Recorro la ciudad entera en
aquella avenida.
Como no es de día ni de noche, no hay pocos carros ni tampoco
muchos. Patrullas y camiones antimotines se alternan en la esquinas con hombres
y mujeres de fiesta. Tragos al aire y el desparpajo de cajeros de banco sin
efectivo. Inservibles. En sólo dos lugares están presentes esas largas y rutinarias
filas de personas, que ya a esa hora incierta han perdido la noción del tiempo
y la razón de la espera prolongada. Nadie se imagina si alcanzará a llegar al
reparto, poco les importa lo que están ofertando. Aquí se acepta tarjeta, dicen. La sensación de cansancio se ha ido desvaneciendo en la misma medida en
que no llego nunca y cada vez estoy más cerca ¿o más lejos? ya no recuerdo. Mi
barba conserva aun ese sabor amargo que deja lo dulce, pero ya sin el disfrute y el gusto certero. En la acera, un hombre
aburrido espera por alguien cargando a una niña pequeña, mientras juega con una cucaracha cortándole el paso con su zapato limpio. Una cucaracha intenta
permanecer viva mientras algo monstruoso le corta el camino para llegar a su hendija.
Una niña mira fijamente a alguien que pasa observando el piso, donde su padre amado
persigue algo que ella no distingue. Un hombre aburrido decide si aplastar aquel bicho asqueroso le ensuciará su zapato nuevo. Más allá en una silla de
plástico, un anciano usa una lupa y una linterna para descubrir el número
ganador en un dibujo de prensa. Un periódico ha publicado una caricatura donde
una mujer de contornos exagerados al extremo se agacha para recoger un lápiz,
mientras un hombre sentado en un escritorio la mira y expresa un comentario
extraordinariamente soez. Un dibujante ha colado por años entre sus dibujos, trazos
que asemejan números y la gente los examina para jugar a la lotería. Las ventas
de verduras van cediendo el paso a las ventas de licor y comida rápida. Aquí
también se acepta tarjeta, dicen. Unos guardias miran con atención el escote de
una quinceañera y sus amigas, fuertemente aderezadas con carmín, flores y
canela. Los semáforos son remplazados por fuegos artificiales y aglomeraciones
de personas que toman la justicia por su cuenta logrando salir indemnes. Sólo
muy de vez en cuando, sin importar el largo del trecho, se renueva la
preocupación por los rincones sucios y las calles sin alumbrar. En esta cuadra
se defiende la patria, en la que sigue estamos de rumba y en la siguiente es
mejor apurar el paso, porque está oscura y roban. En algunos resquicios todavía
podemos presenciar fragmentos del espectáculo conmovedor de una madre y sus
niños en uniforme terminando de llegar a la casa. Pero cada vez menos. Cada vez
más fuera de orden, cada vez más alejados del contexto. La calle, poco a poco, va
dejando de ser tránsito. Porque una calle es siempre otra cosa. Como estos
chinos a los que les quiero comprar unas velas, y mientras saco la tarjeta de la
cartera, comienzan a hablar entre ellos usando su idioma para que yo no
entienda. Como si hiciera falta tanto. Como si no nos conocieran.
Rafael Nieves
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