Goya |
Me gusta llamar Trabajo de Contacto a cierta síntesis
particular de experiencias e ideas bajo las cuales me he encontrado sumergido
durante ya bastante tiempo. Esta me han permitido proyectarme tanto en el área
de la creación como en la formación, entrenamiento y gran parte de los
esfuerzos por darle una forma coherente a mis reflexiones. Estas prácticas se
han constituido en un hervidero constante de preguntas, cuyas respuestas no
siempre ebullen de manera totalmente acabada, ni mucho menos se transforman en
axiomas o reglas que tiendan a una suerte de generalidad uniforme. Muchas veces
estos vislumbramientos se dan en un ámbito tan íntimo que a tanto a mí como a
mis compañeros de faena (muchos ocasionales, pero algunos pocos muy
obstinadamente persistentes como yo), nos cuesta muchísimo exponer con palabras que sintamos adecuadas. De hecho hemos llegado a
insinuar que es muy posible que estos hallazgos no tengan nombre, que
probablemente no valga la pena colocárselo para no correr el riesgo de empobrecer
la experiencia. Algunos días se asoma la idea de que estas respuestas que nos
devuelve el cuerpo, son en verdad percepciones, sensaciones que antes de dejarse
nominar, preferirían huir de nosotros. Abandonarnos por siempre. Es entonces
ahí cuando surge la posibilidad de preguntarse acerca de qué es lo realmente
importante, cuál es el enfoque indicado desde el cual sería posible aprehender
aunque sea muy esquivamente el fenómeno y poder seguir siendo parte de él. Porque
más allá de la forma en que cada cual vive su respuesta, independientemente de
lo que cada uno pueda guardar para sí de la experiencia, está la necesidad de
poder reproducir las condiciones para que esto ocurra de nuevo. La pregunta
entonces podría ser ¿Cuáles son las vías a través de las cuales es posible
crear las condiciones adecuadas para la vivencia de una experiencia que
podíamos considerar como de Consciencia Sensorial
Extendida desde las cualidades del tocar?
Mi respuesta es: El Trabajo de Contacto. Más que una
fórmula mágica o algún tipo de compendio de ejercicios instrumentalizados para
caer en trance, estoy inclinado a creer que se trata de una síntesis de
disfrute y uso creativo de la imaginación sensorial. Y como es de esperarse,
toca decir que sólo es posible reconocer enteramente de qué se trata a través
de su práctica, de lo contrario quedaríamos limitados a una muy regular
exposición de mi parte, de lo que debería ser un universo bastante variado de
vivencias que se corresponden a la experiencia íntima de cada quien. Entonces por
este medio solo resta asomarse a la intimidad de quien narra y se permite un
acercamiento a esta vasta zona de penumbras, usando lo mejor que puede las
pocas herramientas funcionales y por demás condicionantes que humildemente
posee.
Mucho más cercano que la
pretensión de generar una categoría, el nombre Trabajo de Contacto intenta (muy ingenuamente por cierto) mantener
un vínculo con esa área tan conocida dentro del ámbito de la Danza Contemporánea
como es la Improvisación de Contacto. En un esfuerzo bastante temerario he
pretendido insinuar que aunque la improvisación como herramienta es fundamental
en el ejercicio de esta forma de exploración, no lo es como punto focal o esencial.
En el Trabajo de Contacto casi todo
el tiempo se improvisa, pero no es una improvisación lo que se persigue como
resultado final del contacto. Desde una noción más amplia el concepto de
Trabajo nos coloca bajo la perspectiva de generar algo. Aunque producir en sí
mismo tampoco es una respuesta, al menos deja por sentado que la intensión es
extenderse un poco más allá de la composición de los cuerpos y su funcionalidad
coreográfica. La producción que nos interesa aquí, no está reñida con la
destreza en sí misma, sino que intenta proyectarse por encima de lo que
representa simplemente el Baile. Hanni Ossott dixit. No se trata de arrebatar lo
que de virtuoso y muy esforzado adquiere el cuerpo del bailarín con la
práctica. No se trata de perder lo que de Baile tiene la Danza. Sino dedicarse
a construir vías para la producción de un estado de consciencia extendido. Un
acercamiento a otra forma de entender el universo desde lo corporal, otro
cosmos. Otro espacio que se agranda y se disuelve ante el cuerpo suelto en
percepción. Gigantes, los danzantes que tocan extienden sus redes por todo lo
sentido, intuyendo otras posibilidades. Creando otros mundos. Entonces el
Trabajo bajo la perspectiva del Trabajo
de Contacto, es cuerpo queriendo ser otra cosa. Labrándose otra oportunidad
de ser. Obrando un estado de Supraconsciencia.
Entender la idea de Contacto aquí, es asumirlo como instrumento para
ampliar esa consciencia por medio de la percepción sensible. Consciencia
entendida como consciencia de mundo. Bajo la concreción del cuerpo en relación
a todo lo que toca, los otros danzantes, los objetos, el piso, el aire, incluso
el roce de su propia ropa o su propio cuerpo. Reconociendo que cada universo
sensitivo personal se encuentra moldeado, posee hábitos y genera su propia
representación a la que le asigna sentido. Y eso, para bien o para mal, más que
entender es sentir. Y muy posiblemente nos deje mucho más cerca de nociones
como intuir o imaginar. Y es de allí, desde ese lugar privilegiado, donde se
accede a la Danza como experiencia de lo que tiene de posible el cuerpo para la
expresión y el arte.
Constituirse desde esta
experiencia nos acerca a la vida. Nos ofrece la posibilidad de retribuirle a
nuestro entorno la multiplicidad de frecuencias en las que ésta se nos
manifiesta. Nos enajena de la posibilidad de perdernos vacíos, errantes, porque
la gama de sensaciones posibles que se desprenden de esa Consciencia Extendida de Cuerpo nos acercan a un conocimiento
distinto del mundo. La expresión de una extremidad deviene poética. El torso se
materializa en una dimensión donde la relación entre los extremos de nuestra
columna son metáfora cambiante. La cabeza: astro. Nuestros pies, llamas
flameantes. Nuestras manos agua, cielo, rayo. Espalda, frontera. Pecho: cobijo,
casa, abrigo. Nuestros dedos, cosas sin nombre. Codos y rodillas, veredas; los
muslos: campo. Cuello: mar.
Sólo somos por la gracia del
otro. Cuando nos toca, nos hace y en ese instante tenemos más, y nos reconocemos
como uno. Somos mejores, más bellos. Nos volvemos metáfora de deseo, de miedo,
de sorpresa o de recuerdo. Nada peor que no ser tocado. Porque no nos sabemos,
y nos creemos solos, y nos preguntamos ¿Qué es este piso? ¿Quién este techo?
¿Por qué tantas paredes?
Rafael Nieves
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