I. Continuamente
me encuentro ante la dificultad acerca de cómo decir la Danza. Puede que en
principio esto suene algo excesivo o errático, pero si se parte de la
comprensión de tantos años de práctica casi obsesiva y sobre todo, de una
consecuente experimentación en cuanto a formas concretas de construir obras, y
entrenar cuerpos para estas obras e incluso búsqueda exacerbada de ideas
necesariamente no verbales para insertar en dichos trabajos, es posible
comprender que sentarse a intentar poner por escrito dicha experiencia podría
convertirse en una aventura muy difícil. Casi tanto, como un viaje de regreso
del centro del laberinto asediado por minotauros, medusas y sirenas
terriblemente encantadoras, y a la vez mortíferas. Quizás por eso piense, que
la mejor forma es suplicar por un juego de alas a Dédalos. Incluso a sabiendas
que de tal empresa sólo es posible retornar chamuscado y siniestramente
arrastrado por las olas del Egeo.
Porque hay que estar claro
que después de tanta Danza en la vida, sólo puede aspirar uno a tocar el sol.
Pero si no, ¿cómo entonces?
Quizás arrastrado por los pantanos del delta, convertido en una fantástica
Anaconda de seis metros de largo, esperando que alguna presa incauta se acerque
a pastar a las marismas. Para apresarla con firmeza con nuestro propio cuerpo,
y luego ir sutilmente acompasando su respiración con la constricción de nuestros
músculos. Y escuchar atentamente sus latidos cada vez más lánguidos. Hasta finalmente
lograr engullir a nuestra víctima. Acomodarla dentro de nosotros. En un tiempo dilecto
que sea réplica suplicante del latido de los astros y la selva. Desencajando la
mandíbula. Asfixiando a nuestra presa, y reptando por los pantanos con nuestros
cuerpos fundidos en un gesto fraternal de muerte.
Porque quien Danza también aspira
en parte a ser Uroboros, a escurrirse rampante en el ciclo interminable de vida
y muerte del mundo.
Pero que tan mitológico
resulta ese ser que eligió vivir desde el cuerpo. Ser la Danza misma. Subir o
bajar montañas para llegar a su terreno de práctica. Seleccionar cuidadosamente
cada indumentaria que le permita sentirse acorde a ese deseo de volar o a
reptar primigenio. Preocuparse un poco más de lo natural porque su esfuerzo
físico se equipare a su insumo calórico. Transfigurarse en observador acechante
de sus propios brazos y piernas. Atento a cada abolladura en sus pies descalzos,
a cada raspadura de rodillas o codos. Vigilante obseso de su conexión
sacro-craneal. Explorador incansable de sensaciones e intuiciones. Observador prolijo
de la respiración, el ritmo cardíaco y la dosificación energética. Metáfora y
realidad misma del cuerpo en movimiento.
II. No
es difícil encontrarse con la Danza como alegoría en distintos contextos. Muy
al contrario, resulta sumamente común que se le utilice como una forma de
enunciar algún concepto abstracto e incluso alguna actividad concreta que fluya
de manera acompasada y armónica. Podemos pensar en frases como "la danza
de la vida" o "la tormenta aquella que interpretó a su paso una danza
de muerte y destrucción". Una composición plástica puede convertirse por
verbigracia de algún estilista en "una danza de formas y colores", y
así por el estilo. La Danza entonces se constituye en categoría simbólica que
edifica una noción múltiple, sólo susceptible de ser interpretada en el marco
de su devenir como idea. Es decir ocurre una idealización de la Danza que no
puedo imaginar que tanto nos toca. Porque, qué tan difícil sería encontrar un
ideal de belleza en nosotros, con nuestra ropa gastada, girando, abrazando o
dando vueltas por el piso de madera. En nuestros espacios rituales arrebatados
a cualquier otro uso, con el único propósito de que la Danza sea. Para poder
nosotros vivir y ser Danza. Umberto Eco en su ensayo Sobre el símbolo, cuenta que "He intentado definir el modo
simbólico como una estrategia textual particular. Pero fuera de esta estrategia
textual (...), un símbolo puede ser o algo muy claro (una expresión unívoca,
con un contenido definible) o algo muy oscuro (una expresión plurívoca, que
evoca una nebulosa de contenido)." A mi parecer, en ambos casos, el carácter
simbólico de nuestra práctica no hace más que servir de sustento (debido quizás a
su carácter sólido y sutil) para la construcción de esas ideas-otras. Quizás ya
no en un sentido tan amplio como un símbolo,
sino la mayoría de las veces como alegoría,
como cuerpo (claramente redundante) para ese universo de ideas que necesitan
completarse en el plano de lo visual o argumentarse intencionalmente en el
plano emocional o sensitivo. "La alegoría transforma el fenómeno en un
concepto; el concepto en una imagen, pero de suerte que aún tenga y retenga el
concepto limitado y completo en la imagen y en ella se declare." Dice Eco,
en el mismo ensayo. De manera que la danza en el verbo, parece ser urgente para
darle cuerpo a lo que carece de él. Y aunque quizás en el plano de pensamiento
lógico encuentre detractores, resulta fundamental para la argumentación en el
plano metafórico, sicológico y hasta numinoso. La Danza como manifestación del cuerpo
trascendido parecería ser a la vez, dificultad para la claridad de pensamiento
(en la razón o lógica) y obscuridad facultada para expresar lo incognoscible a
través de la palabra (en lo no razonable o lógica-otra). De manera que se establece
como un idioma extranjero a toda nación, pero común a toda cultura. La Danza se
erige como la posibilidad siempre viva de decir lo que no sabemos, de ayudarnos
a expresar una lengua múltiple constituida desde las fronteras de lo que somos
y no conocemos. Algo que de alguna manera impredecible, poseemos todos. Al
igual que tenemos las llaves de ese alfabeto oscuro y a la vez muy claro, de lo
que se dice desde el cuerpo a través de los vínculos profundos construidos
desde la danza.
III. Un
viaje como el iniciado a partir del estudio de la Danza, generalmente no acaba nunca.
La imagen del éxtasis sin retorno sería la más adecuada para describir el mundo
vivido desde el ejercicio de la exploración del cuerpo pleno. Una sucesión de
vivencias interconectadas a través de los sentidos, un flujo constante de
sensaciones con sus respectivos equilibrios lógicos y emocionales que una vez
iniciados, no se detienen. Las secuencias de movimiento cobran vida más allá de
las nociones más elementales. El cuidado del cuerpo no acaba en la composición
orgánica de las estructuras físicas. Te enferma o te cura una emoción o un
sentimiento. Te sostiene, la coherencia que puedas otorgar a un sistema de
entrenamiento o a un montaje diseñado no sólo para rendir mecánicamente. Los
límites se traspasan, las sesiones de exploración y búsqueda se prolongan al
sueño o la vigilia cotidiana. Se es en la Danza o no se vive la experiencia original
y completa. Los bordes casi siempre están habitados por pedazos de nosotros en
constante renovación. Nunca se es solo en la Danza, siempre algo más grande te
acompaña. Así no sepamos cómo nombrarlo. El que exponer estas ideas nos sea tan
difícil, denota la dependencia de esa otra lengua materna y universal del
gesto, con sus suspiros y tensiones, con sus latidos y pequeñas inclinaciones
intraducibles.
Ciertamente toda
representación del mundo que tome en cuenta el movimiento de los astros, la
circulación de nuestros fluidos, el cambio en las mareas, el transito del
tiempo, la germinación, la colisión de los átomos, la evaporación, la
condensación y la precipitación, el nacimiento y la caída de las
civilizaciones, el cambio de las estaciones, el crecimiento de un niño, la
alternancia de la noche y el día, el vuelo sincronizado de los pájaros o el
aleteo constante del colibrí, el juego entre los dedos y las cuerdas de un instrumento,
los cambios imprevisibles de estado de ánimo, el estallido de la vida o la degradación
de la muerte, todos, absolutamente todos, podrán tener en nosotros una
referencia-otra. Una alegoría mejor. Una forma manifiesta en el cuerpo a través
de la Danza.
Rafael Nieves
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