lunes, 5 de febrero de 2018

Entrar al piso



Primero debes permitir que tus manos desciendan suavemente desde lo más alto que puedas elevarlas, hasta llegar al tope de tu cabeza. Después deja que se deslicen a través de ti, recorriendo la mayor cantidad de superficie, hasta llegar lentamente a tus pies. Y de ahí hasta el suelo. A medida que bajas, percibe como los dedos de la mano y la palma, van adoptando la forma de esa parte de tu cuerpo que van tocando. La sensación es casi como agarrar, pero sin llegar a apresar lo que tocas. Es necesario que regules la cantidad de presión que ejerces sobre tu propia piel. Esto en principio, no debería ser demasiado fuerte ni excesivamente sutil. Menos fuerte que restregar, más firme que una caricia leve. Pero igual es tu mano y es tu cuerpo, así que decide tú cómo te gusta. De ser posible haz el esfuerzo de no recorrerte de forma lineal, percibe las curvas, los espirales. Te darás cuenta que dependiendo de la flexibilidad que le otorgues a tu mano, podrás acceder a zonas generalmente menos expuestas al contacto. La velocidad también es importante. No hay apuro. De manera que por momentos, tus manos podrán desplazarse en direcciones no necesariamente descendentes. Puedes recorrerte en la dirección que quieras, pero no olvides que el objetivo es llegar hasta el suelo. Yo, debido obviamente a mi obsesión particular, prefiero mantener un esquema que me permita, así sea de una manera aproximada, cierta simetría. En éste, paso de la cabeza a un brazo a través del cuello, claro está, y de ahí al otro brazo tocando pecho, clavículas, para luego descender en forma desordenada, digamos, con cierta libertad por el torso hasta llegar a la cadera. Entonces viene ese particularísimo momento de tantear el propio pubis hasta llegar a una pierna, sacando el pie del piso para no bajar del todo el torso, cosa que ocurrirá en el momento e que finalmente, regresando por la cadera, iniciemos el descenso hasta un último pie. Algunas partes, como es natural, podrás abarcarlas con ambas manos. En otras en cambio, deberás decantarte por alguna de tus extremidades. Como ya te habrás dado cuenta, ese ir abajo amerita no sólo que tus manos y brazos se movilicen. Haciendo un poco de memoria es interesante recordar cómo para que tus manos descendiesen en primer lugar hasta la cabeza, fue necesaria cierta tracción por parte de tus brazos. Como en una reacción en cadena, desde tu columna vertebral y la musculatura de tu torso y espalda, se inició una secuencia de movilidades. Tracción que no sólo funcionó en sentido estricto durante ese momento de arranque, sino que así tú no lo notaras, así ya no fueras consciente, se mantuvo activa durante toda la experiencia. Esta cadena de acciones mecánicas que se proyectó a través de la relación entre tu espalda, hombros, brazos, manos, dedos, está sincronizada por un complejo sistema de nervios que como hilos internos en una marioneta, determinan la cualidad de cada movimiento. Pero eso, la verdad, no nos interesa mucho. Más nos importa descubrir cómo propiciar que esta movilidad se produzca. Y que además, en el contexto de nuestra experiencia cobre sentido. Ese sistema de tensiones y compensaciones, es la causa de toda flexión o torsión o inclinación en nuestro torso que al intentar alcanzar con las manos nuestros pies, se contrae de manera armoniosa sobre sí mismo, regocijándose en cierta flexibilidad insospechada. Una relación similar a la que ocurre en nuestras piernas, las cuales después de cierta acumulación de esfuerzo nos alertan sobre la necesidad de ajustarse. Así que por favor, flexiona las rodillas y permite que toda tu estructura avance en dirección a tus talones. Descubrirás que tus manos, prolongación de tu espalda y ya sensibles al contacto, podrán (cosa maravillosa) apoyarse en el suelo con seguridad y ayudarte a sostener el equilibrio con cierto goce. Podrás entonces, pasar progresivamente de estar agachado a reposar tu cadera de manera fluida sobre el piso y una vez ahí, disfrutar de otra perspectiva del mundo.
Rafael Nieves


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