lunes, 20 de junio de 2016

Cosas que quiero

Tengo como todos muchas cosas, pero generalmente las que quiero no se pueden comprar. Entre las muchas que deseo, una brilla hoy con un esplendor inusitado: La felicidad de mis amigos.

fotografía Jonathan Contreras
Quisiera que mi danza alcanzara hasta el que menos me quiera y le dé alivio. Quisiera tener algunas respuestas provisionales que nos saquen del apuro. Quisiera que bastara una música y una sala y un encuentro. Quisiera que la suma de todos nuestros posibles nos llevara a buen puerto. Quisiera vivir y estar con los vivos, morir y estar con los muertos. Quisiera darnos un nombre y tener un nuevo comienzo, con todo lo que ya somos, pero más grandes más sabios. Quisiera darte un pan, que te alimente y te guste. Quisiera ofrecer reposo en vez de calma, como quien renueva las ganas para seguir adelante. Quisiera ser agua dulce y llegar a tu orilla. ¿Por qué?, porque como escuché alguna vez, 

hasta mi perro me espera en tu puerta cuando me le pierdo.

Pensaba el otro día en las cosas que nos producen placer. Traté de no ser fácil. Escurrirme de la superficie viscosa. Vaciarme del deseo inmediato, de morder un pezón y esas cosas.  Quería visitar los posibles comunes, esos deseos mínimos y poderosos ocultos tras la chatarra cursi o la propaganda descarada de sí. Vi platos servidos y gente querida disfrutando. La comunión del hogar con amigos y amantes. Abrazos, sonrisas, llantos o silencios compartidos. Tiempo para el otro, con o sin café. Contemplé sin más, el placer de dar, de ofrecer.

La Danza por ejemplo, es algo que puede ofrecerse. Lejos de encontrarse entre bienes contables, es algo que se puede ofrendar sin mezquindad. Como valor de intercambio no puede preciarse, como no le pondría precio a un beso o una caricia. Para mí, está entre las cosas que no pueden comprarse. No es aprehensible, no puede tenerse. Nadie en su sano juicio diría: ¡Aquí está la danza!
fotografía Jonathan Contreras

Sin embargo pienso, que se puede compartir. Y compartir la danza, es querer. Querer dar pan, querer calmar sed, cuidar soledades, tristezas, ofrecer amparo. Y es amar gustoso, placentero. Se me ocurre que la danza se debe compartir, para que no se pudra o se marchite, como la fruta madura. Pero, ¿cómo puede compartirse lo que no se tiene? Simple, porque la danza acontece, nos pasa. Sobre todo cuando estamos con algún otro que nos gusta, como ocurre la vida, como ocurre el amor.

Entonces, quiero ser agua fresca. Pan, sombra, cobijo. Luz de luna por la noche. Árbol que da fruto. Sol de media mañana para los despiertos, sol de la tardecita para los dormidos. Brisa fresca de mar. Llovizna que amaina el sopor. Quiero ser dedos de manos que se entrelazan. Rodillas que se rozan. Mejilla en abrazo leve, cuello en abrazo cerrado. Hombros que se apoyan mientras caminan. En fin, quiero ser yo y ser en otros. Quiero ser nadie. Quiero ser muchos.

Más difícil que escuchar a los tuyos tristes 
es sentirlos tristes, saberlos tristes.

fotografía Jonathan Contreras
 Yo ofrezco la danza. Danza que da bienestar. Tanto los placeres del logro y la superación, como los placeres intensos de la percepción de sí. Por hoy, que puede ser siempre, podríamos privilegiar los placeres del encuentro, del reconocimiento. Los regalos de la movilidad compartida, de la comunión de los cuerpos. De la escucha y el habla sin palabras. Del contacto sutil o seguirse a distancia. El de dar y darse la danza sin restricciones. 

Así, plenos, antes de madurar en exceso o llegar a marchitarnos. 

Rafael Nieves

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