Tal vez por momentos pueda
notarse en mí, cierto estado de convencimiento acerca de la elaboración de
ideas en torno a la danza. Por instantes, esa convicción pudiese llegar a
imprimir algún tipo de certeza sobre lo que pienso y digo sobre el tema del
cuerpo en movimiento. Pero es necesario aceptar que la forma en que se organiza
este discurso varía sensiblemente dependiendo del contexto. Es decir, muchas
veces durante una clase, ensayo o entrenamiento las palabras para expresar las
ideas en torno a las cuales se organiza el discurso danzado, fluyen de mejor
manera que en otros espacios. Supongamos, una sala de conferencias, un pasillo
cualquiera, un cafetín, incluso algún paisaje natural o más propicio para el
relajamiento de los sentidos o la aparente conexión con nosotros mismos. Muy
posiblemente esto se deba a que la danza exige sus propios recursos
discursivos, ya no sólo desde el cuerpo, sino también en cuanto al uso de la
palabra. Sospecho que hablar apropiadamente de la danza amerita cierta tensión.
Encontrarse imbuido en cierto esfuerzo. Sostener al igual que cuando danzamos,
un posible estado extendido de la atención. De hecho, a mi parecer hay cosas
que sólo me es posible decir estando descalzo y sudado. O ante la urgencia del
esfuerzo de un tercero, que necesita la llave mágica de alguna imagen
verbalizada, algún acercamiento sonoro e incluso alguna entonación concreta.
Factible o no, esta relación
de lo hablado y lo corporal, escapa sutilmente de las correcciones del lenguaje
y se instaura en una suerte de imaginario propio del oficio. Un ejemplo podría
ser esa manía tan común de querer ponerle nombre a algunas secuencias de
movimiento o también esa necesidad imperativa de recurrir a asociaciones
imaginativas que nos permitan comparar una movilidad con un fenómeno otro. Como
si de alguna manera la gota que se derrama de una hoja después de la llovizna o
la hoja de papel movida por el viento, contuviesen la misma cualidad en cada
universo imaginativo personal. Como si todos tuviésemos la capacidad de visualizar
el mismo tipo de hojas, la misma cantidad de agua, el mismo soplo de viento. Y
he aquí entonces, que lo importante es lo impreciso de la imagen, lo imprevisible
de cada interpretación personal.
Pero ésta es sólo una de las
múltiples formas bajo las cuales podríamos establecer un acercamiento a lo imposible de lo exacto, en los muchos
aspectos de la danza. En mi práctica particular he intentado (casi siempre de manera fallida) hacer un registro de diversos aspectos importantes desde mi
punto de vista para el desarrollo del oficio de danzar. Todos ellos bastante
imprecisos, para ser sincero. Este registro parte obviamente, de mi capacidad
de observación y análisis, pero también y muy contundentemente de mi experiencia
íntima. Para describir este aspecto, tendría que mencionar que es justamente
ese carácter subjetivo e individual lo que ha fortalecido en mí, la decisión de
constituirme desde esta manifestación creativa. Es este carácter individual de
la práctica, el que le da sentido a la danza como posibilidad diversa. Es su
característica imprecisa la que la habilita para convidarnos a ser en sus
predios, haciéndola a la vez una forma expresiva concreta y posibilidad de vida
múltiple. El desarrollo que hacemos de ésta en colectivo, sólo es posible en la
medida que se manifiesta como encuentro. Espacio vital donde un conjunto de
individuos particulares comprometidos con una forma de tratamiento del cuerpo, se
permiten coexistir a través de sus diferencias. El resultado de esta
coexistencia dependerá siempre de la calidad y cualidad de esa posibilidad
imprecisa de estar juntos. Eso determinará una forma específica de obra, lo
cual sigue siendo igualmente algo bastante indeterminado. Y por supuesto, hablar
sobre esto ya es también lo suficientemente poco concreto. Tanto como para que
lo sume en mi lista de elementos de la danza sobre los cuales me puedo permitir
hablar, sin terminar nunca de decir exactamente qué son.
Particularmente mis
intereses transitan por este tipo de elementos que se me antojan constitutivos en
la práctica de la danza. Y he dado con la noción de que sólo me puedo acercar a
ellos de una manera tangencial, así pretenda lanzarme de frente e intente
profundizar o expresarme de la manera más apropiada posible. Mi sensación es que
al decir danza estamos hablando de una forma de expresión en sí misma. De un
lenguaje no del todo aprehensible desde el verbo. Sujeto al universo de lo
metafórico, pero más aun hundido en las entrañas de las sensaciones corporales
y sólo aprehensible desde la percepción sensible. Planteando siempre que la
búsqueda es alcanzar ese estado de conexión que no podemos nombrar sin
romperlo. Esa zona manifiesta donde conviven como envueltos en una espesa
madeja, sensaciones, sentimientos y una cantidad bastante considerable de ideas
constituidas desde la razón. Muy posiblemente la danza pueda manifestarse como
una de nuestras herramientas más poderosas para destrenzar y volver a tejer
este conjunto. Pero siempre claro está de una manera muy imprecisa. Muy
intuitiva. Confiados a una razón otra, que difícilmente podría pasar sin
atropellos, las pruebas inclementes de la razón pura. Del pensamiento lógico.
Sin embargo hay un orden. Y desde siempre se ha procurado desarrollar un
conjunto de formas para entender lo corporal expresivo. Se han establecido
puentes hacia esas otras formas de comprensión. Desmadejando y volviendo a
tejer esta cadena interminable. Es así como perdidos, pero no tanto, intentamos
de manera infinita constituir espacios desde los cuales se manifieste el cuerpo
en movimiento. Espacios para expresarnos desde el cuerpo. Cada cual atendiendo
a sus imprecisiones particulares. Estableciendo vínculos con otros, y con
universos no menos variados, pero con una cierta coherencia depositaria de siglos
de búsqueda común.
Yo por ejemplo estoy
encantado con la posibilidad de contarme. Sobre todo la posibilidad de contarme
desde la danza, reconocerme desde ésta como un ser concreto. Ser alguien desde
mi cuerpo e intentar decirlo. Aunque eso sí, sumamente impreciso y
un poco disperso. Generando categorías instantáneas que se desvanecen o se
reconstruyen con cada otro y en cada encuentro. Creyendo que la magia es
posible si la pienso descalzo y sudando. Buscando el trance. Deseando alcanzar
así, un poco sin una razón clara, una enumeración imperfecta de las formas y
nombres del cuerpo en movimiento. Un poco raro, distinto, tan parecido a todos
esos que habitamos la danza.
Rafael Nieves
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