lunes, 13 de febrero de 2017

El exilio de la destreza

Dicen que el tiempo de vida útil de un danzante es corto. Más cruel imposible. Algunos en silencio, de manera bastante discreta, hemos estado conspirando formas para burlar ese maleficio. Reconocemos que es difícil, pero no imposible. Sabemos de casos. Además, indistintamente de lo que resulte siendo este devenir nuestro, nos subyuga la necesidad de preguntarle al tiempo cómo obra en nosotros, los preocupados por el cuerpo.

Ila Nieves

Sé que puede resultar preocupante verme transitar en plural, además con esa facilidad tan espeluznante que da la certeza del que no está sólo. En principio parto de la idea de que a alguien más le puede interesar hacerle preguntas al tiempo y me gustaría que se sintiera cómodo. Por otro lado cuando me pienso y pienso al tiempo, no alcanzo a imaginarme unívoco, ni unísono. No soy el mismo. Porque pensar en el tiempo sólo alcanzo a hacerlo en retrospectiva, y si es en danza, con deseo de reincidencia. Además, si está ese otro yo pasado, ese que ya fui, ya no me siento más sólo. Preguntarle algo al tiempo implica pensarlo a él también, como algún otro. Casi tan descabellado como interrogarnos a nosotros mismos. Pero menos complicado. Porque con nosotros nos vemos forzados a duplicarnos, para poder vernos desde afuera. En un esfuerzo por tomar distancia. En cambio, pensar en el tiempo como un alguien, que es otro, ya es una fiesta. Mi yo actual, mi yo retrospectivo y el tiempo vamos a conversar. Sé que suena absurdo, pero va a durar poco y puede ser que demos con algo.

Intentar darle sentido a algunas nociones, como por ejemplo ¿Por qué es posible sentir que vivimos a destiempo? o ¿Cómo es que la vida en nuestro entorno se organiza a un ritmo particular, distinto al nuestro? o ¿Cómo sentimos que un mismo acontecimiento representa momentos distintos para cada individuo particular? es más divertido si se hace en grupo. Y aquí ya somos tres. Es que no es fácil comprender que una misma experiencia, puede representar para alguien el punto cumbre de su carrera, para otro un proceso iniciático, o el despertar de alguna cualidad particular y a su vez, significar para alguien más, el declive o hasta el punto final de su vida como creador o intérprete.

Ila Nieves

Si yo pudiese sonsacarle un par de cosas al tiempo, caería sin dudarlo en la trampa tonta de preguntar por mí. Así, sin ninguna vergüenza, me lanzaría con algo como ¿Por qué me tocó este tiempo? Sin vergüenza, pero también sin aflicción. Y como me conozco, tendría que esforzarme por mantener callado al otro, a mi doble (él ya tuvo las respuestas de su momento y no está aquí más que para evocar, ayudarme con argumentos y traerme penas, y alguna que otra alegría del pasado). También preguntaría cuánto tiempo le queda a la danza como la conozco. La que si no estoy seguro de hacerle (porque posiblemente es la que más me aterra) es, ¿Cuánto tiempo más nos queda a la danza y a mí juntos?

En todo caso, désele al tiempo la forma que se le quiera dar, hay que aceptar que es sobre él que se constituyen las nociones más complejas, las más tenaces. La brujería esa referida al tiempo de vida de los danzantes, no es más que una forma de sublimación de un miedo común. Un temor de gente normal, delegado. Entonces recae sobre este pueblo, sobre esta raza de gentes descalzas, sudadas y olorosas a mentol, el peso de los miedos de todas las gentes. El miedo supremo a envejecer, a no ser útil o productivo. El de ser dejado de lado. El de caer en el olvido. Miedo a dejar de ser o de no estar nunca más, constituidos desde ese valor gregario que hemos cimentado sobre el cuerpo como fuente y abrevadero. Miedo a la desembocadura y al delta y a los caños. Miedo feroz a la muerte.


danzas Temerí


No es nada ilusorio pensar que para cualquier iniciado, alejarse de la danza, representa acercarse un poco más a la muerte. Algo así como acelerar la caída. Y no es falso que el precio de ser en sociedad, bajo esta condición selecta de elegido del cuerpo, de maestro de del movimiento, es ser ofrecido en sacrificio. Como tributo, afrentado. Llevado de la mano, durante cada acontecimiento, cada momento, cada danza, hasta que se cumpla sobre ti el maleficio. Y que todo te duela. Y que evoques tristemente cada movimiento perdido. Y que olvides cada paso sin nombre. Y que nos representes a todos, en un último acto. Una última danza, sobre la muerte penosa de esa idea de lo bello sustentada en la adoración al cuerpo. Y padecer el exilio de la destreza. Para vivir y ser reconocido y recordado y admirado por ese señor, El Tiempo, que ha decidido mudarse descaradamente a otro cuerpo. Y que ahora se levanta, y se va, y se lleva a mi doble, señor de lo que fue, y que ya recuerdo un poco borroso. Y este yo aterrado que corre veloz a la puerta, para echar cerrojo. Porque ya empiezan a llegar esos yo posibles, de los que nada sé. Como no me conoció, ese doble mío que se fue ya hace tanto rato. Y que nunca más podré volver a ser. 

Rafael Nieves

No hay comentarios:

Publicar un comentario