lunes, 19 de febrero de 2018

Lo imposible de lo exacto



Tal vez por momentos pueda notarse en mí, cierto estado de convencimiento acerca de la elaboración de ideas en torno a la danza. Por instantes, esa convicción pudiese llegar a imprimir algún tipo de certeza sobre lo que pienso y digo sobre el tema del cuerpo en movimiento. Pero es necesario aceptar que la forma en que se organiza este discurso varía sensiblemente dependiendo del contexto. Es decir, muchas veces durante una clase, ensayo o entrenamiento las palabras para expresar las ideas en torno a las cuales se organiza el discurso danzado, fluyen de mejor manera que en otros espacios. Supongamos, una sala de conferencias, un pasillo cualquiera, un cafetín, incluso algún paisaje natural o más propicio para el relajamiento de los sentidos o la aparente conexión con nosotros mismos. Muy posiblemente esto se deba a que la danza exige sus propios recursos discursivos, ya no sólo desde el cuerpo, sino también en cuanto al uso de la palabra. Sospecho que hablar apropiadamente de la danza amerita cierta tensión. Encontrarse imbuido en cierto esfuerzo. Sostener al igual que cuando danzamos, un posible estado extendido de la atención. De hecho, a mi parecer hay cosas que sólo me es posible decir estando descalzo y sudado. O ante la urgencia del esfuerzo de un tercero, que necesita la llave mágica de alguna imagen verbalizada, algún acercamiento sonoro e incluso alguna entonación concreta.

Factible o no, esta relación de lo hablado y lo corporal, escapa sutilmente de las correcciones del lenguaje y se instaura en una suerte de imaginario propio del oficio. Un ejemplo podría ser esa manía tan común de querer ponerle nombre a algunas secuencias de movimiento o también esa necesidad imperativa de recurrir a asociaciones imaginativas que nos permitan comparar una movilidad con un fenómeno otro. Como si de alguna manera la gota que se derrama de una hoja después de la llovizna o la hoja de papel movida por el viento, contuviesen la misma cualidad en cada universo imaginativo personal. Como si todos tuviésemos la capacidad de visualizar el mismo tipo de hojas, la misma cantidad de agua, el mismo soplo de viento. Y he aquí entonces, que lo importante es lo impreciso de la imagen, lo imprevisible de cada interpretación personal.

Pero ésta es sólo una de las múltiples formas bajo las cuales podríamos establecer un acercamiento a lo imposible de lo exacto, en los muchos aspectos de la danza. En mi práctica particular he intentado (casi siempre de manera fallida) hacer un registro de diversos aspectos importantes desde mi punto de vista para el desarrollo del oficio de danzar. Todos ellos bastante imprecisos, para ser sincero. Este registro parte obviamente, de mi capacidad de observación y análisis, pero también y muy contundentemente de mi experiencia íntima. Para describir este aspecto, tendría que mencionar que es justamente ese carácter subjetivo e individual lo que ha fortalecido en mí, la decisión de constituirme desde esta manifestación creativa. Es este carácter individual de la práctica, el que le da sentido a la danza como posibilidad diversa. Es su característica imprecisa la que la habilita para convidarnos a ser en sus predios, haciéndola a la vez una forma expresiva concreta y posibilidad de vida múltiple. El desarrollo que hacemos de ésta en colectivo, sólo es posible en la medida que se manifiesta como encuentro. Espacio vital donde un conjunto de individuos particulares comprometidos con una forma de tratamiento del cuerpo, se permiten coexistir a través de sus diferencias. El resultado de esta coexistencia dependerá siempre de la calidad y cualidad de esa posibilidad imprecisa de estar juntos. Eso determinará una forma específica de obra, lo cual sigue siendo igualmente algo bastante indeterminado. Y por supuesto, hablar sobre esto ya es también lo suficientemente poco concreto. Tanto como para que lo sume en mi lista de elementos de la danza sobre los cuales me puedo permitir hablar, sin terminar nunca de decir exactamente qué son.

Particularmente mis intereses transitan por este tipo de elementos que se me antojan constitutivos en la práctica de la danza. Y he dado con la noción de que sólo me puedo acercar a ellos de una manera tangencial, así pretenda lanzarme de frente e intente profundizar o expresarme de la manera más apropiada posible. Mi sensación es que al decir danza estamos hablando de una forma de expresión en sí misma. De un lenguaje no del todo aprehensible desde el verbo. Sujeto al universo de lo metafórico, pero más aun hundido en las entrañas de las sensaciones corporales y sólo aprehensible desde la percepción sensible. Planteando siempre que la búsqueda es alcanzar ese estado de conexión que no podemos nombrar sin romperlo. Esa zona manifiesta donde conviven como envueltos en una espesa madeja, sensaciones, sentimientos y una cantidad bastante considerable de ideas constituidas desde la razón. Muy posiblemente la danza pueda manifestarse como una de nuestras herramientas más poderosas para destrenzar y volver a tejer este conjunto. Pero siempre claro está de una manera muy imprecisa. Muy intuitiva. Confiados a una razón otra, que difícilmente podría pasar sin atropellos, las pruebas inclementes de la razón pura. Del pensamiento lógico. Sin embargo hay un orden. Y desde siempre se ha procurado desarrollar un conjunto de formas para entender lo corporal expresivo. Se han establecido puentes hacia esas otras formas de comprensión. Desmadejando y volviendo a tejer esta cadena interminable. Es así como perdidos, pero no tanto, intentamos de manera infinita constituir espacios desde los cuales se manifieste el cuerpo en movimiento. Espacios para expresarnos desde el cuerpo. Cada cual atendiendo a sus imprecisiones particulares. Estableciendo vínculos con otros, y con universos no menos variados, pero con una cierta coherencia depositaria de siglos de búsqueda común.

Yo por ejemplo estoy encantado con la posibilidad de contarme. Sobre todo la posibilidad de contarme desde la danza, reconocerme desde ésta como un ser concreto. Ser alguien desde mi cuerpo e intentar decirlo. Aunque eso sí, sumamente impreciso y un poco disperso. Generando categorías instantáneas que se desvanecen o se reconstruyen con cada otro y en cada encuentro. Creyendo que la magia es posible si la pienso descalzo y sudando. Buscando el trance. Deseando alcanzar así, un poco sin una razón clara, una enumeración imperfecta de las formas y nombres del cuerpo en movimiento. Un poco raro, distinto, tan parecido a todos esos que habitamos la danza.
Rafael Nieves

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