Primero. Debo confesar, con un
poco de vergüenza, que desde que nos conocimos la Danza y yo hemos sido
amantes. Nunca hemos tenido incomprensiones, más que para entendernos. Nunca me
ha sido esquiva, siempre hubo manera de complementarnos. Desde aquel entonces,
hemos construido lazos indisolubles, incluso a expensas de nuestras diferencias
y nuestros respectivos antagonistas, que por demás abundan. Ni siquiera en los
momentos más oscuros, hemos consentido distancias. Donde yo soy, está ella.
Pocas
cosas sé con tanta precisión, como a mí en la Danza.
Todas mis historias, tristes
o felices, están cruzadas por ese nosotros. Nuestros vínculos no se limitan a un
ensayo o sesión de entrenamiento. Soy en la Danza solo y soy en ella con otros.
Me alimento y ella se fortalece, duermo y ella descansa, es casi lo único que
tengo para ofrendar.
Fotografía Jonathan Contreras |
Segundo. Para vivir en la
Danza he tenido, ante todo, que reconocerme en ella. Como toda mujer buena,
bonita e inteligente, nunca está sola. Eso ha implicado un ejercicio constante de entereza y desapego, porque hay que saber compartirla. Con el mundo, con los
otros, con la Divinidad. Por eso se me hace indispensable, pensar siempre en el dulce
placer del compartir, del convivir y negociar. La técnica por ejemplo, la
ejercitación, no puede ser en mí otra cosa más que una forma de acuerdo entre
nosotros, el mundo y la Danza. Porque si no para qué. Estos acuerdos no son
tácitos, se construyen minuciosamente, avanzando y cediendo, pactando. Cosas
como dónde, cuándo, con quién y sobre todo cómo. He allí una gran pregunta.
Porque cuando hablamos de Danza, no hablamos de una sola. Aunque sí. Yo por
ejemplo hablo de la mía, con la que puedo ser uno y ser nada. Donde me
reconozco, la que me da forma.
Fotografía David Grajales |
Tercero. Si algún otro, me
busca para saber de la Danza, sólo puedo ser enteramente comprensible desde mis
acuerdos personales. Sólo me sé a mí mismo, y a medias, reducido a mi capacidad
de comprensión escasa. De seguro muy mal y sin generosidad. Pero esa no-certeza,
es lo que me hace ser y es desde ahí que puedo crear, asistir a otros en sus
búsquedas y sobretodo resistir los embates de la nada. Es de valientes
preguntarse una y mil veces como obsequiar al otro. Pienso que sin ser
traslúcida, mi esencia queda expuesta por mi relación con la Danza, que
transpira ardores y ausencias; lo que podría ser transparente para algunos es opaco para otros.
Es por eso que con ella no importa si gusto o me repelen. Es lo que soy. Cuando
ofrezco un entrenamiento, una improvisación o una obra me ofrendo sin ambages. Lo
que es un ejercicio bastante descarnado. Descarnado pero sabroso.
Fotografía Jonathan Contreras |
Cuarto. Quiero elevar una
plegaria por los que delegan su ser, los que comisionan en otros su posibilidad
de realizarse en sus propios cuerpos. Los que van anhelantes tras el
reconocimiento de los otros sin saberse. Sépanlo: no hay institución que nos
contenga, no hay ley que nos ampare, ni argumentación posible. No se posee a la
Danza, se te entrega o no. En la intimidad las normas desaparecen y ella acontece
feroz reclamando cuerpos para comer y amar, pobre de aquel que no esté
preparado para entregarse, porque sufrirá los ardores y las ausencias, llorará
por ser tocado y ser visto. No entenderá donde poner su Danza.
Quinto y final. Una oración
válida para comer, amar o danzar:
Hay quienes tienen y no
pueden,
otros que pueden y no tienen,
nosotros que tenemos y podemos,
demos gracias.
Amén.
Rafael Nieves
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