lunes, 6 de junio de 2016

Animales feroces

Durante algún tiempo he tratado de encontrar una respuesta realista, al menos aceptable, que me permita entender esto que nos pasa. Algo auténtico. No para convencer a nadie en general, sino para mí. Algo que me dé un poco de luz. Así que como mero ejercicio, me cuestiono a mí mismo. Bajo la pretensión de que cualquiera de nosotros puede ser el centro, universo. Entonces me hago responsable con la esperanza de comprender y pasar inmediatamente a constituirme como posibilidad, resistir el empellón.

fotografía David Grajales
En un arrebato que puedo catalogar de ingenuo, me da por compararme con un animal feroz. Instintivo, territorial y con una comprensión limitada del mundo. Pero mentira, eso no es así. No es tan fácil zafarse de la responsabilidad que me impone ser. Sería tan cómodo, alejarse de las circunstancias, distanciarse y decir: lo siento es que soy un animal salvaje. Entregarse de esa manera a lamerse las partes con alguien más y pretender no ser parte del derrumbe que se nos encima. La verdad es que ya quisiéramos muchos tener la coherencia y la simpleza de otras especies. Sobre todo por aquello que escuché alguna vez:

  Perro no come perro.

Pero no es tan fácil entre nosotros. Nos mueven hilos complejos, madejas enteras y discontinuas. Aunque nos marque a hierro el deseo de supervivencia y afloren los instintos, no podemos negarnos a nosotros. No podemos ser menos, aunque siempre podamos estar peor.

fotografía David Grajales
La obra. Entre tanta inmensidad nos marca el hacer. Nos coloca en otro tono, otra frecuencia. Es imposible no crear, no darle forma a las cosas, no expresar, no construir. Nuestro gran acto feroz es el de la creación, sobretodo en circunstancias adversas. De esta manera la obra se constituye como alternativa, como medio para ser ante los otros.  Y en la danza la obra está en nosotros. Danzar es un acto feroz de supervivencia del ser en medio de las circunstancias, y la obra es la forma en que se manifiesta esa trascendencia. Por ahora corpórea, múltiple, y legítima.

En danza la obra no se define a sí misma, porque habita un ser cambiante y las circunstancias del acontecimiento ocurren con o sin nuestra ayuda. Simplemente es. No hay retoques, ni reescrituras. Por eso es imperio darse a la danza pleno. No pensarse cuerpo, sino ser. Aire, fluido, psique, verbo, color, sonido. Entonces ¿Qué es la obra? ¿Cómo se manifiesta? Me veo, nos veo danzar y nos veo libres. Y cada cual decide la forma, el alcance. Mi danza no restringe la del otro. La vida es, porque hay movimiento. ¿Quién podría limitarla?. Es simple porque ocurre incluso, hasta en el que no le acontece como oficio. Los seres de la naturaleza nos legaron su danza, su deseo de vivir, y nosotros somos en sus formas. Entender cómo seguir vivos, evitar el precipicio o el enfrentamiento fútil. No lo somos, pero deberíamos danzar como jaguares y venados, como la danta y el chigüire, guabina y yaguazo, completarnos en los otros, construir un equilibrio.

fotografía David Grajales
 No puedo ser otro, 
yo soy yo. 

Y ese yo no quiere ser más que esta forma que se mueve y se transforma, y así, danzando, constituirme con los otros en posibilidad y vida. No quiero escapar, voy a volver con mis crías a abrevar a la orilla. Voy a ser uno con todo y mi obra será como la vida que pasa y es de alguien o no fue. Tendrá la forma de los vientos y del sol, de mis edificios y calles, y del temblor que da en el pecho cuando se danza o se ama, y eso es lo que daremos los que decidimos escribir con los pies descalzos. Nuestro verdadero talento está perdido entre las matas, se lo tragó el monte, está tapado entre los mangos que nos alimentan y nos dan vergüenza. 
Rafael Nieves

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