lunes, 20 de febrero de 2017

Alegoría

Tendría que decir, que desde hace un poco más de tres años he estado cultivando algunas plantas en mi balcón. Podría decirse que sucumbí como muchos a la moda del cultivo urbano. Pero pasado el tiempo, tengo que aceptar que más que una muy improbable solución alimentaria, en mi caso, este hábito ha representado una suerte de punto de equilibrio sicológico. Podríamos llamarlo por ejemplo, siembra terapéutica o labores vegetales de rescate emocional. Es como si, en medio del declive de tantas nociones en torno a las cuales se constituían nuestras vidas, tener algo que cuidar nos ayuda a recobrar sentido. Algo simple, que con sólo brindarle un poco de atención crece, se expande, se hace verde.

Ila Nieves

Es así como el pequeño balcón de mi casa, ese que tiene una luz tan bonita en las mañanas, tiene además una pequeña variedad de plantas. Por otra parte, desde hace un año, vienen algunos pájaros a comer. Les dejamos un poco de alpiste cada cierto tiempo, en unas taparitas que amarramos con alambre a la reja. Algunas mañanas podemos escuchar sus trinos suaves. Todos, hemos tomado por costumbre devolverles el saludo con algunas palabras dulces. En señal de agradecimiento por venir a visitarnos. De un tiempo para acá también tenemos, un poco más alejada de la ventana, una vasija con agua donde colocamos algunos esquejes para que echen raíces. Dichosamente nuestros visitantes lo han convertido en un abrevadero. Y esos días felices los trinos se escuchan más adentro de la casa, como más cerca. Y nos regocija pensar que los hemos ayudado a saciar su sed.

Dentro de las pocas plantas que hemos podido cultivar, tenemos una mata de limón. Tiene casi dos años y un montón de espinas. Ya la hemos mudado un par de veces a materos más grandes. Ocupa mucho espacio pero nos ilusiona que algún día pueda dar algunos limones. A veces la veo y pienso en cuanto nos esforzamos por hacer nuestra vida menos estéril. Como una medida de desesperada esperanza. Cómo una apuesta feroz por la vida.

archivo personal

En todo este tiempo he acumulado una cantidad insólita de pequeñas historias relacionadas con el cuidado y dedicación a nuestro pequeño jardín. Algunas más felices que otras. Pero casi todas me parecen representaciones sutiles, de nuestro tránsito por estos días de furia. Cómo si al no poder hablar con precisión o soltura sobre lo que sentimos o padecemos, nos permitiéramos cultivarnos desde adentro. Como la música y los poemas. Sonidos y palabras que florecen, y se secan, y renacen, y mueren, y vuelven a crecer. Ayudándonos a poner a salvo a nuestra niña y nuestra danza.

Hay entre todas una historia particular.
Me gustaría intentar Una pequeña alegoría del Cariaquito.

Tengo una mata de cariaquito, y la verdad no creo que sea particular. Llegó a la casa en brazos de mi nena. Ella la consiguió durante una función de danza de unos amigos hace unos dos años. Me cuentan que al ver la planta, enseguida la tomó y dijo: -Esta es para mi papi. Imagino que inspirada por esa especie de devoción que me invadió hacia las matas y la novedad de transformar nuestro pequeño sitio, en un jardín particular.

Nuestra mata de cariaquito da unas hermosas flores rojas, amarillas y naranja. Mínimas y muy olorosas. Ella es realmente muy salvaje. Sus ramas son una especie de palitos secos que crecen de manera desordenada e invaden el espacio del resto de las matas. Su aspecto cuando no está en flor es realmente bastante lastimero. Muy pocas hojas agrupadas en la punta de cada una de sus ramas, que parecen unos brazos marrones, flacos, largos y resecos. Eso sí, casi todo el año florea, y cuando no, igual la cuidamos con esmero.

archivo personal

Un día, caminando por una calle cerca de mi casa, encontré otra mata de cariaquito nacida en el borde de una acera. Tengo que confesar que me entró un extraño estado de agitación. La mata era más grande que la mía y tenía muchas más hojas. Además estaba floreada. Su flores eran una bonita mezcla de amarillo con morado. Era realmente hermosa y yo, tengo que aceptarlo, la quería. De manera que cuando regrese a casa no paré de hablar de ella durante una semana. Hasta que lo decidí. El domingo en la tarde iría a cortar un trozo para sembrarla en nuestro jardín.

Ese domingo estaba un poco lluvioso. La calle estaba muy sola. Mi sensación era de angustia, me sentía como un ladrón. Aunque la mata estaba en la calle, pensé que podría tener problemas por tomarla. Intuía, y con mucha razón, que la calle, es un espacio que aunque nos pertenece a todos, no es de nadie. En  nuestra ciudad lamentablemente, no tenemos nociones constituidas para la preservación de lo común, lo que es de todos. No sabemos cuidarnos entre nosotros. Más allá de nuestras casa, somos solos. Lo cual me dejaba en un limbo ético aparente. Porque aunque me esforzara en pensar que intentaba hacer un bien rescatando esa pobre mata, realmente lo que hacía era en mi propio beneficio. Así que un poco asustado, fui bajo la llovizna a tomar un poco de la planta. Para mi sorpresa, la mata estaba fuertemente adherida a su esquinita de acera y lo nervios hicieron que el intento de rescate se convirtiera en un desastre total. Lo hice muy mal. Me excedí con la fuerza y realmente malogré aquella planta.

Por otro lado mi inexperiencia en la reproducción por esquejes, hizo doblemente fallido el intento. Ninguna de las ramas que intenté sembrar pegó. Pasé mucho tiempo apesadumbrado, pensando que por avaricia había destruido algo tan bonito, que nos pertenecía a todos. Pensaba que el deseo y las ganas de hacer las cosas a mi modo, nos había privado a todos, incluyéndome, de aquella belleza extraordinaria. La tristeza no me dejó caminar por esa acera algún tiempo.

Lo que aun me faltaba comprender es que algunas voluntades no mueren tan fácil. Que en mi ciudad algunas cosas, inclusive en los ambientes más hostiles, florecen. Nos llenan de belleza. Nos recuerdan lo persistente que puede llegar a ser la vida. Sin importar los excesos y esas desviaciones que a veces llamamos cuidados y amor.

Hoy pasé por la acera. Y están esas ramitas que parecen palitos secos. Llenos de hojas. Y entonces pienso que vendrá la lluvia, y el sol, y el día en que florezcan así todos juntos, la vida, la danza y porque no, también el amor al nosotros.

Rafael Nieves




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