lunes, 10 de julio de 2017

Ácrata

Stinkfish, fanzine bogotano
1. El Ánima se llamó una banda que armé a principios de los noventa junto a unos amigos. Para resumir podría decirse que era una banda de algo así como punk rock fusión, pero eso sería simplificar en exceso ese tiempo loco en el que me dediqué a escribir canciones, dormir intermitentemente en la calle y a tratar de juntar para pagar el estudio donde ensayábamos uno o dos días a la semana. A los muchachos los fui conociendo de a uno esos días en que me arrimaba a cualquier rincón de los alrededores del Ateneo de Caracas y sacaba la guitarra. Primero fue el otro guitarrista que también andaba con la suya, después al bajista con el cual me entendí muy rápido por la onda dark que compartíamos y por último un amigo percusionista que venía del interior y que un día se nos instaló al lado y sacó del bolso un bongó y cualquier cantidad de peroles con los que llevaba el ritmo de los distintos temas que íbamos proponiendo. Al poco rato nos empezamos a juntar de manera más planificada hasta que terminamos conviniendo en la necesidad de ir a un estudio. Nuestro primer toque fue durante la celebración del primer aniversario del IUDET en Capuchinos, donde sonaron las únicas cinco canciones que tuvimos, hasta que finalmente algunos meses después nos dejamos de ver, cuando el guitarrista se empeñó en tocar algo más pesado e invitó a un baterista que sólo le hablaba a él y terminaba siempre reventando las baquetas del estudio (si les preguntan seguro dirán que fue culpa mía). Lo cual fue una lástima porque me gustaba mucho la mezcla de guitarras eléctricas con percusión latina que estábamos proponiendo. Pero bueno me queda la alegría de haberme topado hace pocos meses en internet con un par de videos donde salen todos tocando juntos, en una banda que hizo el bajista hace algunos años. Con otro cantante y otros temas. Más allá del guayabo me gustó mucho verlos, todos más grandes. Las canciones siguen siendo un poco melancólicas y bueno que se va a hacer, a uno le entra la nostalgia.

"stinkfish nació
un día en que Dios
estuvo enfermo"
2. De ese tiempo puedo recordar muchas cosas. Una era la forma individual en que cada quién asumía su relación con el hecho de ser músico o rockero. Yo por ejemplo andaba en una onda punk, que aunque ya hacía tiempo había perdido su auge seguía siendo parte del medio donde nos movíamos. Caracas, años noventa, Ateneo. Para empezar tendríamos que convenir que aquello en nada se parecía a las revistas o a los conciertos y documentales que uno veía en video y que nos contaba cómo era la escena alternativa en Europa. Aquí lo que pasaba, al menos en mi entorno, era un grupo de muchachos organizados en torno a una forma de hacer música, además de llevarle la contraria a Caracas y claro está, las ganas de ser "diferentes". Algunos que no muchos, nos ocupábamos de leer sobre anarquía, sobre todo coleccionando folletos, fanzines y publicaciones caseras que casi siempre se conseguían en los pasillos de la UCV. Nada demasiado complicado ni tan profundo que no pudiera ser entendido por cualquiera de los que además de escuchar La Polla Record y Víctimas de la Democracia, se atrevían a ponerse un piercing donde mejor se les ocurría, llegando incluso al atrevimiento de hacerse un tatuaje. Era ante todo una cosa de actitud. Hacerse parte consistía más que nada en ir a conciertos, vestirse acorde y andar con tu grupo que casi siempre se reducía a los que tocaban contigo o eran de tu zona y al menos compartían los mismos gustos musicales. De mi grupo por ejemplo el guitarrista era rockero, no podía evitarlo, tenía que hacer esos solos asombrosos y siempre andaba de converse, jean, franela y pelo largo; el bajista en cambio al igual que yo casi siempre de negro y adicto a The Cure, Bahuaus, Joy Division, Siouxie y un etc no tan largo como era normal en aquellos días. Nosotros le decíamos post-punk. El percusionista si era otra cosa, él le ponía el toque al asunto porque venía de hacer música popular y estaba al igual que yo convencido que lo bueno estaba en la mezcla. Lástima que no logramos convencer al resto y que a mí el teatro me salvó de la mala vida.


3. El sentimiento que me invadía en aquel tiempo no era en su totalidad rebeldía. Que sí lo había pero estaba acompañado de mucha melancolía, desorientación y ganas de crear. En medio del orden (que siempre lo he tenido) la relación con la música se daba en el marco de libertad absoluta que me permitían los tres acordes que me sabía y una extraña sensación de ruptura con el mundo que nunca antes había intentado. Desde afuera me imagino la angustia de mis conocidos al percibir que estaba perdiendo una vez más el rumbo, como si pudiera según ellos, caer aun más abajo de donde estaba después de dedicarme a estudiar teatro. Pero la realidad es que si proyectaba una imagen violenta o sórdida era quizás reflejo del miedo. Mío por no entender mucho de que se trataba todo a mi alrededor, y de los demás por tampoco saberlo y creer que sí. A propósito de estos recuerdos hay tres imágenes que me vienen, ineludibles.

3.1 Los viernes eran especiales, y para quién no. La mayoría de nosotros trabajaba o estudiaba, aunque siempre estaba el que no hacía nada. Muchos de esos viernes había un toque, si no era una norma irse juntando en los alrededores de la sala Rajatabla para ponerse al día o simplemente estar. Entonces, para mí era como irme imaginando dónde trabajaba el que lo hacía o cómo lidiaba cada uno con sus compañeros de clase, y bueno en algún momento la gente tenía que cambiarse, maquillarse o pararse la cresta los que la usaban. Beber cerveza o lo que alcanzara a comprarse con lo que se reunía entre todos. Y hacer grupo. El mío era variado porque a veces se dejaban caer el guitarrista y el bajista (nunca el percusionista) pero siempre había alguno que nos había escuchado, incluyendo ese que me criticaba porque todo lo cantaba igual. De esos encuentros y toques recuerdo muchos en que terminé durmiendo en la sala de alguien o escondido detrás de una cama para que la mamá no supiera. También amanecíamos en la calle. Que era como una especie de reto a veces. Una vez con los chicos de la banda amanecimos en la grama de Plaza Venezuela, bebiendo y fumando porque total teníamos ensayo en el estudio el sábado temprano, después del grupo de ska que tenía Kira y quién quiere devolverse para el barrio a las tres de la mañana. Con María por ejemplo, que nos habíamos conocido por ahí, nos empezamos a agarrar de mano en medio de un pogo y terminamos viendo el cielo hasta que amaneció, en otra grama, detrás de unos arbolitos de esos que siembran en la entrada de algún estacionamiento, de ya no recuerdo donde.

3.2 Los muchachos tenían una costumbre que para mí al principio fue bastante chocante, pero que al rato comprendí en su justa dimensión. Porque no era ejercida desde la necesidad plena, sino más bien como una especie de acto desafiante. Como si con ese gesto no sólo estuvieran hablando de su ansiedad por colmar un vicio, sino que también representara una suerte de agravio a las buenas costumbres. La acción consistía simplemente en recoger cigarrillos a medio terminar de la acera para encenderlos de nuevo y terminar de consumirlos. Bastaba ver la cara de cualquier persona que presenciara a estos muchachos de jean y botas militares, con piercing y hasta tatuajes, agachándose donde fuera para recoger una colilla y entonces sin desviar la conversación que traían, sacar del bolsillo un yesquero para encender la cochinada esa que recogieron del suelo. Al parecer ese acto era infinitamente peor que el de tirarlo, o echar basura al piso. Con estos chicos si podían permitirse el desagrado que por el contrario tendrían que guardarse para sí ante la presencia de algún indigente. Y es que algunas veces llegué a pensar en la corta distancia que se establecía entre lo que estéticamente tratábamos de crear algunos de nosotros y la indigencia. Tengo que aceptar que la mayoría cometíamos excesos en la búsqueda por ser originales, pero hay que reconocer que ahora el gusto general se ha modificado a tal punto que cualquier intento por confrontar a la sociedad desde esa perspectiva deriva rápidamente en una moda. Yo particularmente de aquel tiempo ácrata rescato la autogestión. Incluso la necesidad de ausentarse de algunas formas normalizadas. También una actitud ecológica hacía la existencia, el cuestionamiento al modo de ser pasivo y acrítico hacia las normas y por supuesto, hacer mi propia ropa. Y, aunque han sido muy cortos los períodos de mi vida en que he fumado, debo confesar que una vez que comprendí el impacto de ese gesto de recoger las colillas, disfruté un montón viendo las caras torturadas por el asco y la falta de clase.


3.3 Visto desde ahí no existe para mí nada anormal en haber ido derivando progresivamente del teatro de texto a un teatro más experimental, y de ahí a la danza y por supuesto en la danza a esas formas de construcción de discurso donde el valor de la obra está directamente relacionado con mis posibilidades como individuo. Tampoco es de extrañar que en los momentos más difíciles para que la danza sea, siempre ésta tenga en mí una forma de manifestarse. Aun en las condiciones más adversas. No habría que explicar mucho el porqué las formas menos asociadas a la necesidad de exhibición y más alejadas del malgasto de recursos, son las que han ido conformando el grueso de mi experiencia. Y porqué además creo que si se quiere una danza sólida es necesario enfocarse en desinhibir las potencialidades de los individuos para la creación, más que en restringirlos. Y cómo el desprecio por algunas normas y formas de control mal habidas, pueden significar el punto de partida para la construcción de un estética múltiple. Y finalmente porqué le puedo meter un pedal overdrive a la bandola sin el menor gesto de remordimiento.

Rafael Nieves

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