Tendría que decir, que desde hace un
poco más de tres años he estado cultivando algunas plantas en mi balcón. Podría
decirse que sucumbí como muchos a la moda del cultivo urbano. Pero pasado el
tiempo, tengo que aceptar que más que una muy improbable solución alimentaria,
en mi caso, este hábito ha representado una suerte de punto de equilibrio
sicológico. Podríamos llamarlo por ejemplo, siembra terapéutica o labores
vegetales de rescate emocional. Es como si, en medio del declive de tantas nociones
en torno a las cuales se constituían nuestras vidas, tener algo que cuidar nos ayuda
a recobrar sentido. Algo simple, que con sólo brindarle un poco de atención crece,
se expande, se hace verde.
Ila Nieves |
Es así como el pequeño balcón de mi
casa, ese que tiene una luz tan bonita en las mañanas, tiene además una pequeña
variedad de plantas. Por otra parte, desde hace un año, vienen algunos pájaros
a comer. Les dejamos un poco de alpiste cada cierto tiempo, en unas taparitas
que amarramos con alambre a la reja. Algunas mañanas podemos escuchar sus trinos
suaves. Todos, hemos tomado por costumbre devolverles el saludo con algunas
palabras dulces. En señal de agradecimiento por venir a visitarnos. De un
tiempo para acá también tenemos, un poco más alejada de la ventana, una vasija
con agua donde colocamos algunos esquejes para que echen raíces. Dichosamente
nuestros visitantes lo han convertido en un abrevadero. Y esos días felices los
trinos se escuchan más adentro de la casa, como más cerca. Y nos regocija
pensar que los hemos ayudado a saciar su sed.
Dentro de las pocas plantas que hemos
podido cultivar, tenemos una mata de limón. Tiene casi dos años y un montón de
espinas. Ya la hemos mudado un par de veces a materos más grandes. Ocupa mucho
espacio pero nos ilusiona que algún día pueda dar algunos limones. A veces la
veo y pienso en cuanto nos esforzamos por hacer nuestra vida menos estéril. Como
una medida de desesperada esperanza. Cómo una apuesta feroz por la vida.
archivo personal |
En todo este tiempo he acumulado una
cantidad insólita de pequeñas historias relacionadas con el cuidado y
dedicación a nuestro pequeño jardín. Algunas más felices que otras. Pero casi
todas me parecen representaciones sutiles, de nuestro tránsito por estos días
de furia. Cómo si al no poder hablar con precisión o soltura sobre lo que
sentimos o padecemos, nos permitiéramos cultivarnos desde adentro. Como la
música y los poemas. Sonidos y palabras que florecen, y se secan, y renacen, y
mueren, y vuelven a crecer. Ayudándonos a poner a salvo a nuestra niña y
nuestra danza.
Hay entre todas una historia particular.
Me gustaría intentar Una pequeña alegoría del Cariaquito.
Tengo una mata de cariaquito, y la
verdad no creo que sea particular. Llegó a la casa en brazos de mi nena. Ella
la consiguió durante una función de danza de unos amigos hace unos dos años. Me
cuentan que al ver la planta, enseguida la tomó y dijo: -Esta es para mi papi.
Imagino que inspirada por esa especie de devoción que me invadió hacia las
matas y la novedad de transformar nuestro pequeño sitio, en un jardín
particular.
Nuestra mata de cariaquito da unas
hermosas flores rojas, amarillas y naranja. Mínimas y muy olorosas. Ella es
realmente muy salvaje. Sus ramas son una especie de palitos secos que crecen de
manera desordenada e invaden el espacio del resto de las matas. Su aspecto
cuando no está en flor es realmente bastante lastimero. Muy pocas hojas
agrupadas en la punta de cada una de sus ramas, que parecen unos brazos
marrones, flacos, largos y resecos. Eso sí, casi todo el año florea, y cuando
no, igual la cuidamos con esmero.
archivo personal |
Un día, caminando por una calle cerca de
mi casa, encontré otra mata de cariaquito nacida en el borde de una acera.
Tengo que confesar que me entró un extraño estado de agitación. La mata era más
grande que la mía y tenía muchas más hojas. Además estaba floreada. Su flores
eran una bonita mezcla de amarillo con morado. Era realmente hermosa y yo, tengo
que aceptarlo, la quería. De manera que cuando regrese a casa no paré de hablar
de ella durante una semana. Hasta que lo decidí. El domingo en la tarde iría a
cortar un trozo para sembrarla en nuestro jardín.
Ese domingo estaba un poco lluvioso. La
calle estaba muy sola. Mi sensación era de angustia, me sentía como un ladrón.
Aunque la mata estaba en la calle, pensé que podría tener problemas por
tomarla. Intuía, y con mucha razón, que la calle, es un espacio que aunque nos
pertenece a todos, no es de nadie. En
nuestra ciudad lamentablemente, no tenemos nociones constituidas para la
preservación de lo común, lo que es de todos. No sabemos cuidarnos entre
nosotros. Más allá de nuestras casa, somos solos. Lo cual me dejaba en un limbo
ético aparente. Porque aunque me esforzara en pensar que intentaba hacer un
bien rescatando esa pobre mata, realmente lo que hacía era en mi propio
beneficio. Así que un poco asustado, fui bajo la llovizna a tomar un poco de la
planta. Para mi sorpresa, la mata estaba fuertemente adherida a su esquinita de
acera y lo nervios hicieron que el intento de rescate se convirtiera en un
desastre total. Lo hice muy mal. Me excedí con la fuerza y realmente malogré
aquella planta.
Por otro lado mi inexperiencia en la
reproducción por esquejes, hizo doblemente fallido el intento. Ninguna de las
ramas que intenté sembrar pegó. Pasé mucho tiempo apesadumbrado, pensando que
por avaricia había destruido algo tan bonito, que nos pertenecía a todos.
Pensaba que el deseo y las ganas de hacer las cosas a mi modo, nos había
privado a todos, incluyéndome, de aquella belleza extraordinaria. La tristeza
no me dejó caminar por esa acera algún tiempo.
Lo que aun me faltaba comprender es que
algunas voluntades no mueren tan fácil. Que en mi ciudad algunas cosas,
inclusive en los ambientes más hostiles, florecen. Nos llenan de belleza. Nos
recuerdan lo persistente que puede llegar a ser la vida. Sin importar los
excesos y esas desviaciones que a veces llamamos cuidados y amor.
Hoy pasé por la acera. Y están esas
ramitas que parecen palitos secos. Llenos de hojas. Y entonces pienso que
vendrá la lluvia, y el sol, y el día en que florezcan así todos juntos, la
vida, la danza y porque no, también el amor al nosotros.
Rafael Nieves
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