lunes, 20 de marzo de 2017

La rueda de los faunos

1. Hace ya casi 25 años mi nombre apareció por primera vez en la prensa, en un espacio distinto al de un listado de ingreso para una institución militar. Recuerdo que era un anuncio más bien pequeño publicado en un periódico local, donde se anunciaba una pequeña temporada que llevaría a cabo la compañía Teatro y Mimos de Venezuela, dirigida por los maestros Rocío Rovira y Oscar Figueroa.

Ila Nieves

Hago la distinción con respecto a mis anteriores apariciones en prensa porque en aquellas, las de los listados, sólo aparecía mi número de cédula de identidad, lo cual hacía más bien anónima mi aparición, menos protagonista, aunque para mi familia representase como es de esperarse un valor superior. De hecho pienso que alguno de esos listados debe sobrevivir en algún álbum familiar: la lista de ingreso del año 1984 para el liceo militar Gran Mariscal de Ayacucho y la de 1989 para la Academia Militar de Venezuela.

En cambio recuerdo cómo aquel pequeño anuncio que representaba lo que sería el inicio formal de mi carrera en las artes escénicas, se convirtió el mismo día de su publicación en algo así como el grito a voces de mi hundimiento, la derrota de mi crianza. La perdida de mi sentido como familiar, incluso como amigo y hasta ciudadano. Me gusta pensar que desde aquel día (que junto a otros eventos variados me descolocó como individuo), mi tránsito ha sido el de la reconstitución constante como persona. Como una búsqueda de sentido de mí mismo.

2. Tiendo a adornar a placer la mayoría de mis recuerdos. Lo cual podría ser catalogado como un problema, pero la verdad no creo poder reconstruir con exactitud algunos de mis episodios pasados. De hecho me parecería demasiado aburrido tener que ceñirme a la estricta realidad, si es que eso existe. Por ejemplo, evocando la mañana en que salió publicado el mencionado anuncio de prensa tiendo a juntar todos los recuerdos que atesoro de mi padre. Los amuñuño. Así que dependiendo de la intensidad de mi relato, o del interlocutor (así sea yo mismo en diversas situaciones), o de la cantidad de cervezas, puedo imaginar a mi papá con su bata de paño, sentado en su silla de mimbre, en su apartamento, con el periódico en la mano y un café y los lentes y las pantuflas y de música de fondo un disco de Henry Fiol; y su mirada entre severa y decepcionada al darse cuenta que su nombre (que es el mismo mío), aparecía entre otros tantos que seguramente irían eternamente por el mundo en mallas, zapatillas y la cara pintada de blanco.

archivo personal

No lo voy a negar. Hay días, cervezas más, cervezas menos, en que me gusta pensar que entre la merengada de sentimientos y sentidos a los que lo sometía constantemente este primogénito y demoníaco ser salido de su progenie (y con su mismo nombre); en medio de todo, quizás muy en el fondo, podría existir un poquito de orgullo. Aunque aquella mañana, su pregunta de si yo usaba mallitas y zapatillas, tuviese implícita la duda fulminante de si yo era loco, drogadicto u homosexual. Afortunadamente en ese momento sólo tuve que responder a lo de las mallas y las zapatillas; porque como todo inicio aunque desolador para muchos, para mí apenas empezaba lo bueno, y por supuesto no tenía la menor idea de nada.

No me voy a extender tratando de explicar lo que supuso ese momento para mí, pero ¡Váyalo! con Henry Fiol y todo. Que además en ese momento estaba preso.

3. Con lo de las drogas y la orientación sexual ¡Paso! lo delego. Se lo dejo a alguien que quiera exponerse un poco más de lo que yo ando dispuesto por ahora. Hoy, lo que me interesa es la posibilidad implícita en mi elección de vida que me acerca a la locura.

En otro tiempo estoy seguro que me hubiese gastado elaborando una disertación sobre la cordura. Argumentándome, buscando la forma de otorgarle sentido a lo que representa dedicarse a la danza; pero la verdad, cada vez estoy más cerca de aceptar que lo que podríamos considerar como indicativos de normalidad no se corresponden con el sentido profundo de lo que somos y hacemos. La normalización, los esquemas bajo los cuales coexistimos tienden a ponernos al margen. Cada vez más veo alejarse la orilla del sentido común y lo que es más vergonzoso, me veo, nos veo disfrutándolo. Nos veo además pagando las consecuencias de nuestro atrevimiento, aunque pareciera que eso también lo disfrutamos.

El Universal, septiembre 1992

Ustedes me van a perdonar, pero eso es de locos, y marginales; de seres desprovistos de la capacidad de reducirse a lo común y a lo bueno. Para algunos eso es fracaso o inmoralidad, inclusive pecado y hasta ilegal.

Si pudiera doblar el tiempo y juntar este momento con aquella mañana, sería menos severo con mi viejo, que finalmente tenía razón. Yo me estaba subiendo a la nave de los locos, y lo peor es que no he podido bajarme porque cada vez que se arrima a la orilla el mar profundo me llama, como una lengua loca de mujer que te lame la oreja, como la mano izquierda del diablo que me suma insistente a esta rueda de faunos y me dice:
-Rafa, 
vamos a danzar.
Rafael Nieves

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