martes, 24 de abril de 2018

Itinerario



Hija
La vida está en otra parte. Donde tú y yo nos encontramos. Y donde amar es tu nombre disfrazado de brisa fresca y hojas secas por el sol.

De regreso
Con nuestra amiga devolví algunas cosas que no me parecieron imprescindibles. Un pedal de música y unas cartas que tenía para vender. Una pelota con la que quería retomar el acto de malabar y un libro de ética que sí me dolió un poco. También unos discos y unos libros que llevaba como regalo. Un pañito azul, una franela gris y una correa negra. Lo demás no lo recuerdo y la verdad nada es tan importante. Por un momento tuve entre las manos los libros de Bachelard y esos botines de gamuza que tanto me gustan. Nuestra amiga me convenció afortunadamente de ponerme las dos chaquetas. Los zapatos los puse en el bolso de mano, el cual quedó endemoniadamente pesado, y seguí abrazando todo el camino una bolsita plástica con los libros, incluyendo ese otro tan querido que me regalaste en mi cumpleaños. Olvidaba decir que también tuve que devolver mi pantalón de cuero negro. Lo cual es una lástima porque hubiese regresado conmigo al sitio de donde lo traje. Esto me hizo pensar que todo siempre regresa, aunque tal vez este no era el momento oportuno.

Volando
Sentado entre las nubes pude pensar en todas esas cosas que te gustan. Recordé por ejemplo cómo te gusta que te explique cada pequeña cosa. Cosas sencillas como cerrar la ventanilla (siempre tuya por supuesto) y ajustar la mesita de enfrente. El deleite de verte tratando de comprender ese sistema en el cual hay que empujar hacia atrás con la espalda al tiempo que pulsamos el botón en el posa-brazos para poder reclinar la butaca. Darte detalles acerca de ese otro sobrecito de polvo blanco que no es azúcar y se llama crema para el café. También pude imaginar largamente, más bien recordar, cómo sostienes mi cara entre tus manos pequeñas y hurgas distraídamente con los dedos entre mi barba. Un premio por prestarte atención y mirarnos directo a la cara cuando hablamos de todas esas maravillas en miniatura. Sin importar que esa atención tuya decline invariablemente hacia la conclusión de siempre, en la que me dices cuánto te gustan mis bigotes de gato.

La hora de comer
Tuve una vianda. Rellena de pollo y arroz. No estaba repleta, pero era muy feliz porque la cantidad era siempre suficiente. Nunca me cansaré de agradecerte por cómo cuidaste de nosotros. Esos días afortunados, en tres lugares distintos, tres viandas muy parecidas se abrían y la palabra gracias se dibujaba en nuestros rostros. Tres rostros satisfechos que en poco tiempo cerrarían tres viandas vacías y sucias. Nunca pude imaginar cómo serían nuestros manteles o el lugar exacto que cada uno elegiría para comer. Ni siquiera si alguno se tomaría el tiempo de recoger con los dedos, uno a uno lo granos de arroz restantes para no dejar desechos. Yo al menos, elegía siempre un lugar apartado, casi escondido. Donde no resultara inconveniente mi presencia u ofensivo el contenido de mi vianda. Pero por más que me escondiera o decidiera apartarme, nunca pude dejar de escuchar esas voces pequeñas que jugaban a empujones. Ni tampoco evitar preguntarme si ellos también tenían la suya o si tenían al menos alguien como tú, que pudiera ponerles tanto amor adentro.

Rafael Nieves


lunes, 9 de abril de 2018

Supraconsciencia


Goya
Me gusta llamar Trabajo de Contacto a cierta síntesis particular de experiencias e ideas bajo las cuales me he encontrado sumergido durante ya bastante tiempo. Esta me han permitido proyectarme tanto en el área de la creación como en la formación, entrenamiento y gran parte de los esfuerzos por darle una forma coherente a mis reflexiones. Estas prácticas se han constituido en un hervidero constante de preguntas, cuyas respuestas no siempre ebullen de manera totalmente acabada, ni mucho menos se transforman en axiomas o reglas que tiendan a una suerte de generalidad uniforme. Muchas veces estos vislumbramientos se dan en un ámbito tan íntimo que a tanto a mí como a mis compañeros de faena (muchos ocasionales, pero algunos pocos muy obstinadamente persistentes como yo), nos cuesta muchísimo exponer con palabras que sintamos adecuadas. De hecho hemos llegado a insinuar que es muy posible que estos hallazgos no tengan nombre, que probablemente no valga la pena colocárselo para no correr el riesgo de empobrecer la experiencia. Algunos días se asoma la idea de que estas respuestas que nos devuelve el cuerpo, son en verdad percepciones, sensaciones que antes de dejarse nominar, preferirían huir de nosotros. Abandonarnos por siempre. Es entonces ahí cuando surge la posibilidad de preguntarse acerca de qué es lo realmente importante, cuál es el enfoque indicado desde el cual sería posible aprehender aunque sea muy esquivamente el fenómeno y poder seguir siendo parte de él. Porque más allá de la forma en que cada cual vive su respuesta, independientemente de lo que cada uno pueda guardar para sí de la experiencia, está la necesidad de poder reproducir las condiciones para que esto ocurra de nuevo. La pregunta entonces podría ser ¿Cuáles son las vías a través de las cuales es posible crear las condiciones adecuadas para la vivencia de una experiencia que podíamos considerar como de Consciencia Sensorial Extendida desde las cualidades del tocar?

Mi respuesta es: El Trabajo de Contacto. Más que una fórmula mágica o algún tipo de compendio de ejercicios instrumentalizados para caer en trance, estoy inclinado a creer que se trata de una síntesis de disfrute y uso creativo de la imaginación sensorial. Y como es de esperarse, toca decir que sólo es posible reconocer enteramente de qué se trata a través de su práctica, de lo contrario quedaríamos limitados a una muy regular exposición de mi parte, de lo que debería ser un universo bastante variado de vivencias que se corresponden a la experiencia íntima de cada quien. Entonces por este medio solo resta asomarse a la intimidad de quien narra y se permite un acercamiento a esta vasta zona de penumbras, usando lo mejor que puede las pocas herramientas funcionales y por demás condicionantes que humildemente posee.

Mucho más cercano que la pretensión de generar una categoría, el nombre Trabajo de Contacto intenta (muy ingenuamente por cierto) mantener un vínculo con esa área tan conocida dentro del ámbito de la Danza Contemporánea como es la Improvisación de Contacto. En un esfuerzo bastante temerario he pretendido insinuar que aunque la improvisación como herramienta es fundamental en el ejercicio de esta forma de exploración, no lo es como punto focal o esencial. En el Trabajo de Contacto casi todo el tiempo se improvisa, pero no es una improvisación lo que se persigue como resultado final del contacto. Desde una noción más amplia el concepto de Trabajo nos coloca bajo la perspectiva de generar algo. Aunque producir en sí mismo tampoco es una respuesta, al menos deja por sentado que la intensión es extenderse un poco más allá de la composición de los cuerpos y su funcionalidad coreográfica. La producción que nos interesa aquí, no está reñida con la destreza en sí misma, sino que intenta proyectarse por encima de lo que representa simplemente el Baile. Hanni Ossott dixit. No se trata de arrebatar lo que de virtuoso y muy esforzado adquiere el cuerpo del bailarín con la práctica. No se trata de perder lo que de Baile tiene la Danza. Sino dedicarse a construir vías para la producción de un estado de consciencia extendido. Un acercamiento a otra forma de entender el universo desde lo corporal, otro cosmos. Otro espacio que se agranda y se disuelve ante el cuerpo suelto en percepción. Gigantes, los danzantes que tocan extienden sus redes por todo lo sentido, intuyendo otras posibilidades. Creando otros mundos. Entonces el Trabajo bajo la perspectiva del Trabajo de Contacto, es cuerpo queriendo ser otra cosa. Labrándose otra oportunidad de ser. Obrando un estado de Supraconsciencia. Entender la idea de Contacto aquí, es asumirlo como instrumento para ampliar esa consciencia por medio de la percepción sensible. Consciencia entendida como consciencia de mundo. Bajo la concreción del cuerpo en relación a todo lo que toca, los otros danzantes, los objetos, el piso, el aire, incluso el roce de su propia ropa o su propio cuerpo. Reconociendo que cada universo sensitivo personal se encuentra moldeado, posee hábitos y genera su propia representación a la que le asigna sentido. Y eso, para bien o para mal, más que entender es sentir. Y muy posiblemente nos deje mucho más cerca de nociones como intuir o imaginar. Y es de allí, desde ese lugar privilegiado, donde se accede a la Danza como experiencia de lo que tiene de posible el cuerpo para la expresión y el arte.

Constituirse desde esta experiencia nos acerca a la vida. Nos ofrece la posibilidad de retribuirle a nuestro entorno la multiplicidad de frecuencias en las que ésta se nos manifiesta. Nos enajena de la posibilidad de perdernos vacíos, errantes, porque la gama de sensaciones posibles que se desprenden de esa Consciencia Extendida de Cuerpo nos acercan a un conocimiento distinto del mundo. La expresión de una extremidad deviene poética. El torso se materializa en una dimensión donde la relación entre los extremos de nuestra columna son metáfora cambiante. La cabeza: astro. Nuestros pies, llamas flameantes. Nuestras manos agua, cielo, rayo. Espalda, frontera. Pecho: cobijo, casa, abrigo. Nuestros dedos, cosas sin nombre. Codos y rodillas, veredas; los muslos: campo. Cuello: mar.

Sólo somos por la gracia del otro. Cuando nos toca, nos hace y en ese instante tenemos más, y nos reconocemos como uno. Somos mejores, más bellos. Nos volvemos metáfora de deseo, de miedo, de sorpresa o de recuerdo. Nada peor que no ser tocado. Porque no nos sabemos, y nos creemos solos, y nos preguntamos ¿Qué es este piso? ¿Quién este techo? ¿Por qué tantas paredes?
Rafael Nieves