lunes, 16 de enero de 2017

Trama de mí

Ser en la danza es fabuloso. Tiene su propia organización narrativa. Yo imagino que es así con cualquier forma de asumir la vida. Pero a mí me tocó la danza. Y es desde ahí donde me permito opinar y organizar mi visión mundo. Porque al igual que cualquier otro mortal, soy. Aunque tengo que aceptar que cuando la cuento, trato siempre de hacerla más interesante de lo que seguramente es. Pero esos son los privilegios de organizar uno mismo su propia trama.

Para que se entienda de que va la fábula de mí, he decidido hacer un brevísimo esfuerzo por reflexionar sobre el rol de la danza y las nociones de cuerpo que me permiten ser.

Esto a su vez, podría ser una aproximación a una trama acerca de lo que soy.

fotografía Jonathan Contreras

Partiendo de la idea de que en la danza soy ante todo un cuerpo-consciencia tratando de encontrar sentido, es imposible que no me sienta inclinado a rebelarme ante las formas de control que se van desvelando desde todos esos rincones oscuros. Sobre todo esas que embisten desde adentro. El problema de aspirar a esa comprensión de nuestra relación con lo otro, es que nos ocurren cosas. Cambiamos. Se modifican nuestras nociones. Cambian las relaciones entorno a las cuales se constituye ese todo que somos. Empiezan a mostrarse los hilos que nos mueven. Quedamos en evidencia. Y llegado el momento, nos vemos forzados a decidir cuan dispuestos estamos a desprendernos o al menos a cortar algunos hilos. A romper dependencias, aunque esto genere conflictos. Pero que podemos hacer, si son los conflictos los que hacen que la trama avance.

En mi caso la comprensión se da a través de la danza. La danza es ese puente desde donde opera el cuerpo como un todo, en tensión con la obra como posibilidad creadora. Pero también es la línea argumental que organiza mi narrativa particular y su inserción en lo colectivo.

fotografía Jonathan Contreras
Ser en la danza es fabuloso y tiene su trama, que pasa inevitablemente por las definiciones. A mí me gusta pensar, que me constituyo desde una danza que me permite definirme con mis propias categorías. Lo cual no suaviza el impacto de la duda. De las incertidumbres. De hecho es la que constantemente me induce a cuestionarme sobre nuestro fin último. Sobre nuestra función en sociedad. Porque al vivir, como cualquier otro individuo necesitamos legitimarnos, ser reconocidos. Ocupar un espacio como cualquiera. Pero entonces, ¿Cual es nuestro rol en la trama-mundo?

En lo particular, he pasado algún tiempo reflexionando sobre mi incapacidad para considerar la danza como entretenimiento. He procurado a través de la creación, propiciar encuentros desde lo corporal con otras formas de disfrute, que se distancien de una visión netamente utilitaria. Evitar a toda costa una actitud tecnológica sobre el cuerpo. Me niego a aceptar que nuestro rol es el de un simple divertimento. Pero entonces, ¿Qué otra cosa puede ser la danza? Al parecer yo soy mi propio antagonista.

A partir de aquí, sería de esperar que comenzara a desarrollar una argumentación en torno a lo que si es para mí la danza. Algunas veces pienso que ojalá fuera así de sencillo. Pero no. Es demasiado engreído de parte de cualquiera, empezar a repartir recetas para la felicidad, para la creación, para constituirse, en definitiva, para ser. Así sea mi propia trama. Por eso lo asumo como tarea. Hago un esfuerzo por comprender el alcance de lo que hacemos. Porque es desde ese hacer desde donde, a su vez, me puedo pensar. Busco los límites y las preguntas adecuadas. Y finalmente, danzo y danzo y danzo. Vacío y lleno constantemente mis otredades, mis infinitos, para darle un hogar a la danza. Me agoto, descanso, retomo. Y cuando lo necesito, me dejo ayudar.

fotografía Jonathan Contreras

Soy de los que creen que entre las posibilidades de la danza, está la de ayudarnos a constituir una noción de cuerpo. Sin falsos heroísmos. Nada de rescatar a la sociedad, ni ofrecer cuerpos nuevos, mágicos. Nada truculento. Nada de alterar falsamente la trama. Es más bien como recobrar una noción original, funcional, de nosotros mismos. Y compartirla. Darnos un valor estético. En verdad, creo que es posible. De hecho este argumento se sustenta sobre la idea de que ya esto está pasando. La danza con su poder para ganarnos a través del hacer. Obsequiándonos la posibilidad de reconocernos en nosotros, en nuestros cuerpos-conscientes.

Esta trama de mí necesita un desenlace, así que propongo dos. Uno optimista, donde la danza contribuye a la construcción de esa necesaria noción de cuerpo, a través no sólo de buenas obras, sino también de una actitud crítica y reflexiva, constituyéndose como una posibilidad real para la comprensión y disfrute de una corporalidad despierta, expresiva y múltiple. La otra opción, menos optimista, gira en torno a nuestra incapacidad para reconocer que tanto en lo público, como en lo privado se movilizan intereses, muy distintos, muy alejados a la plenitud del cuerpo como posibilidad. La fuerza de esta visión pesimista reside en el entendimiento de que esto no podrá cambiar, mientras la danza sea pensada por otros, con sus propios intereses y condicionantes. Con su propia taxonomía.

Lo que no impide que sigamos trabajando, para que la trama-mundo tenga cada vez mejores desenlaces.

 Rafael Nieves

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