lunes, 9 de mayo de 2016

Sobre el trabajo de contacto

Fotografía David Grajales
El asunto de las complicidades suele menospreciarse en extremo. Tanto que terminamos abortando proyectos enteros de vida, por el simple disgusto de no entregarnos con serenidad a esa sutileza pasmosa del silencio. Hablamos, decimos, contamos, como evitando guardar con nosotros algo que podría ser portento de intimidad. 

Construir en equipo amerita casi siempre más escucha que otra cosa. Con los cuerpos sucede al calco. El trabajo de contacto, por ejemplo, implica un sentido profundo de la comprensión de sí mismo a través del otro. Dejarse tocar suena sugestivo, más no es otra cosa que entregarse a la escucha. Permitir que el habla se construya a si misma desde las posibilidades. Sin que nadie apresure respuesta. Recordar que se toca al ser tocado, porque toda nuestra piel es un órgano de sentido. La direccionalidad de los estímulos es reciproca, por lo cual no existen roles. Todos los involucrados en la acción de tocar, se gustan o se repelen, quizá en diferentes niveles, pero siempre en la misma dirección.

Fotografía David Grajales
Después de tantos años de tocar, sentir, vivir, cualquiera estaría en capacidad de aceptar que se crea sentido con este sentido. Digamos, discursos con la piel. Voluntaria o involuntariamente. Excluirlo de nuestros haberes sólo es mezquino con nosotros mismos, ya que el otro puede indistintamente disfrutar del contacto, incluso siendo renuente. Y por sobretodo puede entendernos. Puede sabernos.

Cuando pienso en una danza de contacto, pienso en seres que se leen con la piel. La acrobacia más retorcida se da en lo más cósmico de nuestros poros, y ese centro gravitacional que nos une al suelo, se transforma en un hilo fino, largo y flexible. Muy delicado. No es cargar a alguien o sujetarlo. Es contenerlo o convidarlo a volar. Es así como pienso en estructuras no pensadas, sino vividas de a pares o de a muchos, que se contienen o vuelan. Grupos así no son rebaños ni parvadas ni cardumen. Son olas, son viento o médano que se desplaza por el placer de sus pequeñísimas partes, que se entregan gustosas en comunión. Es ser que se completa en el ser.

Fotografía David Grajales
 Se es en algún otro y por momentos se es nadie.

Romper este lazo es sumamente complicado. Porque una vez cómplice, ya no se es uno. Y el silencio no es tal, y la nada no es muerte. Porque se adquiere sentido sin buscarlo y se comprende sin necesidad de entendimiento. Es danza que tiende sus redes a la vida y nos mantiene sujetados y en vuelo; construye solidaridades y afectos. Genera complicidades ininteligibles. La danza de contacto nos constituye a través de los otros y sobretodo nos salva de la soledad de muerte en los momentos oscuros.


Cuando la pienso, pienso en seres que se leen con la piel, en olas, viento y médanos que se entregan en silencio.
Rafael Nieves

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