Dicen que el tiempo de vida útil de un
danzante es corto. Más cruel imposible. Algunos en silencio, de manera
bastante discreta, hemos estado conspirando formas para burlar ese maleficio.
Reconocemos que es difícil, pero no imposible. Sabemos de casos. Además,
indistintamente de lo que resulte siendo este devenir nuestro, nos subyuga la
necesidad de preguntarle al tiempo cómo obra en nosotros, los preocupados por
el cuerpo.
Ila Nieves |
Sé que puede resultar preocupante verme
transitar en plural, además con esa facilidad tan espeluznante que da la
certeza del que no está sólo. En principio parto de la idea de que a alguien
más le puede interesar hacerle preguntas al tiempo y me gustaría que se sintiera
cómodo. Por otro lado cuando me pienso y pienso al tiempo, no alcanzo a
imaginarme unívoco, ni unísono. No soy el mismo. Porque pensar en el tiempo
sólo alcanzo a hacerlo en retrospectiva, y si es en danza, con deseo de
reincidencia. Además, si está ese otro yo pasado, ese que ya fui, ya no me
siento más sólo. Preguntarle algo al tiempo implica pensarlo a él también, como
algún otro. Casi tan descabellado como interrogarnos a nosotros mismos. Pero
menos complicado. Porque con nosotros nos vemos forzados a duplicarnos, para poder
vernos desde afuera. En un esfuerzo por tomar distancia. En cambio, pensar en
el tiempo como un alguien, que es otro, ya es una fiesta. Mi yo actual, mi yo
retrospectivo y el tiempo vamos a conversar. Sé que suena absurdo, pero va a
durar poco y puede ser que demos con algo.
Intentar darle sentido a algunas
nociones, como por ejemplo ¿Por qué es posible sentir que vivimos a destiempo? o
¿Cómo es que la vida en nuestro entorno se organiza a un ritmo particular,
distinto al nuestro? o ¿Cómo sentimos que un mismo acontecimiento representa momentos
distintos para cada individuo particular? es más divertido si se hace en grupo.
Y aquí ya somos tres. Es que no es fácil comprender que una misma experiencia, puede
representar para alguien el punto cumbre de su carrera, para otro un proceso
iniciático, o el despertar de alguna cualidad particular y a su vez, significar
para alguien más, el declive o hasta el punto final de su vida como creador o
intérprete.
Ila Nieves |
Si yo pudiese sonsacarle un par de cosas
al tiempo, caería sin dudarlo en la trampa tonta de preguntar por mí. Así, sin
ninguna vergüenza, me lanzaría con algo como ¿Por qué me tocó este tiempo? Sin
vergüenza, pero también sin aflicción. Y como me conozco, tendría que
esforzarme por mantener callado al otro, a mi doble (él ya tuvo las respuestas
de su momento y no está aquí más que para evocar, ayudarme con argumentos y traerme
penas, y alguna que otra alegría del pasado). También preguntaría cuánto tiempo
le queda a la danza como la conozco. La que si no estoy seguro de hacerle (porque
posiblemente es la que más me aterra) es, ¿Cuánto tiempo más nos queda a la
danza y a mí juntos?
En todo caso, désele al tiempo la forma
que se le quiera dar, hay que aceptar que es sobre él que se constituyen las
nociones más complejas, las más tenaces. La brujería esa referida al tiempo de
vida de los danzantes, no es más que una forma de sublimación de un miedo
común. Un temor de gente normal, delegado. Entonces recae sobre este pueblo,
sobre esta raza de gentes descalzas, sudadas y olorosas a mentol, el peso de
los miedos de todas las gentes. El miedo supremo a envejecer, a no ser útil o
productivo. El de ser dejado de lado. El de caer en el olvido. Miedo a dejar de
ser o de no estar nunca más, constituidos desde ese valor gregario que hemos
cimentado sobre el cuerpo como fuente y abrevadero. Miedo a la desembocadura y
al delta y a los caños. Miedo feroz a la muerte.
danzas Temerí |
No es nada ilusorio pensar que para cualquier
iniciado, alejarse de la danza, representa acercarse un poco más a la muerte. Algo
así como acelerar la caída. Y no es falso que el precio de ser en sociedad,
bajo esta condición selecta de elegido del cuerpo, de maestro de del movimiento,
es ser ofrecido en sacrificio. Como tributo, afrentado. Llevado de la mano,
durante cada acontecimiento, cada momento, cada danza, hasta que se cumpla sobre
ti el maleficio. Y que todo te duela. Y que evoques tristemente cada movimiento
perdido. Y que olvides cada paso sin nombre. Y que nos representes a todos, en un
último acto. Una última danza, sobre la muerte penosa de esa idea de lo bello sustentada
en la adoración al cuerpo. Y padecer el exilio de la destreza. Para vivir y ser
reconocido y recordado y admirado por ese señor, El Tiempo, que ha decidido mudarse
descaradamente a otro cuerpo. Y que ahora se levanta, y se va, y se lleva a mi
doble, señor de lo que fue, y que ya recuerdo un poco borroso. Y este yo aterrado
que corre veloz a la puerta, para echar cerrojo. Porque ya empiezan a llegar esos
yo posibles, de los que nada sé. Como no me conoció, ese doble mío que se fue ya
hace tanto rato. Y que nunca más podré volver a ser.
Rafael Nieves
No hay comentarios:
Publicar un comentario