A veces me siento como un
cuero seco, y viene la danza. Otras, soy como un rio crecido, y viene la danza.
Inclusive árbol caído, roto, vapuleado y viene como a salvarme de mí mismo, que
no me sé tanto como ella a todo lo que toca. Entonces después, sólo después, me
veo como a través de una bruma espesa.
Fotografía Jonathan Contreras |
El caso del que se piensa, es el
de aquel que se encuentra de frente con las preguntas más implacables sobre sí.
Es el que se opone a la pasividad de la acción irreflexiva y además le da
argumentos a las formas más desgarradoras de construcción de sí mismo. Sin
embargo es también el que se permite abrir la puerta al saberse, al reconocerse.
Pensarse en la danza es un
ejercicio del hacer.
No hay tiempo ni distancia entre la danza cuando acontece
y nosotros. Sin embargo demanda una preparación minuciosa, férrea, sutil. Porque
quien ha estado ahí cuando ocurre la danza sabe que no hay escapatoria, y lo
que somos, lo que quisimos ser, lo que fuimos e incluso lo que seremos, se
apiña todo en un instante. De manera que pensarse en ella, en ese
acontecimiento, no es más que un recuerdo, una reminiscencia de algo que fue y
que nos deja el deseo de repetir, de reincidir.
Pensarse en la danza es
entregarse al deseo de la reincidencia, evadirse hacia una autenticidad sólo
tangible por los iniciados. Ir al encuentro de lo otro que somos. Es añorar
completarse, ser uno con algo, con alguien.
También es desvelarse en preguntas
sobre nuestra relación con las cosas. Comenzar, por ejemplo, una discusión
consigo mismo sobre el sentido de dedicarle la vida a la creación o la
construcción de espacios para el arte. Toda una perla del insomnio.
Fotografía Jonathan Contreras |
Los recuerdos de otros oficios
y obsesiones parecen difuminarse en medio de esta nueva percepción, una óptica
que se va constituyendo para la valoración de lo otro, eso que no éramos antes.
Pero entonces, ¿de qué se alimenta la danza, cual es su materia, sobre qué se edifica?
Somos la materia y el albañil. Somos el
templo y la tierra donde se posa. Se constituye así entonces, ella sola, como
si nadie la hubiese notado antes, la posibilidad de darnos a nosotros mismos la danza. Construir nuestras propias sociedades y vínculos. Asumirnos
creadores e instrumentos. Así, todo junto, sin distinción, sin conquistas
ficticias pensadas por alguien que seguramente nunca vivió el acontecimiento y
nos necesita desesperanzados.
Fotografía Jonathan Contreras |
Pensar en darse a sí mismo la
danza,
es uno de los mayores actos de creación y rebeldía.
Porque es pensarse a
sí mismo como totalidad. Iniciarse en el camino de la propia construcción. Elegir
que deseas que haga tu cuerpo, que quieres que diga. A quién o a qué tributa tu
esfuerzo y tu placer.
El reto es mantener vínculos
diáfanos con lo que somos, porque si no ¿a quién engañamos? No es una lucha, no
es un combate. No es una competencia. Es un acto de amor. Es la conquista de la
libertad de ser en tu cuerpo, de ser en la danza.
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