Para definir la danza, es necesario
preguntarse por ella y para hacerlo es vital reconocer que no la sabemos por
completo. Eso puede ocasionar estados distintos, distintas emociones. Porque, cómo
darnos plenos a la tarea de comprendernos en ella, si pretendemos ya saber lo
que es, si la tratamos como una idea fija, como un fósil, como un objeto
inmóvil.
fotografía Helen Rodín |
Sin embargo, es imperio reconocer que existe
al menos, una idea general de lo que es. Una idea que nos ha permitido llegar a
múltiples acuerdos para su estudio y desarrollo. Pero esta definición no es más
que una vaga idea, que contiene nociones como cuerpo, movilidad, expresión y
esencia o discurso, entre muchas.
Particularmente, esa dicotomía entre esencia
y discurso se comprende recurriendo a una categorización que distinga entre los
que la perciben como una herramienta y los que piensan que es definitivamente
una forma de ser. Una manera de estar en el mundo. Pero todo esto, al igual que
cualquier otro esfuerzo por definirla sin contexto, es absolutamente
arbitrario.
El contexto podría ayudarnos. Y aunque no es suficiente como criterio para alcanzar una
totalización, es un punto de partida interesante para iniciar un acercamiento.
Un acercamiento a nuestra idea de danza. Contextualizarnos y jugar a
saber de nosotros. Porque, ¿dónde se da la danza? Definitivamente
en nosotros, en los seres. Pero, y a
nosotros ¿qué nos define?
Hago lo de siempre, comienzo
por mí.
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Para empezar, cabría decir que
no me parece justo remitir mi danza a mi primer acercamiento al baile. A esa
tarde-noche sudorosa y avergonzada en la sala de mis abuelos, siendo empujado
hacia una prima, que aunque dos años menor, manejaba absolutamente mejor sus
destrezas en salsa, tambor y vallenato. Ubicarme en ese espacio borroso y bochornoso
para niños iniciados. Sujetar débilmente su cadera y su mano. Sobre todo eso, su
cadera y mi mano. Lo siento, no puede ser ahí que empezó todo para mí. A los
siete años, ayudado por una propina que luego en una suerte de alquimia se
transmutó en unos soldaditos verdes de plástico y una latica de leche condensada.
Soborno. Tampoco en la promesa de conseguir una novia, que a los catorce me
tuvo yendo a casa de unas amigas todas las tardes de aquel agosto en el que me
enseñaron merengue.
Entonces ¿Adónde me remonto?
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Quizás al placer de correr y
caer en los patios de recreo. Al juego de las escondidas, policías y ladrones,
tonga. A las peleas o a los toqueteos ocultos, donde se aprende cuan fuerte o
cuan sutil podemos tocar. A la teta escasa de los años 70, cautivados por el
tetero de formula. A los perros que sobé y a los gatos de mi abuelo. A las
tardes en el monte o el río en Yaracuy. A la gallina que mi abuela me hizo despescuezar.
Las tardecitas de pelotica de goma y matiné en Caricuao. Lanzarse al suelo del
apartamento cuando había plomo en el 23. El abrazo de tetas mullidas de mi
abuela y su café con leche, con pan de acemita. La barba áspera de mi abuelo y
mi papá mientras se permitió abrazarme. El entrenamiento de liceo militar en el
Gran Mariscal de Ayacucho (y de nuevo bailar gaita obligado para conseguir
novia). Los encuentros en las muchas habitaciones de los muchos hoteles de las
varias ciudades de la vida. Amantes, novias, esposas. Mi hijos desnudos sobre
mi pecho desnudo, su piecitos y manos tan suaves. El mar de afuera y el de
adentro. El miedo y el amor en el pecho. Los dolores de cabeza, muela y
estómago. La escasísima destreza con los balones. Las fracturas de muñeca,
tobillo y dedos por querer ser de goma.
La vida me trajo hasta aquí y
me puso a reincidir en la pregunta ¿Qué es la danza? Y no me deja más
alternativa que verme. No sé otra forma de acercamiento que mí mismo. Lo demás
desluce como posibilidad. Tengo que pensarme y observar. Aceptar que todo
acuerdo previo debe ser renegociado. Que con cada uno de los iniciados nacen
nuevos acercamientos. Que no somos únicos y si lo somos. Que aunque acepto una
definición general, común, la acepto como transitoria. Me comprometo a tensarla
al extremo. Me hago espacio como quien abre los codos en medio de una multitud
apiñada. Reclamando espacio vital. Como apartando los muebles para bailar un
merengue, saltar entre ellos o hacer el amor en el piso.
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Voy a pensar una forma que se enrede entre otras. Que trate de decir algo sin completarse. Voy a dejar la puerta abierta para que entres. Voy a tener esa idea, que no es mía pero no importa porque ya la dije. Voy a tratar de saber que es la danza sin saber. Para que los amigos que vengan se sientan cómodos y queridos. Porque yo soy yo y no lo soy, porque falta un poco que vamos a ir construyendo con danza, pero sólo si quieren. Aunque no tengamos la menor idea de cuándo, cómo, ni donde lo haremos.
Rafael Nieves
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