lunes, 14 de noviembre de 2016

Bajando

La primera vez que bajé de la montaña, venía solo y ya era muy tarde. No había un alma. Y hacía frío aunque yo ya no lo sentía.

archivo personal
La luna grande da una luz redonda, que deja que uno vea poco pero suficiente. Lo más importante es no meterse por el monte tupido porque te pierdes. También te pierdes si te pones a ver cosas que no son, y que se te aparecen a cada rato cuando andas solo por ese monte. La gente cree que la soledad trae silencio. Pero aquí uno nunca está solo. Después de un rato te das cuenta de la bulla que hacen todos esos animalitos. Si dejas de pensar en cosas que dan miedo, empiezas a imaginarte como son todos esos bichitos que hacen tanto ruido. Como el camino es uno solo, está difícil perderse. Sobre todo si se va de regreso. Siempre para abajo. Además, lo reconoces porque la tierra está aplastada por donde suben la gente y los burros. Unos años después voy a ir con el viejo a visitar a un señor, que para llegar a su casa si hay que echar machete. Y me voy a quedar loco porque es una casa sin calle. Vive rodeado de maíz. Pero ahorita voy pendiente, porque hay una parte en que ya uno camina es por la cuenca que deja el rio cuando esta bajito. Es como estar en un canal por donde corren hacia abajo un montón de chorritos. Esa parte es fácil. Difícil es saber dónde está la zanja por la que uno se tiene que meter si no quiere pasar de largo el camino para la casa. Yo la reconozco porque si vas bajando, justo antes, a mano derecha te vas a encontrar el pozo de la novia, que es donde las mujeres le prenden velas a los santos para que les consigan marido. Se ve que después vienen y le ofrendan el velo o el buqué. Eso está lleno de flores y coronas de tul. Y no da tanto miedo. A menos que te preguntes quién puede haber prendido una vela que todavía sigue encendida a medianoche. Miedo dan son esos velones de colores que te encuentras solos en cualquier nicho del río y que tienen una foto o una ropa. Yo nunca me acerco porque no me gusta cómo se mueven con la candelita las caras de las fotos. Por aquí voy a pasar un poco de años después, con la mula de mi abuelo y todavía habrán velas prendidas.

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Aquí está la zanja, listo. Todavía me falta pero ya llegué al camino de piedras, que si lo lleva a uno hasta el pueblo. Claro que hay que caminar mucho para llegar a la bodega donde venden las acemitas, el chimó y los refrescos. Pero eso no me preocupa porque yo me quedo antes. El camino de piedras hace que no me guste montar bicicleta. Yo no tengo, pero el abuelo tiene una en la casa que era de uno de sus hijos cuando estaba chiquito. Yo ni loco me monto con tanta piedra, pero en la mula sí. Aunque todavía no me dejan montar solo.

Todavía no me dejan, porque tengo 6 años. Y la mula es muy grande y retrechera. Mi abuelo la amarra en el patio de la señora Carmen. Que tiene un fogón y un budare grande. A mí me dan un cuartico de la arepa que es gigante. Con caraota y queso blanco. Y como yo no soy de aquí, el cochino me montó las patas en el pecho y me quitó mi cuartico. Yo lloro. Pero no sé si es por la arepa, por miedo o porque me tumbó el cochino. Mi abuelo me manda levantar las piedras para que vea cuantos bichos salen de ahí después de la lluvia. También me dio un machetico que no corta nada y unas botas para que lo acompañe cada vez que venga de Caracas.

En el camino de piedras me cruzo con una gente vestida de blanco y unas velas. Esos también dan miedo. Andan descalzos, con la cabeza cubierta. Me pregunto si saludaron a los viejos cuando pasaron frente a la casa. Pero para mí que andan rezando.

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Al fin, allá delante se ve la luz de la casita. Pero hay un griterío, y una corredera, y un ruido de carros prendiendo. Trato de apurarme pero no puedo. Es como ir con una única velocidad regular, que traigo desde que comencé a bajar. Igual veo el agite.

Cómo me gusta ayudar a lavar el tanque, que a veces está lleno de sapos. No le digo a nadie pero lo que más me gusta en verdad, es que el tanque y la casa los hizo mi abuelo. Yo lo vi, pero la verdad no lo recuerdo. Eso y que en la entrada hay una mata inmensa de mamón donde viven los murciélagos.

Ahora sí estoy. Pero todos lloran, todos gritan. No me gusta. Eso da más miedo que el monte. Entonces lo veo. El cuerpito flaco que bajaron de la montaña. Y escucho algo de un bautizo en el rio y que lo bañaron desnudo a medianoche. Una complicación respiratoria. Que bajaron como pudieron de la montaña. Que lo van a llevar a un hospital en San Felipe. 

Yo me veo y pienso que mejor me apuro. No vaya a ser que me dejen. Mejor entro en mi cuerpito, porque no me gusta cuando van al pueblo y no me llevan.

Rafael Nieves

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