lunes, 18 de julio de 2016

Vamos a darnos un nombre

Poner nombres da placer. Es una de las etapas en los procesos de creación que despierta mayor interés y da más goce. Lamentablemente hoy día, el sentido común nos tiene atados a la necesidad de ser novedosos. Generar impacto, destacar. Pero, cuántos nombres llevan implícita de verdad la esencia de lo que llaman. Cuanta luz arrojan sobre las cosas que nombran. De cierta forma sombría, en este acto maravilloso se refleja una de las formas más mezquinas de ejercer el poder sobre lo otro. Dar nombre es un intento de generar sentido, aun donde no lo hay. Un intento de desnudar una verdad oculta por capas y capas de interpretación.
fotografía Jonathan Contreras

La danza me ha honrado con la posibilidad de nombrar. Acto Feroz, La Irónica Azul, Certidumbre, Esencia Mixta, Prototipos Individuales, Fecunda Zona, Equinoccio, El Verdadero Cuerpo de Celina, Lucía Dormida, Bajo los Árboles Gigantes, Misión Frontal, Laboratorio de Movimiento Espontáneo, La Casa Grande, Cátedra Libre de Movimiento Expresivo, Caracas Roja Laboratorio. Mis hijos, mis mascotas, hasta a mis instrumentos les puse nombre. En un esfuerzo de hacerlos más míos, de ejercer pertenencia y finalmente en un despliegue de poder. Porque no los puedo dejar andar por ahí, así, in-nombrados.

¿Y en las relaciones? Entre nosotros, cuando somos con alguien en la danza o en la vida, cuando te completas con uno o con varios ¿pareja, familia, grupo, colectivo, compañía, tribu?

Tú y yo por ejemplo, ¿Qué somos? ¿Cómo nos llamamos?

fotografía Jonathan Contreras
Durante ya bastante tiempo la danza, mi danza, 
ha tratado de darse un nombre. 

Soy de los que creen, que tiene mucho tiempo llamándose Contemporánea más por comodidad que por otra cosa. Sé que muchos se piensan en la periferia de ese calificativo. Nos pensamos diferente y agotamos el esfuerzo forcejeando con un nombre. Al parecer falta  tiempo para que nuevas formas encuentren nombres nuevos. O no. Quizá, esta incertidumbre, se concrete en una idea bastarda que pueda y quiera habitar el espacio del cuerpo con referentes propios. Con sus capacidades y necesidades de comunión de manera auténtica. Con el nombre que cada quién desee darse. Tal vez entonces, podamos dejar respirar la Danza Contemporánea con sus formas y acuerdos. Quizás, sea tiempo que al igual que el ballet, repose como una expresión que tuvo un momento, un tiempo. Que lo contemporáneo en danza, es un conjunto de formas que fueron necesarias para organizar los saberes del cuerpo en un tiempo y espacio determinado, pero que ahora nosotros podríamos darnos un nuevo nombre.
fotografía Jonathan Contreras

Así sencillo, una forma para que los otros nos llamen y en el que nos reconozcamos. Que no sea tan dulce como para que empalague, ni tan duro como para que espante. Lo importante es que nos lo demos nosotros. Que escapemos de esa otredad nominadora. Que evitemos la nada. Para existir sin que nos usen y desechen al antojo. Que además no nos ate ni esclavice a los depredadores, ni a los insepultos sempiternos. Eso sí, tendríamos que saber que una vez que lo tengamos, seremos clasificables. Entraremos en alguna categoría. Seremos un algo tan concreto que posiblemente quedemos estacionados en un tiempo. Seremos ubicables.

fotografía Jonathan Contreras

Pero ¿y si no? Si elegimos evadirnos. No de los otros que buscan ser en lo uno, como tú y yo. Sino de ser posibilidad anclada. Algo así como, no llamarnos nada. Igual seríamos referenciables, pero costaría un poco más sabernos. Conservaríamos quizá, un poco de lo que nos hizo encontrarnos y sentirnos auténticos. Podríamos dedicarnos a entendernos, más que a dominar. A completarnos. A fundirnos en el todo más que a delimitar. No llamarnos podría ser muy divertido, aunque nos deja en esa zona ininteligible sobre todo para burócratas y académicos extremos.

Pero aquí entre tú y yo, por hoy, no estaría demás hacer el ofrecimiento. A mí me gustaría proponernos que nos demos un nombre. Que nos haga uno con lo que somos, que nos sume. Que nos recuerde de dónde venimos, pero también lo que aspiramos. Que haga la danza posible en cada cuerpo, como una fiesta. Así, desvergonzados, porque si. Como quien lanza una idea al aire, pero sabe a quién se lo dice. Vamos a llamarnos como se llaman los amantes cuando pierden el control y dicen lo que no saben.

Y así desnudos, húmedos, entre cuatro rayos de sol, que la luz se resista a entrar de a poco en nuestras vidas.
Rafael Nieves


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