lunes, 1 de agosto de 2016

Nociones de desastre

1. ¿Tú sabes que todo esto se dirige hacia el desastre, verdad?- me dijo- y acto seguido, apareció mi cara de "pregúntame si me importa", que sí puede ser exasperante.

fotografía David Grajales
Todo parece indicar que el tiempo se mueve y nosotros con él. Se notan los reacomodos. Los cambios. Todo parece indicar que la historia se desplaza y en eso no hay problema. El asunto con la historia está, en quien la cuenta. 

Yo seguí manejando, aguantando la risa y viendo esas manos que se sacudían frenéticamente frente a nosotros, en un gesto desesperado, diciendo: ¡desastre, desastre, desastre! como borrando la calle. Como borrando lo malo, lo bueno, a nosotros, el país, la danza, todo pues.



2. Esa mañana me había despertado como soñando. En el sueño me había encontrado después de mucho trajín, con una mujer soñada, que me acompañó durante muchísimos años en una construcción que llamé Caracas Roja Laboratorio. Bajo ese nombre hicimos La Danza ininterrumpidamente, en un tiempo que para muchos fue bueno y para muchos fue malo. Pero fue nuestro. Tiempo que no tendremos más, que ya fue y en el cual danzamos a nuestro antojo. Años de crecer. De ver madurar ideas y nociones de cuerpo, de obra, de creadores-intérpretes, de gentes y lugares nuestros. Años de viajar y de estarse quieto. Pero eso sí, muy sabroso, muy de uno. De mucha, pero realmente mucha danza. Y muy diversa. Mucho agite y mucha danza, como todavía es.

fotografía David Grajales
3. Cuando sus manos al fin se calmaron, pudimos acordar que entre el tiempo del desastre y ese momento, que fue ahora, había tiempo para la vida. Comer, dormir, conversar y otras apetencias sencillas. Nada rebuscado. -¡Tengo hambre!- Ah! la vida, las funciones básicas de su organismo venían en mi ayuda. Al rescate de lo imaginado, de lo presentido, de la ansiedad por lo que será. Pero ya la noción de tiempo apocalíptico se había instalado entre nosotros. Quedaría como siempre la duda, que volvería irremediablemente al tener la panza llena. Pero como algunos nos sabemos entre nosotros, siempre me quedaba la opción liberadora del chocolate o del café. El siempre salvador marrón claro, que allanaría el camino para un ahora menos destemplado, con menos sangre y moretones.

fotografía David Grajales

4. Pasada ya la mañana, traté de recordar el sueño que tuve y empecé a confundirlo con lo real. La vida y el sueño se hacían uno, y me entró una ansiedad que asocié de inmediato, a que en los sueños las cosas tienen cierta magia, como una neblina, una atmosfera jabonosa por donde uno se resbala sabrosito, como ebrio. Como si el deseo se diera permisos de cambiar caras y nombres. Pero sabiéndome ya despierto, se rompió la burbuja. Pensé que la distancia entre realidad y ficción se acorta, cuando se la damos de beber a otros. Y descubrí que mi ansiedad se volvía miedo. Miedo a que pase el tiempo y no ser contado o peor ser contado por otros, que ya han hecho esfuerzos bastante fútiles de banalizar nuestras experiencias. Miedo a que se diga que aquí no se danzó. Que no nos amamos, que no vivimos. Que nos pongan nombres estériles, que nos clasifiquen y archiven como un accidente, como una circunstancia que merece no ser recordada. Un miedo histórico pues. Porque la danza tiene ese filo doble, el de lo que acontece y el de lo que se recuerda. Lo que acontece es de quien lo vive. Lo que se recuerda es vulnerable a las malas y buenas letras, a las malas y buenas voluntades, para bien y para mal de los simples mortales.

fotografía David Grajales
5. Aquel día no hubo café, ni sangramiento. Las horas se escurrieron con esa ferocidad fugaz, que tienen los encuentros felices. Y para cuando llegó la hora del chocolate, las tinieblas destructivas se habían disipado. Todo era brillante, ligero, muy clarito. Intuimos que aunque encaminados irremediablemente hacia el desastre, quedaba un tiempo maravilloso por vivir. Un tiempo del que no sabemos nada y que será sólo nuestro. Que estos momentos solo tendrán el valor que le otorguemos. Que si queremos que dure habrá que esforzarse. También que esa noción tan auténtica de manos alborotadas, de desastre inevitable, no puede ocuparnos de más, ni restarle tiempo a las construcciones posibles. Ya en ese momento lo tangible e intangible daban igual. Soñado o deseado era lo mismo. Simplemente fue. Nadie nos quitará lo bailado, lo vivido. Igual, como cosas mías y por si acaso nos pega el despecho, sugerí en voz bajita: ¿Y si nos hacemos una foto?

6. Son los encuentros los que nos llenan de sentido, encuentros con gente que nos completa. Por si acaso la duda insiste, yo por ejemplo, tengo un montón de gente hermosa a la que podemos preguntar si ha habido danza en todos estos años. Pero, como para cuidarme de los excesos, voy a nombrar sólo a los que han vivido la experiencia de Caracas Roja Laboratorio muy de cerca, me quieran o no me quieran ya. Porque esa danza, esos amores, no son sólo míos. Igual hoy es un buen día para celebrar lo que soñamos y lo que hemos sido juntos.
fotografía David Grajales
Para mis compañeros de sueños y amores: Hilse León, Isabel Story, Rafael Sequera, Peggy Bruzual, Soraya Orta, Natalia Molina, Sofía Meléndez, Luis Vicente González, Oswaldo Marchionda, Salomé Gutiérrez, Sain-ma Rada, Yarua Camagni, Marilú García, Alan González, Pedro Alcalá, Rommel Nieves, José Vicente Nieves, Enrique Fermín, Félix Oropeza, Almicsadak Gamboa, Wilyo Rodríguez, Viky Pérez, Fabiana Iraci, Sinai Vander Dijs, Ana Chin A Loy, Penélope Herrera, Isabel Irizar, Neriluz Acevedo, Daniel Bustamante, Alexana Jiménez, Valentina Seguel, Carlos Penso, Maruma Rodríguez, Ivelice Brown , Akaida Orozco, Fausto Espinosa, María Fernanda Abzueta, Jiniva Irazabal, Alejandra Mancilla, Daisy Carolina Moreno, Yudeisy Zambrano, Brian Landaeta, Mayell Hernández, Luis Romero, Carlos Brugera, Rubén León, José León (padre), José León (hijo), José Antonio Blasco, Alfredo Caldera, Lina Olmos, Tomás Fajardo, Alvaro Pardey, Jomar Daboín, Andrés Cartaya, Armando Lahbara, Walter Bile, Dora Chávez, Jesús Durán, Moisés Mirele, Ángel Quijano, Alejandro Díaz, Amneris Treco, Jonathan Contreras y Jesús Loyola.

fotografía David Grajales

7. El que no esté o no quiera estar que por favor me escriba antes que llegue el desastre, porque después no se sabrá si en realidad estuvo o fui yo que lo soñé.


Rafael Nieves




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