lunes, 29 de agosto de 2016

Vértigo

Tengo que aceptar que me da vértigo explicarme. Me refiero a tener que condensar en palabras para otro, lo que creo que soy. A qué me dedico, qué hago, qué soy. Es una especie de descompostura derivada de la idea de entenderme y decirme en voz alta. De hacerme comprensible o de no lograr hacerlo. Como si esa acción pudiera dejarme petrificado o pudiera mutilarme. Hacerme perfectamente clasificable y desechable. También acepto que hay algo de desconfianza en lo que yo mismo podría intentar decir de mí.



fotografía Victor David Alexandre

A- Lo que dije esa vez

Cierto día me tocó explicarle a un ex-compañero de estudios militares (sí, dos años, Academia Militar de Venezuela), la función que a mi entender, tiene la danza en nuestro país, en nuestro tiempo y finalmente en nuestras vidas. La experiencia en sí más que gratificante o vergonzosa, la puedo describir como de una intensidad vertiginosa.

Para ser sincero, lo más interesante fue notar como las palabras fluían sin afección. Como el discurso se iba estructurando organizadamente. Las ideas se hilvanaban, una tras otra dándole sentido a la explicación. También fue interesante pensar que en otros momentos me ha costado un poco organizarme para decir lo necesario. Incluso, me gustó percibir como mi interlocutor iba recibiendo un discurso coherente y aprehensible. Lo sentí como un logro magnífico; que si me preguntan, no sé si podría repetir.

La verdad no recuerdo que dije. En este momento por ejemplo, esas mismas ideas están flotando en mi cabeza, pero de manera muy desordenada. Me parece que esa vez, también ayudó que llevábamos más de media hora de conversación sobre mi oficio y como no, del país. Se podría decir, que llevaba impulso pues.

Después de eso he tenido que ocuparme como cualquier mortal, de otras cosas de la vida, también fantásticas, pero que necesariamente abarcan espacio en ese flotar de ideas. De manera que si quisiera escribir sobre ese tema en particular, tendría que darle otro enfoque y que más me valdría agarrar nuevamente impulso, porque chiste repetido, no hace reír.

B- Lo que trato de decir ahora


fotografía Victor David Alexandre
En cambio podríamos reflexionar justamente sobre eso. Sobre cómo se dan los procesos reflexivos o el tiempo que tenemos para llevarlos a cabo. Como obedecen a las circunstancias, como forman parte de nuestro devenir. Como nos definimos con cada acción. Como estas acciones son opiniones acerca del mundo que construimos. Y sobre el tiempo, para pensar, contemplar, escribir, crear. Eso podría acercarnos. Darnos una idea de cómo se producen, en medio de nuestra vida agitada, los procesos de creación. En la danza por ejemplo. Esa reflexión podría darnos una señal del porqué cuando pensamos la danza, se siguen privilegiando formatos con estructuras que obedecen más a procesos disciplinarios y de control, que a espacios de libertad y exploración. Más allá de las formas de ejercicio de poder. Más allá de las referencias históricas ancladas en otras formas y otras necesidades. Aunque eso nos dejaría enfrentados a nuestra propia libertad, que nos exige y nos da miedo. Formas nuevas que no deberían estar definidas. Porque es justo eso lo que vamos a buscar los creadores. Nuevas formas de organización para crear. Nuevas visiones del mundo. Mundos posibles. Y sinceramente, eso da mucho miedo.

Siendo así, entonces nadie debería estar obligado a responder siempre igual cuando le preguntan qué es la danza o para qué sirve. Aunque sí.

-Deberíamos llegar a algunos acuerdos.
-¿Con quién?
-Con nosotros mismos ante todo, reconocernos. ¿Qué somos?
-Y si somos la sustancia de eso que llamamos danza, entonces ¿Qué es la danza, para qué sirve? y ya puestos en esto: ¿Para qué sirvo yo entonces, que soy la sustancia de esa danza?
-Creo que esa era la pregunta pintada en la cara de mi amigo.
-¡Uy que miedo!

C- Ahora sí, el cuento

fotografía Victor David Alexandre
Cuando me encontré a este amigo de tantos años en los alrededores de la plaza Bolívar, pensé como siempre en tiempos muy anteriores. Tiempos de antes de la danza. Tiempos de  vestir uniforme y estudiar para oficial del ejército. Este amigo, que por cierto, es hasta ahora el único que me encuentro muy de vez en cuando, realmente abunda en posibilidades para mi memoria: a) Estábamos en el mismo salón de clases, en el cual yo tenía ciertas responsabilidades disciplinarias. b) Era un excelente dibujante (cosa que nada tiene que ver con nuestros estudios en común). c) Fue protagonista de un episodio con tintes heroicos relacionado con un paracaídas que no abrió y otro cadete que lo ataja en el aire, de lo cual fui testigo. d) Resultó siendo vecino de infancia de mi esposa, cosa que para mí ya roza un nivel esotérico.

Las pocas veces que hemos conversado nos hemos puesto al tanto de nuestros bienestares. Como se hace responsablemente con la gente que uno recuerda con cariño, pero con la cual se coincide poco. Pero aquella vez, el tiempo nos permitió ponernos al día con nuestras ideas y sentires. Sobre todo en torno a los oficios. En cierto momento, como es normal, surge la incógnita sobre mi tránsito del ejército a la danza. Cosa para la cual ya estoy harto preparado. Pero esta vez, sólo de pasadita, porque ya lo habíamos conversado superficialmente en encuentros anteriores.  Después de eso sí hablamos. Como dice uno, a partir de ahí vino lo bueno. Los detalles. Esa noción de mundo constituido en torno a lo corporal, tan distinta y tan igual. Los alcances, las posibilidades de ser. La vida vista desde el otro. Y como no, la explicación para el otro que es también para uno. Y en la nube de las ideas, las preguntas de rigor: ¿Qué soy? ¿Qué somos? ¿Dónde está la utilidad de lo que hacemos?

Que quede claro, así, seco, 
no pienso intentar responder nuevamente esas preguntas.


fotografía Victor David Alexandre

Pero aquel fue un momento lúcido. Cero dudas. Todo fluido. Cuando ocurren este tipo de encuentros sientes como que la vida te alcanza. Que estás hecho de retazos, aunque privilegies sólo una porción de lo que crees que eres. Y que la vida tiende a favorecer los encuentros, así los identifiquemos con colisiones o tropiezos. Me atrevería a pensar que aun con viejos conocidos, estos encuentros son fundamentales para reconocernos. Para entender y respetar al otro, desde sus diferencias. Donde lo afectivo juega un papel fundamental que trasciende los roles impuestos por las estructuras, que al igual que en la creación, limitan las posibilidades de construcción y diálogo. Más allá de las descomposturas que produce, el vértigo a ser aprendido por el otro.

Rafael Nieves


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