1.
Tengo en mi nevera un imán decorativo que me recuerda diariamente un viaje
realizado hace ya diez años a la ciudad de Barcelona en España. De ese periplo
recuerdo un encuentro de improvisadores en el espacio La Caldera del cual hicimos
parte, los paseos por el parque Güell y demás obras de Gaudí, las presentaciones
de los amigos en La Casa de la Danza: Mercat de les Flors y una fantástica paella
que tuvimos el placer de disfrutar gracias a la invitación de Iliana León que fue desde Madrid a ver a su
hermana que viajaba conmigo. También atesoro el maravilloso recuerdo de cómo
resultaba más económico una botella de vino que beber agua con el almuerzo
(cosa que hice religiosamente durante toda mi estancia). Las siestas obligadas
de toda la ciudad después de tan dispendiosos almuerzos y ya en una mezcla de
disfrute y trabajo, nuestra asistencia a una exposición llamada Bodies Revealed,
la cual para mi total estupor, consistía en una colección sumamente
extensa de restos humanos que aseguraba mostrar, desde una perspectiva completamente
científica, todo tipo de órganos entre los que se incluían músculos, huesos y
una enorme piel humana extendida en su totalidad sobre un mesón muy grande,
perfectamente conservada y en un ambiente totalmente protegido.
2.
Decía que desde hace diez años hay sobre la puerta de mi nevera un imán
decorativo alusivo a la exposición Bodies. También tengo desde ese tiempo un
catálogo perfectamente conservado de la exposición, con el cual sustituí al
llegar a Caracas, mis viejas láminas plastificadas con las cuales solía impartir
una pequeña charla introductoria en mis clases de exploración corporal. Estas
láminas las había comprado por lo menos cinco años antes en alguno de nuestro
viajes de danza a México. En las mismas se encuentran sintetizados a través de
dibujos el sistema muscular, el circulatorio y lo que mis muy queridos amigos
mexicanos llaman, el sistema esquelético. Que por cierto era el que más
utilizaba debido a los diferentes conjuntos de huesos y
articulaciones a los que hacemos continua referencia durante nuestras clases. Práctica
heredada claro está de nuestro muy admirado y querido maestro Jeremy Nelson,
aunque mucho más prácticas ya que las mías son unas escasas láminas y no el Albinus on Anatomy de Robert Beverly
Hale del cual se valía Jeremy para hacernos entender donde queda el psoas o la
inserción del fémur en la cadera que es lo mismo que decir acetábulo. Aunque
debo confesar que el amor de Hilse por Jeremy y los libros, trajo hace ya
varios años un Albinus a vivir
nuestra casa.
3.
Obviamente, cualquiera que me conoce podrá deducir fácilmente que mi charla
semestral sobre la alineación postural en la cual me asistía con mis láminas
mexicanas tomaron un rumbo diferente, al cual se sumó la experiencia de haber
visto Bodies Revealed. Y no es que antes no hiciera uso del anecdotario para
decorar cómo había obtenido en una gira maravillosa que nos llevó desde Mérida
Yucatán (donde sí, hace mucho calor a diferencia de nuestra Mérida, y tiene
pirámides Mayas, y la gente va a los cenotes en vez del río (que son cuevas con
lagos subterráneos infinitos donde no se toca fondo y el agua viene abajo de la
tierra) y donde para rematar la gente también hace danza contemporánea) hasta
Ciudad de México donde en una tiendita cerca de una avenida llamada República
del Salvador, vendían estas maravillas de láminas para que los muchachos en el
colegio aprendan sobre el cuerpo. No es que no tuviera cuento que echar, es que
ahora al haber visto cuerpos reales y las láminas del catálogo que son otra
maravilla de fotos a color donde la mitad del cadáver todavía tiene la piel y
la otra parte es puro hueso y por si fuera poco está en una postura cotidiana.
Y claro que en algún momento alguien decía que era tenebroso o asqueroso o nos
lanzábamos una discusión filosófica sobre si yo me dejaría montar en un tarantín
ya echo momia para que alguien pagara una entrada y pudiera verme algo más que
desnudo.
4.
Sorpresivamente dos años después de aquella experiencia Bodies anunció su venida
a nuestro país. Al principio fue el júbilo de pensar que los muchachos podrían
ver ellos mismos con sus propios ojos, todo aquel aparataje fantástico del cual
habíamos conversado en distintas ocasiones. Incluso llegamos a pensar en
organizar una especie de paseo grupal como en los colegios, en el cual
podríamos hacer un esfuerzo común para conseguir un transporte que nos llevara
juntos y si se podía comprar las entradas por adelantado. Quizás hasta con un
descuento debido a nuestra condición de estudiosos universitarios del cuerpo.
Imagina, organizar incluso una especie de cotillón donde cada cual pudiera
conservar para sí su propio folleto ilustrado y hasta un imán como el mío, para
su nevera. Si es que la tenían. Por supuesto que en ese momento nadie contó con
el escándalo causado por la bendita exposición. En cadena nacional se
cuestionó no sólo el origen de los despojos humanos expuestos, sino el carácter
moral de la exposición en sí misma. Argumentos fueron y vinieron. Por un lado
se escuchaba tráfico de órganos, deshumanización en nombre del arte y la
cultura, acto macabro y barbarie. Por el otro los argumentos giraban en torno a
los más modernos procedimientos de embalsamamiento, legalidad absoluta en la
obtención de los cuerpos procesados en función del bienestar de la ciencia y el
arte, y por supuesto una lista enorme de lugares en el mundo donde Bodies
Revealed había obtenido los aplausos conjuntos de científicos especialistas,
críticos de arte y maestras de colegio. Lo cual como es de esperarse, marchitó
nuestras ganas colectivas de ver en persona la inserción de la cabeza del fémur
en el acetábulo y apreciar directamente el grosor del psoas en una mujer
caucásica de entre veinticinco y treinta años. Lo último que supimos fue que
los contenedores de la exposición estaban retenidos en el puerto de La Guaira,
lo cual para nosotros se transformó inmediatamente en un chiste que decía que
habían dejado preso a todo ese poco de muertos. Sin contar con que un año
después, en medio de un ambiente bastante conspirativo, estaban exhumando sin
contemplaciones los restos del padre de la patria.
5.
Sinceramente no puedo decir con especial interés, que exista en toda esta
historia algo que me haya marcado más que el haber visto extendida entera sobre aquella mesa, una piel humana. El cartel de la exposición correspondiente a ese
mesón rezaba casi literalmente: La piel, el órgano más grande del cuerpo
humano. Esta consideración sumada a la imagen que tuve al frente ha servido sin
saberlo durante mucho tiempo, como referencia a mi trabajo creador,
investigativo y docente. Porque si mi trabajo es sobre el cuerpo, y en el
cuerpo hay algo que es lo más grande, ¿Cómo pasarlo por alto?. Cómo podría ser
posible obviar ese órgano extenso (verdaderamente gigante), cuando se habla de
contacto. Imagino que para mis estudiantes y compañeros de danza escucharme
hablar sobre la piel y asociarlo a una totalidad debe referirlos a imágenes
concretas. Como cuando trato de expresarles que toda la piel toca. Que cuando
somos tocados estamos tocando y que no existen distancias entre eso y sentir.
Que no podemos escapar de la sensación cuando danzamos desde la piel. Que recibimos
y recibimos y recibimos sin parar, abundante información que podemos usar para
nuestra causa. La de producir cosas bellas. Movimientos, conexiones, éxtasis. Cuando
llegan corriendo de la calle a colocarse su ropa de trabajo. O cuando se bañan.
Cuando los miran, cuando no. Cuando ocurre de manera distraída y tocan. Por
delante, por detrás. Sus pies constantemente percibiendo y cuando por fin se
descalzan, y entonces descubren esas zonas menos sensibles porque tienen mucho
trabajo siempre. O cualquier otra zona más suave, más sutil pero también
más dolorosa. Imposible imaginar lo que piensan. Pero yo, casi siempre me asusto
un poquito cuando lo nombro al acto de tocar. Porque recuerdo esa pieza grande,
extendida sobre una mesa. Como La Piel de Zapa de Balzac. Y recuerdo que con
cada deseo se va encogiendo. Perdiendo su brillo, perdiendo elasticidad. E
imagino que nuestras ganas de tocar se podrían ir apagando a medida que vaya
desapareciendo. O tal vez no, y soy como el protagonista Raphael de Valentín. Sobre
todo en aquel deseo mío de volver a ver aquella piel inmensa. Y en el miedo de encontrarme
sólo con un pequeño trozo, uno que
apenas me alcance para irme yo también del todo en un deseo. Y morir igual que
él, mordiendo un pecho de mujer.
Rafael Nieves
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