lunes, 19 de junio de 2017

Hábito


Podemos acostumbrarnos. Es decir hacernos costumbre. Algo parecido a cuando entramos al baño por la mañana así no tengamos ganas, con la certeza que estando frente al inodoro será inevitable esa relajación del esfínter. Tanto podemos hacernos costumbre que podemos comer poco, dormir menos, salir a la calle sin ganas. Podemos, siempre podemos. La cuestión es no pensarlo. Huirle a la posibilidad de cuestionar nuestro entorno. Lo que hacemos y nos hacen. Pensar hoy si mañana no, como si fuera normal y así ir avanzando en la semana. Hasta que ya se crea el hábito. Podemos ir educando los sentidos. Convencernos de que nos deje de gustar algo y aprender a que nos gusten cosas nuevas. Por ejemplo podríamos llegar a sentirnos contentos por el tiempo en una cola por comida, que puede ser tiempo para leer que a veces es tan escaso y difícil con los niños en casa. Y también que no nos moleste si cuando llegamos ya se acabó el pan o la harina. Es que al final no fue tiempo perdido porque aprendimos a llevar una pequeña oficina en la cartera. Yo por ejemplo no me distingo particularmente entre aquellos que les gusta hablar con los extraños, pero ya después de un tiempo es inevitable saludar, así sea con un breve gesto en la mirada a aquellos que al igual que uno se han ido acostumbrando. Es como un instante de reconocimiento entre no amigos. Me cuesta un poco aceptarlo pero yo soy de los que se hacen los difíciles. No le doy mucha confianza a casi nadie, aunque en el fondo todos sabemos que también estoy acostumbrado y que además por la misma razón vamos a seguir reincidiendo juntos en la cola. No me gusta ser engreído pero estoy seguro que a mis compañeros de fila les entra un fresquito reconocer al tipo de los lentes y el libro, antes que toparse con algún desconocido que nadie sabe qué tan acostumbrado se encuentra. No se sabe de qué hablar. Ni siquiera se sabe si hablar. Porque con el tipo de los lentes nunca hemos tenido problemas para quejarnos. Porque hay que decirlo, uno también se acostumbra a quejarse y no es lo mismo hacerlo ante un desconocido que entre reincidentes y acostumbrados. Hacerlo ante extraños podría ser peligroso, quién sabe. Podría llegar a ser de los que les gusta exigir, ahí mismo en medio de la miseria, un poco más de compromiso y coherencia. Yo por el contrario me quejo hacia dentro y pienso, qué tanto daño puede hacer una queja si nos ayuda a hacer más confortable el proceso de generar el hábito. Claro siempre tratando de obviar que en la fase superior también hay que acostumbrarse a no quejarse.

Joseíto

Para acostumbrarse no hace falta mucho. La verdad muy poco o casi nada. Es tan simple como seguir repitiendo una rutina, dejar poco a poco que otros piensen y evitar a toda costa que la salida del laberinto pase por nosotros. Eso nos dejaría sin un enemigo y cómo se puede vivir hoy en día si no se tiene un terrorista. Una gente o algo que uno se imagina más grande y más peligroso que uno. Capaz de perpetrar todas esas cosas innombrables que sabemos que pasan aunque siempre parezca una exageración, un chisme o propaganda. No se puede ir así por la vida sin tener un monstruo. Algo macabro que junte todas esas cualidades perversas que caben en nuestra cabeza. Por eso es mejor irse acostumbrando. Se puede empezar por ejemplo por uno mismo, como para ir creando el hábito de aceptar cosas que no nos gustan. Escucharse o leerse. Porque de algo debe servir la posibilidad de reconocernos, así sea más fácil criticar a los demás. Claro que eso puede degenerar en algo muy subversivo como por ejemplo adquirir la costumbre de pensar por uno mismo. O generar cierta empatía por escuchar a los otros. Podríamos incluso darnos el hábito de ser más tolerantes, aunque eso en estos momentos nos parezca tan arriesgado. Nunca se sabe, pero es posible que poco a poco entre tantas cosas podamos adquirir la temeraria costumbre de querer vivir mejor.
Rafael Nieves

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