lunes, 27 de junio de 2016

Qué soy

Para Sonia y Graciela

Tendría que elegirme, para poder decir lo que soy. Y estoy seguro que en ese momento ya no sería más ese, sino algún otro marcado por esta decisión. Si aquel distante yo actual, tuviese que responder la misma pregunta de seguro la respuesta sería distinta y eso es comprensible. Porque estoy hecho para cambiar. 

Yo no soy aún.

fotografía Sergio Pérez
Si no somos aun, tenemos por delante un maravilloso camino de dudas, de pasos que dar, de caminos por recorrer. No ser aún es reconocernos en el misterio. Es ser posibilidad no leída, no contada. Es vivir en estado de asombro, eligiendo. Ante cada cosa, cada momento. Re-definirnos en el hacer. Danzar lo que seremos.

Si no somos aún, significa que podemos ser. Y esa distancia entre hoy y lo que nos queda es posibilidad abierta, infinita. No de darse por sentado o imponerse. Es exponerse y contarse, relatarse con cada decisión. Es ser una ofrenda, una danza. Entregarse a la montaña. Y al igual que la danza, que acontece, nosotros ocurrimos y es hermoso. Ser finitos además, nos permite asumirnos como totalidad que se completa. No que se cierra, sino que se constituye con cada otro a través del gozo de vivir, amar y danzar.

Eso nos deja en el camino entre lo que un día fue y lo que será. 

Una infinidad de pequeños momentos. Y no son estos momentos en sí los que nos constituyen, sino la danza. La danza es el transito a través de esa infinitud que se expande y contrae con cada decisión. Somos desplazamiento, alcance. Ser que fluye. No hay más que acontecimientos en la danza, encadenamientos de sucesos, contenciones, explosiones. Cada forma no es más que instante, cada postura. Pero el paso de danza es sucesión, continuidad. Es algo que pasa sin tiempo, que no está en un lugar determinado, sino en ese todo que llamamos espacio. Y remite a nada, porque nos lleva a todo. Es brazo, torso, cuello, cabeza, pierna, entrepierna, pie, hombro, cadera, mano, espalda en armonía de ser. No un ser unívoco, no un bloque, sino fluidez, encadenamiento, sucesión.

fotografía Sergio Pérez

Estamos además sujetos a los otros. 

Ser en la danza es también reconocimiento. Agradecimiento no por lo que soy, sino por mi posibilidad de ser. Eso en el otro que me hace reconocer-me. Eso en lo que me puedo pensar, a dónde puedo ir. La danza del otro como refugio, como memoria de vida. Saberse inserto en esa construcción continua, da vigor, ennoblece. También agradecimiento por lo que fui, en todos esos pequeños otros que nos toca cuidar, ver crecer y hacer parte de ese todo danzante. Al igual que el torso, la cadera y demás, permitir que pase a través de nosotros esa decisión de vida que nos dio referentes. Ser cruzados por cuerpos y vidas plenas.


fotografía Sergio Pérez
Voy a soñar una historia del mundo a partir de la danza de Dios, con moléculas y partículas moviéndose y dándose a sí mismas la vida. Donde se sepa que fue bueno porque aunque primero no sabíamos nada, hubo danza y armonía entre las partes que nos formaron. Algún tiempo después llegó el hombre e hizo muchas cosas distintas que nos permitieron estar aquí, en este tiempo y con esta vida. Y fue bueno y fue malo, pero se danzó y los cuerpos supieron del gozo y el disfrute de sí. Y eso fue bueno. Y aunque algunas cosas han cambiado desde ese primigenio arrebato iniciático, nuestros brazos y piernas siguen en su sitio. Igual que el deseo, el disfrute y el goce con sus infinitas opciones. Y siguen siendo buenos y nobles para vivir, para amar y para danzar.

Rafael Nieves

lunes, 20 de junio de 2016

Cosas que quiero

Tengo como todos muchas cosas, pero generalmente las que quiero no se pueden comprar. Entre las muchas que deseo, una brilla hoy con un esplendor inusitado: La felicidad de mis amigos.

fotografía Jonathan Contreras
Quisiera que mi danza alcanzara hasta el que menos me quiera y le dé alivio. Quisiera tener algunas respuestas provisionales que nos saquen del apuro. Quisiera que bastara una música y una sala y un encuentro. Quisiera que la suma de todos nuestros posibles nos llevara a buen puerto. Quisiera vivir y estar con los vivos, morir y estar con los muertos. Quisiera darnos un nombre y tener un nuevo comienzo, con todo lo que ya somos, pero más grandes más sabios. Quisiera darte un pan, que te alimente y te guste. Quisiera ofrecer reposo en vez de calma, como quien renueva las ganas para seguir adelante. Quisiera ser agua dulce y llegar a tu orilla. ¿Por qué?, porque como escuché alguna vez, 

hasta mi perro me espera en tu puerta cuando me le pierdo.

Pensaba el otro día en las cosas que nos producen placer. Traté de no ser fácil. Escurrirme de la superficie viscosa. Vaciarme del deseo inmediato, de morder un pezón y esas cosas.  Quería visitar los posibles comunes, esos deseos mínimos y poderosos ocultos tras la chatarra cursi o la propaganda descarada de sí. Vi platos servidos y gente querida disfrutando. La comunión del hogar con amigos y amantes. Abrazos, sonrisas, llantos o silencios compartidos. Tiempo para el otro, con o sin café. Contemplé sin más, el placer de dar, de ofrecer.

La Danza por ejemplo, es algo que puede ofrecerse. Lejos de encontrarse entre bienes contables, es algo que se puede ofrendar sin mezquindad. Como valor de intercambio no puede preciarse, como no le pondría precio a un beso o una caricia. Para mí, está entre las cosas que no pueden comprarse. No es aprehensible, no puede tenerse. Nadie en su sano juicio diría: ¡Aquí está la danza!
fotografía Jonathan Contreras

Sin embargo pienso, que se puede compartir. Y compartir la danza, es querer. Querer dar pan, querer calmar sed, cuidar soledades, tristezas, ofrecer amparo. Y es amar gustoso, placentero. Se me ocurre que la danza se debe compartir, para que no se pudra o se marchite, como la fruta madura. Pero, ¿cómo puede compartirse lo que no se tiene? Simple, porque la danza acontece, nos pasa. Sobre todo cuando estamos con algún otro que nos gusta, como ocurre la vida, como ocurre el amor.

Entonces, quiero ser agua fresca. Pan, sombra, cobijo. Luz de luna por la noche. Árbol que da fruto. Sol de media mañana para los despiertos, sol de la tardecita para los dormidos. Brisa fresca de mar. Llovizna que amaina el sopor. Quiero ser dedos de manos que se entrelazan. Rodillas que se rozan. Mejilla en abrazo leve, cuello en abrazo cerrado. Hombros que se apoyan mientras caminan. En fin, quiero ser yo y ser en otros. Quiero ser nadie. Quiero ser muchos.

Más difícil que escuchar a los tuyos tristes 
es sentirlos tristes, saberlos tristes.

fotografía Jonathan Contreras
 Yo ofrezco la danza. Danza que da bienestar. Tanto los placeres del logro y la superación, como los placeres intensos de la percepción de sí. Por hoy, que puede ser siempre, podríamos privilegiar los placeres del encuentro, del reconocimiento. Los regalos de la movilidad compartida, de la comunión de los cuerpos. De la escucha y el habla sin palabras. Del contacto sutil o seguirse a distancia. El de dar y darse la danza sin restricciones. 

Así, plenos, antes de madurar en exceso o llegar a marchitarnos. 

Rafael Nieves

lunes, 13 de junio de 2016

Esa extraña costumbre de comer flores

Escribir sobre danza no es danzar. Por más que el intento se enfoque hacia su comprensión y si acaso esto fuera posible. Las palabras usadas para reflejar la experiencia vivida, no son la experiencia. Al igual que todo intento de interpretación, estas palabras van cargada de una intencionalidad, que más allá de su buena voluntad, reflejan una opinión.

Archivo Caracas Roja Laboratorio
La danza particularmente se sustenta en discursos múltiples. El cuerpo es terreno de todos. Todos escribimos y somos escritos por la experiencia. Eso es vivir. Eso es danzar. Y si nadie puede escapar de sí; si todos vivimos, todos danzamos ¿Por qué tanto problema con el sentido? ¿Qué es lo que hay que entender?

Algunos días tristes tropiezo con el escueto cuestionamiento de que la danza no se entiende.


Entonces empiezo a imaginar mi cuerpo y su expresión lejos del disfrute, como vacío.

Entender y ser entendido asfixia trágicamente las posibilidades de ser en nuestros cuerpos. La necesidad de asignar sentido nos mutila. Además, es muy cínico pensar esto cuando sabemos que la tendencia es a interpretar y generar juicios para cuestionar la forma en que se dan las experiencias. Toda una impudicia. Este asunto de privilegiar la comprensión por encima de otras formas de relación con la expresión creadora, me resulta aterrador, sobretodo en la danza. Me excluye de mí. Aceptarlo me hace cómplice.

Imaginemos que problema tan grande, no saber que significa que un brazo o una pierna se mueva de tal o cual manera. Vista desde ahí, la danza se transforma en un hecho chocante para las formas organizadas de saber y control. Unas formas que además necesitan clasificarnos, asignarnos un valor. Unos cuantos, por ejemplo, entramos en la categoría de Come flor.

Archivo Caracas Roja Laboratorio

Eso me deja al menos, dos opciones. La primera es convencerme acerca del hecho de que los no-iniciados desconocen el placer de los poderes creadores del cuerpo y asumirme superior, por encima de las circunstancias; o lo que es igual, pensarme como un ser menospreciado, incomprendido y por un camino más oscurito llegar a lo mismo: Soy diferente, lo que me haría novedoso e inauténticamente mejor. La segunda opción es abolir toda posibilidad de interpretación y de re-creación de sentido. Comer flores sería entonces eso, estar destinado a comer flores. Sobrevivir masticando lo que se pueda. Lo más bonito que encontremos claro, pero nada más, nada de alimentación balanceada.

Para ser sincero, creo que cualquier esfuerzo de un creador por escapar de tal etiqueta resulta tristemente absurdo. Dedicarse a cosas como danzar, escribir, esculpir, actuar, etc. son estrictamente formas de relacionarse con una realidad inserta en esta clasificación. Por eso me parece patético, cuando me descubro en cualquier esfuerzo extra por tratar de llevar una vida normal. Simplemente, porque es justo esa normalidad la que dicta el sentido común; la que me dice expresamente que, haga el esfuerzo que haga, seguiré siendo un come flor. Así dance con música estridente o escriba poemas salvajes o interactúe con la materia de forma infamante. Es simple, estoy destinado a comer flores.

Archivo Caracas Roja Laboratorio

Así pues, llegado a este punto puedo concluir, que cuando sólo queden flores para comer yo seguiré en pie. El final de los tiempos será definitivamente de los come flores. Los seres normales acostumbrados a dictar el sentido, no podrán soportar un cambio que vulnere su estatus. Pienso que cuando llegue el apocalipsis, nos atropelle un meteorito o nos invada una raza alienígena habrá alguien que lo pinte, que escriba los versos de esos últimos días y seguramente habrá alguna gente que se detenga a percibir en su cuerpo los efectos del tránsito a otras formas distintas de existencia.

Justo en ese momento, no habrá interpretación alguna. No habrá opinión. Nadie tendrá que construir sentido, ni calcular la plusvalía o verificar si la relación con nuestros padres fue la apropiada. Quizás justo ahí, todo adquiera sentido. Todo. Nos invadirá la claridad y una sensación de bienestar nos dejará plenos. El movimiento del brazo y la pierna. El placer de movernos libres. Y muy posiblemente queden, los que puedan seguir creando de sólo comer flores, mangos y sardinas.
Rafael Nieves

lunes, 6 de junio de 2016

Animales feroces

Durante algún tiempo he tratado de encontrar una respuesta realista, al menos aceptable, que me permita entender esto que nos pasa. Algo auténtico. No para convencer a nadie en general, sino para mí. Algo que me dé un poco de luz. Así que como mero ejercicio, me cuestiono a mí mismo. Bajo la pretensión de que cualquiera de nosotros puede ser el centro, universo. Entonces me hago responsable con la esperanza de comprender y pasar inmediatamente a constituirme como posibilidad, resistir el empellón.

fotografía David Grajales
En un arrebato que puedo catalogar de ingenuo, me da por compararme con un animal feroz. Instintivo, territorial y con una comprensión limitada del mundo. Pero mentira, eso no es así. No es tan fácil zafarse de la responsabilidad que me impone ser. Sería tan cómodo, alejarse de las circunstancias, distanciarse y decir: lo siento es que soy un animal salvaje. Entregarse de esa manera a lamerse las partes con alguien más y pretender no ser parte del derrumbe que se nos encima. La verdad es que ya quisiéramos muchos tener la coherencia y la simpleza de otras especies. Sobre todo por aquello que escuché alguna vez:

  Perro no come perro.

Pero no es tan fácil entre nosotros. Nos mueven hilos complejos, madejas enteras y discontinuas. Aunque nos marque a hierro el deseo de supervivencia y afloren los instintos, no podemos negarnos a nosotros. No podemos ser menos, aunque siempre podamos estar peor.

fotografía David Grajales
La obra. Entre tanta inmensidad nos marca el hacer. Nos coloca en otro tono, otra frecuencia. Es imposible no crear, no darle forma a las cosas, no expresar, no construir. Nuestro gran acto feroz es el de la creación, sobretodo en circunstancias adversas. De esta manera la obra se constituye como alternativa, como medio para ser ante los otros.  Y en la danza la obra está en nosotros. Danzar es un acto feroz de supervivencia del ser en medio de las circunstancias, y la obra es la forma en que se manifiesta esa trascendencia. Por ahora corpórea, múltiple, y legítima.

En danza la obra no se define a sí misma, porque habita un ser cambiante y las circunstancias del acontecimiento ocurren con o sin nuestra ayuda. Simplemente es. No hay retoques, ni reescrituras. Por eso es imperio darse a la danza pleno. No pensarse cuerpo, sino ser. Aire, fluido, psique, verbo, color, sonido. Entonces ¿Qué es la obra? ¿Cómo se manifiesta? Me veo, nos veo danzar y nos veo libres. Y cada cual decide la forma, el alcance. Mi danza no restringe la del otro. La vida es, porque hay movimiento. ¿Quién podría limitarla?. Es simple porque ocurre incluso, hasta en el que no le acontece como oficio. Los seres de la naturaleza nos legaron su danza, su deseo de vivir, y nosotros somos en sus formas. Entender cómo seguir vivos, evitar el precipicio o el enfrentamiento fútil. No lo somos, pero deberíamos danzar como jaguares y venados, como la danta y el chigüire, guabina y yaguazo, completarnos en los otros, construir un equilibrio.

fotografía David Grajales
 No puedo ser otro, 
yo soy yo. 

Y ese yo no quiere ser más que esta forma que se mueve y se transforma, y así, danzando, constituirme con los otros en posibilidad y vida. No quiero escapar, voy a volver con mis crías a abrevar a la orilla. Voy a ser uno con todo y mi obra será como la vida que pasa y es de alguien o no fue. Tendrá la forma de los vientos y del sol, de mis edificios y calles, y del temblor que da en el pecho cuando se danza o se ama, y eso es lo que daremos los que decidimos escribir con los pies descalzos. Nuestro verdadero talento está perdido entre las matas, se lo tragó el monte, está tapado entre los mangos que nos alimentan y nos dan vergüenza. 
Rafael Nieves