lunes, 5 de diciembre de 2016

En la carretera III

I. La niña con el ojo de vidrio

archivo personal

El autobús venía casi entrando a Valencia. La velocidad era la misma de siempre. Mismas curvas, mismas maniobras. La carretera, el sopor de la tardecita y el café con sol que siempre tengo en el termo. El bus tiene su aceite, tengo lleno el tanque y los pasajeros duermen como cochinos. Pronto haremos una parada. Nunca está demás hacer paradas para que coman. Y para que no te enchumben el baño y te lo dejen puerco. Todavía quedan unas cuatro horas y media para completar la ruta. Todo en orden, todo andando. Pero hoy es especial. ¿Tú ves esa muchachita de cinco años que viene aquí a mi lado, en las piernas de su mamá? ¿El orgullo con que me mira? Me hace sentir capitán de barco. Cuando me dice papi, quiero pararme en todas las alcabalas para comprarle un helado. La verdad es que está prohibido que vengan pasajeros en la cabina delantera, junto al conductor, pero como perderse esa carita emocionada admirando su capitán de transporte de lujo. Aire, baño y televisor, na'guará. Aunque ya hace tiempo que no ponemos películas. No es para confiarse, pero seguro que va a ser una niña bella y orgullosa de este viejo conductor de ruta larga.

Lástima la gandola esa. La que se nos atravesó llegando a Valencia. La vida me pasó ante los ojos. Imaginé todo ese cargamento de cabillas acribillando la carrocería, como lanzas de guerra. Menos mal que pude maniobrar a tiempo. Sólo se partió el parabrisas delantero. Qué tristeza que a mi niña tan chiquita, le cayera todo el vidrio en la cara. Perdió su ojito derecho. Como lloramos. Ella sigue siendo bonita. Se le curaron los rasguños, pero ahora tiene que usar un ojito de vidrio.

II. El conductor desconocido

Hay un momento cuando ya estás en tu asiento, tu maleta está guardada y el bus aunque está encendido no se mueve. Sigues en el terminal. Generalmente, la atención se divide entre los vendedores ambulantes y la persona encargada de cobrar o en su defecto recoger los boletos que verifican que ya pagaste. Es una especie de no-momento dónde estás de viaje, pero aun no. Si ese instante se alarga, justo ahí, es el momento perfecto para una representación.

archivo personal
El personaje que nos abordo esa vez, estaba vestido de camisa blanca y corbata como los conductores de línea. Llevaba además un carnet colgado que lo acreditaba como tal y que mostró a dos o tres personas que estaban cerca de él. Durante unos minutos bastante confusos para todos, captó nuestra atención indicándonos las normas de comportamiento durante el viaje. Cosas como el uso del baño, mantener cerradas las cortinas debido a los incidentes en la carretera y el uso de las normas de cortesía durante el trayecto. Aunque un poco exagerado, uno puede llegar a sentirse complacido de encontrarse a gente tan atenta y educada en una línea barata de autobuses de terminal.

Lo que realmente nos atrapó fue el desarrollo del por qué no sería él el conductor de turno. Nos contó muy conmovido un episodio trágico relacionado con su unidad, una gandola de cabillas y el ojito de vidrio que necesitaba su niña, que aun estaba en el hospital. Luego, como era de esperar, nos solicitó una colaboración en efectivo para poder mandar a traer el ojo de afuera del país. Estábamos conmovidos. Y nos dispusimos a sacar la cartera. Ese sentimiento de conmoción general, sólo se vio empañado por la sugerencia que el amigo conductor desconocido nos hizo acerca de una tarifa de quinientos bolívares como mínimo. También era un poco raro que a medida que iba recibiendo aportes, pedía aplausos para los que habían dado los quinientos completos. Yo no sé si le creí. Lo que sí no me gustó, fue que no me dio las gracias porque le di solo cien bolívares.

Más tarde y con mucha carretera adelantada, nos enteramos por voz de los pasajeros que viajaban en el fondo del bus, que el recolector estaba cerca de ellos y les soltó que ese tipo no le gustaba, porque en sus cuentos siempre mataba algún familiar. Aunque algunos lo llamaron estafador, a mí me parece que se ganó sus cien bolívares y además me da un fresquito que lo de la niña y su ojo de vidrio, sea sólo un invento.

III. La llegada

Valentina

Hola, soy ese personaje que se traslada aparatosamente con su equipaje en medio de la gente que va al trabajo o sale de la escuela. Esta parte si me gusta. Ya no tengo apuro. Estoy al otro extremo de la carretera. Medio país más lejos. Y aunque no me sé la dirección exacta o el nombre de la calle, puedo sentir que estoy muy cerca. 

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