Al principio me dio rabia. Me reprimí
con fuerza y busqué respirar con calma. Pero el dolor que me corría desde la
cuenca del ojo hasta la sien derecha, me impidió cualquier ejercicio de mesura.
Sólo dolor, sudor y la calentura de una fiebre de tres días.
fotografía Gabriel Calderón |
Cualquier posición era incómoda, ya el
día no tenía hora, porque como para qué. La almohada parecía un guiñapo, estaba
más sudada que yo y lo que hacía era aumentar la angustia, la incomodidad. Era
la hora de la danza, de tratar de encontrar reposo en las posturas que no puede
hacer el que no ha hecho yoga. Por algunos momentos uno encuentra una posición
en la cual pareciese que los fluidos se equilibran o algo, o se pisa el nervio
adecuado, entonces baja un poquito el pinzamiento en la cabeza y llega como una
paz. Esa paz dolorosa pero tenue, bajita, soportable; donde uno se da cuenta cómo
corre el sudor desde la espalda hasta el fondo o de lo caliente que se siente
el aire que nos sale de adentro; o aparecen esos otros dolorcitos menores que
no son nada. La verdad se transforma en ese momento de gracia que nos regala el malestar.
Cuando uno encuentra ese estado,
realmente está como perdido, pero sabe que llegó a algo. Como a un escalón más
ancho, a un rellano de la escalera interminable hacia el sentirse mal. Es como una
tregua momentánea.
Estando ahí pude pensar.
archivo personal |
Y, pensé en la muerte.
Pensé que la danza tendría que
convertirse, no sólo en una vía para la comprensión de la vida. Esa opción
abierta que nos invita a descubrir las múltiples formas que ofrece el ser y la
movilidad en libertad. Sino que también debería constituirse como una vía para
lo otro; una preparación para lo que no sabemos, pero que también nos pertenece.
Porque si pertenecemos a algo dentro de todas nuestras opciones, es a la
posibilidad de morir.
Y en ese momento de dolor suspendido, era
una opción tan real, como perceptible. Nada extra para hacer, ninguna decisión
que tomar, era pura sensación de fluidez. Puro dejarse llevar. Una sensación de
abandono. Pero no ese abandono tristón e inauténtico al que románticamente
estamos acostumbrados. No, era más una noción de conciencia. Una interpretación
que se nos escapa a los que sólo nos pensamos vivos.
fotografía Gabriel Calderón |
Para mí es normal pensar desde la danza,
porque es desde ahí donde he aprendido con los años, a valorar las cualidades
del sentir. Esas búsquedas que ya no se limitan a preguntarse por lo tangible. Y
aunque ha sido muy dulce encaminarse al encuentro de las sensaciones
placenteras, tanto las fuertes como las sutiles, reconozco que en este estado
de abandono, de dolor intenso y continuo, hay también una parte de mí,
inexplorada y abierta. Creo que con la danza el tránsito es más mío. Así que adolorido y sudado, he decidido tomar algunas notas que me sirvan
para el camino.
Primer
registro de enfermo.
La sensación de ingravidez que produce la fiebre sólo es apreciable una vez
superado cierto umbral. Si el quebranto lo permite, llegas a insensibilizarte
del resto de los estímulos. El frío de la gota de sudor que te recorre la
espalda o los espasmos que dan cuando recibes una corriente de aire. Una vez
que los controlas, sientes que flotas.
Segundo
registro de enfermo.
Cuando tienes un dolor de cabeza por más tiempo que el acostumbrado, por
ejemplo dos o tres días, una tos se vuelve mortal. Cada vez que la sientes
venir, quisieras que tu cabeza estuviera sellada al vacío como un frasco.
Porque sabes que aunque parezca mentira, vas a sentir tu cerebro menearse
dentro del cráneo como una maraca.
Tercer
registro de enfermo.
Los estornudos tienen cierto sentido catártico, liberador. Generalmente no
tienes idea de donde proviene tanto moco. Pero el día en que te da algo
parecido a una sinusitis, obtienes la certeza de que la flema está alrededor de
tus ojos, endurecida, como un antifaz que se resiste a cualquier modo de
expulsión.
archivo personal |
Cuarto
registro de enfermo.
Con la fiebre, llega un momento en que sudar se vuelve tu cosa favorita en el
mundo. Te da la noción de que vas de regreso. Así no entiendas por qué sudas
recién salido de la regadera.
Quinto
registro de enfermo.
Nunca he sabido de alguien que haya quebrado un termómetro con los dientes. Para
mí es como estar parado al borde del precipicio, siempre siento que puede pasar.
Sexto
registro de enfermo. Doy
fe absoluta de la noción según la cual, alguien puede simplemente dejarse ir en
un estado de paz o dolor y cansancio extremo. En algún momento llegué a
preguntarme donde quedaba el suiche que me permitiría apagar todo e irme de una
vez.
Rafael Nieves
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