I.
La niña con el ojo de vidrio
archivo personal |
El autobús venía casi entrando a
Valencia. La velocidad era la misma de siempre. Mismas curvas, mismas maniobras.
La carretera, el sopor de la tardecita y el café con sol que siempre tengo en
el termo. El bus tiene su aceite, tengo lleno el tanque y los pasajeros duermen
como cochinos. Pronto haremos una parada. Nunca está demás hacer paradas para
que coman. Y para que no te enchumben el baño y te lo dejen puerco. Todavía
quedan unas cuatro horas y media para completar la ruta. Todo en orden, todo
andando. Pero hoy es especial. ¿Tú ves esa muchachita de cinco años que viene
aquí a mi lado, en las piernas de su mamá? ¿El orgullo con que me mira? Me hace
sentir capitán de barco. Cuando me dice papi, quiero pararme en todas las
alcabalas para comprarle un helado. La verdad es que está prohibido que vengan
pasajeros en la cabina delantera, junto al conductor, pero como perderse esa
carita emocionada admirando su capitán de transporte de lujo. Aire, baño y televisor,
na'guará. Aunque ya hace tiempo que no ponemos películas.
No es para confiarse, pero seguro que va a ser una niña bella y orgullosa de
este viejo conductor de ruta larga.
Lástima la gandola esa. La que se nos
atravesó llegando a Valencia. La vida me pasó ante los ojos. Imaginé todo ese
cargamento de cabillas acribillando la carrocería, como lanzas de guerra. Menos
mal que pude maniobrar a tiempo. Sólo se partió el parabrisas delantero. Qué
tristeza que a mi niña tan chiquita, le cayera todo el vidrio en la cara.
Perdió su ojito derecho. Como lloramos. Ella sigue siendo bonita. Se le curaron
los rasguños, pero ahora tiene que usar un ojito de vidrio.
II.
El conductor desconocido
Hay un momento cuando ya estás en tu
asiento, tu maleta está guardada y el bus aunque está encendido no se mueve. Sigues
en el terminal. Generalmente, la atención se divide entre los vendedores
ambulantes y la persona encargada de cobrar o en su defecto recoger los boletos
que verifican que ya pagaste. Es una especie de no-momento dónde estás de
viaje, pero aun no. Si ese instante se alarga, justo ahí, es el momento perfecto
para una representación.
archivo personal |
El personaje que nos abordo esa vez,
estaba vestido de camisa blanca y corbata como los conductores de línea.
Llevaba además un carnet colgado que lo acreditaba como tal y que mostró a dos
o tres personas que estaban cerca de él. Durante unos minutos bastante confusos para todos, captó nuestra atención indicándonos las normas de comportamiento
durante el viaje. Cosas como el uso del baño, mantener cerradas las cortinas
debido a los incidentes en la carretera y el uso de las normas de cortesía
durante el trayecto. Aunque un poco exagerado, uno puede llegar a sentirse
complacido de encontrarse a gente tan atenta y educada en una línea barata de
autobuses de terminal.
Lo que realmente nos atrapó fue el
desarrollo del por qué no sería él el conductor de turno. Nos contó muy conmovido
un episodio trágico relacionado con su unidad, una gandola de cabillas y el
ojito de vidrio que necesitaba su niña, que aun estaba en el hospital. Luego,
como era de esperar, nos solicitó una colaboración en efectivo para poder
mandar a traer el ojo de afuera del país. Estábamos conmovidos. Y nos
dispusimos a sacar la cartera. Ese sentimiento de conmoción general, sólo se
vio empañado por la sugerencia que el amigo conductor desconocido nos hizo
acerca de una tarifa de quinientos bolívares como mínimo. También era un poco
raro que a medida que iba recibiendo aportes, pedía aplausos para los que
habían dado los quinientos completos. Yo no sé si le creí. Lo que sí no me
gustó, fue que no me dio las gracias porque le di solo cien bolívares.
Más tarde y con mucha carretera
adelantada, nos enteramos por voz de los pasajeros que viajaban en el fondo del
bus, que el recolector estaba cerca de ellos y les soltó que ese tipo no le
gustaba, porque en sus cuentos siempre mataba algún familiar. Aunque algunos lo llamaron estafador, a mí me parece
que se ganó sus cien bolívares y además me da un fresquito que lo de la niña y
su ojo de vidrio, sea sólo un invento.
III. La llegada
Valentina |
Hola, soy ese personaje que se traslada aparatosamente con su equipaje
en medio de la gente que va al trabajo o sale de la escuela. Esta parte si me
gusta. Ya no tengo apuro. Estoy al otro extremo de la carretera. Medio país más
lejos. Y aunque no me sé la dirección exacta o el nombre de la calle, puedo
sentir que estoy muy cerca.
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