lunes, 21 de noviembre de 2016

En la carretera

I. No lugar

Hola, soy ese personaje que todos hemos visto, parado con su maleta a un lado de la carretera cuando vamos de viaje.

archivo personal

Solo como para que nos entendamos, me siento en el deber de aclarar que no me gusta, ni quiero estar aquí. Y cuando digo aquí es, en medio de la nada. Con mi equipaje en una zanja y bajo el sol intenso de las 9:30 am en la Autopista Regional del Centro. También es importante que sepas que aunque estoy mirando hacia los carros que pasan, no me da tiempo, ni me interesa enterarme de lo que pasa dentro, o si me viste o si no. Estoy  concentrado invocando un nuevo bus que me saque de esta especie de No-lugar, que es donde siempre se accidentan los transportes que van de una ciudad grande a otra. Y no, no tengo el super poder de saber que estoy muy cerquita de ese desvío hacía La Victoria que está más adelante. Solo para que sepas, en este ahora en el que me pienso, somos yo; mi maleta que iba cómoda en la parte trasera del Encava; mi bandola en su estuche abrazable y un bolsito terciao bastante recargado con mis cosas de valor.

Otra cosa. Somos muchos, es cierto. Pero aunque nos ves junticos, no nos conocemos. O al menos yo no conozco a nadie. Porque se suponía que llegaría a Barinas en ocho horas y en ese tiempo, si acaso le dirigiría la palabra tres veces (máximo) al que tenía al lado. Y eso porque soy un tipo educado.

II. San Rafael de Onoto

Los misterios de cómo logramos que nos devolvieran el valor total del boleto, cómo subí con el último grupo de rezagados al tercer bus que iba en dirección a Valencia y finalmente cómo logré abordar a las 12:30 un transporte a Barinas, tendrán que ser revelados bajo otras circunstancias. Lo que ahora me ocupa es esa otredad fantástica que son las paradas intermedias de las rutas largas cuando viajas en autobús.

archivo personal

Perdonen mi ignorancia, pero para este yo que transita del aire acondicionado opresivo del bus, al sopor caliente del llano, San Rafael de Onoto queda lejos de todo. En principio es necesario comprender que para cualquier ser como yo, criado en apartamento pero que intuye otra realidad posible, esto es otro planeta. Es como una ficción maravillosa. Y pienso que algo así deberían evocar los pasajitos en bandola. Si me preguntas dónde queda eso, tendría que responder algo como que si ya te alejaste bastante de Valencia y te falta mucho para llegar a Guanare, bueno, por ahí.

Lo mágico de estar aquí es recuperar la fe en que llegarás a Barinas antes de las 7pm, que es cuando sale el último bus hacia Mérida. Esa confianza te permite plantearte un acercamiento distinto a tus compañeros de periplo.

Así que en San Rafael de Onoto intento hacer una síntesis de mis compañeros originales. Recuerdo, que al tercer bus de rescate, subimos seis sobrevivientes. Una señora muy seria que necesitó ayuda para trasladar sus paquetes; una muchachita silenciosa con cara de susto y excesivo maquillaje; una pareja joven con teléfonos inteligentes y uniforme de empresa; un amigo de más de cuarenta que hablaba todo el tiempo, haciendo chistes con marcado acento andino; y yo.

La pareja desapareció al llegar a Valencia. Supusimos que fueron rescatados. Los otros cuatro subimos juntos al único transporte que conseguimos para Barinas. Durante la espera en el terminal hubo como una suerte de reconocimiento solidario. Pusimos nuestros equipajes juntos; los cuidamos por turnos para poder ir al baño; y al subir nos dividimos las tareas de apartar los puestos y asegurar nuestro equipaje en el maletero.

A mí me tocó viajar con la señora Beatriz, que así se llama. Al principio hicimos silencio, pero ya después afloró en ella el instinto y comenzó a darme comida. También me contó que venía de Bogotá, de visitar a una hermana. Que pasó por Caracas a ver a su hijo y su nieta. Y que había llegado al país en el 68. Que en algún momento pensó volver a su tierra, pero descubrió en este viaje que no le gustaba el clima. Así que apenas pudo se vino de regreso a su casa en el llano. Yo en agradecimiento le compré un dulce en San Rafael de Onoto. Me lo vendió una mulata bonita que me preguntó si era chamán, brujo o espiritista.

III. Jesús y Daniela

Jesús es de esos tipos ocurrentes. Confieso que al principio me cayó mal. Opinaba de todo y quería todos estuviéramos al tanto. Pero después de varias horas, me di cuenta que de no haber sido por él hubiésemos estado de mal humor durante todo día.

archivo personal

Daniela es una chica bonita pero no tanto. Yo digo que tiene ese encanto ingenuo de la adolescencia. Se nota que el verse sometida al estrés prolongado de este viaje incómodo, le hizo integrarse, casi ajuro, a este pequeño grupo de desconocidos que la hizo sentir segura.

Jesús como buen resabiado, sabe que tiene que hablar conmigo para hacer grupo durante lo que dure la contingencia. Así es que me entero que es colombiano y que su viaje no para sino hasta llegar a Cúcuta. Que está acostumbrado al trajín y que conoce el trayecto mejor que el resto de nosotros.

Daniela me ve regalarle un dulce a la señora Beatriz y decide dirigirme la palabra. Así me entero que este fue su primer viaje a Caracas. Que viajó sola. Que se quedó en casa de un amigo que vive en la avenida Fuerzas Armadas y que todavía es menor de edad.

Jesús habló mucho durante todo el día, pero realmente sabemos muy poco de él. Daniela habló muy poco, pero sabemos hasta el nombre de su mamá.

Ellos iban sentados juntos. Detrás de nosotros. Siete horas tardamos en llegar. No sé por qué. La mitad de ese tiempo Jesús no paró de hacer chistes acerca de llegar con Daniela a su casa. Que le dijera a su mamá que montara dos arepas más. Ella, tímida, respondía con una ingenuidad bárbara. Ya casi llegando a Barinas se presentaron formalmente. Así fue que supe sus nombres.

archivo personal

El de la señora Beatriz lo leí en el listín de pasajeros. Me imagino que se dieron la mano. Aunque eso no lo sé. Porque no quise voltear. Ya estaba preocupado. Eran más de las 7pm. Seguramente ya había partido el último bus hacia Mérida y tendría que dormir en Barinas. Pero esa ya es una historia de hoteles y de sábanas curtidas.

Rafael Nieves

No hay comentarios:

Publicar un comentario