lunes, 24 de julio de 2017

Artilugios

El abuelo era un señor alto de bigote rubio. Tenía la costumbre de instalar un pesebre que ocupaba un sector importante de la sala en época navideña. Visto desde la perspectiva de un niño aquello era una atracción espectacular. Animales, árboles, gente, casas, molinos, establos, pero también me parece recordar un río con agua de verdad que corría, y luces y quién sabe qué otro artilugio había podido permitirse el abuelo carpintero. Cosas así no se olvidan tan fácil. Aunque la distancia y la admiración hagan que uno lo recuerde todo más grande y fantástico de lo que quizás realmente era. A partir de sus maneras más bien reservadas, se podía intuir en él la dedicación necesaria para sacar adelante una casa bonita de dos pisos con su patio, un terreno pequeño y trece hijos. Al abuelo le faltaban dos dedos y medio. Los había ido perdiendo en el trabajo a lo largo de los años. Esas eran el tipo de cosas aterradoras que yo sólo podía imaginar porque ocurrían en un tiempo en el que ya no lo veía tan seguido, pero que por supuesto servían para alimentar mi admiración porque seguía siendo el artífice de cuanta litera de pino, puerta y escritorio hacía falta.

Recuerdo un corto tiempo en que viví en su casa. Su regreso del trabajo por la noche estaba precedido por el sonido de la Brasilia blanca, con su inconfundible motor Volkswagen. También por el gusto anticipado de pan caliente que traía consigo y que sería acompañado por un huevo frito, que el recuerdo infantil conserva con la yema blanda y la clara banca, muy suave y lisa. Por años he intentado infructuosamente replicar esa forma de cocinar los huevos y por supuesto aún no he podido lograrlo. Imposible alcanzar el recuerdo. Esta imagen vigorosa del abuelo canario se complementa necesariamente con la de la abuela morena, bajita y esbelta (la verdadera responsable de los huevos fritos imposibles). De noche en esa casa grande se escuchaban los grillos casi de manera estruendosa, y uno podía encontrarse a toda hora y en cualquier lugar algún tío que no se hubiese casado aún o algún otro que habiéndolo intentado regresaba momentáneamente mientras componía cualquiera de esas cosas que uno suele estropear cuando se casa.

De la abuela no puedo decir que era porque afortunadamente aún sigue siendo. Además del carácter necesario para lidiar con ese gentío, conservaba a sus casi noventa años una envidiable vitalidad capaz de permitirle agarrar un transporte público para venir a Caracas (acompañada claro está), con una cartera llena de billetes para comprarse ella misma unas telas para unas sábanas y una sandalias porque según, sus hijos sólo la quieren cargar encerrada en un carro con aire acondicionado y así uno no puede disfrutar de nada.

De cuando estaba chico hace ya demasiados años, conservo retazos de anécdotas, eventos que reconstruyo por partes. Porque es normal que a los muchachos no se les ande contando todo lo que pasa, aunque igual siempre se nos escapan cosas cuando hablamos entre nosotros o llamamos a una cuñada para chismear de tal o cual disparate.


Cuentan que por aquellos años, la abuela comenzó a recibir algunas tardes la visita de unas amigas para leer la biblia. De alguna manera que mi mente infantil nunca logró procesar completamente, parece que aquello hizo que llegada la navidad, la abuela no quisiera poner el nacimiento. Lo cual como era obvio no le gustó al abuelo. Al menos ésta fue la forma en que escasamente interpreté lo ocurrido. También supe que hubo algunos a favor y otros en contra. Imposible saber si aquel conflicto tuvo más episodios. En mi cabeza se formaron tantas versiones como familiares a los que les escuché hablar sobre aquel acontecimiento. Opiniones no sé qué tan cercanas a lo que verdaderamente ocurrió. Algunas incluso contradictorias. Por fortuna la casa de los abuelos siguió por mucho siendo el espacio de reconocimiento para todos, a pesar de las diferencias. Se siguieron haciendo celebraciones. La familia siguió encontrándose, aunque alguno que otro se pierde por mucho tiempo y otros más prefieren reunirse en fechas distintas. De lo que si no tengo dudas es que algunos vínculos no se rompen muy a pesar de la diferencia en nuestras opiniones; que quizás para maravillarse no hacen tanta falta los artilugios ni la distancia; que asombrarnos juntos puede recordarnos todo lo grande y fantástico que existe; y que la abuela cuidó amorosamente hasta hace unos quince años cuando nos dejó, a este señor alto de bigote rubio que era el abuelo.


Rafael Nieves

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