su materia, sobre qué se edifica?  Somos la materia y el albañil. Somos el templo y la tierra donde se posa. Se constituye así entonces, ella sola, como si nadie la hubiese notado antes, la posibilidad de darnos a nosotros mismos la danza. Construir nuestras propias sociedades y vínculos. Asumirnos creadores e instrumentos. Así, todo junto, sin distinción, sin conquistas ficticias pensadas por alguien que seguramente nunca vivió el acontecimiento y nos necesita desesperanzados.

Fotografía Jonathan Contreras

Pensar en darse a sí mismo la danza, 
es uno de los mayores actos de creación y rebeldía. 

Porque es pensarse a sí mismo como totalidad. Iniciarse en el camino de la propia construcción. Elegir que deseas que haga tu cuerpo, que quieres que diga. A quién o a qué tributa tu esfuerzo y tu placer.

El reto es mantener vínculos diáfanos con lo que somos, porque si no ¿a quién engañamos? No es una lucha, no es un combate. No es una competencia. Es un acto de amor. Es la conquista de la libertad de ser en tu cuerpo, de ser en la danza.

 Rafael Nieves

lunes, 16 de mayo de 2016

¿Con quién la danza?

En estos momentos en que es tan fácil doler, voy a permitirme hablar de amores. Pero no de los amores absolutos como el de mis hijos, el de familia o el que se tiene por la mujer amada. Quiero hablar de mis amores de la danza, que es como decir de la vida. Vida que transcurre y a veces es buena y a veces es mala. Pero siempre es vida y es danza.

Danzar se dice tan fácil como amar o vivir.

Cuando me pregunto con quién, lo que estoy es preguntando por amores. Por gente que puede estar tan cerca que se funde en un nosotros, simple y poderoso. Gente con quien vivimos la danza. No creo que se pueda crear sin amor. Lo otro es destrucción y en el cuerpo, para eso ya se tiene el tiempo.
Fotografía Jonathan Contreras
Aquellos que viven procesos de creación desde el cuerpo, tienden a reconocerse como propios. Y así a partir de cada propuesta, encuentro y experiencia, nacen vínculos y solidaridades; membrecías complejas que obedecen a los encantos del esfuerzo y a las búsquedas comunes. Estos amores van engranando y distendiendo redes de iguales, donde lo importante más allá de las capacidades es la comprensión del otro. La obra termina siendo el fruto, la materia inacabada que pende de uno y de todos.

Imagino entre los míos una red de creadores infinita, que enlaza cada aspecto sustancial de nuestras vidas. Donde cada uno cumple un rol indispensable y no existe esfuerzo menor.

Fotografía Víctor Alexandre
Creo que cada encuentro, está asociado a una posibilidad. Que somos en esos momentos porque estamos dispuestos para. Es tan fácil vivir, danzar, amar de esta manera porque nos sabemos en el otro, somos una parte suya. No necesitamos excusa para estar. Visto así, es absolutamente comprensible el dolor de no estar dentro de un proceso determinado; de perderse en el anhelo por una experiencia o un alguien. Pero como cualquier otra, ésta es tan factible como la ineludible posibilidad de muerte. Lo cual no hace más que habilitarnos para continuar la búsqueda.

La danza nos ofrece una infinidad de vías para ser 
y para preguntarnos por ese ser.

Es ahí donde vuelvo a mis amores, mis cariños de la danza. Constituyéndonos juntos como posibilidad. Sobre todo en estos momentos en que es tan fácil desdibujarse. Y los encuentro; tantos y tan diversos, que podría pasar siglos catalogándolos por formas, olores e intensidades. La más de las veces en salones con piso de madera y espejos. Pero muchos más en la vida. Todos en su ruta, como es normal. Algunos instalados en el hogar que es la danza. Hasta que juntos nos vemos crecer y partir. En medio de dichas y desgracias, pero casi siempre mucho más sabios.

La pregunta por los quienes, es fundamental en la resolución de la danza. Porque la danza se hace con gente. Gente amada preferiblemente. Gente con la que hemos elegido vivir, amar y danzar.
Rafael Nieves

jueves, 12 de mayo de 2016

Oración

Primero. Debo confesar, con un poco de vergüenza, que desde que nos conocimos la Danza y yo hemos sido amantes. Nunca hemos tenido incomprensiones, más que para entendernos. Nunca me ha sido esquiva, siempre hubo manera de complementarnos. Desde aquel entonces, hemos construido lazos indisolubles, incluso a expensas de nuestras diferencias y nuestros respectivos antagonistas, que por demás abundan. Ni siquiera en los momentos más oscuros, hemos consentido distancias. Donde yo soy, está ella. 
Pocas cosas sé con tanta precisión, como a mí en la Danza. 

Todas mis historias, tristes o felices, están cruzadas por ese nosotros. Nuestros vínculos no se limitan a un ensayo o sesión de entrenamiento. Soy en la Danza solo y soy en ella con otros. Me alimento y ella se fortalece, duermo y ella descansa, es casi lo único que tengo para ofrendar.

Fotografía Jonathan Contreras
Segundo. Para vivir en la Danza he tenido, ante todo, que reconocerme en ella. Como toda mujer buena, bonita e inteligente, nunca está sola. Eso ha implicado un ejercicio constante de entereza y desapego, porque hay que saber compartirla. Con el mundo, con los otros, con la Divinidad. Por eso se me hace indispensable, pensar siempre en el dulce placer del compartir, del convivir y negociar. La técnica por ejemplo, la ejercitación, no puede ser en mí otra cosa más que una forma de acuerdo entre nosotros, el mundo y la Danza. Porque si no para qué. Estos acuerdos no son tácitos, se construyen minuciosamente, avanzando y cediendo, pactando. Cosas como dónde, cuándo, con quién y sobre todo cómo. He allí una gran pregunta. Porque cuando hablamos de Danza, no hablamos de una sola. Aunque sí. Yo por ejemplo hablo de la mía, con la que puedo ser uno y ser nada. Donde me reconozco, la que me da forma.

Fotografía David Grajales
Tercero. Si algún otro, me busca para saber de la Danza, sólo puedo ser enteramente comprensible desde mis acuerdos personales. Sólo me sé a mí mismo, y a medias, reducido a mi capacidad de comprensión escasa. De seguro muy mal y sin generosidad. Pero esa no-certeza, es lo que me hace ser y es desde ahí que puedo crear, asistir a otros en sus búsquedas y sobretodo resistir los embates de la nada. Es de valientes preguntarse una y mil veces como obsequiar al otro. Pienso que sin ser traslúcida, mi esencia queda expuesta por mi relación con la Danza, que transpira ardores y ausencias; lo que podría ser  transparente para algunos es opaco para otros. Es por eso que con ella no importa si gusto o me repelen. Es lo que soy. Cuando ofrezco un entrenamiento, una improvisación o una obra me ofrendo sin ambages. Lo que es un ejercicio bastante descarnado. Descarnado pero sabroso.

Fotografía Jonathan Contreras
Cuarto. Quiero elevar una plegaria por los que delegan su ser, los que comisionan en otros su posibilidad de realizarse en sus propios cuerpos. Los que van anhelantes tras el reconocimiento de los otros sin saberse. Sépanlo: no hay institución que nos contenga, no hay ley que nos ampare, ni argumentación posible. No se posee a la Danza, se te entrega o no. En la intimidad las normas desaparecen y ella acontece feroz reclamando cuerpos para comer y amar, pobre de aquel que no esté preparado para entregarse, porque sufrirá los ardores y las ausencias, llorará por ser tocado y ser visto. No entenderá donde poner su Danza.

Quinto y final. Una oración válida para comer, amar o danzar:

Hay quienes tienen y no pueden,
otros que pueden y no tienen,
nosotros que tenemos y podemos,
demos gracias.

Amén.

Rafael Nieves

lunes, 9 de mayo de 2016

Sobre el trabajo de contacto

Fotografía David Grajales
El asunto de las complicidades suele menospreciarse en extremo. Tanto que terminamos abortando proyectos enteros de vida, por el simple disgusto de no entregarnos con serenidad a esa sutileza pasmosa del silencio. Hablamos, decimos, contamos, como evitando guardar con nosotros algo que podría ser portento de intimidad. 

Construir en equipo amerita casi siempre más escucha que otra cosa. Con los cuerpos sucede al calco. El trabajo de contacto, por ejemplo, implica un sentido profundo de la comprensión de sí mismo a través del otro. Dejarse tocar suena sugestivo, más no es otra cosa que entregarse a la escucha. Permitir que el habla se construya a si misma desde las posibilidades. Sin que nadie apresure respuesta. Recordar que se toca al ser tocado, porque toda nuestra piel es un órgano de sentido. La direccionalidad de los estímulos es reciproca, por lo cual no existen roles. Todos los involucrados en la acción de tocar, se gustan o se repelen, quizá en diferentes niveles, pero siempre en la misma dirección.

Fotografía David Grajales
Después de tantos años de tocar, sentir, vivir, cualquiera estaría en capacidad de aceptar que se crea sentido con este sentido. Digamos, discursos con la piel. Voluntaria o involuntariamente. Excluirlo de nuestros haberes sólo es mezquino con nosotros mismos, ya que el otro puede indistintamente disfrutar del contacto, incluso siendo renuente. Y por sobretodo puede entendernos. Puede sabernos.

Cuando pienso en una danza de contacto, pienso en seres que se leen con la piel. La acrobacia más retorcida se da en lo más cósmico de nuestros poros, y ese centro gravitacional que nos une al suelo, se transforma en un hilo fino, largo y flexible. Muy delicado. No es cargar a alguien o sujetarlo. Es contenerlo o convidarlo a volar. Es así como pienso en estructuras no pensadas, sino vividas de a pares o de a muchos, que se contienen o vuelan. Grupos así no son rebaños ni parvadas ni cardumen. Son olas, son viento o médano que se desplaza por el placer de sus pequeñísimas partes, que se entregan gustosas en comunión. Es ser que se completa en el ser.

Fotografía David Grajales
 Se es en algún otro y por momentos se es nadie.

Romper este lazo es sumamente complicado. Porque una vez cómplice, ya no se es uno. Y el silencio no es tal, y la nada no es muerte. Porque se adquiere sentido sin buscarlo y se comprende sin necesidad de entendimiento. Es danza que tiende sus redes a la vida y nos mantiene sujetados y en vuelo; construye solidaridades y afectos. Genera complicidades ininteligibles. La danza de contacto nos constituye a través de los otros y sobretodo nos salva de la soledad de muerte en los momentos oscuros.


Cuando la pienso, pienso en seres que se leen con la piel, en olas, viento y médanos que se entregan en silencio.
Rafael Nieves

lunes, 2 de mayo de 2016

Cuguyón

para Alan y Luis Vicente

Hay cosas para las cuales no tengo más que la imaginación. Son cosas no-sabidas enteramente. Elaboraciones construidas a partir de algún relato o la convivencia con gentes que si conocen estas cosas. A medio camino entre lo desconocido y lo inventado. Algún falto de fe diría: casi un chisme. En esta categoría de cosas se incluyen objetos, lugares, experiencias y alguna que otra maravilla.


Fotografía Sergio Pérez
Lo que me hace detenerme en esas, las cosas no-sabidas, es el vínculo posible. Lo que podrían llegar a ser en mí, en nosotros. Es decir lo que el otro me muestra y me deja encantado. La idea de un sabor, de un sonido, de unos cuerpos. Y los amores.

Pienso en Güiria, no la conozco. No me la sé. Pero tengo un par de cariños entrañables de la danza que me la dicen, me la cuentan. Y desde ese no-saber me maravillo, me enamoro de esa posibilidad. Y pienso en la playa. En una ciudad con su liceo y su alcaldía quemada, sus canchas y sus fiestas. Y entonces uno de los amigos se aparece después de unas vacaciones con una botella de plástico desechable llena de Mabí, bebida que sacaron de las costillas de una mata, que cura y refresca. Y después aparece el otro con un pedazo gigante de pipote petrolero, que contiene la música maravillosa de los martillos y los hierros y del mar. Y me enamoro más.

Y me digo que ese es mi trabajo, enamorarme y enamorar.

Fotografía Sergio Pérez
Y dentro de esas, mis maravillas, está el paladar. Al parecer el agua de coco, el plátano verde y los animales del mar son el sustento de los habitantes de ese lugar soñado. Lo que es una forma bastante sabrosa de adaptar el paladar a lo que les ofrece, desde los tiempos en que se juntaron en esa tierra y con ese nombre, los distintos pueblos que de ahí se sienten. 

Y de regreso, nos pienso a todos acá, entre amores y danzas, nutriéndonos de lo que podemos compartir. Extrañando los cangrejos y la playa. Haciendo Cuguyón con lo que podamos. Creando un guiso de amores locos y danza, que se parezca un poquito a esa Güiria tan querida, que yo no me sé.


 Rafael Nieves