lunes, 29 de enero de 2018

Cómo decir la Danza


I. Continuamente me encuentro ante la dificultad acerca de cómo decir la Danza. Puede que en principio esto suene algo excesivo o errático, pero si se parte de la comprensión de tantos años de práctica casi obsesiva y sobre todo, de una consecuente experimentación en cuanto a formas concretas de construir obras, y entrenar cuerpos para estas obras e incluso búsqueda exacerbada de ideas necesariamente no verbales para insertar en dichos trabajos, es posible comprender que sentarse a intentar poner por escrito dicha experiencia podría convertirse en una aventura muy difícil. Casi tanto, como un viaje de regreso del centro del laberinto asediado por minotauros, medusas y sirenas terriblemente encantadoras, y a la vez mortíferas. Quizás por eso piense, que la mejor forma es suplicar por un juego de alas a Dédalos. Incluso a sabiendas que de tal empresa sólo es posible retornar chamuscado y siniestramente arrastrado por las olas del Egeo.

Porque hay que estar claro que después de tanta Danza en la vida, sólo puede aspirar uno a tocar el sol.

Pero si no, ¿cómo entonces? Quizás arrastrado por los pantanos del delta, convertido en una fantástica Anaconda de seis metros de largo, esperando que alguna presa incauta se acerque a pastar a las marismas. Para apresarla con firmeza con nuestro propio cuerpo, y luego ir sutilmente acompasando su respiración con la constricción de nuestros músculos. Y escuchar atentamente sus latidos cada vez más lánguidos. Hasta finalmente lograr engullir a nuestra víctima. Acomodarla dentro de nosotros. En un tiempo dilecto que sea réplica suplicante del latido de los astros y la selva. Desencajando la mandíbula. Asfixiando a nuestra presa, y reptando por los pantanos con nuestros cuerpos fundidos en un gesto fraternal de muerte.

Porque quien Danza también aspira en parte a ser Uroboros, a escurrirse rampante en el ciclo interminable de vida y muerte del mundo.

Pero que tan mitológico resulta ese ser que eligió vivir desde el cuerpo. Ser la Danza misma. Subir o bajar montañas para llegar a su terreno de práctica. Seleccionar cuidadosamente cada indumentaria que le permita sentirse acorde a ese deseo de volar o a reptar primigenio. Preocuparse un poco más de lo natural porque su esfuerzo físico se equipare a su insumo calórico. Transfigurarse en observador acechante de sus propios brazos y piernas. Atento a cada abolladura en sus pies descalzos, a cada raspadura de rodillas o codos. Vigilante obseso de su conexión sacro-craneal. Explorador incansable de sensaciones e intuiciones. Observador prolijo de la respiración, el ritmo cardíaco y la dosificación energética. Metáfora y realidad misma del cuerpo en movimiento.

II. No es difícil encontrarse con la Danza como alegoría en distintos contextos. Muy al contrario, resulta sumamente común que se le utilice como una forma de enunciar algún concepto abstracto e incluso alguna actividad concreta que fluya de manera acompasada y armónica. Podemos pensar en frases como "la danza de la vida" o "la tormenta aquella que interpretó a su paso una danza de muerte y destrucción". Una composición plástica puede convertirse por verbigracia de algún estilista en "una danza de formas y colores", y así por el estilo. La Danza entonces se constituye en categoría simbólica que edifica una noción múltiple, sólo susceptible de ser interpretada en el marco de su devenir como idea. Es decir ocurre una idealización de la Danza que no puedo imaginar que tanto nos toca. Porque, qué tan difícil sería encontrar un ideal de belleza en nosotros, con nuestra ropa gastada, girando, abrazando o dando vueltas por el piso de madera. En nuestros espacios rituales arrebatados a cualquier otro uso, con el único propósito de que la Danza sea. Para poder nosotros vivir y ser Danza. Umberto Eco en su ensayo Sobre el símbolo, cuenta que "He intentado definir el modo simbólico como una estrategia textual particular. Pero fuera de esta estrategia textual (...), un símbolo puede ser o algo muy claro (una expresión unívoca, con un contenido definible) o algo muy oscuro (una expresión plurívoca, que evoca una nebulosa de contenido)." A mi parecer, en ambos casos, el carácter simbólico de nuestra práctica no hace más que servir de sustento (debido quizás a su carácter sólido y sutil) para la construcción de esas ideas-otras. Quizás ya no en un sentido tan amplio como un símbolo, sino la mayoría de las veces como alegoría, como cuerpo (claramente redundante) para ese universo de ideas que necesitan completarse en el plano de lo visual o argumentarse intencionalmente en el plano emocional o sensitivo. "La alegoría transforma el fenómeno en un concepto; el concepto en una imagen, pero de suerte que aún tenga y retenga el concepto limitado y completo en la imagen y en ella se declare." Dice Eco, en el mismo ensayo. De manera que la danza en el verbo, parece ser urgente para darle cuerpo a lo que carece de él. Y aunque quizás en el plano de pensamiento lógico encuentre detractores, resulta fundamental para la argumentación en el plano metafórico, sicológico y hasta numinoso. La Danza como manifestación del cuerpo trascendido parecería ser a la vez, dificultad para la claridad de pensamiento (en la razón o lógica) y obscuridad facultada para expresar lo incognoscible a través de la palabra (en lo no razonable o lógica-otra). De manera que se establece como un idioma extranjero a toda nación, pero común a toda cultura. La Danza se erige como la posibilidad siempre viva de decir lo que no sabemos, de ayudarnos a expresar una lengua múltiple constituida desde las fronteras de lo que somos y no conocemos. Algo que de alguna manera impredecible, poseemos todos. Al igual que tenemos las llaves de ese alfabeto oscuro y a la vez muy claro, de lo que se dice desde el cuerpo a través de los vínculos profundos construidos desde la danza.

III. Un viaje como el iniciado a partir del estudio de la Danza, generalmente no acaba nunca. La imagen del éxtasis sin retorno sería la más adecuada para describir el mundo vivido desde el ejercicio de la exploración del cuerpo pleno. Una sucesión de vivencias interconectadas a través de los sentidos, un flujo constante de sensaciones con sus respectivos equilibrios lógicos y emocionales que una vez iniciados, no se detienen. Las secuencias de movimiento cobran vida más allá de las nociones más elementales. El cuidado del cuerpo no acaba en la composición orgánica de las estructuras físicas. Te enferma o te cura una emoción o un sentimiento. Te sostiene, la coherencia que puedas otorgar a un sistema de entrenamiento o a un montaje diseñado no sólo para rendir mecánicamente. Los límites se traspasan, las sesiones de exploración y búsqueda se prolongan al sueño o la vigilia cotidiana. Se es en la Danza o no se vive la experiencia original y completa. Los bordes casi siempre están habitados por pedazos de nosotros en constante renovación. Nunca se es solo en la Danza, siempre algo más grande te acompaña. Así no sepamos cómo nombrarlo. El que exponer estas ideas nos sea tan difícil, denota la dependencia de esa otra lengua materna y universal del gesto, con sus suspiros y tensiones, con sus latidos y pequeñas inclinaciones intraducibles.

Ciertamente toda representación del mundo que tome en cuenta el movimiento de los astros, la circulación de nuestros fluidos, el cambio en las mareas, el transito del tiempo, la germinación, la colisión de los átomos, la evaporación, la condensación y la precipitación, el nacimiento y la caída de las civilizaciones, el cambio de las estaciones, el crecimiento de un niño, la alternancia de la noche y el día, el vuelo sincronizado de los pájaros o el aleteo constante del colibrí, el juego entre los dedos y las cuerdas de un instrumento, los cambios imprevisibles de estado de ánimo, el estallido de la vida o la degradación de la muerte, todos, absolutamente todos, podrán tener en nosotros una referencia-otra. Una alegoría mejor. Una forma manifiesta en el cuerpo a través de la Danza.

 Rafael Nieves

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