Tengo como todos muchas cosas,
pero generalmente las que quiero no se pueden comprar. Entre las muchas que deseo, una brilla hoy con un esplendor inusitado: La felicidad de mis
amigos.
fotografía Jonathan Contreras |
Quisiera que mi danza alcanzara
hasta el que menos me quiera y le dé alivio. Quisiera tener algunas
respuestas provisionales que nos saquen del apuro. Quisiera que bastara una
música y una sala y un encuentro. Quisiera que la suma de todos nuestros
posibles nos llevara a buen puerto. Quisiera vivir y estar con los vivos, morir
y estar con los muertos. Quisiera darnos un nombre y tener un nuevo comienzo, con
todo lo que ya somos, pero más grandes más sabios. Quisiera darte un pan, que
te alimente y te guste. Quisiera ofrecer reposo en vez de calma, como quien
renueva las ganas para seguir adelante. Quisiera ser agua dulce y llegar a tu
orilla. ¿Por qué?, porque como escuché alguna vez,
hasta mi perro me espera en tu puerta cuando me le pierdo.
Pensaba el otro día en las cosas
que nos producen placer. Traté de no ser fácil. Escurrirme de la superficie
viscosa. Vaciarme del deseo inmediato, de morder un pezón y esas cosas. Quería visitar los posibles comunes, esos
deseos mínimos y poderosos ocultos tras la chatarra cursi o la propaganda
descarada de sí. Vi platos servidos y gente querida disfrutando. La comunión
del hogar con amigos y amantes. Abrazos, sonrisas, llantos o silencios
compartidos. Tiempo para el otro, con o sin café. Contemplé sin más, el placer
de dar, de ofrecer.
La Danza por ejemplo, es algo
que puede ofrecerse. Lejos de encontrarse entre bienes contables, es algo que se
puede ofrendar sin mezquindad. Como valor de intercambio no puede preciarse, como
no le pondría precio a un beso o una caricia. Para mí, está entre las cosas que
no pueden comprarse. No es aprehensible, no puede tenerse. Nadie en su sano juicio
diría: ¡Aquí está la danza!
fotografía Jonathan Contreras |
Sin embargo pienso, que se
puede compartir. Y compartir la danza, es querer. Querer dar pan, querer calmar
sed, cuidar soledades, tristezas, ofrecer amparo. Y es amar gustoso,
placentero. Se me ocurre que la danza se debe compartir, para que no se pudra o
se marchite, como la fruta madura. Pero, ¿cómo puede compartirse lo que no se
tiene? Simple, porque la danza acontece, nos pasa. Sobre todo cuando estamos
con algún otro que nos gusta, como ocurre la vida, como ocurre el amor.
Entonces, quiero ser agua
fresca. Pan, sombra, cobijo. Luz de luna por la noche. Árbol que da fruto. Sol
de media mañana para los despiertos, sol de la tardecita para los dormidos.
Brisa fresca de mar. Llovizna que amaina el sopor. Quiero ser dedos de manos
que se entrelazan. Rodillas que se rozan. Mejilla en abrazo leve, cuello en
abrazo cerrado. Hombros que se apoyan mientras caminan. En fin, quiero ser yo y
ser en otros. Quiero ser nadie. Quiero ser muchos.
Más difícil que escuchar a los
tuyos tristes
es sentirlos tristes, saberlos tristes.
fotografía Jonathan Contreras |
Así, plenos, antes de madurar en exceso o llegar a marchitarnos.
Rafael Nieves
No hay comentarios:
Publicar un comentario