Podemos disociarnos. Darnos
un tiempo de nosotros mismos. Porque es mentira que siempre estamos dispuestos para
aceptar todo aquello que no nos gusta. Es más fácil doblar la realidad como un
papelito. Así como si fuera una factura de supermercado donde aparece un monto
que ya no tenemos. Y la dejamos por su cuenta dobladita en un bolsillo o suelta
dentro de la cartera hasta que ya se arruga tanto o pierde la tinta, de manera
que se hace fatalmente ilegible. Quizás también para poder toparnos con ella
mucho después y hacer comparaciones obsesivas en torno a la devaluación y nuestro
muy disminuido poder adquisitivo. En todo caso nosotros también podemos
doblarnos. Entre otras cosas por ejemplo, para poder entrar si no ya en el
bolsillo, en la vida de alguien que nos importa. Aunque en ese caso para asociarnos
con esos alguien generalmente debamos vernos forzados a disociarnos de muchos
otros. Casi como mudarnos a vivir a otro mundo. No puedo negar que siempre me
va a parecer mucho más complejo hacerlo con uno mismo. Dejarse aparte. Ponerse
a reposar. Colocar a un lado lo que es uno mientras se establece otra forma,
otro sistema. No dar opinión o dar anticipadamente como válida cualquier otra. Nunca
se sabe pero nos podría pasar como al papelito del bolsillo, y llegar a
arrugarnos tanto o a perder tanta tinta que al final lo que realmente somos sea
fatalmente ya no ilegible, sino totalmente indescifrable. Yo por ejemplo puedo
pensarlo como una suerte de super-poder. Una especie de invocación donde a
través de un gesto particular (que podría ser chocar los puños entre sí o halarse
una oreja) y repetir mentalmente la frase: -¡Yo me disocio!-, como un mantra,
podría servir para conservar parientes y no destruir celebraciones familiares o encuentros con conocidos. Por otro lado pienso que eso que somos siempre
termina por manifestarse y es ahí donde son buenos esos amigos tan compresivos que te aceptan así disociado, lejos de lo que para ellos es real. Hoy por ti,
mañana por mí diría uno. Pero como para todo algunas condiciones aplican.
Siempre uno tropieza con cosas que lo rebasan, sobre todo si la disociación se
parece más a estar realmente convencido
de algo a pesar de, que a simplemente hacerse
el loco con algo. Y bueno también hay cosas que te delatan, como esas fracciones
de segundo que tardas en decir algo, la duda que se lee en la pronunciación de
ciertas palabras claves o esa miradita delatora que se manifiesta justo en el
momento menos oportuno. Yo por ejemplo no tengo dudas, para mí la vida es prioridad
ante todo. No existe como posibilidad el -Quién
lo manda, él se lo buscó. Imposible. En ese mundo particular donde la
muerte ya no tiene peso sino opiniones, ya no me quedan dudas sobre quiénes son
los disociados.
Para disociarse no son
necesarias tantas cosas. Basta con pensar insistentemente que bajo cualquier
circunstancia siempre tienes la razón, no dejar nunca hablar a nadie o al menos
no escucharlo y sobre todo generar un ambiente conspirativo en torno a la vida y
las opiniones de los otros. Porque nadie niega que sea difícil quedarse solo
con esa idea que tiene uno, y muchas veces se siente mejor seguir resguardado como
en casa. Al cabo tampoco es tan difícil identificar y volvernos incisivos con
lo que pensamos son las carencias de los otros, que además nos da ese airecito
de superioridad moral tan venerable. Sobre todo si estamos tan dispuestos a defender
nuestro punto o como algunos dicen a dar la batalla por la causa. Confundir un
par de palabras, distraer, sesgar, torcer algunas ideas, en fin ponerlos a
pensar en otra cosa. Total la realidad siempre cambia, tanto como un papelito
doblado en el bolsillo. Más tarde seguro ya ni se acuerdan, y después a quién
le va a importar algo tan inútil como esos numeritos que se borraron por el
sudor de la mano, algunos acuerdos escritos en alguna ley fundamental o esa pelusa
que atrapa la secadora cuando metemos a lavar la ropa sin revisar bien nuestros
bolsillos.
Rafael Nieves
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