Escribir sobre danza no es
danzar. Por más que el intento se enfoque hacia su comprensión y si acaso esto
fuera posible. Las palabras usadas para reflejar la experiencia vivida, no son
la experiencia. Al igual que todo intento de interpretación, estas palabras van
cargada de una intencionalidad, que más allá de su buena voluntad, reflejan una
opinión.
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La danza particularmente se
sustenta en discursos múltiples. El cuerpo es terreno de todos. Todos
escribimos y somos escritos por la experiencia. Eso es vivir. Eso es danzar. Y
si nadie puede escapar de sí; si todos vivimos, todos danzamos ¿Por qué tanto
problema con el sentido? ¿Qué es lo que hay que entender?
Algunos días tristes tropiezo
con el escueto cuestionamiento de que la danza no se entiende.
Entonces empiezo
a imaginar mi cuerpo y su expresión lejos del disfrute, como vacío.
Entender y ser entendido
asfixia trágicamente las posibilidades de ser en nuestros cuerpos. La necesidad
de asignar sentido nos mutila. Además, es muy cínico pensar esto cuando sabemos
que la tendencia es a interpretar y generar juicios para cuestionar la forma en
que se dan las experiencias. Toda una impudicia. Este asunto de privilegiar la
comprensión por encima de otras formas de relación con la expresión creadora,
me resulta aterrador, sobretodo en la danza. Me excluye de mí. Aceptarlo me
hace cómplice.
Imaginemos que problema tan
grande, no saber que significa que un brazo o una pierna se mueva de tal o cual
manera. Vista desde ahí, la danza se transforma en un hecho chocante para las formas organizadas de saber y control. Unas formas que además
necesitan clasificarnos, asignarnos un valor. Unos cuantos, por ejemplo,
entramos en la categoría de Come flor.
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Eso me deja al menos, dos
opciones. La primera es convencerme acerca del hecho de que los no-iniciados desconocen
el placer de los poderes creadores del cuerpo y asumirme superior, por encima
de las circunstancias; o lo que es igual, pensarme como un ser menospreciado, incomprendido y por un camino más oscurito llegar a lo mismo: Soy diferente, lo que me haría novedoso e inauténticamente mejor. La segunda opción es abolir toda
posibilidad de interpretación y de re-creación de sentido. Comer flores sería
entonces eso, estar destinado a comer flores. Sobrevivir masticando lo que se
pueda. Lo más bonito que encontremos claro, pero nada más, nada de alimentación
balanceada.
Para ser sincero, creo que
cualquier esfuerzo de un creador por escapar de tal etiqueta resulta
tristemente absurdo. Dedicarse a cosas como danzar, escribir, esculpir, actuar,
etc. son estrictamente formas de relacionarse con una realidad inserta en esta
clasificación. Por eso me parece patético, cuando me descubro en cualquier
esfuerzo extra por tratar de llevar una vida normal. Simplemente, porque es
justo esa normalidad la que dicta el sentido común; la que me dice expresamente
que, haga el esfuerzo que haga, seguiré siendo un come flor. Así dance con
música estridente o escriba poemas salvajes o interactúe con la materia de forma
infamante. Es simple, estoy destinado a comer flores.
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Así pues, llegado a este punto puedo concluir, que cuando sólo queden flores para comer yo seguiré en pie. El
final de los tiempos será definitivamente de los come flores. Los seres
normales acostumbrados a dictar el sentido, no podrán soportar un cambio que
vulnere su estatus. Pienso que cuando llegue el apocalipsis, nos atropelle un
meteorito o nos invada una raza alienígena habrá alguien que lo pinte, que
escriba los versos de esos últimos días y seguramente habrá alguna gente que se
detenga a percibir en su cuerpo los efectos del tránsito a otras formas distintas
de existencia.
Justo en ese momento, no habrá
interpretación alguna. No habrá opinión. Nadie tendrá que construir sentido, ni
calcular la plusvalía o verificar si la relación con nuestros padres fue la
apropiada. Quizás justo ahí, todo adquiera sentido. Todo. Nos invadirá la
claridad y una sensación de bienestar nos dejará plenos. El movimiento del
brazo y la pierna. El placer de movernos libres. Y muy posiblemente queden, los que puedan seguir creando de sólo comer flores, mangos y
sardinas.
Rafael Nieves
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