lunes, 7 de noviembre de 2016

Un álbum

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Imaginemos que un día de esos que uno no sabe, llegas a mi casa. Apenas estamos abriendo la reja y ya se oye un revoltijo de animales en fiesta. Así que pasas directo a la sala desde donde se ve la cocina, de la cual sólo nos separa el mesón de concreto que me hizo el señor Benjamín. Quiero que sepas que seguramente tendremos algunos minutos de caos. Yo trataré como siempre de seguir hablando y por tu cara sabré que no estás entendiendo nada. Que no te puedes concentrar en mi voz. Durante esos primeros momentos Bazuka no dejará hablar a nadie. El nivel de intensidad de ese momento es solo comparable a estar en una verbena al lado de la corneta. Mientras trato de sacarla de debajo de la cocina, donde se atrinchera para desgarrarnos los oídos, tendrás la posibilidad de sentarte en algunas de las poltronas desde las cuales puedes hacerte una primera idea de mi casa. Desde ahí puedes ver claramente el balcón con su jardín y mi mata de limón; la mesa de escritorio llena de computadoras, libros y juguetes; hasta que al fin te das cuenta que a los ladridos le hacen coro, desde un rincón, una deliciosa y bullanguera parejita de pericos criollos, que además de andar sueltos, también creen que la casa les pertenece.

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En medio de todo esto, oyes una voz y es cuando notas, que desde el piso de la cocina te pregunto si quieres agua. Cuando ya estás respondiendo, estoy pasando frente a ti con una fiera impresionante de un kilo novecientos de peso, que hace más bulla que las cornetas antes referidas. Como ya es casi una norma, disminuyo el paso para que saludes a la chiguagua albina más rabiosa del planeta y te dé tiempo de hacer el comentario ocurrente de costumbre. Ahí te ofrezco café, sin recordar si querías agua y sigo para el cuarto en procura de un poco de paz para todos. Una vez encerrada ya sólo se escucha a lo lejos y sus secuaces Valentina y Joseíto han ido volviendo a la calma de su jaula/parque que-siempre-tiene-la-puerta-abierta, entregados o a la curiosidad o a su sebo eterno.

Como es inevitable para mí, luego de cerrar la puerta del cuarto, me ves pasar hacia el baño que está justo al frente. Y mientras me lavo las manos con la puerta abierta y te vuelvo a preguntar:
- ¿Agua?¿Café?

Ya en ese momento, supiste mi casa. Al menos la intuyes. Distribución e intensidad. Así, sin hablar de los humanos. Sin nadie que tome la foto. Sin nadie que la cuente. Lo demás son las máscaras, instrumentos musicales por todos lados, esa biblioteca desbordante de libros de poesía y por supuesto las bicicletas.

Imaginemos ahora que copiando el viejo estilo, junto al café o agua, también te acerco un álbum de fotos. Porque compadre, si tuviera uno, me gustaría mostrarte algunas fotos.

Para Saberme II


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I. David
Cuando se le ocurrió llevarnos a Holanda, éramos tres. Llegamos arrancando un intenso proceso de ejercitación, en improvisación, crecimiento y frío. Finalizaba noviembre de 2004 y solo queríamos bailar. Durante tres meses conocimos tanto que todavía nos duran las tareas. Comenzando por la comprensión de que el proyecto, justamente, duraba tres meses porque es lo que dura una visa turista. Y no había para más. Ni dinero, ni tiempo. Y fue improvisar para saber con el cuerpo, que la danza se encuentra en quién la desea y construye. Si las tuviera te mostraría la foto de cuando una noche encontré a David en éxtasis, entregado con Hilse al merengue dominicano. Esa es la foto del que se recuerda a sí mismo a través del otro. La del disfrute de los pares que se reconocen. También la foto de cuando cumplí años y David que sabía que ya no me quedaba dinero, me regaló el monociclo que quería. Que por cierto está guardado en el cuarto, donde guardé la fiera. Junto a mi cama. Esa es una foto mía con lágrimas. Hay una de cuando nos enteramos que las regaderas y baños del salón de ensayo eran mixtos. Es decir, hombres y mujeres la usaban al mismo tiempo. Y por cierto, tendría que haber otra de Isabel regalando jabón a los que no usaban y atormentaban nuestro olfato falto de costumbre. También está esa donde salimos los tres andando en bicicleta por Ámsterdam un domingo, sin nada que hacer. Y esa cuando descubrimos en Bruselas, la calle de prostitutas en las vitrinas. Si existiese esa foto, saldríamos en primer plano y en la acera de enfrente las vitrinas con las mujeres semidesnudas, bellas en sus cuartos con cortinas y peinadoras; y en el medio, una mujer musulmana manejando una camioneta familiar, con sus niños pegando brincos en la parte trasera, esperando tranquila que cambiara el semáforo. Pero la más especial, es la foto de David mostrándonos a todos en su sala, una de esas noches frías, su propio álbum. Nos mostró con orgullo una foto de su maestra Hercilia, la cual según nos dijo, lo inició en la danza, en Venezuela.


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II. Eduardo
Cuando Eduardo me trajo de regreso al teatro, ya éramos más. La comprensión que manejaba el maestro de lo teatral, nos alcanzaba. Cabíamos todos. Gracias a él he podido hacer libremente la danza con gente de teatro y el teatro a nutrido mi idea del cuerpo para danzar. Casi al mismo tiempo, me invitó a regresar al IUDET como profesor e iniciamos una relación con él desde nosotros, como creadores. Fueron muchas las veces que conversamos y supe de sus proyectos. Un hombre de posibles. Admito el placer que significaba para mí, subir a la torre de la CTV en Los Caobos, a escucharlo. Siempre salía con un reto desde el cual asumir la creación. Con alguna tarea. Si tuviera esas fotos, tendría que mostrarte una del 2005, donde aparece él entregándome un voluminoso compilado de copias del libro de Las Mil y Una Noche, el cual yo debía leer, seleccionar un cuento y hacer una versión. Todo, en una semana. Y otra foto mía regresando al día siguiente con cara de por favor ayúdeme a elegir uno que yo hago la versión. -Que estrenamos en cinco semanas-. También hay una del día antes del estreno de Fecunda Zona en el 2011, después de ensayo general. En esa sale sacando toda la escenografía de la obra y haciéndome sentar a doña Aura con un atril entre el público. En esa foto salimos Rafa Sequera y yo con cara de adiós a nuestra cocina de bahareque. Hay una sumamente especial, al día siguiente. A la salida del estreno. En esa aparece llevándome aparte aun con el vestuario y diciéndome, al mismo tiempo que se encoge de hombros: -A mi me parece que salió ¿Y a ti?. También hay una donde aparece contento con nosotros en la población de Guayabal, donde hicimos Acto Feroz en el 2005 a la orilla del rio. Tendrían que haber fotos de nosotros cruzando el pueblo entero con el vestuario puesto para llegar a donde estaba el linóleo. Tengo que confesar que en esos tiempos la fiera albina estaba recién llegada y fue con nosotros a Guayabal; los niños la llamaban: Basucal! Basucal! Para ellos era como un juguetico con patas. Imagino muchas fotos de distintos momentos, distintos días, donde me contaba de los planes del Centro Nacional de Teatro. Casi todas en su oficina. Hay una muy especial, donde sale sacando de un estante un álbum con fotografías de un montaje, de los primeros que hizo con el TET. Entre todas me mostraba con orgullo una donde aparece uno de los hermanos mayores de Hilse haciendo de Puck, en su montaje del Sueño de una Noche de Verano. Era una imagen intensa. En ella sale, entre otros, José Luis con un guayuco blanco. Eran puro cuerpo, pura expresión. Era un teatro pobre, pero poderoso. Tanto que sería redundante que yo tratara de explicarlo.

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Vamos a imaginar entonces ese álbum, ese día. Cuando viniste a mi casa. Uno entre muchos. Habitado de recuerdos y gente que queremos. 
Rafael Nieves

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