Stinkfish, fanzine bogotano |
1. El
Ánima se llamó una banda que armé a principios de los noventa junto a unos
amigos. Para resumir podría decirse que era una banda de algo así como punk rock fusión,
pero eso sería simplificar en exceso ese tiempo loco en el que me dediqué a
escribir canciones, dormir intermitentemente en la calle y a tratar de juntar
para pagar el estudio donde ensayábamos uno o dos días a la semana. A los
muchachos los fui conociendo de a uno esos días en que me arrimaba a cualquier
rincón de los alrededores del Ateneo de Caracas y sacaba la guitarra. Primero fue
el otro guitarrista que también andaba con la suya, después al bajista con el
cual me entendí muy rápido por la onda dark que compartíamos y por último un
amigo percusionista que venía del interior y que un día se nos instaló al lado y sacó del bolso un bongó y cualquier cantidad de peroles con los que llevaba
el ritmo de los distintos temas que íbamos proponiendo. Al poco rato nos
empezamos a juntar de manera más planificada hasta que terminamos conviniendo en
la necesidad de ir a un estudio. Nuestro primer toque fue durante la
celebración del primer aniversario del IUDET en Capuchinos, donde sonaron las únicas cinco canciones que tuvimos, hasta que finalmente algunos meses después nos
dejamos de ver, cuando el guitarrista se empeñó en tocar algo más pesado e
invitó a un baterista que sólo le hablaba a él y terminaba siempre reventando
las baquetas del estudio (si les preguntan seguro dirán que fue culpa mía). Lo
cual fue una lástima porque me gustaba mucho la mezcla de guitarras eléctricas
con percusión latina que estábamos proponiendo. Pero bueno me queda la alegría de
haberme topado hace pocos meses en internet con un par de videos donde salen todos
tocando juntos, en una banda que hizo el bajista hace algunos años. Con otro
cantante y otros temas. Más allá del guayabo me gustó mucho verlos, todos más
grandes. Las canciones siguen siendo un poco melancólicas y bueno que se va a
hacer, a uno le entra la nostalgia.
"stinkfish nació un día en que Dios estuvo enfermo" |
2. De
ese tiempo puedo recordar muchas cosas. Una era la forma individual en que cada
quién asumía su relación con el hecho de ser músico o rockero. Yo por ejemplo andaba
en una onda punk, que aunque ya hacía tiempo había perdido su auge seguía
siendo parte del medio donde nos movíamos. Caracas, años noventa, Ateneo. Para
empezar tendríamos que convenir que aquello en nada se parecía a las revistas o a los conciertos y documentales que uno veía en video
y que nos contaba cómo era la escena alternativa en Europa. Aquí lo que pasaba,
al menos en mi entorno, era un grupo de muchachos organizados en torno a una
forma de hacer música, además de llevarle la contraria a Caracas y claro está,
las ganas de ser "diferentes". Algunos
que no muchos, nos ocupábamos de leer sobre anarquía, sobre todo coleccionando folletos,
fanzines y publicaciones caseras que casi siempre se conseguían en los pasillos
de la UCV. Nada demasiado complicado ni tan profundo que no pudiera ser
entendido por cualquiera de los que además de escuchar La Polla Record y
Víctimas de la Democracia, se atrevían a ponerse un piercing donde mejor se les
ocurría, llegando incluso al atrevimiento de hacerse un tatuaje. Era ante todo
una cosa de actitud. Hacerse parte consistía más que nada en ir a conciertos,
vestirse acorde y andar con tu grupo que casi siempre se reducía a los que tocaban
contigo o eran de tu zona y al menos compartían los mismos gustos musicales. De
mi grupo por ejemplo el guitarrista era rockero, no podía evitarlo, tenía que
hacer esos solos asombrosos y siempre andaba de converse, jean, franela y pelo
largo; el bajista en cambio al igual que yo casi siempre de negro y adicto a
The Cure, Bahuaus, Joy Division, Siouxie y un etc no tan largo como era normal en
aquellos días. Nosotros le decíamos post-punk. El percusionista si era otra
cosa, él le ponía el toque al asunto porque venía de hacer música popular y
estaba al igual que yo convencido que lo bueno estaba en la mezcla. Lástima que
no logramos convencer al resto y que a mí el teatro me salvó de la mala vida.
3. El
sentimiento que me invadía en aquel tiempo no era en su totalidad rebeldía. Que
sí lo había pero estaba acompañado de mucha melancolía, desorientación y ganas
de crear. En medio del orden (que siempre lo he tenido) la relación con la
música se daba en el marco de libertad absoluta que me permitían los tres
acordes que me sabía y una extraña sensación de ruptura con el mundo que nunca
antes había intentado. Desde afuera me imagino la angustia de mis conocidos al percibir
que estaba perdiendo una vez más el rumbo, como si pudiera según ellos, caer
aun más abajo de donde estaba después de dedicarme a estudiar teatro. Pero la
realidad es que si proyectaba una imagen violenta o sórdida era quizás reflejo
del miedo. Mío por no entender mucho de que se trataba todo a mi alrededor, y
de los demás por tampoco saberlo y creer que sí. A propósito de estos recuerdos
hay tres imágenes que me vienen, ineludibles.
3.1 Los
viernes eran especiales, y para quién no. La mayoría de nosotros trabajaba o
estudiaba, aunque siempre estaba el que no hacía nada. Muchos de esos viernes
había un toque, si no era una norma irse juntando en los alrededores de la sala
Rajatabla para ponerse al día o simplemente estar. Entonces, para mí era como irme
imaginando dónde trabajaba el que lo hacía o cómo lidiaba cada uno con sus
compañeros de clase, y bueno en algún momento la gente tenía que cambiarse,
maquillarse o pararse la cresta los que la usaban. Beber cerveza o lo que
alcanzara a comprarse con lo que se reunía entre todos. Y hacer grupo. El mío
era variado porque a veces se dejaban caer el guitarrista y el bajista (nunca
el percusionista) pero siempre había alguno que nos había escuchado, incluyendo
ese que me criticaba porque todo lo cantaba igual. De esos encuentros y toques recuerdo
muchos en que terminé durmiendo en la sala de alguien o escondido detrás de una
cama para que la mamá no supiera. También amanecíamos en la calle. Que era como
una especie de reto a veces. Una vez con los chicos de la banda amanecimos en
la grama de Plaza Venezuela, bebiendo y fumando porque total teníamos ensayo en
el estudio el sábado temprano, después del grupo de ska que tenía Kira y quién
quiere devolverse para el barrio a las tres de la mañana. Con María por
ejemplo, que nos habíamos conocido por ahí, nos empezamos a agarrar de mano en
medio de un pogo y terminamos viendo el cielo hasta que amaneció, en otra grama,
detrás de unos arbolitos de esos que siembran en la entrada de algún
estacionamiento, de ya no recuerdo donde.
3.2 Los
muchachos tenían una costumbre que para mí al principio fue bastante chocante,
pero que al rato comprendí en su justa dimensión. Porque no era ejercida desde
la necesidad plena, sino más bien como una especie de acto desafiante. Como si
con ese gesto no sólo estuvieran hablando de su ansiedad por colmar un vicio,
sino que también representara una suerte de agravio a las buenas costumbres. La
acción consistía simplemente en recoger cigarrillos a medio terminar de la acera
para encenderlos de nuevo y terminar de consumirlos. Bastaba ver la cara de
cualquier persona que presenciara a estos muchachos de jean y botas militares,
con piercing y hasta tatuajes, agachándose donde fuera para recoger una colilla
y entonces sin desviar la conversación que traían, sacar del bolsillo un
yesquero para encender la cochinada esa que recogieron del suelo. Al parecer ese
acto era infinitamente peor que el de tirarlo, o echar basura al piso. Con estos
chicos si podían permitirse el desagrado que por el contrario tendrían que
guardarse para sí ante la presencia de algún indigente. Y es que algunas veces
llegué a pensar en la corta distancia que se establecía entre lo que
estéticamente tratábamos de crear algunos de nosotros y la indigencia. Tengo
que aceptar que la mayoría cometíamos excesos en la búsqueda por ser originales,
pero hay que reconocer que ahora el gusto general se ha modificado a tal punto
que cualquier intento por confrontar a la sociedad desde esa perspectiva deriva
rápidamente en una moda. Yo particularmente de aquel tiempo ácrata rescato la
autogestión. Incluso la necesidad de ausentarse de algunas formas normalizadas.
También una actitud ecológica hacía la existencia, el cuestionamiento al modo
de ser pasivo y acrítico hacia las normas y por supuesto, hacer mi propia ropa.
Y, aunque han sido muy cortos los períodos de mi vida en que he fumado, debo
confesar que una vez que comprendí el impacto de ese gesto de recoger las
colillas, disfruté un montón viendo las caras torturadas por el asco y la falta
de clase.
3.3 Visto
desde ahí no existe para mí nada anormal en haber ido derivando progresivamente
del teatro de texto a un teatro más experimental, y de ahí a la danza y por
supuesto en la danza a esas formas de construcción de discurso donde el valor
de la obra está directamente relacionado con mis posibilidades como individuo.
Tampoco es de extrañar que en los momentos más difíciles para que la danza sea,
siempre ésta tenga en mí una forma de manifestarse. Aun en las condiciones más
adversas. No habría que explicar mucho el porqué las formas menos asociadas a
la necesidad de exhibición y más alejadas del malgasto de recursos, son las que
han ido conformando el grueso de mi experiencia. Y porqué además creo que si se
quiere una danza sólida es necesario enfocarse en desinhibir las
potencialidades de los individuos para la creación, más que en restringirlos. Y
cómo el desprecio por algunas normas y formas de control mal habidas, pueden
significar el punto de partida para la construcción de un estética múltiple. Y
finalmente porqué le puedo meter un pedal overdrive a la bandola sin el menor
gesto de remordimiento.
Rafael Nieves
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