lunes, 4 de septiembre de 2017

Rituales

No hay forma
Te juro que salí a comprarme un dulce. Estas calles, se van sucediendo una tras otra de manera desordenada. De vez en cuando puedes pasar dos o tres cuadras caminando en línea recta, pero siempre vas a encontrar algún cruce loco con carros y gente que se superponen, o alguna redoma imposible que hará fracasar cualquier explicación sencilla. No existe más esa manera directa de expresar cómo llegar de un punto al otro valiéndote exclusivamente de números o amparado en la geometría. Nada de que si sigues derecho cuatro cuadras y después giras a la izquierda tres más o alguna tontería exacta como esa. Lo más cercano que podría decir es algo así como que si sales de mi casa, sigues bajando hasta que te encuentres un rebulicio de carros y gente, entonces cruzas como quien va hacia el parque, después de eso vas a ver un letrero grande que no me acuerdo que dice y justo al lado, venden los dulces. Ahora, si continúas un poco más te vas a encontrar con un poco de motos estacionadas, cruzas donde está el quiosco y ahí los vas a ver, a los que no les gusta sino beber en la puerta del bar. Pero tú entra tranquilo que seguro hay puesto en la barra y te atiende Keviin o Consuelo. Uno no se preocupa porque anoten. Basta con ir juntando al frente tuyo las botellas vacías que nadie va a recoger, para que al final pagues entero lo que te bebiste. Claro que adentro todavía hay mesas y sillas y gente, y van a seguir llegando. Y puedes elegir entre meter las manos en los bolsillos, hacer origamis fallidos con las servilletas o jugar con las filas de frascos vacíos que se te van acumulando al frente. A mí me gustan las que traen etiquetas porque el sudor de la botella las desprende y las puedes ir coleccionando sobre la barra aprovechando la humedad de la madera. Delante de ti está el reloj, los vasos, las botellas y un listado completo de cuánto cuesta cada bebida, incluyendo esas que nunca pide nadie. A la derecha al fondo están la cocina y los baños. A la izquierda la calle y la puerta transparente que es otro reloj porque te dice cuando se va haciendo de noche. Detrás, el ruido es cada vez más intenso. Los televisores encendidos. Las palabras que van dejando de entenderse. Los nuevos y los viejos habitantes. Y la mesa del rincón. Donde ya no vas a estar. En este bar que después de tanto ya no tiene forma. Al que ya no sé cuándo llegar y del que no encuentro cómo devolverme. Me parece que voy a hacerme el loco. Me voy a imaginar que estás de viaje como otros tantos. Con tus gatos y tus lentes de viejo. O que si estás pero nunca llegaste por culpa mía, por no avisarte a tiempo. Perdona, pero es que decidí venir ya sobre la marcha. Quédate tranquilo que es bastante tarde y yo ya me estoy yendo. Ahora todo está cerrado, todo está oscuro. Ojalá me hubiera comprado el dulce.


Inicio
Te quitas los zapatos, la ropa, te cambias. Colocas algo de música mientras tanto, eliges algo que te guste, que dé cierta sensación de comienzo. Ambientas. Entonces sacas del bolso los ungüentos. El de los dolores, tobillos, región lumbar y a veces rodillas. Afuera lentes, y los collares, los anillos, las pulseras. Revisas mentalmente el ejercicio inicial mientras frotas el mentolado, o tal vez la cera humectante para la planta de los pies. Los masajeas apretando firmemente cada parte haciendo que circule la sangre. Separas los dedos entre sí desde la base del metatarso y haces que los dedos de la mano abracen el espacio entre los dedos del pie. Y los llevas hacia adelante y hacia atrás, y delante y detrás. Remueves los sobrantes de loción con la tela de tus pantalones que igual van a ensuciarse. Te estiras brevemente. Flexión, extensión y torsión de la columna. Acostado boca arriba, llevas las rodillas detrás de la cabeza. Al regreso separas las piernas e intentas tocar el piso con el pecho. Te colocas de nuevo los lentes. Ajustas la música y si es necesario anotas en silencio la asistencia. Miras por última vez nítidamente a todos antes de volver a dejar tus anteojos entre tus cosas y pasas al centro de la sala tocando a todo aquel que esté cerca. Das nuevamente la bienvenida. Miras de frente, reconoces rostros y ubicas caras nuevas. Intentas ser amable desde las primeras instrucciones. Casi siempre ensayas un ejemplo usando un compañero para generar confianza. Si el ejercicio es individual te mueves evitando el exceso. Dando a entender que más importante que copiar al calco la movilidad del otro, es el disfrute de la búsqueda. Si te toca repetirlo, lo vas a danzar con placer. Para provocarlos, para que quieran probar. Nacerán algunas sonrisas, algunas complicidades. Entonces así, tratando de no extenderte en explicaciones, sabiendo que sólo en el hacer todo va a ser comprensible, te lanzas indómito, con novicios y reincidentes al encuentro con la danza. A la destrucción y creación del universo.


Eléctrica
Muchos años hace desde que hice una canción. Como un cofre encantado, lleno de polvo y detrás de algunas maletas estaba. Un estuche semiduro cubierto de lona negra con un largo cierre lateral. Adentro como viniendo de otro tiempo los restos del cuerpo de madera lucía incompleto, mutilado. Varias piezas habían sido canibalizadas antes de ir a dar con los trastos olvidados. Las urgencias del momento hicieron que apenas vista, fuera clausurada de nuevo y devuelta al rincón de donde había logrado escapar. Pero, aunque esa vez nada podía indicar otra cosa, aunque sólo fue expuesta a la vista brevemente, su retorno ya había comenzado. Mucho después, claro está. Porque como un descubrimiento olvidado, su cuerpo desvencijado se había vuelto pregunta. ¿Será posible? Entonces pasó un tiempo insondable. Pero ya era un hecho ineludible y el cofre volvió a ser interrogado. Esta vez como en una experticia forense las preguntas iniciales se centraron en qué faltaba, qué no servía. Y de nuevo el encierro. Porque en ese momento ya no hace falta el objeto. El contenido del sarcófago se había vuelto una idea, una pregunta. ¿Será posible? Entre amigos salió a relucir el tema, las preguntas por sus partes, la recolección de comentarios. La recopilación de ideas. Y con ellas las historias, los años aquellos y las nuevas formas. Hasta que un día, aquella arca mortuoria cedió su contenido. Y éste fue limpiado, y explorado a mayor profundidad, ya con un conocimiento más completo acerca de su funcionamiento. Usando las herramientas adecuadas. Ahí se evidenciaron sus lesiones y se vislumbraron sus posibilidades reales de volver al mundo. Los daños eran mucho menores de lo aparente. Y así el nuevo tiempo de encierro fue menor, las piezas faltantes comenzaron a aparecer una a una. Y vino el tiempo de ensamblaje. La calibración de sus partes y comprobación de tono. Fue ahí donde finalmente, limpia, completa y afinada, volvió a ser empuñada, sonora y potente. Eléctrica. 

Rafael Nieves

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