lunes, 26 de febrero de 2018

Tocar



Tendríamos que poder extendernos todo lo necesario sobre la materia que nos importa. Encontrar múltiples formas para regodearnos infinitamente en los materiales sensibles a nuestros intereses. Honrarnos desde lo profundo en nuestra capacidad para acceder a nosotros de todas las maneras posibles. Incluso sobrepasando nuestra capacidad de reconocernos. Es decir, llegando inclusive más allá de la posibilidad de comprendernos a nosotros mismos. Fallar y volver a empezar en el intento de saber qué somos. Establecernos en la búsqueda. Nadie puede negar que existe cierta fascinación en el acto de intentar comprender. A pesar de que sea sólo en una capa intermedia dentro del entramado de sentidos posibles, en la inmensa construcción intertextual que podría corresponder a cada una de nuestras vidas. Y como desde la perspectiva del demiurgo, hurgar en los elementos atávicos que nos componen. Emprender la búsqueda de cierta esencia. Por eso, restarle valor a priori a cualquier herramienta que tengamos a mano para emprender la tarea, no hace más que exponernos un rasgo de iniquidad ante nuestra propia naturaleza.

¿Cómo definirse entonces? Cuál de nuestras ansiedades, refleja la preocupación primera. Desde dónde parte la sombra que se asoma de detrás del espejo, de debajo de la cama, de más allá de un rostro desconocido. Las manos que como aves, tienen la posibilidad de tocar y volar podrían convertirse en un utensilio perfecto. Pero resultarían insuficientes si no se las sabe unidas en secuencia a ese amasijo de músculos, sangre y huesos que es una persona. Imaginarlas de manera aislada es una ambición recurrente, una pericia del lenguaje que intenta atribuirles todo el placer y el dolor que son capaces de procurar y percibir. Pero aunque nuestra comprensión del acto de tocar, haya trascendido la idealización de las manos como protagonistas únicas y privilegiadas de dicha acción, aunque entendamos y disfrutemos de la experiencia amplificada de saber que se toca con toda la piel, cómo restarle fuerza a esa construcción tan poderosa del lenguaje y la significación. Cómo no sucumbir ante la idea de que tocar es igual a usar las manos. Y sobre todo, ¿Cuál sería la ganancia de tal empresa? Con qué nos quedaremos ante la disolución de tal elaboración simbólica, si es que acaso (cosa que me parece imposible) logramos instaurar una nueva relación significante. Supongamos, algo así como que tocar es rozar las cosas con los codos o con las orejas. En todo caso, vale recordar que cada idea expresada desde el habla, denota un sentido concreto cuya base se encuentra adherida a una práctica, se sustenta en el hacer y pretender cambiar la idea general de esta construcción y su incidencia en la lengua, tendría que pasar necesariamente por modificar el hábito o la costumbre que expresa.

¿Y si esto es justo lo que intentamos? Si no, qué hemos estado explorando. Indagando en una relación distinta desde los sentidos, estamos al mismo tiempo construyendo una noción de experiencias concretas desde el cuerpo e intentando modificar su referente hablado. Usando una misma palabra, hemos intentado reconstituir un concepto. Y aunque en la realidad, esta práctica sólo es posible a través de pequeños acuerdos dentro de grupos específicos de individuos iniciados, y sólo muy lejanamente podría llegar a ser una generalización o convertirse en una ley, hemos logrado convenir en restituir un uso extendido de la palabra. Tocar, entre nosotros, brega por recobrar un sentido original. Tocar para nosotros es una experiencia práctica ampliada del cuerpo, al igual que hemos intentado amplificar el sentido de la palabra que la define. No existe una palabra distinta para el tocar entendido como el concepto común de relacionarse con el mundo a través del contacto con las manos y otra para la versión extendida de usar todo el cuerpo para percibir de manera táctil nuestro entorno.

Decía entonces que la posibilidad de usar cualquier herramienta puede sernos útil para acercarnos a nosotros mismos, para intentar saber lo que somos. De esta manera entonces podríamos llegar a pensar que, desde una visión extendida del acto de tocar, los que hacemos trabajo de contacto somos aquellos que intentamos percibir el mundo entero de manera sensible, a través de todo el cuerpo. Y también, por qué no, como seres empeñados en reconciliarnos con la lengua, empujando un poco más allá las palabras que nos definen.

 Rafael Nieves

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