jueves, 12 de mayo de 2016

Oración

Primero. Debo confesar, con un poco de vergüenza, que desde que nos conocimos la Danza y yo hemos sido amantes. Nunca hemos tenido incomprensiones, más que para entendernos. Nunca me ha sido esquiva, siempre hubo manera de complementarnos. Desde aquel entonces, hemos construido lazos indisolubles, incluso a expensas de nuestras diferencias y nuestros respectivos antagonistas, que por demás abundan. Ni siquiera en los momentos más oscuros, hemos consentido distancias. Donde yo soy, está ella. 
Pocas cosas sé con tanta precisión, como a mí en la Danza. 

Todas mis historias, tristes o felices, están cruzadas por ese nosotros. Nuestros vínculos no se limitan a un ensayo o sesión de entrenamiento. Soy en la Danza solo y soy en ella con otros. Me alimento y ella se fortalece, duermo y ella descansa, es casi lo único que tengo para ofrendar.

Fotografía Jonathan Contreras
Segundo. Para vivir en la Danza he tenido, ante todo, que reconocerme en ella. Como toda mujer buena, bonita e inteligente, nunca está sola. Eso ha implicado un ejercicio constante de entereza y desapego, porque hay que saber compartirla. Con el mundo, con los otros, con la Divinidad. Por eso se me hace indispensable, pensar siempre en el dulce placer del compartir, del convivir y negociar. La técnica por ejemplo, la ejercitación, no puede ser en mí otra cosa más que una forma de acuerdo entre nosotros, el mundo y la Danza. Porque si no para qué. Estos acuerdos no son tácitos, se construyen minuciosamente, avanzando y cediendo, pactando. Cosas como dónde, cuándo, con quién y sobre todo cómo. He allí una gran pregunta. Porque cuando hablamos de Danza, no hablamos de una sola. Aunque sí. Yo por ejemplo hablo de la mía, con la que puedo ser uno y ser nada. Donde me reconozco, la que me da forma.

Fotografía David Grajales
Tercero. Si algún otro, me busca para saber de la Danza, sólo puedo ser enteramente comprensible desde mis acuerdos personales. Sólo me sé a mí mismo, y a medias, reducido a mi capacidad de comprensión escasa. De seguro muy mal y sin generosidad. Pero esa no-certeza, es lo que me hace ser y es desde ahí que puedo crear, asistir a otros en sus búsquedas y sobretodo resistir los embates de la nada. Es de valientes preguntarse una y mil veces como obsequiar al otro. Pienso que sin ser traslúcida, mi esencia queda expuesta por mi relación con la Danza, que transpira ardores y ausencias; lo que podría ser  transparente para algunos es opaco para otros. Es por eso que con ella no importa si gusto o me repelen. Es lo que soy. Cuando ofrezco un entrenamiento, una improvisación o una obra me ofrendo sin ambages. Lo que es un ejercicio bastante descarnado. Descarnado pero sabroso.

Fotografía Jonathan Contreras
Cuarto. Quiero elevar una plegaria por los que delegan su ser, los que comisionan en otros su posibilidad de realizarse en sus propios cuerpos. Los que van anhelantes tras el reconocimiento de los otros sin saberse. Sépanlo: no hay institución que nos contenga, no hay ley que nos ampare, ni argumentación posible. No se posee a la Danza, se te entrega o no. En la intimidad las normas desaparecen y ella acontece feroz reclamando cuerpos para comer y amar, pobre de aquel que no esté preparado para entregarse, porque sufrirá los ardores y las ausencias, llorará por ser tocado y ser visto. No entenderá donde poner su Danza.

Quinto y final. Una oración válida para comer, amar o danzar:

Hay quienes tienen y no pueden,
otros que pueden y no tienen,
nosotros que tenemos y podemos,
demos gracias.

Amén.

Rafael Nieves

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