1.
¿Tú sabes que todo esto se dirige hacia el desastre, verdad?- me dijo- y acto
seguido, apareció mi cara de "pregúntame si me importa", que sí puede
ser exasperante.
fotografía David Grajales |
Todo
parece indicar que el tiempo se mueve y nosotros con él. Se notan los
reacomodos. Los cambios. Todo parece indicar que la historia se desplaza y en
eso no hay problema. El asunto con la historia está, en quien la cuenta.
Yo
seguí manejando, aguantando la risa y viendo esas manos que se sacudían
frenéticamente frente a nosotros, en un gesto desesperado, diciendo: ¡desastre,
desastre, desastre! como borrando la calle. Como borrando lo malo, lo bueno, a
nosotros, el país, la danza, todo pues.
2.
Esa mañana me había despertado como soñando. En el sueño me había encontrado
después de mucho trajín, con una mujer soñada, que me acompañó durante
muchísimos años en una construcción que llamé Caracas Roja Laboratorio. Bajo
ese nombre hicimos La Danza ininterrumpidamente, en un tiempo que para muchos
fue bueno y para muchos fue malo. Pero fue nuestro. Tiempo que no tendremos
más, que ya fue y en el cual danzamos a nuestro antojo. Años de crecer. De ver
madurar ideas y nociones de cuerpo, de obra, de creadores-intérpretes, de gentes
y lugares nuestros. Años de viajar y de estarse quieto. Pero eso sí, muy
sabroso, muy de uno. De mucha, pero realmente mucha danza. Y muy diversa. Mucho
agite y mucha danza, como todavía es.
fotografía David Grajales |
3.
Cuando sus manos al fin se calmaron, pudimos acordar que entre el tiempo del
desastre y ese momento, que fue ahora, había tiempo para la vida. Comer,
dormir, conversar y otras apetencias sencillas. Nada rebuscado. -¡Tengo
hambre!- Ah! la vida, las funciones básicas de su organismo venían en mi ayuda.
Al rescate de lo imaginado, de lo presentido, de la ansiedad por lo que será.
Pero ya la noción de tiempo apocalíptico se había instalado entre nosotros.
Quedaría como siempre la duda, que volvería irremediablemente al tener la panza
llena. Pero como algunos nos sabemos entre nosotros, siempre me quedaba la
opción liberadora del chocolate o del café. El siempre salvador marrón claro,
que allanaría el camino para un ahora menos destemplado, con menos sangre y moretones.
fotografía David Grajales |
4.
Pasada ya la mañana, traté de recordar el sueño que tuve y empecé a confundirlo
con lo real. La vida y el sueño se hacían uno, y me entró una ansiedad que
asocié de inmediato, a que en los sueños las cosas tienen cierta magia, como
una neblina, una atmosfera jabonosa por donde uno se resbala sabrosito, como
ebrio. Como si el deseo se diera permisos de cambiar caras y nombres. Pero
sabiéndome ya despierto, se rompió la burbuja. Pensé que la distancia entre
realidad y ficción se acorta, cuando se la damos de beber a otros. Y descubrí
que mi ansiedad se volvía miedo. Miedo a que pase el tiempo y no ser contado o
peor ser contado por otros, que ya han hecho esfuerzos bastante fútiles de
banalizar nuestras experiencias. Miedo a que se diga que aquí no se danzó. Que
no nos amamos, que no vivimos. Que nos pongan nombres estériles, que nos
clasifiquen y archiven como un accidente, como una circunstancia que merece no
ser recordada. Un miedo histórico pues. Porque la danza tiene ese filo doble,
el de lo que acontece y el de lo que se recuerda. Lo que acontece es de quien lo
vive. Lo que se recuerda es vulnerable a las malas y buenas letras, a las malas
y buenas voluntades, para bien y para mal de los simples mortales.
fotografía David Grajales |
5.
Aquel día no hubo café, ni sangramiento. Las horas se escurrieron con esa
ferocidad fugaz, que tienen los encuentros felices. Y para cuando llegó la hora
del chocolate, las tinieblas destructivas se habían disipado. Todo era
brillante, ligero, muy clarito. Intuimos que aunque encaminados irremediablemente hacia el
desastre, quedaba un tiempo maravilloso por vivir. Un tiempo del que no sabemos
nada y que será sólo nuestro. Que estos momentos solo tendrán el valor que le otorguemos.
Que si queremos que dure habrá que esforzarse. También que esa noción tan auténtica
de manos alborotadas, de desastre inevitable, no puede ocuparnos de más, ni restarle
tiempo a las construcciones posibles. Ya en ese momento lo tangible e
intangible daban igual. Soñado o deseado era lo mismo. Simplemente fue. Nadie
nos quitará lo bailado, lo vivido. Igual, como cosas mías y por si acaso nos
pega el despecho, sugerí en voz bajita: ¿Y si nos hacemos una foto?
6.
Son los encuentros los que nos llenan de sentido, encuentros con gente que nos
completa. Por si acaso la duda insiste, yo por ejemplo, tengo un montón de
gente hermosa a la que podemos preguntar si ha habido danza en todos estos
años. Pero, como para cuidarme de los excesos, voy a nombrar sólo a los que han
vivido la experiencia de Caracas Roja Laboratorio muy de cerca, me quieran o no
me quieran ya. Porque esa danza, esos amores, no son sólo míos. Igual hoy es un
buen día para celebrar lo que soñamos y lo que hemos sido juntos.
fotografía David Grajales |
Para
mis compañeros de sueños y amores: Hilse León, Isabel Story, Rafael Sequera, Peggy
Bruzual, Soraya Orta, Natalia Molina, Sofía Meléndez, Luis Vicente González, Oswaldo
Marchionda, Salomé Gutiérrez, Sain-ma Rada, Yarua Camagni, Marilú García, Alan
González, Pedro Alcalá, Rommel Nieves, José Vicente Nieves, Enrique Fermín, Félix
Oropeza, Almicsadak Gamboa, Wilyo Rodríguez, Viky Pérez, Fabiana Iraci, Sinai
Vander Dijs, Ana Chin A Loy, Penélope Herrera, Isabel Irizar, Neriluz Acevedo,
Daniel Bustamante, Alexana Jiménez, Valentina Seguel, Carlos Penso, Maruma
Rodríguez, Ivelice Brown , Akaida Orozco, Fausto Espinosa, María Fernanda
Abzueta, Jiniva Irazabal, Alejandra Mancilla, Daisy Carolina Moreno, Yudeisy
Zambrano, Brian Landaeta, Mayell Hernández, Luis Romero, Carlos Brugera, Rubén
León, José León (padre), José León (hijo), José Antonio Blasco, Alfredo
Caldera, Lina Olmos, Tomás Fajardo, Alvaro Pardey, Jomar Daboín, Andrés
Cartaya, Armando Lahbara, Walter Bile, Dora Chávez, Jesús Durán, Moisés Mirele,
Ángel Quijano, Alejandro Díaz, Amneris Treco, Jonathan Contreras y Jesús Loyola.
fotografía David Grajales |
7.
El que no esté o no quiera estar que por favor me escriba antes que llegue el
desastre, porque después no se sabrá si en realidad estuvo o fui yo que lo soñé.
Rafael Nieves
No hay comentarios:
Publicar un comentario